⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—…Entonces, realmente estaba bajo la impresión equivocada de que ya lo sabías desde hace tiempo. Pero, aunque antes no fuera así, ahora nunca te confundiría con la difunta. Es la verdad.
—Yo también pensé que sabías algo. Además, mencionar eso, ya sea que lo supieras o no, me parecía una falta de respeto… Pero, hermana, ¿cómo es que mencionaste algo así?
—Yo… solo estaba hablando de lo que ha estado pasando, y de repente salió… ¿por qué te enfadas conmigo? ¡Todo esto es porque ustedes todavía se encaprichan con esa mujer astuta!
—¿A quién estás llamando astuta? ¡Y por qué sigues sacando a relucir cosas del pasado!
—¿Cosas del pasado? ¡Ja! ¿Cosas del pasado dices? Pues a mi parecer, sigue siendo algo muy actual.
—Para mí ya es cosa del pasado desde hace mucho tiempo.
¿Quién podría haber imaginado que los hermanos más poderosos del imperio estarían aquí, frente a mí, discutiendo y completamente desconcertados, sin saber qué hacer?
En cuanto a mí, me esforzaba por mantener una expresión seria mientras trataba de asimilar lo que acababa de escuchar.
Resumiendo lo que habían confesado la Emperatriz y el Duque de Nuremberg con una torpeza poco común: la difunta Emperatriz Ludovica y yo éramos increíblemente parecidas. Es decir, la primera esposa de mi difunto esposo, de la cual nunca había oído siquiera su nombre, resultó ser la Emperatriz anterior. Y por la reacción de ambos, parecía que la Emperatriz anterior también había sido el amor del Duque de Hierro.
El Emperador, el Duque de Nuremberg, y mi difunto esposo… los tres habían amado a una misma mujer, que resultaba ser la anterior Emperatriz. Y, aparentemente, yo era algo así como su reencarnación.
Ja… ya sabía que la razón por la que Johannes se casó conmigo era porque me parecía a alguien más, pero ahora que lo veo así, no sé qué pensar ni cómo sentirme. Ahora entiendo por qué tanto el Emperador como el Duque siempre fueron inusualmente indulgentes conmigo. Yo pensaba vagamente que era simplemente porque era la esposa de un amigo… También entiendo ahora por qué Elizabeth fue tan hostil hacia mí en su momento.
—Detengan esto.
Al hablar en voz baja, los dos, que estaban enfrascados en su discusión como si fueran leones pequeños peleando, detuvieron inmediatamente su disputa y, con una torpeza palpable, comenzaron a carraspear. Solté un suspiro.
—Ahora todo encaja. Ahora entiendo por qué todos me trataron de esa manera.
—Pero te digo que ya hace mucho tiempo que solo te veo como a ti misma. No sé cómo lo tomarás, pero desde el juicio de hace tres años, te he visto solo como tú misma.
—Claro, siendo honesto, puede que haya habido algo de eso, pero nunca te vi de esa manera…
—Les agradezco sus palabras, pero, honestamente, no me importa.
Interrumpí las excusas de ambos con un tono tranquilo, y Elizabeth parpadeó varias veces mientras el Duque, incómodo, volvió a carraspear. Era una escena digna de ser recordada.
No es que no me sintiera amargada. Por supuesto que lo estaba. Era doloroso darse cuenta de que la razón detrás del odio o la amabilidad de algunos hacia mí no era más que por mi parecido con otra persona. Y esa persona resultaba ser la difunta Emperatriz.
Sin embargo, al mismo tiempo, me di cuenta de que, sin la indulgencia del Emperador y el Duque, tanto en el pasado como ahora, las cosas habrían sido mucho más difíciles para mí. Si no fuera por ellos, me habrían quitado la jefatura de la casa durante el juicio, y en el presente, todo también habría sido más complicado. No solo para mí, sino también para los niños. Así que puedo verlo de manera más objetiva. Solo que…
—¿Saben de esto sus hijos?
Ante esta pregunta, Elizabeth asintió mientras el Duque negó con la cabeza.
—El príncipe heredero seguramente lo sabe. Puede ver el retrato de su madre en cualquier momento en los pasillos.
Ah, claro, el que decía que no recordaba el rostro de su madre. De verdad, es como el pastorcito mentiroso.
—Mi hijo probablemente no lo sepa. Prohibí que se hablara del tema en casa…
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Por mi esposa, claro… ¿O acaso pensabas que había colgado un retrato de mi antiguo amor en casa?
—Pues lo pensé.
—¡Hermana, por favor!
Entonces, eso significa que ni Nora ni Jeremy lo saben, pero Theobald sí. De alguna manera, me siento aliviada de que ni Nora ni mis hijos lo sepan. Sí, al menos ellos me ven por quien soy y son cariñosos conmigo. Así que está bien. Todo está bien…
A menos que la razón por la que Theobald decía estar enamorado de mí fuera simplemente porque me parezco a su madre biológica, lo que me lleva a preguntarme por qué no lo dijo antes. ¿Qué clase de persona es Theobald? También me intriga hasta qué punto estuvo involucrado en el reciente incidente junto con el cardenal Richelieu.
—Ah, por cierto, señora, quería agradecerle por el cuaderno que me envió. Estoy agradecido.
Mientras intentaba ordenar mi mente, el Duque de Hierro, que estaba encendiendo su pipa con cierta incomodidad, habló con seriedad, sus ojos azules brillando intensamente. Había olvidado por completo ese asunto.
—Entonces… parece que lo viste todo.
—Sí. Aunque me avergüenza un poco… ahora entiendo por qué insististe en que lo viera.
En sus ojos azules, mientras hablaba en voz baja, brillaba una luz amarga pero dulce al mismo tiempo. Y Elizabeth abrió sus ojos, igualmente azules, sorprendida.
—¿Cuaderno? ¿Qué es eso? ¿De qué estás hablando de repente?
—Puede que no lo sepas, hermana… pero hay algo de eso.
—¿Y no puedes contarme también a mí? ¿Cuántas veces te he dicho que no me gusta ese secretismo?
—Estás abusando de tu poder.
Si sumamos todos los eventos y circunstancias, está claro que Theobald tuvo mucho que ver en el distanciamiento entre el Duque y Nora.
Y si mi intuición es correcta, tal vez el príncipe Retlan también sea una víctima de un malentendido. Si el segundo príncipe realmente fuera tan irritable y caprichoso como dicen, sería imposible que él y Elias, con su carácter, se llevaran bien. Tal vez la pelea que tuvieron antes de mi regreso también se debió a un malentendido.
Ahh… si la Emperatriz Ludovica estuviera viva, seguro que habría dado docenas de golpes en la espalda de Theobald.
Theobald es sobrino del Duque de Nuremberg y el hijastro favorito de la Emperatriz, más querido que su propio hijo. Hasta hace poco, no me hubiera imaginado poder tantear a estos dos sobre este asunto, pero ahora las circunstancias han cambiado. Aunque el asunto del collar de diamantes podría malinterpretarse y merece esperar, la cuestión del incidente en el casino sí vale la pena investigarla.
El Ducado de Nuremberg ahora está aliado con nuestra familia, y también está involucrado el príncipe Retlan. Además, Jeremy y Nora fueron los que resolvieron ese incidente.
¿Realmente Elizabeth y el Duque no tienen ninguna sospecha? ¿De verdad no notaron nada extraño durante todo este tiempo? ¿Ni una sola vez?
… No, si fueran verdaderos padres, seguro que notaron algo. Sea cual sea la razón, decidieron cerrar los ojos y fingir no verlo.
Independientemente de las verdaderas intenciones de Theobald, ya no puedo permitir que continúe con sus impredecibles artimañas. No voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo arrastra a mis hijos junto a mí.
—Eh, señora…
—¿Por qué… ah… lo que quiero decir es que ahora realmente no hay nada de eso, así que puedes relajarte. Además, la persona en cuestión ya ha fallecido-
—Su Majestad, ¿acaso sabe qué pasatiempos ha estado disfrutando el príncipe Retlan recientemente?
Los dos pares de ojos azules se llenaron de asombro.
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—Si vamos a usar el encanto masculino, ¿no sería mejor usar una criada más joven?
—¿Y para qué necesitamos el encanto masculino en este momento?
—Creo que sería más fácil obtener una respuesta honesta que si lo hacemos a la fuerza.
—Estamos buscando a alguien que estuvo aquí hace cinco años.
—Ah, es verdad…
Mientras Jeremy se daba una palmada en la frente con un gesto de comprensión, Nora miraba la humilde casa de campo sin ningún signo de desesperación, como si estuviera de acuerdo en que ellos también podrían emplear el encanto masculino.
De cualquier manera, siendo la residencia de un Vizconde de provincia, era muy modesta en comparación con las casas de la capital, hasta el punto de parecer rústica. Aparte de la apariencia, todo el lugar se sentía desordenado y lúgubre. Era difícil creer que Shuri había crecido aquí.
—Pero, ¿qué clase de persona es el dueño de esta casa? Su esposa y su hijo haciendo semejante escándalo en la capital y él ni siquiera aparece.
—Está tan obsesionado con el juego que no le importa lo que pase en su casa. Ya te lo imaginas.
—Hoy espero que esté aquí. Parece que sería la forma más rápida de-
—Disculpen, señores, ¿quiénes son ustedes?
Los dos caballeros, que de inmediato se veían fuera de lo común, atrajeron la atención de una mujer baja, de mediana edad, vestida como criada, que se acercó con cautela a la puerta principal. Jeremy, sin molestarse por la interrupción, respondió directamente.
—Venimos de la casa del Marqués de Neuschwanstein. ¿Está el Vizconde Ighefer en casa?
Con esta breve introducción, la criada de mediana edad parpadeó, sorprendida, antes de poner una expresión que parecía a punto de desmayarse.
—¿Perdón? ¿De Neuschwanstein… es decir, vienen de la casa de la señorita Shuri?
—Resumiendo, sí. ¿El Vizconde está en casa?
—Nuestro señor no está en este momento. ¿Cómo está la señorita? ¿Está bien?
Jeremy y Nora intercambiaron una mirada antes de hacer la misma pregunta al unísono.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?
—¿Yo? Ya van 15 años, pero… ¿por qué lo preguntan?
—15 años… Entonces la has visto crecer desde muy pequeña.
El salón de la casa del Vizconde era pequeño pero decorado con cierta ostentación, aunque más que elegante o antiguo, parecía lleno de costosas decoraciones que habían sido compradas siguiendo las modas.
Mientras Jeremy observaba con fijeza un retrato del joven Vizconde, que no se parecía en nada a él, colgado en una de las paredes, Nora permanecía tranquilo, haciéndose cargo de las preguntas dirigidas a la anciana criada.
Lógicamente, Jeremy debería haber sido quien hiciera esas preguntas, pero desde el momento en que entraron en la casa, el joven león había permanecido en un incómodo silencio.
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