⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Danel miró por la ventana. Probablemente esta era la decimoquinta vez.
Danel Veloce era un hombre con una paciencia sobrehumana, pero en ocasiones actuaba como alguien que carecía por completo de ella. Principalmente, era por su esposa.
En ese momento, Laurea estaba sentada bajo la sombra de un gran árbol. En lugar de una alfombra, había extendido una manta y observaba el patio del orfanato. A su lado había una mujer desconocida. Era una de las viajeras que había llegado al castillo Lampry la noche anterior, es decir, justo un día antes de que Danel y Laurea arribaran.
La mujer, que llegó justo antes de que se cerraran las puertas del castillo, se hospedó en la posada más cercana a la entrada del castillo junto a su grupo. El nombre en el registro y en la identificación que presentó coincidía, y su acompañante parecía ser su esposo. Ninguno de los dos tenía nombres familiares para Danel.
Sin embargo, aquella mujer conocía a Laurea.
Según el caballero asignado a Laurea, la mujer se le había acercado en el momento en que Danel se dirigió al campo de entrenamiento que acababa de empezar a construir. La mujer esperó hasta que Danel se marchó por completo y solo entonces se aproximó a Laurea. El caballero, al verla saludar tan amablemente, supuso que la mujer era alguna voluntaria del orfanato.
El caballero empezó a sospechar algo cuando Laurea y la mujer caminaron hacia la colina detrás del orfanato. No solo la mujer parecía ser cercana a Laurea, sino que Laurea misma también parecía familiarizada con ella.
Fue entonces cuando el caballero comprendió la situación. Laurea había cambiado deliberadamente de ubicación.
La información llegó tarde a Danel. El ayudante comenzó a investigar la identidad de la mujer, y Danel se trasladó a un lugar desde donde podía ver a Laurea. Desde ese momento, miraba por la ventana cada dos páginas.
Danel observó los documentos frente a él con el ceño fruncido. Mientras revisaba los papeles, no pudo evitar pensar que Laurea había sugerido deliberadamente llevar nuevas dianas justo en esa época.
Si las cosas hubieran sido como siempre, él habría llevado a Laurea hasta la entrada del orfanato y probablemente se habría encontrado directamente con la mujer que deambulaba por allí. Tal vez incluso habría notado algo diferente en la reacción de Laurea y le habría pedido que se la presentara directamente.
Más allá de la ventana, Laurea estaba charlando con la mujer. Era la primera vez que Danel veía a Laurea conversando con alguien de esa manera. Laurea prefería montar a caballo antes que hablar con alguien.
O quizás no. Tal vez no era tan sorprendente después de todo. En el Condado de Veloce, no había otras jóvenes nobles de la edad de Laurea.
Lo mismo había ocurrido después de que Laurea se convirtiera en la dueña del castillo Lapezia. Se había casado bastante tarde, y las damas de su edad ya se encontraban en la capital. Era improbable que Laurea se integrara entre ellas, cuyo principal interés era crear las conexiones adecuadas para sus hijos.
En realidad, quien había obstaculizado la posibilidad de que Laurea hiciera relaciones cercanas había sido Danel. Era natural que fuera la primera vez que viera a su esposa comportarse de esa manera.
Cuando la mujer tomó la mano de Laurea, la puerta se abrió.
—Señor.
Danel giró la cabeza hacia su ayudante. Este cerró la puerta y se acercó, bajando la voz.
—Es una invitada de la Casa del Marqués Temesio.
—¿Familia? No la había visto antes.
—Es la hija del médico personal del Marqués Temesio. Se cambió el apellido al casarse, y la gente de su entorno la llama por su nombre de bautismo, así que tardamos en encontrarla.
Danel suspiró. Recordó la carta que Laurea había enviado al castillo del Marqués Temesio hacía unos días.
—¿Sigues interesada en los niños, Janna? Yo también estoy ayudando a renovar un orfanato recientemente. Es uno que construimos a las afueras del castillo Lampry, y probablemente lo visite la próxima semana.
—¿Janna era su nombre de bautismo?
—Así es.
Una carta tan específica, enviada a alguien que ni siquiera era familia, con detalles precisos de fechas y lugares. Tal como lo sospechaba, había enviado la carta para reunirse con esa mujer.
—Parece que, al haber acompañado a su padre al castillo del Marqués, la señora se familiarizó con todos en su familia. También se dice que ella y la señora han sido cercanas desde la infancia.
El ayudante lo reportó como si no tuviera mayor importancia. Pero en la mente de Danel, las cosas eran confusas.
¿Una amiga?
Por supuesto, Danel no sabía todo sobre su esposa. Pero al menos sabía que Laurea nunca había sentido apego por su familia.
Además, era la hija de un médico. Era difícil imaginar a Laurea, que ni siquiera había traído doncellas del castillo Lapezia, siendo cercana a la hija de un empleado. De hecho, ni siquiera parecía haber alguien particularmente cercano entre los invitados a su boda.
Como alguien que conocía bien a Laurea, o más precisamente, como alguien que había vivido su vida sin darle mucho significado a nada que no fuera Laurea, Danel se dio cuenta de inmediato de que algo no cuadraba.
Danel volvió a mirar por la ventana. El rostro ligeramente sonrojado de Laurea llamó su atención. Su expresión, generalmente impasible, parecía más relajada.
El ayudante, que notó dónde se dirigía la mirada de Danel, preguntó:
—¿Envió una doncella para que la asista?
Estaba preguntando si quería enviar a alguien para escuchar de qué hablaban.
Danel dejó escapar una risa seca. Laurea era indiferente a la mayoría de las cosas, pero eso no significaba que no supiera nada. De hecho, era más perceptiva de lo que parecía. Si una doncella apareciera bajo el pretexto de servir el té, Laurea se daría cuenta de inmediato de que Danel había enviado a alguien a escuchar su conversación. Por supuesto, se decepcionaría de él.
Aunque Danel sabía que aquella decepción no duraría mucho. La decepción de alguien era proporcional a las expectativas que tenía sobre la otra persona.
Laurea no tenía expectativas de nada ni de nadie a su alrededor. Lo mismo aplicaba para Danel.
—No, está bien. Déjala.
Y para ser sincero… Danel estaba disfrutando al ver a Laurea así.
Laurea era alguien que tendía a ser muy reservada. Apenas había personas con las que se sintiera lo suficientemente cómoda como para demostrar alegría. Por eso, verla con alguien con quien parecía compartir una intimidad propia de la amistad, y observar esa faceta de ella, era algo completamente nuevo para Danel. Y le gustaba tanto esa imagen que deseaba que continuaran conversando.
Observó y volvió a observar el rostro levemente sonrojado de Laurea. Se preguntaba de qué estarían hablando, cómo sonaba su voz cuando hablaba con alguien a quien podía llamar amigo, qué tipo de tono utilizaba… Todo eso despertaba la curiosidad de Danel.
Era un terreno al que rara vez podía acceder, un aspecto de Laurea que le era desconocido y, por tanto, imposible de descifrar.
Hubo un tiempo en que aceptar que jamás podría conocer cada parte de Laurea le resultaba insoportable. Le dolía profundamente verla formar vínculos con otros y que esos vínculos provocaran un apego hacia ella. Fue un periodo lleno de angustia y sufrimiento.
Sin embargo, aquella época de celos hacia otras personas había quedado atrás. Era algo que había experimentado durante toda su vida, hasta volverse insensible. Ahora, aunque aparecieran nuevas brechas que no podía llenar, ya no se sentía enfadado.
Claro que había un dolor al que nunca logró acostumbrarse, uno que permanecía incrustado en forma de odio.
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
Antes de dirigirse al hospital, Danel echó un vistazo hacia el orfanato. El árbol bajo el cual Laurea había estado sentada poco antes ya estaba vacío. Ahora, ella y otra mujer caminaban por el sendero que bordeaba la muralla.
Danel recorrió lentamente con la vista el camino que ella había tomado. Era una distancia que le resultaba familiar. Excepto en los días en que pasaba todo el tiempo escondido entre la maleza, al punto de que incluso los pájaros se acostumbraban a su presencia, Danel solía mantener ese mismo espacio entre él y Laurea mientras la observaba.
Desde esa distancia no podía distinguir las expresiones de Laurea, pero podía saber de dónde venía y hacia dónde se dirigía. Por eso, no le desagradaba mantener esa distancia. Después de todo, incluso cuando la observaba de cerca, rara vez podía adivinar qué estaba pensando.
Pero aquel día, Laurea miró en su dirección. El viento apartó sus mechones de cabello castaño, dejando al descubierto su frente redondeada. Probablemente, sus ojos verdes también brillaban con intensidad.
Danel entrecerró los ojos y la observó. Por más que se esforzó, no logró distinguir la expresión de su esposa. Tal vez ni siquiera estaba mirando hacia él.
Esperó bajo el toldo, aguardando como siempre que Laurea se diera la vuelta y continuara su paseo sin siquiera notar que él estaba allí.
Sin embargo, esta vez, Laurea no se marchó de inmediato.
En cambio, levantó la mano y saludó en su dirección. Danel la miró durante un largo rato antes de devolver el saludo, moviendo la mano lentamente. Solo entonces Laurea se giró y reanudó su camino.
Danel permaneció inmóvil en su lugar hasta que Laurea desapareció por completo de su vista. Thump. Thump. Thump. Un sonido sordo resonaba en su cabeza, provocado por los latidos de su corazón, tan fuertes que no podía dar ni un paso.
Pasó un buen rato antes de que empezara a caminar con rapidez. Estaba feliz. En momentos como ese, casi podía creer que Laurea lo amaba, y esa ilusión lo llenaba de alegría. Aunque sabía que ese engaño solo lo hacía más miserable, Danel no se molestaba en despertar de su sueño. Después de todo, aferrarse a un poco de esperanza era algo a lo que estaba acostumbrado, incluso si eso significaba hundirse más en el lodo.
Al entrar en el hospital, un fuerte olor a quemado llenó el aire. Era el aroma de hierbas que se quemaban para purificar el ambiente. El humo, que probablemente llegaba hasta lo más profundo de los pulmones, no lograba purificar a Danel. De eso estaba seguro.
No era solo el humo. En el hospital había decenas de ventanas grandes y pequeñas, reflejo de la creencia de que la luz del sol podía purificar la mente enferma. Pero para Danel, la luz del sol no hacía más que agravar su herida, llevándolo hasta ese estado actual.
Siguiendo un camino conocido, Danel se dirigió hacia el interior del hospital. Aunque parecía un pasillo común y corriente, contenía rutas hábilmente escondidas. Al atravesar puertas dobles y subir o bajar escaleras, se llegaba a varias habitaciones ocultas, inaccesibles para la mayoría. Oficialmente, eran salas de aislamiento para pacientes con enfermedades contagiosas.
La habitación que buscaba Danel estaba en lo más profundo. Era un cuarto sin ventanas, donde no entraba ni un rayo de luz. Solo contenía una cama, una pequeña mesita y un gancho donde colgaban bolsas de hierbas.
Había dos razones principales por las que Danel construyó un hospital así en el castillo de Lampry. La primera era que, tras el paso de una epidemia, las finanzas de la región estaban al borde del colapso. La segunda era que la causa de esa ruina había sido algo trivial.
Cuando la epidemia comenzó, uno de los pacientes era un niño pequeño. Sus padres, preocupados, se colaron en la zona de aislamiento, y el Barón Rodio se enteró mucho después de lo sucedido.
La enfermedad que los padres contrajeron se extendió rápidamente por todo el castillo. La población de Lampry se redujo a un tercio, y el Barón quedó al borde de la bancarrota. Así que cuando Danel propuso construir ‘un hospital con una zona de aislamiento perfecta’, el Barón no dudó en aceptar.
El lugar donde yacía Petios Veloce era una de esas salas.
Danel cerró la tapa de una vasija de cerámica que liberaba humo. Era una planta alucinógena tóxica que se quemaba constantemente en esa habitación. El agua que descansaba en la mesita estaba hecha de frutos venenosos hervidos. Incluso si ese hombre despertaba, probablemente no recuperaría la lucidez por un tiempo.
Danel miró lentamente el rostro del hombre dormido. Petios había adelgazado considerablemente, probablemente debido a la restricción de nutrientes. Sin embargo, no moriría. Danel se estaba esforzando mucho para mantenerlo con vida.
—Despierta ya, hermano —susurró Danel—. Debes morir solo antes de que yo lo queme todo.
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
Semanas atrás, Laurea había ido a buscar a Danel a la biblioteca.
—Quiero trabajar.
—¿Qué tipo de trabajo desea hacer?
—El que originalmente debería estar haciendo. Hasta ahora, tú has hecho todo. Ya sea redecorar el castillo o preparar presupuestos para otros territorios, quiero dividir el trabajo en algo que pueda manejar.
Los ojos verdes que lo miraban directamente hicieron que Danel se sintiera incómodo. Tal vez porque rara vez tenían un contacto visual tan directo, cada vez que Laurea lo miraba así, él quería huir.
Sin embargo, en aquel momento, sin darse cuenta, se quedó observándola fijamente. Había tantas cosas que quería decirle.
¿Si haces esto aquí, significa que vas a pasar por alto todo lo que he hecho? ¿Incluso el hecho de haber asignado a otra sirvienta? ¿El haberte confinado prácticamente en este castillo?… ¿El haberte arrebatado?
Con esos pensamientos miserables, cerró los ojos. En lugar de expresar lo que pasaba por su mente, empezó a repasar los eventos que tenía programados.
Últimamente, Danel había aislado intencionalmente a Laurea del exterior. Como resultado, su relación era más fría de lo habitual. Si en esta situación su esposa hacía tal petición, seguramente tenía una razón importante.
Sin embargo, Danel estaba dispuesto a conceder lo que pedía. Porque Laurea lo deseaba.
—Es momento de enviar un regalo a Tyr.
—¿El territorio del señor Modiano? —preguntó ella.
—Sí. He oído que su segunda hija celebrará un cumpleaños con una fiesta. Aunque no es necesario asistir, ya que buscan un pretendiente, sería bueno mostrar que los apoyamos. Como sabes, el señor Modiano fue…
—Uno de los que buscaban a Petios en lugar del Conde.
Danel observó atentamente la expresión de Laurea. Su rostro no mostraba emoción alguna. Al parecer, ya no le resultaba doloroso mencionar el nombre de Petios.
—¿Cuánta consideración deberíamos mostrar?
—Decide lo que creas conveniente. Eso también forma parte del presupuesto.
Al escuchar esas palabras, Laurea esbozó una pequeña sonrisa.
—Está bien. Para ser mi primera tarea práctica, no está mal.
En ese momento, Danel quiso decirle más cosas. Quería recordarle que incluso después de aquel matrimonio humillante tras la huida de su prometido, ella siempre había preparado los banquetes y cumplido con sus deberes. Que incluso los caballos que organizó para los huérfanos eran un mérito suyo. Que no todo lo había hecho él solo, como ella pensaba.
Sin embargo, se quedó en silencio, pensando en cómo evitar que esas palabras sonaran como condescendencia. No quería ser arrogante. Lo único que deseaba darle a Laurea era afirmación.
Laurea no era una persona sin ambición; solo estaba agotada. Estaba seguro de que después de completar esta tarea, podría confiarle responsabilidades más importantes. Siempre había sido alguien que encontraba cierta satisfacción en resolver problemas difíciles.
Al menos, lo fue antes de que ese hombre destruyera su última chispa de esperanza.
Afortunadamente, Laurea no pareció extrañada por el repentino fin de la conversación. Más bien, satisfecha con la respuesta, salió del despacho. Desde el principio, probablemente no esperaba nada más que su permiso.
Conteniendo la respiración, escuchó los pasos de su esposa alejándose. Danel pensó que la situación era irónica. Quería cumplir todos sus deseos, pero el único obstáculo ahora era él mismo. Se estaba comportando de la misma manera que el hombre que debería ocupar su lugar.
Ese hombre que lo había llevado a vigilar a Laurea: Petios Veloce.
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Laurea se rompió por completo justo cuando Danel acababa de ser nombrado subdiácono. Por estar tan ocupado, no prestó atención a lo que ocurría fuera del monasterio, lo que resultó ser un error fatal.
En ese tiempo, Petios sufrió un grave accidente. Al caer mal de su caballo, se fracturó varias partes del lado derecho de su cuerpo. Fue una oportunidad perfecta para aquellos que buscaban humillarlo.
Tan pronto como salió de su cama, Petios fue objeto de provocaciones por parte de un hombre vil. La disputa derivó en un desafío a duelo, y Laurea fue quien lo aceptó en lugar de él.
Danel no supo nada de esto hasta que visitó la casa del Conde para celebrar el cumpleaños de su madre. Para entonces, toda la vitalidad que quedaba en Laurea había desaparecido.
No era difícil imaginar lo que había ocurrido. Probablemente, Laurea no dudó en empuñar una lanza contra otro ser humano. Seguramente ganó de manera rápida y limpia.
Pero nadie se percató de ello.
De hecho, la victoria de Laurea no significó nada. Si Petios hubiera sido humillado, como pretendían, o si hubiera protegido su honor, al menos algo habría cambiado. Pero al final, ninguno de los dos hombres obtuvo lo que quería, y el duelo quedó como si nunca hubiera ocurrido.
No solo se borraron los resultados del duelo. El hombre que supuestamente se había orinado en los pantalones de puro pánico dedicó el resto de su vida a odiar únicamente a Petios, ignorando a Laurea, quien realmente lo había vencido.
No hubo victoria para ella, y en lo que sucedió a raíz de esa victoria, también fue excluida. Como había ocurrido con casi todo lo que había hecho en su vida.
Seguramente, Laurea no guardaba mucho rencor por lo ocurrido. Probablemente lo aceptó con resignación, como algo ya familiar. Después de todo, no era la primera vez que no recibía reconocimiento.
Pero… aquel no debía ser un episodio más que terminara de la manera acostumbrada.
Desde entonces, Laurea dejó de tener expectativas de todo y se convirtió en una persona completamente insensible.
Danel estaba lleno de furia. Quería matar a los dos hombres que habían herido a Laurea de esa manera. Más aún, quería infligirles un sufrimiento tan terrible que la muerte parecería una bendición. Fue entonces cuando comprendió que ni siquiera aferrarse a la fe podía cambiar las cosas.
Así que se abandonó al odio. Si podía vengarse con una muerte dolorosa, lo hacía. Si la venganza requería tiempo, esperaba pacientemente.
Incluso si, en el proceso, terminaba hiriendo a Laurea de la misma forma.
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