⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Cuando terminé de arreglarme y bajé al comedor, mi esposo ya había terminado de desayunar.
Por supuesto, no estaba sentado allí esperándome. Junto al sencillo set de té, sin ningún postre, había un montón de cartas apiladas. Al parecer, hoy ni siquiera tenía tiempo para ir a su despacho.
Me senté silenciosamente a la mesa para no interrumpirlo. Un silencio similar al de siempre nos envolvió.
Mientras esperaba que la comida estuviera lista, me dediqué a observar a Danel. Su cabello rubio, suave, estaba cuidadosamente peinado hacia atrás, sin tocarle la frente, como de costumbre. La camisa, abotonada hasta el cuello, no mostraba una sola arruga. Su rostro impecable, también como siempre, permanecía rígido.
Con la sensación de estar admirando una pintura, observé su frente recta, la nariz afilada que se extendía entre sus cejas y sus labios firmemente cerrados. Una belleza ordenada y estática. Era el pensamiento más común que uno podía tener al mirar a Danel Veloce.
…No importaba cuánto lo mirara, era exactamente igual a ayer.
—Hoy has llegado algo tarde, Laurea.
Danel dejó la carta que estaba leyendo. Sus largos dedos, que habían estado tanteando el papel, se dirigieron al tintero. Mi mirada siguió automáticamente ese movimiento.
Sus gestos al escribir con la pluma eran tan elegantes como una obra de arte, pero carecían de ese aire aristocrático que uno podría esperar.
La caligrafía era concisa y limpia, y su postura, recta hasta el punto de parecer rígida. Con un poco de perspicacia, cualquiera podría darse cuenta de que era un monje que había abandonado recientemente el monasterio.
Hasta ayer, había observado ese aspecto de Danel sin mucha emoción.
—Ah… Hoy simplemente no lograba despejarme. Creo que ayer monté demasiado tiempo a caballo.
Era mentira. La razón por la que no pude levantarme esta mañana fue porque había pasado la noche en vela.
Por culpa de ese hombre.
Incluso mientras partía el pan y lo mojaba en la sopa, toda mi atención estaba puesta en Danel. Mientras movía la pluma, su mano izquierda permanecía ordenadamente sobre el papel. Mis ojos seguían aquel movimiento sobrio, casi ascético.
Cada vez que su mano derecha mojaba la pluma en el tintero, los delicados dedos de su mano izquierda, tan finos como los de una mujer, se estremecían visiblemente. Era un viejo hábito suyo. Danel era más fuerte de lo que parecía y, al escribir, siempre aplicaba demasiada fuerza al sujetar la pluma.
Cuando usaba toda su fuerza en los brazos, era aún más notorio.
Crucé las piernas bajo la mesa. Apretaba mis muslos con fuerza, como intentando calmar un cuerpo que no dejaba de estremecerse.
Sentí cómo el calor se concentraba en mi vientre. El calor surgía de los lugares que su mano había tocado la noche anterior, y también de los que deseé que tocara. Todo mi cuerpo se encendía, sabiendo qué placer me inundaba cada vez que él aplicaba esa fuerza en mí. Lo deseaba con toda mi alma.
Mientras yo apenas podía tragar la comida, Danel seguía escribiendo cartas. Su actitud distante y los silencios abruptos en nuestra conversación eran exactamente como siempre.
Sin embargo, yo no podía evitar mirar con recelo al hombre que leía esas cartas con un rostro imperturbable.
Hoy de madrugada, este hombre se había masturbado mientras lamía mi vulva. Con esos elegantes dedos, empapados de mis fluidos.
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
Había pasado más de medio año desde que Danel dejó el monasterio, pero seguía levantándose antes del amanecer y acostándose al anochecer.
Su rutina comenzaba temprano y era agotadora, casi como un acto de disciplina. Trabajaba mucho y descansaba poco. Aun así, Danel se esforzaba hasta el agotamiento, como si fuera un hábito. Al parecer, la vida en el monasterio se le había quedado grabada.
De hecho, mantenía las mismas costumbres que tenía como monje. Abstinencia. Devoción. Castidad. Incluso seguía dedicando las mañanas y las noches a su única actividad de ocio en el monasterio: tomar té. La única diferencia era que ahora tenía una esposa con quien compartir esa costumbre.
Después de la cena, Danel y yo compartíamos un breve momento de té. Luego, subíamos al dormitorio más o menos a la misma hora para acostarnos juntos. Esa era la única rutina que teníamos como pareja.
Ni siquiera los días de inspección en las tierras eran una excepción. No importaba el plan, Danel siempre regresaba al castillo antes del atardecer. Después, tomaba té conmigo y, tras un tiempo fijo, subíamos al dormitorio. Todo en su vida era metódico, como medido con una regla.
Pero ayer fue diferente.
Danel, que había partido hacia el castillo de Lampry, no regresó a tiempo para la cena. Lo esperé hasta altas horas de la noche, pero solo llegó un sirviente con un mensaje: el trabajo se había retrasado más de lo esperado, y no podría salir hacia el castillo hasta la madrugada.
No fui al dormitorio hasta pasada la medianoche. Hacía mucho tiempo que no subía tan tarde. También hacía mucho tiempo que dormía sola en la cama.
Poco después, una criada trajo una taza de té caliente con mucha leche. Al parecer, lo había preparado porque no había cenado, ocupada esperando a Danel.
Pero esa noche no me apetecía tocar el té. No era por la ausencia de mi esposo; de hecho, nunca me había gustado el té. Solo lo tomaba para adaptarme a sus gustos.
Me quedé mirando la taza por un rato. Tan pronto como la criada salió, vacié el contenido en una maceta. Sentía que beberlo solo haría más evidente la ausencia de Danel.
Apagué las luces y cerré los ojos, pero no podía conciliar el sueño. No era porque la cama fuera demasiado grande o fría. Simplemente, parecía que el insomnio, que había desaparecido tras casarme con Danel, había regresado.
Tras dar vueltas en la cama durante un buen rato, me levanté y abrí bruscamente la puerta que conectaba con mi cuarto. Saqué un objeto que había guardado celosamente en el fondo de un cajón. Era la primera vez que lo usaba desde que me convertí en la esposa de Danel.
En la época en que estaba comprometida con Petios, el hermano mayor de Danel, a menudo usaba una talla de madera en forma de pene. Mi vida íntima con Petios no era insatisfactoria; de hecho, éramos bastante compatibles. Sin embargo, era un hombre débil, tanto que, tras una sola noche, necesitaba una semana para recuperarse.
Desde que me casé con Danel, no había necesitado ese objeto. Una sola vez al día, nuestro único acto como marido y mujer, bastaba para no echar nada en falta.
Regresé al dormitorio y me quité la ropa interior. Cerré los ojos y recordé nuestra noche de bodas.
En realidad, en aquel entonces no tenía grandes expectativas sobre Danel. Para ser sincera, entré en la habitación nupcial con la misma resignación que una novicia que ingresa a un convento.
Había mantenido una relación prolongada con Petios y estaba razonablemente satisfecha con él. En contraste, Danel era un hombre que había pasado la mitad de su vida en un monasterio. Incluso llegué a dudar si sabría qué hacer o dónde colocar lo necesario.
Sin embargo, aquella noche, por primera vez en mi vida, terminé desmayándome durante el sexo.
Cada vez que Danel movía las caderas o golpeaba las profundidades de mi interior, gritaba y me estremecía. Mis fluidos se derramaban como si me hubiera orinado encima, empapando las sábanas. Y aun así, cada vez que él rozaba mis paredes internas, más líquidos salían disparados. Fui lanzada al clímax varias veces hasta que finalmente perdí el conocimiento.
Cuando desperté a la mañana siguiente, pensé que había hecho un buen matrimonio. Aunque nuestra boda se había arreglado de forma apresurada después de que el hombre que fue mi prometido durante 15 años huyera una semana antes de la ceremonia, si algo que debía hacerse por obligación resultaba tan placentero, vivir así el resto de mi vida no parecía una mala idea.
Y en efecto, así fue. No, en realidad, fue más que satisfactorio. Tal vez demasiado, si juzgo por el hecho de que no pude dormir ni una sola noche sin él.
Después de forzarme a llegar al clímax una vez más, el sueño comenzó a invadirme. Decidí no devolver el objeto al lugar de donde lo había sacado, temiendo que eso me despertara, y simplemente envolví el artefacto de madera en un paño y lo empujé bajo la mesilla de noche. Por suerte, conseguí dormir un rato.
Aunque no por mucho tiempo.
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
—Ahh… mmm…
En medio del sueño, giré mi cuerpo. Algo blando y cálido envolvía mi clítoris, hinchado y prominente. Una sensación cosquilleante comenzó a extenderse entre mis piernas. Era una sensación extraña y desconocida.
A pesar de estar sumida en un estado de semiinconsciencia, la intensidad de la sensación me aterraba, así que intenté apretar las piernas. Sin embargo, no pude moverlas en absoluto. Mis muslos estaban firmemente inmovilizados por algo.
En ese momento, recobré la conciencia de golpe.
Antes de poder entender lo que estaba ocurriendo, una carne húmeda y resbaladiza invadió mi abertura ligeramente separada. Las paredes internas, completamente húmedas, se abrieron sin ofrecer resistencia.
—¡Ah…!
Un gemido escapó de mis labios. La carne blanda y húmeda movía las paredes internas de forma intensa. Una sensación completamente nueva se extendía por mi espalda como si fuera un incendio.
El calor que había estado agitándose en lo más profundo de mi abdomen se propagó instantáneamente por toda mi parte inferior. Quería gritar por la intensidad de la sensación, que era a la vez somnolienta y demasiado vívida. Las piernas atrapadas temblaban sin parar. No podía moverme en absoluto.
—Haah…
Fue entonces cuando un aliento caliente se esparció sobre mi vientre inferior.
Se me erizó la piel. Reconocí la voz.
¿Qué era esto? ¿Por qué estaba Danel aquí?
Las preguntas desordenadas inundaban mi mente. Saber que el hombre que se encontraba entre mis piernas en la madrugada era mi marido no me tranquilizó en absoluto, sino que me desconcertó aún más.
Un dedo largo se deslizó entre los pliegues de mi carne, explorando y moviéndose contra las sensibles paredes internas.
—Ahh… mmm… uhh…
Un gemido resonaba desde lo profundo de mi garganta. La forma obsesiva en la que frotaba y presionaba el interior me dejaba completamente aturdida.
Las yemas de sus dedos rozaron un punto extremadamente sensible dentro de mí. Una oleada de placer vibró desde lo más profundo, y un torrente de fluidos brotó de inmediato. Fue un clímax superficial, y sentí cómo mi clítoris, hinchado y tembloroso, se estremecía con intensidad.
Entonces, Danel retiró los dedos y volvió a hundir su boca entre mis piernas. El sonido húmedo y explícito de sus labios absorbiendo mis fluidos resonó de forma obscena en toda la habitación.
Esta vez, su lengua penetró en mi interior. La punta afilada de su lengua exploraba las paredes internas, que temblaban intensamente. Cada vez que rozaba el techo de mi vagina, sentía que estaba a punto de gritar.
Chlup, chlup.
Entre el sonido de las sábanas arrugándose y el crujido del colchón, escuché otro ruido. Era el sonido húmedo y rítmico de piel rozándose contra algo. Cuanto más rápido se hacía ese sonido, más agitada se volvía la respiración de Danel, quien descansaba sobre mi montículo.
—Urgh…
De repente, la mano que sujetaba mi pierna izquierda se apartó. Danel comenzó a moverse con violencia, sacudiendo la cama en el proceso. Fue entonces cuando finalmente entendí lo que estaba pasando.
Danel se estaba masturbando.
Estaba a punto de gritar. No podía creer que el hombre que succionaba mis fluidos con un sonido tan indecente no fuera otro que Danel Veloce, mi esposo. Y tampoco podía creer que él, que siempre había parecido un hombre tan casto, estuviera sacudiendo su miembro como una bestia que acababa de aprender a masturbarse. Si no fuera por la sensación tangible de su lengua dentro de mí, habría pensado que todo era un sueño.
Cada vez que intentaba retirar las piernas, Danel hundía su lengua más profundamente en mí. Su nariz presionaba contra mi clítoris, pidiendo más fluidos con insistencia. Las paredes internas temblaban y expulsaban aún más líquido en respuesta.
—Ahh… mmm…
Mis gemidos escapaban sin control. Una ola de placer abrasadora envolvía nuevamente mi cuerpo, dejando mi mente completamente en blanco. La textura y el calor de su lengua me empujaban una vez más hacia el clímax.
—Ahhh… ah…
Un zumbido resonaba en mis oídos mientras mi mente hervía en un éxtasis absoluto. Era un calor tan intenso que apenas podía soportarlo.
Danel continuaba pintando sobre mi montículo con su lengua, provocando un cosquilleo en mi vientre que se sentía como un deseo urgente de liberación. Me asustaba la idea de que algo pudiera salir de mí. Cuando tensé mis músculos para contenerme, sentí cómo los hombros de Danel se endurecían. Su cuerpo, sólido e inamovible, era imposible de empujar. Mis muslos temblaban de miedo.
Por suerte, justo antes de que gritara su nombre, Danel retiró la lengua.
Plop, plop.
El sonido de algo pesado cayendo sobre la cama llenó la habitación. Danel dejó escapar una respiración profunda, casi animal.
Fue entonces cuando el fuerte y penetrante olor de algo salado llenó mis sentidos. Rápidamente comprendí lo que era: un espeso y abundante flujo de semen.
Después de liberar todo en una larga y prolongada oleada, Danel apartó las sábanas empapadas y las arrojó fuera de la cama. Luego, con cuidado, se recostó junto a mí.
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