⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
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<El Príncipe>
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Cuando era niño, alrededor de los doce años, vio una pipa exquisitamente ornamentada en la casa de su primo. Claramente parecía ser un producto del este, con un cuerpo de vidrio iridiscente y joyas brillantes de colores que no podía identificar incrustadas delicadamente. Era una pieza bastante estética. Incluso a su corta edad, lejos aún de ser un adulto, sintió el deseo de fumarla.
No le dio demasiadas vueltas. Estaba en una posición en la que podía tener lo que quisiera, pero detestaba la idea de ser visto como un niño caprichoso por codiciar lo que claramente era un regalo valioso, especialmente si pertenecía a su respetado tío. Así que solo quería usarla una vez.
Esa era su única intención.
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27 de diciembre del año 1115 del Imperio.
Esa tarde, cuando ocurrió el juicio que inspiraría a los trovadores durante generaciones.
—¿Su Alteza…?
Los sirvientes lo observaban con cautela, y hoy eso le resultaba especialmente irritante. Aunque, considerando lo que había sucedido antes, no era una sorpresa. Theobald, como siempre, despidió a los sirvientes que se preocupaban por él con una suave sonrisa. Necesitaba tiempo para estar solo.
Claramente, se encontraba en un estado de gran agitación. Se rumoreaba que había provocado un escándalo sin precedentes con una viuda, y además circulaba el vergonzoso malentendido de que había sido golpeado sin poder defenderse por el joven Marqués de catorce años. Para colmo, el juicio había terminado desfavorablemente para la Familia Imperial.
A pesar de todo esto, los pensamientos que ocupaban la mente del joven príncipe de diecisiete años eran de una naturaleza completamente diferente. De hecho, ni siquiera estaba preocupado por esos problemas.
El corredor, con sus pesadas cortinas de terciopelo púrpura, era un lugar que rara vez había visitado en el pasado. De niño lo frecuentaba sólo ocasionalmente, pero últimamente se encontraba yendo allí con más frecuencia.
Entre los muchos retratos que colgaban en las lujosas paredes, solo uno capturaba su atención. Era el retrato de su difunta madre, la Emperatriz Ludovica.
—Ah…
Decir que ya no recordaba su rostro era solo una verdad a medias. Podía venir aquí cuando quisiera y ver el rostro de su madre fallecida.
Contrariamente a su expresión algo fría y tranquila, la mujer en el retrato sonreía radiante. ¿Cuánto esfuerzo habrá puesto el pintor en este cuadro? Cada mechón de su cabello plateado con un tono púrpura, cada destello en sus ojos de color limón, brillantes como si contuvieran estrellas, se sentían increíblemente vívidos.
La mujer del retrato tenía el color de cabello y de ojos diferentes a los de la joven esposa del Marqués, pero sus rasgos faciales eran sorprendentemente parecidos. No era de extrañar que su padre y su tío fueran tan indulgentes con esa joven Marquesa.
Hubo un tiempo en que se cuestionó por qué el Emperador, que decía haber amado tanto a Ludovica, era tan indiferente hacia él, su propio hijo. Claro, esas dudas pertenecían a su infancia. Ya no le molestaban. Tampoco le molestaba que su madrastra, la Emperatriz Elizabeth, que en público parecía estar dispuesta a hacer cualquier cosa por él, en realidad mostrara más compasión por su propio hijo, el príncipe Retlan.
No le importaba cuál fuera el verdadero sentir de sus corazones. Lo único que le interesaba era lo que mostraban externamente. ¿De qué sirve lo que uno siente si no lo expresa en palabras o acciones? Para él, los verdaderos sentimientos de los demás no tenían importancia. Lo único que importaba era cuánto lo priorizaban. Con esa mentalidad, podía decir que había llevado una vida relativamente satisfactoria.
Sin embargo… en este momento, por primera vez en su vida, Theobald sentía el deseo ardiente de obtener los sentimientos sinceros de otra persona.
La mujer en el retrato de su madre y la mujer que había causado revuelo en el tribunal se parecían mucho. Pero Ludovica nunca había mostrado una expresión como la de aquella mujer. No tuvo la oportunidad, ya que murió demasiado pronto.
Al principio, lo que llamó su atención fue solo la apariencia externa de la joven Marquesa. La belleza de la joven viuda era tan deslumbrante que se comentaba que quizás era por eso que el difunto Marqués de Neuschwanstein se había dejado llevar por sus impulsos. Su particular belleza y su notable parecido con su madre capturaron su interés. Pero luego, al observar cómo trataba a los hijos del Marqués, su curiosidad creció aún más, específicamente por cómo se comportaba con ellos.
¿Cómo podía una joven que apenas había pasado su ceremonia de mayoría de edad mirar a los hijos de la primera esposa, niños de su misma edad, con una mirada tan sincera y llena de afecto? No era fingimiento ni mera cortesía. Theobald estaba seguro de que su intuición no lo engañaba en estos temas.
Sí, fue esa imagen la que despertó su curiosidad y lo llevó a visitar la mansión del Marqués con frecuencia. Y luego, el día en que el hijo mayor del Marqués enfermó, él hizo una visita como de costumbre y se quedó dormido sin darse cuenta. Al despertar con la dulce melodía de una canción de cuna, empezó a sentir un deseo silencioso. Era el mismo sentimiento que lo había llevado, cuando era niño, a desear la atención exclusiva de su respetado tío.
Sin embargo, eso no significaba que él albergara mala intención hacia los otros niños o que hubiera planeado las cosas de manera premeditada. Así como una persona zurda usa su mano izquierda de manera natural, todo era simplemente un instinto innato.
Cuando tenía alrededor de doce años y fue a visitar la casa de su tío, tampoco fue un plan premeditado cuando tocó la lujosa pipa. Simplemente quiso probarla, como lo haría cualquier chico de su edad, queriendo imitar a los adultos. Solo fue un error accidental, no intencionado, cuando llenó torpemente la pipa con tabaco, dio unas cuantas caladas y la dejó caer al suelo. Tampoco fue su culpa que, justo en ese momento, los adultos aparecieran, ni que su primo pequeño estuviera jugando cerca.
Él simplemente había actuado por instinto. Era mucho más fácil culpar al primo pequeño que ser etiquetado como el príncipe travieso que siempre hacía lo incorrecto.
Pero fue en ese momento cuando empezó a comprender lo conveniente que era transferir sus problemas a otros, lo fácil que resultaba cuando existía un villano reconocido por todos.
Sorprendentemente, muchas personas no se daban cuenta de lo mucho que podían brillar simplemente manteniendo una postura de víctima respetable y virtuosa. ¿Cómo podía ser algo malo desear todo el cariño para uno mismo? Comparado con los pecados abundantes en el mundo, no parecía algo tan grave.
Además, él era el príncipe heredero. Como futuro Emperador, ¿qué había de malo en buscar ser admirado por la mayor cantidad posible de personas?
Con esa lógica, no fue en vano que, con el tiempo, convirtiera a su medio hermano y a su primo en unos inútiles problemáticos. Cuanto más caían ellos, más alto subía él.
Por eso nunca había dudado de su manera de actuar, al menos hasta hoy.
Era algo bastante curioso. Su madrastra y su respetado tío habían caído tan fácilmente en sus maquinaciones, habían llegado a darle la espalda a sus propios hijos sin pensar mucho, y sin embargo, hoy esa mujer había sorprendido a todos de una manera inesperada.
Un suave suspiro escapó de los delicados labios de Theobald.
—Esto es un desastre…
No había querido llegar tan lejos. Solo había querido ser el centro de atención, como siempre había hecho.
…Pero ahora lo deseaba de verdad.
Lo que no podía entender era esa devoción inquebrantable y ese amor que ella había mostrado, al revelar incluso el más íntimo de los secretos de su dormitorio como dama, para proteger a un joven y estúpido muchacho. ¿Cuán emocionante sería si todo eso estuviera dirigido solo a él? ¿Qué más podría desear?
No todo estaba perdido para él. Después de todo, ella no le guardaba rencor, ¿verdad? Así que no podía decirse que su relación estuviera completamente rota.
… Quizás solo necesitaba cambiar de táctica.
Y Theobald encontraría la manera.
Como siempre lo había hecho.
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<El Cardenal>
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La ‘sala de penitencia’ es un lugar donde los cardenales confiesan sus pecados a Dios y se flagelan. No es una flagelación figurativa, sino literal. Sin embargo, eso no significa que existan verdaderos cardenales que se sometan a este tipo de penitencia. La mayoría de los cardenales recurrían a golpear la pared con el látigo para hacer ruido, evitando así el sufrimiento real. ¿Cuántos verdaderamente estaban comprometidos con su vocación hasta el punto de soportar tal dolor?
Claro está, siempre había excepciones. Por ejemplo, como ese joven cardenal conocido como la ‘Campana Silenciosa’, a menudo eran los más jóvenes los que se aferraban con mayor fervor a su fe.
Los que realizaban estos actos de penitencia lo hacían, en primer lugar, por la paz mental y, en segundo, por la reputación que les traía.
—Su eminencia…
—Lleva ya cuatro horas…
—Realmente es una persona devota…
Hoy, sin embargo, aunque el cardenal Richelieu, la Campana Silenciosa, estaba recluido en la sala de penitencia, no estaba llevando a cabo sus habituales actos de autoflagelación. Aunque no se había escuchado ningún ruido durante las últimas cuatro horas, las personas seguían susurrando con preocupación y admiración, todo gracias a la imagen de devoción que había construido con el tiempo.
Entonces, ¿qué estaba haciendo realmente la Campana Silenciosa?
Incluso en la sala de penitencia, durante el invierno, era costumbre en el monasterio central encender una chimenea.
El joven cardenal de 21 años había pasado horas inmóvil, mirando fijamente el fuego crepitante. Aparte de los breves momentos en los que movía los troncos cuando las llamas se apagaban, estaba prácticamente congelado en su lugar.
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