⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Así es. Serví a la señorita desde que tenía 4 años hasta que se casó. Pero… ¿de verdad está bien la señorita?
Nora se apoyó en el respaldo de la silla con un brazo y observó atentamente el rostro de la criada. Tenía una expresión amable y sus ojos eran claros y honestos. No parecía ser del tipo que adula torpemente o dice cosas solo para complacer.
—Podríamos decir que está bien. Parece que eran bastante cercanas.
—No, no puedo decir eso. No es que haya sido de gran ayuda para la señorita.
—¿Ayuda? ¿A qué te refieres?
—Es que la señorita no fue muy feliz aquí. Yo también tenía miedo de la señora y no pude ser de mucho consuelo para la joven.
La criada bajó la cabeza mientras hablaba en voz baja, y un destello de amargura pasó por su rostro arrugado. Parecía una respuesta bastante honesta.
—¿La Marquesa ha visitado esta casa alguna vez desde que se casó?
—Solo una vez… creo.
—¿Cuándo fue?
Jeremy, que había estado dejando que Nora llevar la conversación, de repente se inclinó hacia adelante y lanzó la pregunta en un tono casi amenazante. La criada, asustada por la actitud agresiva, parpadeó antes de responder titubeante.
—Fue, bueno… debe haber sido hace unos cinco años, en invierno. Sí, fue el año en que se casó.
—¿Vino sola?
—Sí, vino sola, muy temprano en la madrugada, atravesando una tormenta de nieve. Recuerdo que todos nos sorprendimos porque no avisó de su llegada.
El rostro de Jeremy comenzó a endurecerse lentamente. Nora, observando su expresión, hizo otra pregunta.
—¿Recuerdas cómo estaba la Marquesa en ese momento?
La criada del barón empezó a mostrar una expresión de creciente incomodidad. No parecía estar tratando de ocultar algo, sino más bien luchando por contar la verdad.
—Si tratas de ocultar algo o dices aunque sea una pequeña mentira, no vivirás para ver el amanecer de mañana. Dime exactamente cómo estaba la Marquesa y por qué vino aquí de repente.
—¿Cómo podría mentir en una situación como esta? Es solo que… la señorita estaba en muy mal estado ese día.
—¿En mal estado?
La voz de Nora era extremadamente tranquila, pero tenía una intimidación que no se podía ignorar.
La criada miró nerviosamente a los dos caballeros, y luego, con una mirada decidida, continuó hablando.
—No sé los detalles de lo que pasó, pero la señorita parecía terriblemente asustada cuando llegó de repente esa madrugada. Estaba llorando.
—¿Llorando?—
—Sí. Se aferró a la señora cuando salió de la cama, rogándole que no la dejara volver. Fue un gran escándalo. No sé qué le había pasado, pero parecía fuera de sí. Nunca antes la habíamos visto así, ni siquiera cuando se fijó la fecha de su boda…
—…
—No escuché los detalles, pero recuerdo que la señora se enfadó y le gritó que se calmara y regresara. Era muy tarde y, después de mucho esfuerzo, logramos calmarla, ayudarla a desvestirse y meterla en una bañera de agua caliente…
Jeremy permaneció completamente inmóvil, sin quitarle los ojos de encima a la criada. Apenas respiraba. Nora, manteniendo una calma notable, continuó preguntando lentamente.
—Y después, ¿qué pasó?
—…Lo siento mucho. No sé cómo lo tomarán…
—Solo dinos la verdad. ¿Estaba herida?
Los ojos de la criada se agrandaron, sorprendidos, como si se preguntara cómo lo habían adivinado.
—Sí. No sé qué le había pasado exactamente, pero, además de las cicatrices en su cuello, sus pantorrillas estaban cubiertas de moretones y cortes, como si hubiera sido severamente golpeada. Nosotros, los sirvientes, no podíamos entender quién podría haberle hecho algo así a la Marquesa…
—…
—Al amanecer, llegaron personas de la casa del Marqués en la capital, y así terminó el asunto. La señorita, como si nada hubiera pasado, se fue con una expresión vacía, como una muñeca. Ese fue el último día que la vi.
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El sol descendía lentamente, tiñendo el paisaje del campo de juncos con una luz rosada que hacía la escena parecer tranquila y cálida. El fresco viento del este desordenaba el cabello de ambos. Los caballos, que pastaban tranquilamente, levantaron la cabeza para mirar a sus dueños.
—…Así que no estaba mintiendo. Ni esa mujer ni los otros sirvientes contradijeron su versión.
—…
—¿No crees lo mismo? ¿No vas a decir nada?
—…
—Así que es cierto que Shuri regresó aquí hace cinco años. Dicen que lloraba. ¡Dios, dicen que alguien la golpeó! ¿Quién más pudo haber sido? ¡Solo hay una persona capaz de hacerle eso!
—…
—Maldita sea, ¡dijeron que fue cierto!
El grito furioso de Jeremy resonó en el campo de juncos, extendiéndose con fuerza.
Mientras Nora observaba con una mirada ausente, Jeremy se dejó caer en el suelo cubierto de maleza, agarrándose la cabeza con las manos. Sus hombros temblaban violentamente mientras lágrimas incontrolables fluían de sus ojos verde oscuro.
—Todo… todo es cierto… Dicen que vino aquí sola, temblando de miedo. Llorando, suplicó que no la hicieran regresar…
—…
—Mira, mi padre nunca nos puso una mano encima. Ninguno de nosotros recibió ese trato de él. Entonces, ¿qué significa esto? Mi padre siempre estaba al lado de Shuri, tan pegado a ella que nosotros, de niños, nos poníamos celosos. Pero entonces, ¿en qué se diferencia eso de tener una simple mascota?
—Jeremy.
—¿En qué se diferencia mi padre de esa familia del Vizconde? ¿Qué fue realmente diferente para ella? Debió ser tan horrible que ni siquiera puede recordarlo ahora. Y si eso no es todo… entonces yo, ¿qué soy?
Nora no dijo nada. ¿Qué podría decir en una situación así? Solo apoyó en silencio una mano en el hombro de su amigo, que lloraba incontrolablemente. Sus propios ojos azules, complejos y sombríos, reflejaban el caos de la situación.
El cielo ya se había teñido completamente de púrpura. Era hora de irse.
Nora observó a su amigo, que seguía sin calmarse, antes de levantarse y dirigirse hacia el carruaje estacionado detrás de la colina. Tan pronto como abrió bruscamente la puerta, la Vizcondesa, que estaba atada al asiento, se sobresaltó. Parecía querer gritar, pero solo podía emitir gemidos ahogados, pues tenía una mordaza en la boca.
—Gracias por la información. Pero, señora Ighefer…
—…Mmm, mmm…
—Dijiste que no viste bien la cara del sacerdote que se te acercó, ni sabías quién era, ¿verdad?
—Mmm, mmm…
La Vizcondesa, que luchaba desesperadamente, asintió vigorosamente con la cabeza. Nora, observando sus grandes ojos verdes, que se parecían tanto a los de alguien más pero a la vez eran tan diferentes, habló con una frialdad escalofriante.
—Entonces lo siento, pero tendrás que morir aquí.
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Logré regresar justo a tiempo para la cena. El príncipe Retlan, que evidentemente había pasado la mitad del día disfrutando en nuestra mansión, estaba a punto de partir hacia el palacio real.
—¡Buenas noches, Lady Neuschwanstein!
—Vaya, ¡qué adormecida tengo el brazo! ¿Por qué llegas tan tarde?
Retlan y Elias, quienes me saludaron mientras se frotaban el brazo, parecían tan cercanos que casi olvidaba las tensiones del pasado entre ellos. De alguna manera, me sentí un poco culpable hacia Retlan y le dediqué una sonrisa.
—Hola, su alteza. ¿Por qué no se queda a cenar?
—No, mi madre me está esperando, será para la próxima. ¿Le parece bien?
Así que es por eso. Viendo al segundo príncipe hablar animadamente mientras se sorbía la nariz por la sinusitis, sentí una pequeña punzada de culpa. Aunque, al ser algo del pasado, probablemente Elizabeth no lo castigaría por el asunto del casino, ¿verdad?
Cuando le conté a Elizabeth y al Duque de Nuremberg lo que realmente había ocurrido en el casino, ambos se quedaron sin palabras durante un buen rato, sorprendidos. Pensé que podrían enfadarse y acusarme de intentar desprestigiar al príncipe heredero, pero quizá por el shock o porque sus propios hijos eran testigos, solo me preguntaron si podía localizar al propietario del casino, que era mi hermano. Les respondí que estaba en su búsqueda, y era verdad.
Desde el juicio, mi madre había desaparecido, y mi hermano también era difícil de rastrear, así que había enviado a algunos de nuestros mejores caballeros a buscarlos a ambos. No solo a ellos, también a mi padre, de quien no sabía nada desde hacía tiempo. Si las personas de mi familia seguían siendo una trampa para mí, tenía que encontrarlas y asegurarme de que no volvieran a causarme problemas.
Estaba segura de que tanto Elizabeth como el Duque tenían muchas cosas en mente. Qué conclusiones sacarían de lo que les había contado dependía completamente de ellos.
Pensando en esto, aparté la vista del príncipe Retlan y me centré en mi segundo hijo, que, como un potrillo indomable, estaba lleno de energía.
—¿Dónde está tu hermano?
Pregunté sin pensar mucho, pero, como esperaba, Elias puso una expresión de resignación.
—¿Cómo voy a saberlo? ¿Por qué siempre preguntas por él? ¡Es increíble!
—¿Cuándo lo he hecho? ¿Estás celoso otra vez? Oh, ¿estás molesto, mi querido Elias?
—¡No, no estoy celoso! ¿Por qué me tratas como a un niño?
—¡Te trato como a un niño porque te comportas como uno!
—¡Esto es discriminación! ¡Príncipe Retlan, mire cómo me tratan aquí!
—Hum, comprendo tu dolor. Supongo que las madres sólo pueden querer a sus hijos mayores.
—Entonces, ¿por qué tuvieron más hijos?
¡Como si yo los hubiera tenido! Sacudí la cabeza y me dirigí a mis aposentos para cambiarme de ropa, cuando Robert vino a buscarme. Nuestro leal mayordomo tenía una expresión ligeramente inquieta mientras me decía:
—Señora, tiene una visita.
—¿A esta hora? ¿Quién es ahora?
—Es Su Eminencia el Cardenal Richelieu.
Mis manos se detuvieron automáticamente al quitarme el broche de peridoto.
¿Quién se ha presentado voluntariamente?
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