⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Cuando llegamos, parecía que el almuerzo ya estaba en pleno desarrollo.
El paisaje a la orilla del lago, bañado por la luz brillante de la tarde, se sentía como una pintura. Las personas sentadas alrededor de las mesas del bufé bajo las carpas, las damas deslizándose en góndolas por los alrededores de la orilla, y los que iban y venían a caballo por los bosques… Todo parecía…
Espera, ¿qué pasa con este ambiente? ¿Por qué se siente tan extraño?
—¿Qué sucede aquí?
Jeremy parecía sentir lo mismo. Varias barcas, movidas por remeros, comenzaron a llegar a la orilla del lago, donde la atmósfera del evento se sentía tensa.
La Emperatriz Elizabeth y la Duquesa de Núremberg fueron las primeras en bajar, y desde la distancia, su expresión no parecía buena. No miraban hacia nuestra dirección, sino hacia el camino que conectaba el evento con el campo de caza. Los maridos de ambas, que estaban sentados en las mesas del almuerzo, también miraban en esa dirección.
—¿Su Majestad, la Emperatriz?
Bajé del carruaje y me acerqué a Elizabeth. La Duquesa, que estaba junto a ella, me tomó la mano con un rostro pálido. Su mano temblaba tanto que la mía empezó a sacudirse también.
En cuanto a Elizabeth, parecía petrificada, como si se hubiera congelado en su lugar. Me pregunté si uno de los príncipes se había lastimado durante la caza, pero el príncipe Retlan estaba sentado en la misma mesa que su padre, y Theobald se acercaba montando a caballo junto con el príncipe Ali Pasha y otros caballeros.
Detrás de ellos, un reno enredado en una red, con una flecha clavada en el muslo, era arrastrado. A pesar de que ya habían tenido éxito en la caza, ¿por qué todos tenían esas expresiones tan sombrías?
Poco después descubrí la causa de la tensa atmósfera. Vi un enorme semental que emergía lentamente detrás del grupo de Theobald, y a un hombre montado sobre él.
Hasta ahí, no había nada problemático. El problema fue cuando este hombre, al galope, atravesó a toda velocidad el espacio entre el príncipe heredero y el príncipe extranjero, y luego arrojó con desprecio la enorme presa que llevaba sobre su hombro al suelo. No, más bien, el problema era la identidad de esa presa. Se escucharon jadeos alarmados por todas partes.
—Eso es… ¿qué demonios?
¡Plaf!
La copa dorada que sostenía el Emperador cayó de su mano, estrellándose violentamente contra el césped. El Duque de Nuremberg también estuvo a punto de dejar caer su pipa. No sabía cómo describir las expresiones que ambos tenían en ese momento.
En cuanto a Heide, que estaba de pie a mi lado, ahora parecía a punto de desmayarse. Elizabeth, con una expresión que reflejaba su deseo de desmayarse también, se mordía el labio.
Y no era para menos. La criatura que yacía impotente sobre el césped, revoloteando débilmente con sus enormes alas, no era otra que el majestuoso águila blanca, símbolo de la dinastía imperial de Bismarck. Solo Dios sabría cómo alguien había logrado cazar a esa temible ave rapaz.
El causante de esta situación, que había sumido a todos los presentes en un estado de conmoción, no era otro que Nora, quien, con total indiferencia, detuvo su caballo, se secó el sudor de la nuca con su mano enguantada y nos dirigió una mirada.
—Creo que esta vez también gané, ¿no?
Ante ese comentario tan desconsiderado, Jeremy, que no podía ocultar su compasión hacia la pobre criatura tendida en el suelo, chasqueó la lengua con desdén.
—¿No eras tú quien decía que no debía alardear? ¡Atacar mientras me ausentaba un momento no es propio de un caballero! Pero, ¿cómo demonios atrapaste a eso?
—Bueno, estaba persiguiendo a un jabalí con todas mis fuerzas cuando ese bicho se lanzó hacia mí sin darse cuenta de dónde estaba. Casi me deja una cicatriz horrible en esta hermosa cara.
—Es una lástima. Si te hubiera dejado una cicatriz, habrías sido un poco más interesante de ver.
¿Era solo mi imaginación, o parecía que vapor salía de la cabeza del Gran Duque debido a su furia? Mientras tanto, el Emperador parecía estar luchando para decidir cuál sería la expresión más apropiada para la situación.
Repasemos la situación. En este evento estaban presentes distinguidos invitados extranjeros, y el símbolo de la dinastía Bismarck, el noble águila blanca, yacía ahora impotente sobre el césped.
La persona responsable de convertir a esta ave sagrada, considerada como un augurio de buena fortuna, en una mera presa fue nada menos que el sobrino del Emperador y el único heredero de la Casa Ducal de Nuremberg. Como fue un pariente tan cercano de la familia imperial la que cometió este acto, era difícil que el Emperador pudiera enfadarse abiertamente.
El que habló en lugar del Emperador, atrapado en un dilema, fue el príncipe heredero. El elegante príncipe, con una sonrisa suave y comprensiva, borró la expresión seria de su rostro y dijo:
—Sigues siendo tan travieso como siempre. ¿Te confabulaste con él para fastidiarme?
Usualmente no era tan directo en su forma de hablar. Nora, que había sacado una daga para cortar el nudo de su carcaj, soltó una leve sonrisa, que resultaba inusualmente sombría dado lo que había hecho.
—¿Por qué lo involucras a él? No sabía que Su Alteza se identificara tanto con las aves.
—…Bueno, aunque solo es un simple animal salvaje, tampoco era necesario llegar a este extremo. Podrías haberte puesto en mi lugar.
—No lo sé. Si alguien trae aquí la piel de un cachorro de lobo, no creo que me sentiría molesto. En todo caso, Su Alteza acaba de cometer una grave ofensa diplomática con el príncipe Ali, ¿no es así? El reno es el símbolo de la dinastía Pasha, ¿verdad?
—Eso es cierto, pero en mi país no atribuimos significados tan serios a los animales que usamos como símbolos —respondió el príncipe Ali Pasha con una sonrisa afable hacia los ciudadanos del imperio que habían reaccionado con excesiva seriedad.
Miré de nuevo hacia el Emperador. Aparentemente incómodo, había colocado una mano sobre el hombro tembloroso del Duque de Hierro, que parecía a punto de lanzar su copa de vino hacia su propio hijo. Si el imponente Duque estaba actuando, debía ser un gran actor. El problema es que no parecía estar actuando.
—Todo en la vida tiene sus límites, querido primo.
—¿Yo? ¿Qué he dicho? Estoy cansado de que todo tenga que tener un significado oculto.
En ese momento, el Duque, que hablaba con sarcasmo, desenfundó repentinamente su espada, produciendo un sonido metálico. El ambiente se tensó de inmediato y, mientras los guardias se apresuraban, Nora, sin prestar atención a Theobald, clavó rápidamente su espada en el punto vital del águila que aún yacía revoloteando en el suelo. Con un brote de sangre rojo oscuro, el ave fue finalmente liberada de su sufrimiento sin emitir un solo grito.
—Eso es lo que yo llamo un límite, Alteza. Le sugiero que también lo respete.
N/Nue: No saben lo mucho que grité con esto, NORA EL PUTO AMO.
Con una última reprimenda dirigida al príncipe heredero, Nora montó de nuevo su caballo con energía, dio una patada a su montura y se marchó sin mirar atrás.
En medio del asombro general, Jeremy fue el primero en moverse. Con una expresión tranquila y una sonrisa, se acercó, levantó el enorme águila del suelo y, mientras lo examinaba cuidadosamente, habló.
—Es sorprendentemente limpio. Tal vez podría convertirse en un buen trofeo. ¿Qué opina, Majestad?
—…No es una mala idea. Sería perfecto para mi estudio.
El Emperador respondió de manera calmada, suspirando brevemente antes de mirar hacia su cuñado. El Duque de Hierro, que estaba presionando su sien con venas marcadas por la tensión, también suspiró.
—Mis disculpas, Majestad.
—Más que eso, averigüe por qué su hijo actúa como si tuviera una enemistad mortal con el príncipe heredero. ¿Qué es este espectáculo ridículo entre los únicos primos que tienen?
Junto a mí, Elizabeth, que había estado abanicándose en silencio, frunció el ceño por un momento. No era para menos, ya que la definición de ‘únicos primos’ no era del todo correcta. El príncipe Retlan también era su primo. Si hablamos de parentesco de sangre, él era en realidad el primo legítimo.
Pero, como siempre, el príncipe Retlan, cuya presencia a menudo pasaba desapercibida, se limitaba a sentarse en silencio, sorbiendo su copa de vino mientras vigilaba a su padre con un rostro enfermizo, más adecuado para un joven nervioso que secretamente malgastaba las propiedades de la familia real en juegos de azar nocturnos.
Así, el banquete de caza, que había sido planeado con tanta anticipación, terminó antes de lo previsto, dejando un regusto amargo y un sombrío eco en los corazones de todos.
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Caminando hacia el oeste a lo largo de la carretera que corría paralela al Danubio, finalmente llegabas a una esquina entre edificios deteriorados donde una joven florista te señalaba un callejón. Ese callejón era, sin duda, la flor de la capital.
…Aunque más bien debería llamarse la flor del alcantarillado.
Era un lugar lleno de burdeles, fumaderos de opio, escondites de carteristas y bandas de asaltantes, y también había casas de adivinación, tiendas de empeño extrañas que vendían todo tipo de objetos, incluyendo bienes robados.
El Schäfshaus era un casino ubicado en los límites de este callejón sombrío, junto a edificios relativamente decentes. Si mostrabas tus fichas a los guardias de cara amenazante en la entrada, te conducían directamente a una escalera que descendía al sótano. Solo Dios sabía lo que ocurría detrás de las muchas puertas cerradas en ese subterráneo. Especialmente en una noche como esta, la fiesta era más grande.
—¡Oye, qué haces? ¿Por quién vas a apostar?
Con un empujón en el costado, Elias salió de su ensimismamiento y rápidamente volvió a concentrarse. Dirigió su atención a las monedas de oro apiladas en la mesa.
Siendo un torneo de esgrima que se celebraba sólo una vez cada cuatro años, la cantidad de guerreros que participaban con la esperanza de un gran golpe era enorme. Sin embargo, las apuestas solían centrarse en unos pocos seleccionados, generalmente en caballeros de renombre o en guerreros extranjeros. Entre las apuestas más destacadas de este torneo, uno de los favoritos era su propio hermano.
¿Qué posibilidades reales tenía su hermano de ganar el trofeo? Por más que intentara juzgarlo objetivamente, no quería apostar por él. Sin embargo, tampoco se sentía cómodo apostando en otro lado.
Con un suspiro, Elias jugueteó con la bolsa de monedas que había traído.
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