⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
El actual soberano del reino de Safavid, Bayezit Pasha, era un hombre ya cercano a los sesenta años, que recordaba a un viejo y robusto árbol.
Naturalmente, tenía varios hijos, pero de los cinco hermanos mayores del príncipe Ali, cuatro murieron hace cinco años durante la Rebelión de los Príncipes, y el único sobreviviente se había retirado, obsesionado con la alquimia.
En resumen, el príncipe Ali era el único heredero legítimo que quedaba.
—Vaya, qué invitados tan inesperados.
En el salón del palacio de Safavid, o mejor dicho, ¿debería llamarlo sala de audiencias? Mientras Rachel descansaba en las habitaciones que nos habían preparado, nos encontrábamos reunidos con Bayezit, el príncipe Ali, Nora y yo en una sala que se parecía más a un lujoso salón de recepción que a una sala de audiencias. Bajo un techo adornado con hojas de oro, había un conjunto de sofás dispuestos en círculo, y allí estábamos, tomando té de dátiles.
A diferencia del príncipe Ali, que mantenía una sonrisa constante, el rey Bayezit tenía un rostro inexpresivo y difícil de leer, pero sus ojos, afilados como los nudos de un tronco, iban alternando entre mirar a Nora y a mí.
En cuanto a mí, tenía la vista fija en el gato dorado que dormía sobre los cojines ornamentados a los pies de Bayezit. De alguna manera, me recordaba a mi Jeremy.
—¿Me dijiste que eras el príncipe de Nuremberg? Te pareces mucho a tu padre. ¿Cómo está ese astuto Duque estos días?
—Gracias por su preocupación, está bien de salud.
—No diría que me preocupa en absoluto. Más bien, lo que me intriga es por qué el Emperador Maximillian ha enviado a estos dos famosos como sus emisarios.
—¿Famosos, decís…?
—La Marquesa de Neuschwanstein aquí presente fue la protagonista de ese juicio imperial, ¿verdad? Y tú, príncipe, eras su caballero de honor. Parece que no lo sabías, pero ambos son figuras bastante célebres. En todo caso, ahora que veo a la Marquesa en persona, entiendo por qué ocurrió todo aquello.
—Ese juicio fue simplemente una farsa del clero. Parece que ese hecho no es tan conocido, ¿verdad?
Por poco no me atraganté con el té. A pesar del calor del día, el ambiente se enfrió de repente. Sin embargo, la persona que había pronunciado esa sarcástica observación, Nora, mantenía una expresión completamente impasible mientras recibía con calma la aguda mirada del rey Bayezit. Después de un breve silencio, Bayezit volvió a hablar.
—Solo estaba elogiando la belleza de la Marquesa. Si mis palabras le han causado algún disgusto, me disculpo.
—No se preocupe. ¿Acaso su Majestad ha visitado el Imperio?
—Hace tanto tiempo que apenas lo recuerdo. Pero lo que sí me parece curioso es…
—¿Curioso, dice?
Mientras lo miraba con extrañeza, Bayezit nos observó con esa misma mirada penetrante durante un buen rato antes de cambiar repentinamente a un tono más frío.
—¿De verdad creen que no sabemos por qué el Emperador Maximillian ha enviado precisamente a la Marquesa como su emisaria?
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Si eres el hijo de una distinguida familia noble en la capital imperial, la ausencia de una madre, ya sea biológica o madrastra, no suele tener un gran impacto en tu vida diaria.
Especialmente si eres un joven con la sangre hirviendo, es probable que aproveches al máximo la situación de no tener a nadie que te frene. Podrías, por ejemplo, organizar fiestas libertinas durante días seguidos con todos tus conocidos, despedir a los sirvientes que no te caen bien, o cambiar la decoración de la mansión a tu gusto.
Era un día precioso. Una tarde otoñal en la que los suaves rayos de sol dorado envolvían los edificios de tonos rojizos.
En una tarde perfecta para disfrutar de cacerías y picnics con jóvenes damas llenas de energía y jóvenes caballeros ardientes, un joven que se quedara en casa añorando a su madrastra, que se encontraba en un país lejano, sería visto como bastante peculiar. Aún más si ese joven era un caballero admirado en toda la sociedad.
Para colmo, la persona que estaba sentada en el salón de la casa anexa no era una dama hermosa ni un joven de ojos llenos de admiración. Se trataba de un hombre de mediana edad, un peso pesado de la nobleza, conocido como el gran Duque de Hierro, cuyo nombre hacía sudar a cualquier joven noble.
Así era. En ese momento, Jeremy se encontraba sentado frente al fastidioso padre de su amigo, mientras su mente vagaba hacia pensamientos sobre la madre ausente.
—¿Estás interesado en saber qué está pasando exactamente en Safavid? ¿Eso es todo lo que querías al pedirme que viniera?
—¡No, no es que yo sea tan insolente…!
—Sí lo eres. Y para responder a tu pregunta, es un secreto de estado. Si estás tan interesado, pregúntale a tu madre directamente.
—Ah, por la forma en que lo dice, parece que no es tan secreto.
El Duque, que estaba encendiendo su pipa, se detuvo un momento. Sus ojos azules comenzaron a fruncirse poco a poco, y Jeremy se apresuró a continuar.
—La razón por la que insistí en que viniera no es solo esa.
—…Sir Jeremy. Dime de una vez por qué estás perdiendo mi tiempo.
¿Cómo era posible que Shuri pudiera tratar con este hombre tan quisquilloso con tanta facilidad?, pensó Jeremy mientras se tragaba su frustración y asentía obedientemente.
—Por favor, adelante usted primero, mi señor.
—¿Qué tipo de disparate es ese?
—¿No tiene muchas preguntas para hacerme? Soy tonto, pero no tanto como para no darme cuenta de eso.
—¿Qué demonios está pasando ahora…?
—Me refiero a tu hijo, o a tu sobrino que no lleva tu sangre. Pareces bastante complicado últimamente.
Un silencio momentáneo cayó sobre la conversación. Mientras Jeremy parpadeaba inocentemente con sus ojos verde oscuro, el Duque de Hierro, a través del humo de su pipa, miraba con frialdad con sus ojos azules.
—Te interesa mucho la vida familiar de los demás.
—Es que está muy relacionada con la mía.
—¿Estamos jugando a las veinte preguntas?
—Ejem, la verdad es que, hace un tiempo, gracias a Su Alteza el príncipe heredero, me enteré de algo bastante inquietante. Ya sabes, hay muchas personas que se parecen entre sí, pero me contó una historia sobre la trágica primera historia de amor de algunos de los amigos más cercanos de mi padre, incluida la de él mismo. No fue precisamente un relato dulce.
De nuevo cayó el silencio, pero, para sorpresa de Jeremy, el Duque de Nuremberg no se enojó. En lugar de eso, calmadamente apartó la pipa de sus labios y respondió.
—¿Y qué te dijo?
—¿Perdón?
—¿Qué te dijo Su Alteza mientras te mostraba el retrato de la Emperatriz Ludovica?
—Ah, ¿cómo supo usted…? Ejem, algo sobre ‘de tal palo tal astilla’ y cosas por el estilo. No fue un comentario muy agradable, la verdad. A mis ojos, mi madre era mil veces mejor. Además, mencionó que tanto usted como Su Majestad el Emperador habían mostrado interés en ella. ¿No es eso un poco ridículo? Ja, ja, ja…
—Eso te molestó, ¿verdad? ¿Sabe mi hijo algo de esto?
El Duque seguía mostrando una calma inesperada, lo que llevó a Jeremy a adoptar un tono más humilde, o al menos, menos insolente.
—No le he contado nada a su hijo. Y no, no es algo que realmente me preocupe. Sabía desde hace tiempo que el motivo por el cual mi padre se casó con mi madre, Shuri, tenía que ver con su primer amor. Pero, tanto usted como Su Majestad, no me parecen personas que se aferrarían a algo tan insignificante. No todos los amigos tienen personalidades parecidas. Es como comparar mi carácter ejemplar, que representa la caballerosidad, con el temperamento más salvaje de Nora.
A pesar de que el hijo de su viejo amigo estaba menospreciando a su propio hijo, el Duque decidió mantenerse sereno y maduro.
—Entiendo tus preocupaciones, pero para mí, los recuerdos del pasado son solo eso: recuerdos.
—Perdón si he sido irrespetuoso. Hay algo que no entiendo.
—¿Qué es lo que no entiendes?
—Si de verdad solo son recuerdos, me pregunto por qué ha favorecido tanto al príncipe heredero, que no lleva su sangre, sobre su verdadero sobrino, el príncipe Retlan. ¿Es solo por lealtad o por esos viejos recuerdos?
Por primera vez, los ojos azules del Duque se endurecieron, volviéndose gélidos. Para la mayoría, esa mirada sería suficiente para ponerles los pelos de punta, pero Jeremy siguió sonriendo con malicia. Podría decirse que había superado a su maestro.
—Ya que mencionaste mi primer amor… ¿Cómo va tu primera historia de amor?
El tono del Duque no permitía ninguna evasión. Jeremy lo miró, sorprendido por un instante, antes de bajar la mirada.
—En este momento, lo único que deseo sinceramente es que, quien sea ella, encuentre a un buen hombre, sea amada y viva feliz. Se lo merece, como bien sabe.
—Sir Jeremy, dime de una vez qué es lo que realmente quieres decir.
—Lo siento. Sé que si lo deseara, podría destruirme en un instante, ya que no soy más que un joven inexperto.
—Si intentara destruirte, tu madre me haría pedazos a mí. Pero, ¿por qué no eres más honesto? Tanto tú, como mi hijo, como el príncipe heredero, todos son jóvenes inexpertos.
Finalmente, Jeremy borró su sonrisa burlona y adoptó una expresión más seria y sincera.
—Perdón por mi atrevimiento. Aunque seamos jóvenes inexpertos, mi caballería está en juego en esta situación, así que no me queda otra opción que mostrarme directo.
—Si los caballeros realmente hubieran seguido la caballerosidad, no habría necesidad de crearla en primer lugar. ¿Qué es lo que te molesta tanto de la situación actual?
—Lo más importante en la caballería es el patriotismo y la lealtad al Emperador. Sin embargo, el futuro de este país, al que se supone que debo dedicarme, me está empujando a traicionar esos principios.
—El futuro de este país…
—Sí. No puedo jurar lealtad al país gobernado por el actual príncipe heredero. No puedo soportar la idea de que un hombre así se siente en el trono. Si por mí fuera, me desharía de él y del Vaticano cientos de veces y aún así no sería suficiente.
Estas palabras eran tan desafiantes que podrían haber provocado una tormenta instantáneamente. No solo eran audaces, sino casi temerarias. Se dice que cuando alguien está ausente, se le puede criticar, pero en esta ocasión, las dos personas presentes eran miembros cercanos de la familia imperial, una de ellas un noble leal desde generaciones.
Después de un largo y tenso silencio, el Duque, tras observar al joven rubio durante un buen rato con una expresión indescifrable, finalmente llegó a una conclusión con su temible juicio.
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