⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Con un fuerte golpe, un cardenal de unos cuarenta años se levantó abruptamente del estrado.
—¡Esto es una blasfemia! ¿Y quién puede asegurar si en ese entonces se trataba de un amor maternal sublime o simplemente de una relación afectiva entre hombre y mujer?
—Parece que su Eminencia Duarte posee una sensibilidad extremadamente delicada, capaz de sentir esos ‘sentimientos ambiguos’ incluso hacia su propia madre.
—¿Acabas de decir todo lo que querías?! ¿Cómo te atreves a comparar a una madre que ha llevado a su hijo en su vientre con una madrastra que apenas le lleva uno o dos años de diferencia?
—¿Acaso estás insinuando que mi hermana, quien ama al príncipe heredero más que nadie, tampoco tiene la capacidad de ser madre?
—¡Eso no es lo que quise decir! Las circunstancias de Su Majestad la Emperatriz y las de la Marquesa Neuschwanstein son completamente distintas. La edad, y los cargos presentados… son muy diferentes.
—¿Y quién fue el primero en presentar esas acusaciones?
Esas palabras no fueron del Duque, claro está. Fue Jeremy, quien había estado sentado en silencio en el banco de los testigos, quien las soltó abruptamente. De inmediato, la atmósfera tensa en la sala se enfrió como si hubieran echado agua helada.
—Eso…
El cardenal, que había comenzado a responder triunfalmente, miró a Jeremy, cuyos ojos verdes brillaban intensamente, y se quedó sin palabras. No era para menos. Si las miradas pudieran matar, ese cardenal ya sería un montón irreconocible de carne destrozada.
Se dice que muy pocos conocen las verdaderas habilidades de los caballeros sagrados que, aunque no participan en torneos, son extremadamente devotos a la Iglesia. Incluso ellos observaban a Jeremy con una mirada de tensión aguda. A pesar de ser un testigo, desarmado, el aura peligrosa de este león enfurecido estaba clara para todos en la sala.
—Ejem, lo importante no es quién hizo la acusación. Este juicio trata sobre la idoneidad de la Marquesa Shuri Von Neuschwanstein como líder de su casa. Aunque no haya ocurrido nada hasta ahora, no podemos prever lo que pueda suceder. Si la Marquesa realmente tuviera la intención de seguir el legado de su esposo sin ningún interés propio, habría arreglado un matrimonio adecuado para su heredero tan pronto como alcanzara la mayoría de edad. Pero tanto ella como Jeremy aún están en la flor de la vida, y, sin embargo, ninguno de los dos ha establecido una relación normal con el sexo opuesto. Según las acusaciones, su relación parece más la de amantes que la de madre e hijo. ¿Tienes alguna objeción a esto?
—No sé qué decir. Si el simple hecho de no tener experiencias románticas es suficiente para ser acusado de incesto, entonces ocho de cada diez jóvenes del Imperio tendrían que lamentarse.
—Puede parecer cruel, pero no puedes comparar tu situación con la de aquellos que han crecido en un entorno normal.
—Comparado con ser el hijo ilegítimo de un clérigo, creo que mi entorno familiar es bastante normal.
Ante las palabras profundamente sarcásticas de Jeremy, los rostros de la mayoría de los cardenales, e incluso del papa, se volvieron pálidos de inmediato. No fue sorpresa que otro cardenal se levantara con indignación.
—¿A quién te atreves a blasfemar de esa manera?
—No mencioné nombres.
—¡Tú…!
Fue en ese momento cuando Elias, que había estado sentado junto a su hermano sin levantar la vista una sola vez desde que comenzó el juicio, también se levantó de repente. En medio del asombro de todos los presentes, Elias, con el rostro contorsionado por la rabia, lanzó una mirada feroz a la audiencia y rugió:
—¿¡Con qué derecho se atreven a juzgar a nuestra madre, con esas malditas fantasías retorcidas en la cabeza…?!
No tiene sentido repetir todos los insultos que Elias lanzó. No solo usó un lenguaje extremadamente inmoral y blasfemo, sino que tampoco se molestó en tener en cuenta las expresiones de los dignatarios presentes. No pasó mucho tiempo antes de que los caballeros sagrados lo apresaran y lo sacaran del tribunal.
—¿Es este el final de los testimonios?
El papa, con un gesto de profundo hastío, murmuró mientras chasqueaba la lengua. Uno de los cardenales levantó su mano izquierda, y poco después, una bella joven de cabello rubio atravesó la multitud desde la galería de espectadores y se dirigió con paso ligero hacia el banco de testigos. Era Rachel.
—Lady Rachel von Neuschwanstein, ¿has visto alguna señal sospechosa en la relación entre tu madre y tu hermano? Puedes hablar libremente aquí, ya que la Iglesia te protegerá. No temas, y dinos la verdad.
Uno de los cardenales, medio calvo, intentó persuadirla con tono suave. Sin embargo, Rachel no respondió de inmediato. Permaneció en silencio por un momento, juntando las manos como en oración y cerrando los ojos, pero pronto sus frágiles hombros comenzaron a temblar. Mientras los murmullos recorrían la sala, uno de los cardenales la instó con impaciencia, como si estuviera esperando justo ese momento.
—Parece que está muy asustada. No te preocupes, puedes decirnos la verdad sin miedo. En tu opinión, ¿cómo ves a tu familia…?
—Sniff… Mis disculpas, su Santidad, su Eminencia, y su Majestad el Emperador. Por favor, no nos quiten a nuestra madre. Si perdemos a nuestra madre por una farsa absurda como esta, tan ridícula como una novela barata, yo… ¡Sniff! Como bien saben, mi hermano y yo quedamos huérfanos a una edad muy temprana, y todos nuestros parientes nos dieron la espalda. Ella es la única persona que nos ha cuidado hasta ahora. Por favor, no nos quiten a nuestra madre. ¡Sniff, sniff!
—Pe-pero, joven dama…
—Dicen que la familia es algo que ni siquiera los lazos de sangre pueden romper. Entonces, ¿por qué nos imponen esta terrible prueba? ¿Por qué la misericordiosa Virgen y el Padre celestial son tan crueles solo con nosotros? ¡Perder a nuestros padres a una edad temprana ya fue suficientemente doloroso, sniff…!
Solo Jeremy y yo nos dimos cuenta. Rachel estaba actuando con una intensidad y habilidad extremadamente sutiles.
Mi pequeña dama nunca había sido del tipo que busca simpatía con lágrimas. De hecho, era sorprendente que no estuviera lanzando improperios en medio del juicio, como lo habría hecho Elias. Sin embargo, ver esas lágrimas en su rostro me rompía el corazón.
El ambiente en la sala estaba cada vez más cargado de compasión y confusión. Varias damas de la nobleza comenzaron a secarse las lágrimas con sus pañuelos, y varios hombres hacían gestos como si también quisieran sacar los suyos. Si no fuera por el caballero que, siguiendo las órdenes de un cardenal, se acercó cuidadosamente para guiar a Rachel fuera del estrado, probablemente ella se habría desplomado en el suelo y empezado a llorar desconsoladamente.
—Ejem, ahora me dirigiré a la acusada. Lady Neuschwanstein, se le acusa de haber mantenido una relación que no puede ser considerada de madre e hijo con su hijo legal, Jeremy von Neuschwanstein, ya sea en lo físico o lo emocional. Dada su situación y el entorno en el que ha vivido, no es una acusación tan descabellada como podría parecer. ¿Tiene algún argumento en su defensa?
El mero hecho de que se hablara de un ‘vínculo emocional’ era absurdo. ¿Cómo se supone que se puede probar algo así? Además, ¿qué sabían ellos de mi vida? Sentía las innumerables miradas fijas en mí, pero me esforcé por mantener una expresión serena.
—No tengo nada que decir.
—¿Nada?
—Responder a tales acusaciones sobre una madre es algo que va contra la naturaleza misma, así que no tengo nada que rebatir. Pregunto a todas las madres que se encuentran en una situación similar a la mía.
El silencio se apoderó del tribunal. Una quietud gélida recorrió el enorme recinto, como si todos contuvieran el aliento. Finalmente, el cardenal que me observaba con una mirada inquisitiva se giró y habló.
—Santidad, solicito la comparecencia de un testigo.
—Se concede la solicitud.
Al sonido chirriante de la pesada puerta de mosaico abriéndose, miré para ver quién sería el testigo, al igual que los demás. Y entonces me quedé petrificada.
—Yo, Stella von Ighefer, juro ante el Padre y la Virgen que solo diré la verdad ante su Majestad el Emperador y su Santidad el Papa.
—¿Quién es ella? —preguntó el Emperador, visiblemente sorprendido.
—El testigo es la Vizcondesa Ighefer, madre de la Marquesa Von Neuschwanstein —respondió el cardenal que había solicitado su comparecencia.
—Según lo que sé, no ha habido contacto alguno entre la Marquesa y su madre desde su boda. ¿Qué tipo de testimonio puede ofrecer?
—Se nos ha informado que posee información relevante sobre el matrimonio de la Marquesa y las acusaciones actuales.
Una mujer de mediana edad con cabello grisáceo y ojos verdes avanzó con paso firme hacia el estrado. Era mi madre, la Vizcondesa Ighefer.
No podría haber un espectáculo más ridículo. Una madre que testifica contra su propia hija en un juicio por supuestamente mantener una relación inapropiada con su hijastro. Para quienes observan desde afuera, esto debe ser el entretenimiento más emocionante. ¿Qué le habrán prometido a cambio? Ahora entiendo cómo las cacerías de brujas de hace siglos pudieron sostenerse a pesar de ser absurdas.
—Información sobre su matrimonio y las acusaciones actuales… Me pregunto qué tan valiosa será la información de una madre que no ha tenido contacto con su hija en años —comentó el Duque de Nuremberg con un tono claramente despectivo.
Sorprendentemente, mi madre no mostró ni una pizca de nerviosismo. En lugar de ello, esbozó una sonrisa irónica y respondió.
—Es mi hija, la llevé en mi vientre. Aunque no la haya visto en años, ¿qué madre no conocería el corazón de su propia hija?
—No parece algo que diría una madre que está aquí para acusar a su hija.
—No vine aquí con esa intención. Solo deseo que mi hija vuelva al camino de la penitencia lo antes posible. Que deje de usar su belleza para atraer a los hombres a cometer los peores errores.
Mientras el Duque y el Emperador parecían visiblemente desconcertados por esas palabras, el papa mantuvo su expresión severa y formuló una nueva pregunta.
—¿Qué significa exactamente ‘los peores errores’?
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