⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Jeremy, empapado por la lluvia, estaba al borde de la plataforma, respirando con dificultad mientras sostenía su espada con una mano.
Enfrente, Nora, tras apartar el casco que había caído al suelo de una patada, de repente giró la cabeza y fijó su mirada en el público.
Con la lluvia cayendo tan intensamente, no se podía distinguir a quién miraba con esos ojos azules resplandecientes. Solo se veían el joven de cabello negro, empapado, y el joven rubio, con casco, acercándose a él.
En un instante, Jeremy lanzó un golpe rápido con su espada, que Nora bloqueó. Se escuchó otro estruendo y, esta vez, el casco de Jeremy cayó al suelo, empapado por la lluvia sobre la plataforma.
Vi a mi hijo tambalearse brevemente y doblar la cintura. En el siguiente segundo, Nora levantó ambos brazos, empuñando su espada en el aire, y sin dudarlo un instante, la bajó rápidamente, dirigiéndola hacia el brazo de su amigo.
¡Boom! ¡Crash!
No sé si alguien más gritó, pero el sonido del trueno, que parecía desgarrar el cielo, ahogó cualquier otro ruido, incluyendo el sonido de la espada al golpear el suelo. Todos tardamos un momento en entender lo que acababa de ocurrir.
Jeremy, arrodillado en el suelo, ya no sostenía su espada. Del otro lado, tampoco Nora tenía su arma en las manos.
Es decir, Nora no había golpeado el brazo de Jeremy. Había golpeado la parte superior del mango de la espada, haciendo que se le cayera. Y, al hacerlo, ella misma había soltado su espada mientras la bajaba.
—¡…Empate…! ¡Es un empate! ¡Ambos combatientes han soltado sus espadas al mismo tiempo! ¡Tenemos dos campeones! ¡Dios santo!
En medio de un silencio tan denso que costaba creer que había tantas personas presentes, el grito del juez resonó con desconcierto. Poco a poco, todos comenzaron a recobrar la compostura. Y entonces…
—¡Woooooaaaaahhh!
El rugido de la multitud fue ensordecedor, sacudiendo el aire. Bajo la intensa lluvia que caía a cántaros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, estallaron en una celebración desenfrenada. Ni siquiera un espectáculo coreografiado podría haber sido tan emocionante. ¡De verdad pensé que íbamos a morir!
—¡Campeones! ¡Campeones!
—¡Nuremberg! ¡Nuremberg!
—¡Neuschwanstein! ¡Neuschwanstein!
Otro trueno retumbó, pero esta vez no fue rival para los gritos enloquecidos de la multitud. Algunas damas más delicadas incluso se desmayaron.
Me dejé caer al suelo, sintiendo cómo las fuerzas abandonaban mis rodillas, mientras veía a los dos jóvenes bajar de la plataforma. Sin mostrar signos de agotamiento, cruzaron rápidamente el campo de batalla y subieron por las escaleras, arrodillándose juntos a los pies del emperador.
El Emperador, completamente seco bajo su dosel, los miraba con una gran sonrisa de satisfacción, a pesar de lo empapados que estaban. Estaba tan complacido que, con la familia observando con atención, declaró:
—Si yo tuviera hijos como ustedes dos, ¡qué afortunado sería! Ha sido un combate digno de recordar y dejar escrito. No recuerdo la última vez que estuve tan emocionado. Sin embargo, como ha sido un empate, no puedo otorgar el trofeo a ninguno de los dos en aras de la justicia.
Fue entonces cuando Elizabeth, con una expresión algo desconcertante, intervino de repente.
—No le prive a una madre del orgullo de recibir el trofeo que le otorga su hijo, Su Majestad. ¿Qué sentido tiene ganar o empatar si no hay un trofeo?
Todos nos quedamos asombrados. Yo, el Emperador, ¡todos! ¿Qué le había pasado a la Emperatriz, normalmente tan fría, que ahora defendía con tanto fervor a Jeremy y Nora?
—El combate ha seguido la tradición… —empezó el Emperador.
—Las tradiciones siempre se renuevan, Su Majestad. Un empate tan extraordinario como este es un hecho sin precedentes, ¿verdad?
—Tienes razón, Emperatriz. Pero aunque una esposa sabia siempre aconseje bien a su esposo, no puedo acostumbrarme a que te interpongas así de repente. Entonces, ¿cuál es tu propuesta exactamente?
—Mis disculpas, Su Majestad. Simplemente, podría hacerse un segundo trofeo. Mire la cara de desilusión de la pobre Marquesa.
Elizabeth replicó con firmeza, como si no pudiera creer que nadie lo hubiera pensado antes. Pero, ¿cuándo había puesto yo una expresión de desilusión? El Emperador, visiblemente contrariado por la interrupción en su disfrute, la miró con desaprobación, pero no mostró signos de enfado.
Así fue como, de alguna manera, se decidió que se fabricaría un trofeo adicional, una solución que complació a todos.
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—¡Hermano, he sido un tonto! ¡Perdóname, de ahora en adelante te llamaré hermano mayor!
—Me preocupa cuánto tiempo más sacarás provecho de esto, hermano mayor…
—Ya estoy harto. ¿Te imaginas cuántas señoritas me van a molestar ahora por culpa del hermano mayor…? Tch, tch.
Mientras los hermanos intercambiaban comentarios en tono amistoso, Jeremy simplemente les sonreía con resignación.
En la última fiesta, tras cambiarse las ropas mojadas, el ambiente estaba lleno de entusiasmo. Todos, hombres y mujeres por igual, deseaban hablar con los campeones del día. Uno de ellos respondía a todo con indiferencia, mientras que el otro había desaparecido por completo.
…Dicen que uno se rodea de sus semejantes, y parece que es cierto.
—Jeremy.
Me acerqué, preocupada por su actitud apática, y le hablé. Justo en ese momento, Jeremy estaba bebiendo, y al verme, sus ojos, que hasta entonces parecían nublados, lentamente recuperaron algo de su brillo habitual. Le quité la copa de las manos.
—Te he visto beber sin parar. Entiendo que te estés relajando, pero creo que ya es suficiente.
—Yo podría beberme un barril entero y no emborracharme. Si hubiera un trofeo, lo llenaría de alcohol y brindaría con él, pero es una lástima que aún no lo tengamos.
—Pronto lo tendrás. ¿Te molesta no haber podido dármelo directamente?
—Por supuesto que me molesta.
Murmuró en voz baja, bajando la mirada hacia su muñeca. Esa misma muñeca que, de haber recibido el golpe con un ángulo ligeramente distinto, lo habría llevado a la muerte.
—Es un empate, pero siento como si hubiera perdido. Maldita sea.
—¿Es por eso que estabas así de malhumorado?
—¿Malhumorado? ¡Yo solo estoy siguiendo tus consejos!
—¿Qué consejos?
—Los sobre la virtud de la humildad. Aunque, claro, la gente siempre habla de lo que no sabe, y no importa si soy humilde o arrogante, interpretarán lo que quieran.
Sonreí mientras ponía mi mano sobre su muñeca. Sentí el pulso vibrante bajo mis dedos, recordándome que estaba vivo y a salvo, sin una sola herida. No podía sentirme más satisfecha.
—Para ser honesta, Jeremy, en nuestra familia ya tenemos más que suficiente oro. No me interesa un trofeo dorado. Tú eres el trofeo más brillante que podría tener.
Jeremy miró fijamente mi mano sobre su muñeca por un momento y luego, con una sonrisa traviesa, colocó su otra mano sobre la mía.
—Yo tampoco necesito más que tenerte a ti.
Si mi difunto esposo estuviera aquí, ¿cuán orgulloso estaría? Si tan solo nuestros parientes fueran mejores personas, tal vez podríamos haber compartido este momento con ellos. Pero lamentablemente, no hay muchos familiares cercanos para celebrar y sentir orgullo junto a nosotros… Aun así, éramos nosotros. Sabíamos, tanto yo como los niños, que nos bastábamos entre nosotros.
Mientras nuestra pequeña pero cálida familia se reunía, al otro lado, en la casa del Duque de Nuremberg, las cosas eran diferentes. Había un ambiente de control para evitar que su único heredero se dejara llevar por la arrogancia. Nora no era de los que se deslumbraban fácilmente por la victoria, pero aún así, no había mucho que hacer, ya que el destinatario de tanto elogio y crítica había desaparecido.
Aun así, logré encontrar a Nora. O mejor dicho, lo encontré. El campeón lobo de hoy estaba sentado solo, con la espalda apoyada en el muro del jardín, bajo el balcón noreste del salón de banquetes, sosteniendo una copa. De verdad que ‘bajo la luz de la lámpara es donde más oscura está la sombra’.
Cuando me acerqué, levantó la cabeza, dándose cuenta de mi presencia. Aunque su actitud era elegante, muy distinta a la feroz imagen que había mostrado en el combate, había una tristeza profunda en su porte, como si fuera un verdadero lobo solitario.
—Nora.
—Hermana.
—¿Qué haces aquí? Todos están buscándote desesperadamente. ¿No te sientes solo estando aquí, campeón?
Nora no respondió. Me acerqué tranquilamente y, levantando con cuidado el borde de mi vestido, me senté a su lado. Era un gesto poco decoroso, pero ni el momento ni el estado de ánimo eran adecuados para preocuparse por eso.
Una suave brisa de verano despeinaba nuestros cabellos mientras el palacio, teñido de un rosado atardecer, se alzaba en la distancia como en un sueño.
—El verdadero ganador eres tú, Nora. Sé que soltaste la espada deliberadamente al final.
Nora no lo negó ni lo confirmó, simplemente me miró con esos profundos ojos azul oscuro. Así que continué.
—No sé por qué lo hiciste, pero quería agradecerte. No solo por lo de hoy, también por todo lo que has hecho por Elias.
—Ese joven estúpido de cabello rojo, parece que le ha contado todo a la hermana. Y eso que le advertí que guardara silencio.
—No, no es que me lo haya contado…
—De todas formas, no ha sido nada grave. He resuelto el asunto de tu hermano, así que no te preocupes.
—No es que me preocupe mucho, es solo que me siento mal por haberte involucrado tanto en mis problemas.
—Para eso están los caballeros, para proteger a las damas en apuros.
Su comentario, pronunciado con ligereza, me hizo reír. Nora también sonrió y me miró fijamente, con una expresión que me resultaba extrañamente desconocida.
En momentos como este, es imposible no recordar cuán rápido pasa el tiempo, incluso si ya lo has vivido antes. El combate de hoy me hizo darme cuenta de que Jeremy y Nora ya no eran los niños que una vez conocí. ¿Dónde habrán ido esos niños que solían ser?
¿Dónde está el chico herido que yo conocía…?
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