⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
No era raro oír los sollozos del segundo príncipe en el palacio de la Emperatriz. Desde hace mucho, el travieso segundo príncipe solía ser regañado severamente por la estricta Emperatriz Elizabeth. Los guardias, las doncellas y los sirvientes no se sorprendían en absoluto, limitándose a murmurar entre ellos sobre lo débil que parecía el príncipe, quien pronto alcanzaría la mayoría de edad.
Cuando Theobald fue al palacio de la Emperatriz, como de costumbre, para saludarla por la tarde, Retlan ya no estaba allí, aparentemente expulsado. Solo la Emperatriz, sentada sola en la mesa de té con una expresión extraña, lo recibió.
—¿Madre?
—…Ah, príncipe.
—¿Qué ha pasado? Escuché que Retlan fue severamente castigado de nuevo.
Theobald preguntó con aparente preocupación, pero Elizabeth no respondió de inmediato. En su lugar, lo miró fijamente, como si lo estuviera evaluando, con una mirada azul llena de ambigüedad. Theobald le devolvió la mirada con una tranquila sonrisa y se sentó frente a ella.
—Parece que algo la preocupa.
—…Preocupación. Solo estoy molesta porque esta mañana el Duque me dijo algunas cosas desagradables.
Theobald, que había extendido la mano hacia un plato de magdalenas, se detuvo por un momento. Fue solo un instante, pero notable.
Con sus ojos dorados y una sonrisa despreocupada, miró directamente a los ojos azules de su madrastra.
—¿Qué fue lo que le dijo?
—…Me enteré de que Retlan ha adquirido un hábito bastante desagradable. Parece que le contaste al Duque algunos detalles sobre el asunto. ¿Por qué no me lo mencionaste a mí primero? Me has dado un buen susto.
—Mis disculpas. Yo también me vi envuelto en la situación sin darme cuenta… Estaba pensando cómo explicárselo a Su Majestad. Es mi error.
—¿De qué tiene que disculparse el príncipe? En fin, ya hemos hablado, así que debería irse a descansar. El aire de la noche es frío, mejor que se acueste temprano.
La voz de la Emperatriz, aunque continuaba con suavidad, sonaba monótona y desprovista de emociones. Sin embargo, en sus ojos azules, bajo un velo de frialdad, se podía vislumbrar una leve inquietud, una sensación de déjà vu apenas perceptible.
Theobald, sin notar esto, se inclinó cortésmente y se marchó. Elizabeth, como si se hubiera quedado petrificada, se quedó sentada observando la figura del príncipe heredero mientras salía del palacio.
La expresión en su rostro no era la de alguien que acababa de descubrir algo nuevo, sino la de alguien que finalmente está enfrentando un viejo malestar, una sensación y duda latente desde hace mucho tiempo, que había estado oculta bajo la superficie.
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—¿De verdad es para mí?
…Cualquiera pensaría que nunca antes le había regalado zapatos a Rachel. Aun así, su reacción superó mis expectativas. Con los ojos verde esmeralda muy abiertos y la mandíbula casi en el suelo, Rachel estaba encantada, y verla así me resultaba gratificante.
—¿Y quién más en esta casa podría usarlos aparte de ti?
—¡Vaya…! ¿De verdad están hechos de cristal?
—Ten cuidado, querida hermana. Si no, podrían romperse bajo tu peso y… ¡Ay!
Mientras Elias, que tenía una habilidad especial para arruinar el buen humor de su hermana, se sobaba el hombro después de recibir un golpe, Rachel, por otro lado, estaba completamente emocionada. Sostuvo los zapatos, hechos especialmente con diamantes y vidrio, y los presionó contra sus mejillas, chillando de felicidad.
—¡Gracias, mamá! ¡Te quiero mucho! ¡Voy a usarlos todos los días!
—¿Y para nosotros no hay nada, mamá?
—¿Ni siquiera una carroza de calabaza?
—¡Esto es favoritismo! ¡Estás siendo parcial!
—¡Sí, es favoritismo!
Mientras Elias y Leon seguían quejándose con los labios fruncidos, Rachel, ya más calmada pero aún emocionada, suspiró con un toque de melancolía.
—Ojalá el príncipe Ali viniera al baile. ¿No crees?
—¡Ugh! ¿Todavía hablas con ese príncipe cabeza de maleza?
—¿Y por qué no? Estamos fortaleciendo nuestras relaciones diplomáticas, mejorando el prestigio de la familia, y nos estamos haciendo más amigos. ¿Cuál es el problema? Incluso me invitó amablemente a visitarlo en Safavid.
—Si vas a ese lugar tan caluroso, tu corsé se derretirá por completo.
—¿Y eso qué tiene que ver?
Hmmm, parece que Leon, que normalmente no pelea con su hermana gemela, estaba sintiendo celos. Los niños pueden ser tan complicados. Pero, dejando eso de lado…
—¿Cuál es la diferencia entre zapatos de vidrio y zapatos normales?
—¿El material?
¿Por qué ese tipo sigue rondando por nuestra casa? Mientras yo intentaba no pensar en ‘aquello’ durante los últimos días, Nora, en contraste, aparecía con su actitud habitual, relajada, bromeando con mi Jeremy. ¿Cómo se supone que debo reaccionar ante eso?
Ni siquiera es solo eso, ¡me siento increíblemente incómoda! ¿Será que él no se siente igual? ¿Soy la única que se siente así? Me dejó confundida, y luego actúa tan despreocupado, como si nada hubiera pasado. ¡Es tan descarado!
Esto me hace sentir como si estuviera exagerando por algo insignificante. ¡Qué exasperante! Definitivamente tengo que decir algo.
—¿Cuántas veces te he dicho que no pongas los pies en la mesa?
Ante mi comentario, Jeremy, que estaba riendo despreocupadamente con su amigo, se sobresaltó y bajó sus largas piernas con cautela. Nora, que estaba sentada de manera ejemplar, también pareció sobresaltarse por un momento antes de esbozar una sonrisa y dirigirle una mirada burlona a su amigo.
—¿Te inscribo nuevamente en clases de etiqueta?
—Cállate, cachorro. Ni siquiera es tu café el que estoy gastando. ¿Tu madre no te está buscando?
—Soy el hijo que abandonaron.
—Ah, cierto. Lo siento.
¿Por qué siempre terminan sus conversaciones así? Mientras yo soltaba un suspiro, Elias interpretó mi gesto a su manera, y con una expresión triunfante, soltó un rugido:
—¡Vete a tu casa, hombre de las sombras! ¿Sabes qué hora es y dónde estás? ¡Deja de rondar por aquí!
—¿Así es como le agradeces al caballero que devolvió a tu guardiana de forma segura a esta casa?
Ante la respuesta despreocupada de Nora, Elias se quedó sin palabras por un momento, pero pronto recuperó su confianza, como siempre.
—¡Eso es una cosa, pero esto es otra! ¡Nosotros lo habríamos resuelto de todas formas!
—¿Quién? ¿Tú? ¿O esos torpes caballeros tuyos?
—¡Oye! ¿A quién llamas torpes? ¡Nuestros caballeros son…!
—Parece que pronto habrá rumores diciendo que los hijos de Neuschwanstein son como gatitos salvajes ingratos. Ah, por eso dicen que nunca es bueno hacer favores.
—¿Qué… qué favor…?
—Ustedes parecen no entender el profundo significado de la palabra ‘hoja’, que en realidad hace referencia a la boca del tigre. ¿Con qué lógica piensan impedirme visitarlos?
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