⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¿Por qué es necesario correr para aprender esgrima?
—La resistencia es la base fundamental de cualquier arte marcial. Si Su Alteza empuñara la espada desde el primer día, considerando lo débil que es su condición física…
—Pero soy más o menos bueno disparando con arco, así que mi fuerza no debe estar tan mal, ¿no? Aunque sea, algún entrenamiento sencillo…
—Disparar un arco y empuñar una espada son cosas completamente diferentes. Entiendo que desee empuñar la espada de inmediato, pero si lo hiciera en su estado actual, estaría enfermo en cama durante varios días.
—Pero…
—Deje de quejarse y corra. Cinco vueltas.
Ante esta orden tajante, el príncipe de quince años no se atrevió a protestar más y comenzó a correr por el campo de entrenamiento de la guardia, bien pulido. Jeremy, que lo observaba seriamente con los brazos cruzados, finalmente se echó a reír.
—Ah, me recuerda a cuando era pequeño. Cuando comencé a aprender esgrima, corría como un loco. ¿Qué tal se siente ser el maestro del príncipe?
—¿Quién te ha dicho que soy su maestro? No me fastidies. Solo le estoy dando un poco de ayuda.
—De cualquier forma, es sorprendente lo obediente que es. Ojalá mi hermano menor fuera así de adorable.
—Si tu salvaje hermano se volviera obediente, sería algo difícil de ver.
—Es verdad. Ah, por cierto, ¿has oído hablar de la Campana del Silencio?
Ante este cambio abrupto de tema por parte de Jeremy, Nora, que observaba cómo Retlan ya estaba jadeando después de solo dos vueltas, frunció el ceño.
—¿Quién no ha oído hablar de él? ¿Pero por qué lo preguntas?
—¿Sabes algo más sobre él?
—Bueno, aparte de lo que es de dominio público, que tiene la boca sellada y que es un joven cardenal muy querido por el Papa. ¿Por qué? ¿Es que fue él quien organizó ese circo de juicio?
—Aún no lo sé, pero viendo que apareció para hablar con Shuri, me parece bastante sospechoso.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Cuando estábamos en la audiencia con el príncipe heredero. No sé qué le dijo a Shuri, ya que ella no mencionó los detalles, pero por lo que pude ver, definitivamente parece estar involucrado. Aunque no sé por qué.
¿La razón…? Nora se quedó pensativo, frotándose la barbilla. De repente, un recuerdo fugaz le vino a la mente: la imagen del joven cardenal hablando extensamente con Shuri en el banquete del aniversario de la fundación.
Por su parte, Jeremy, al malinterpretar el silencio de su amigo, se acercó con cautela y murmuró en voz baja, mientras lo observaba de reojo.
—Solo pensé que tal vez tú sabrías algo más, pero si no te apetece, no tienes por qué hablar con tu padre. Aunque, sorprendentemente, parecía ser un hombre bastante razonable…
—¡Cállate, imbécil! ¡Ya estoy lo suficientemente irritado con todas las cosas sospechosas que pasan!
—¡Vaya, qué susto! ¿Qué? ¿Sospechoso de qué?
—¡De repente está haciendo cosas que nunca antes hacía! Solo con lo que hizo con ese novato ya es suficiente para pensar que o se ha tomado algún tipo de droga, o tal vez ya se le está yendo la cabeza. ¡Maldita sea, esta mañana me saludó! ¡No lo puedo creer! ¿Qué demonios está tramando?
Normalmente, no se consideraría un signo de locura o intriga que un padre saludara a su hijo por la mañana, pero en lugar de señalar eso, Jeremy intentó disculparse por haber sacado el tema, aunque solo lo intentó.
—En fin, hoy me quedaré en tu casa.
Nora, que había estado rechinando los dientes con los ojos llenos de furia, hizo esta inesperada declaración, lo que provocó que Jeremy frunciera el ceño al instante.
—¿Qué? ¿Mi casa es algún tipo de refugio? De todas formas, en tu casa no tienes que encontrarte con tu padre si no quieres…
—¿Sabes por qué tu casa sigue siendo tu casa?
—¿Qué…?
—La razón por la que tu salvaje hogar se mantiene cálido y acogedor es gracias a la encantadora dama que vive allí. Mi intervención ha sido crucial para que ella siga allí. ¿Y ahora pretendes que me quede sentado mientras tú vuelves a casa y te diviertes con tu hermana a solas? No puedo permitirlo. No, no lo permitiré bajo ninguna circunstancia. Preferiría morir antes de ver eso.
Jeremy se quedó mirando a Nora, completamente desconcertado, sin saber qué decir.
¿Acaso este tipo acaba de decir eso en serio?
Desde el juicio divino, este tema no había resurgido entre ellos dos. Había tantas cosas en las que pensar que ambos habían establecido una especie de tregua no verbal. Pero ahora…
—¡Nora, Nora! ¡Huff… huff! Yo, las cinco vueltas, ya…
Justo en ese momento, Retlan, casi sin aliento, gritó con una expresión suplicante, con sus ojos grandes y brillantes. De no haber sido por su interrupción, los dos caballeros habrían continuado su tenso duelo silencioso hasta el anochecer.
Mientras Nora mostraba una sonrisa cariñosa hacia su primo, Jeremy apenas murmuró unas palabras de saludo a Retlan antes de darse la vuelta y salir de allí como una tormenta.
Aunque no sabía qué oscuros planes pudiera estar tramando ese maldito lobo, Jeremy decidió que lo mejor era mantenerse pegado a su madrastra, que sin duda estaría parpadeando ingenuamente, sin sospechar de nada.
Apresurándose, se dirigía hacia allí cuando, de repente, fue interrumpido por alguien que no le resultaba para nada agradable. Más exactamente, intentó evitarlo desde lejos, pero dado que la otra persona, que además tenía una posición social mucho más alta, le saludó primero con una actitud descarada, no podía simplemente ignorarlo.
—No esperaba encontrarte aquí.
—…Ciertamente. A propósito, ¿cuándo planea Su Alteza visitar a mi madre junto a su hermano? Debería hacerlo cuanto antes, incluso hoy mismo.
Jeremy cruzó los brazos, lanzando su sarcástico comentario con una expresión muy mordaz. Theobald pareció titubear por un momento, pero luego volvió a sonreír con esa expresión suave. Jeremy comenzó a pensar que si el tipo frente a él no fuera el príncipe heredero, le habría borrado esa sonrisa de la cara.
—Bueno, ¿no te parece esto interesante?
—La cara de Su Alteza no me resulta en absoluto agradable.
—…Parece que aún no te das cuenta de quién es tu verdadero enemigo.
—¿Qué clase de juego de palabras es ese?
Tal vez al percibir el rastro de molestia en la cara del caballero rubio, el príncipe de cabello plateado suavizó un poco su sonrisa y adoptó una expresión ligeramente más seria.
—¿Sabes por qué mi padre y mi tío son tan amables con tu madrastra?
—…¿Qué?
—Bueno, lo mismo va para tu amigo. Al parecer, el dicho ‘de tal palo, tal astilla’ tiene su razón de ser.
—¿De qué estás hablando exactamente…?
—Jeremy, ¿quieres que te cuente un dato interesante sobre nuestros padres?
Jeremy ahora lo miraba con una expresión casi asesina, pero Theobald seguía tan relajado como siempre.
—…No estoy particularmente interesado.
—Estoy seguro de que sí. ¿Sabes por qué tu padre se casó con tu madrastra?
—…
—¿Quieres que te muestre algo interesante?
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La mansión del Marqués de Neuschwanstein, bañada por el resplandor rosado del crepúsculo, parecía más un pequeño castillo de cuento de hadas que la llamada ‘Guarida del León’. Era raro encontrar una casa tan majestuosa y elegante que, al mismo tiempo, diera una sensación de calidez, incluso comparada con su propio hogar.
Bajando de la carroza, Nora apartó esos pensamientos amargos y notó algo inusual frente a la gran puerta de la mansión.
No era raro que los caballeros que custodiaban la entrada de la Guarida del León le lanzaran miradas desaprobatorias. Sin embargo, en ese momento, las ‘garras’ de Neuschwanstein no dirigían sus habituales miradas hostiles al joven lobo, sino más bien expresiones casi acogedoras. Tal vez el duelo de honor había influido en la opinión de los sirvientes de esa casa.
De todas formas, en lugar de devolver esas poco comunes expresiones amigables con una sonrisa cálida, Nora fijó su atención en un hombre de mediana edad, de aspecto desaliñado, que estaba sentado contra el muro de la entrada. Los caballeros de esa casa no permitirían que un vagabundo se tumbara allí, así que ¿quién sería aquel hombre al que solo observaban con cautela?
—¿Qué demonios es esto?
Al murmurar en voz baja, el hombre desaliñado, que apestaba a alcohol como si hubiera estado bebiendo desde el atardecer, abrió los ojos de golpe. El hombre de mediana edad, cuyo rostro le resultaba extrañamente familiar, parpadeó mientras miraba al joven que lo observaba desde arriba y, de repente, se levantó de un salto.
—¿Eres tú?
—¿Qué?
—¡Sí, eres tú! ¡Esos ojos azules te delatan! ¡Maldito seas! ¡Entraste a mi casa! ¿Dónde está mi esposa? ¿Dónde está mi hijo?
Los caballeros se movieron rápidamente para detener al hombre, pero Nora levantó la mano para detenerlos. Finalmente lo comprendió. Se parecía demasiado a ese inútil joven Vizconde.
—Así que es el Vizconde Ighefer.
—¡¿Te has dado cuenta hasta ahora?! ¡¿Quién te envió?! ¿Fue mi hija? ¡Maldito imbécil, con tu cara de parásito…!
El Vizconde Ighefer, ya sea por estar demasiado borracho o por estar realmente furioso, gritaba sin control, lanzándose hacia Nora sin tener en cuenta la diferencia de tamaño entre ambos. Nora, arrugando la nariz por el olor nauseabundo, retrocedió y, casi sin quererlo, le dio una patada al Vizconde, que se había vuelto loco.
—¡Ugh!
No lo pateó tan fuerte, y los caballeros presentes también lo habrían confirmado. El problema fue que el Vizconde estaba tan borracho que, al caer de espaldas, su cabeza golpeó de lleno la ornamentada puerta de hierro.
Con un sonoro ¡boom!, el ruido resonó por toda la entrada, y de inmediato comenzó a manar sangre de la cabeza del Vizconde, que gritaba de dolor. Justo en ese momento, el capitán de los caballeros y el señor de la casa aparecieron al pie de las escaleras que llevaban al patio.
—¿Qué está pasando aquí? ¡Aaaaaah! ¡¿Padre?!
Mientras Nora se quedaba petrificado, sin saber qué hacer, Shuri soltó un grito agudo y corrió escaleras abajo, horrorizada al ver a su padre tirado en el suelo con la cabeza ensangrentada.
—Her… hermana, yo… esto…
—¡¿Qué hacen ahí parados?! ¡Llévenlo adentro, rápido!
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