⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Tan pronto como llegué a la mansión, me dirigí al baño. Pasé un buen rato sumergida en agua caliente. Mientras la lluvia disminuía, me informaron que Danel había regresado, que había tomado un baño rápido en el baño pequeño y luego se había encerrado directamente en su estudio. Pero no fui a buscarlo.
De todas formas, no sé qué podría decirle.
Después del baño, regresé a mi dormitorio. A través de la ventana entreabierta se oía el incesante golpeteo de las gotas de lluvia.
Estuve acostada en la cama por un buen rato, pero seguía sin poder dormir. Como esperaba, ni el baño caliente ni el suave sonido de la lluvia fueron de ayuda para mi insomnio.
De repente, me pareció extraño encontrarme en esta situación. El insomnio había sido una enfermedad crónica en mi vida. Pero, después de medio año de haberlo olvidado, este cansancio ahora se sentía ajeno.
Desde nuestra noche de bodas, desde aquel día en que mojé las sábanas con mis fluidos, mi insomnio había desaparecido como por arte de magia. Una vez al día, cumplíamos con nuestra rutina de tener relaciones, y entonces el sueño llegaba como una avalancha. Había noches en las que me desmayaba y dormía profundamente hasta el amanecer, sin soñar en absoluto.
Supongo que era porque me sentía satisfecha.
A diferencia de lo que mi madre y otras personas podían pensar, yo no tenía ninguna queja sobre mi matrimonio con Danel. En realidad, no me importaba con quién me casara. Era algo que no estaba bajo mi control, así que no tenía sentido quejarme. Lo único que me dolía era la decisión de Petios y los escándalos que tuve que soportar después.
Claro, vivir con Danel no era precisamente divertido. Pero ciertamente era soportable. Después de todo, el sexo con él era tan bueno que me hacía perder el conocimiento. De hecho, eso ocurrió varias veces. Incluso me había curado del insomnio que me atormentaba desde siempre. No había razón para que odiara este matrimonio.
Por otro lado, no estaba segura de cómo se sentía Danel.
Probablemente él no estuviera tan satisfecho como yo. Tenía la certeza, aunque vaga, de ello. A diferencia de él, que era profundamente devoto, yo no era religiosa. Tampoco era una esposa con suficiente educación para mantener conversaciones intelectuales profundas con él.
Además, para él este matrimonio había sido como un rayo caído del cielo. Cuando salió del monasterio para asistir a la boda de su hermano, nunca habría imaginado que las cosas terminarían así.
Por eso, pensaba… que con que él no me odiara, ya sería suficiente. Aunque las conversaciones se interrumpieran constantemente y su indiferencia me resultara asfixiante, creía que era mi deber soportarlo. Después de todo, yo estaba más satisfecha con este matrimonio que él.
Sin embargo, ahora ya no estoy tan segura.
No después de verlo masturbarse mientras tenía su rostro enterrado entre mis piernas. No después de que huyera tras ver mi piel mojada y transparente a través de mi camisa. Todo lo que antes daba por sentado ahora me parecía incierto.
¿Acaso este matrimonio había sido una carga aún mayor para él de lo que yo pensaba? ¿O tal vez Danel era más… humano de lo que creía?
Pensé en Danel con la mente en blanco. Si le dijera que somos esposos y que no tiene que huir después de haber visto mi piel desnuda, ¿cómo reaccionaría? ¿Se horrorizaría como Petios? ¿O acaso…?
Estaba agotada. Hoy, el día me parecía increíblemente largo.
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
Danel no apareció hasta la noche. La próxima vez que lo vi fue justo después de que, cansada de esperar, decidiera cenar sola.
Cuando llegó al comedor, Danel echó un vistazo a la taza de té que tenía delante. Poco después, pidió a una sirvienta que le trajera también una taza para él. Al parecer, no tenía intención de buscar al cocinero, así que probablemente no iba a cenar.
Dejé mi taza de té y me quedé observándolo en silencio. Su expresión era impecable y serena, como si nada hubiera pasado. Definitivamente, no conocía tan bien a Danel como pensaba.
—¿No podrías haber avisado cuándo ibas a venir? Acabo de terminar de comer.
—No importa. No tengo mucha hambre de todas formas.
—Te estaba esperando para cenar.
—…Lo siento.
Danel apartó la mirada, evitando mi contacto visual.
Antes de que pudiera decir algo más, las sirvientas colocaron un juego de té delante de él. Seguro que fue algo intencionado. Danel era el dueño de la mansión, y los sirvientes no querrían incomodarlo.
No tenía nada más que decirle, así que simplemente levanté mi taza de nuevo. Pero esta vez, lo miré más abiertamente.
¿Cómo podía comportarse como si nada hubiera pasado? Después de todo lo que ocurrió. Hoy, esta madrugada.
Bajo la mesa, mis piernas se relajaron y se separaron ligeramente. Los pensamientos que me habían perseguido todo el día volvieron a encender una sensación de calor en mi vientre.
Aunque nos habíamos casado, y aunque teníamos el deber de concebir un heredero para la familia Veloce, Danel siempre había cumplido con esa obligación de forma estricta, pero no apasionada. Nuestros encuentros eran consistentes, pero carecían de creatividad o diversión. Parecían algo que incluso las Escrituras podrían aprobar.
Pero la noche anterior había sido diferente. Con su rostro enterrado entre mis muslos, Danel había actuado como si estuviera poseído por un demonio.
El recuerdo de su lengua moviéndose frenéticamente sobre mi clítoris me hacía temblar. Cada vez que recordaba cómo sus labios recorrían mi carne, mientras él mismo se tocaba, una sensación de picazón invadía mi interior. No sabía si llamarlo deseo o necesidad. Simplemente… tenía sed.
En ese momento, mi mano tembló, y la taza se me resbaló de los dedos.
—¡Ah…!
El té aún caliente se derramó sobre mí. Una sirvienta corrió, nerviosa, con una servilleta adornada para limpiar mi ropa.
El dulce aroma del té con leche empapaba mi cuerpo. Casi me sentí como si hubiera tomado un baño de leche.
Me levanté y miré a Danel.
—Sube primero. Yo iré después de ducharme.
La verdad, era solo una excusa. Más que el dulce aroma, lo que me incomodaba era el calor en mi cuerpo. Sentía algo ardiendo dentro de mí, desde el pecho hacia abajo, y tenía la necesidad de eliminarlo con agua fría. De no hacerlo, presentía que pronto se convertiría en una llama incontrolable.
Sin embargo, Danel me respondió algo inesperado.
—No, creo que sería mejor que subamos juntos ahora mismo.
Su tono decidido me tomó por sorpresa. Aunque ya me había limpiado, aún quedaban restos pegajosos y el dulce aroma del jarabe con leche impregnaba mi piel. Danel, tan obsesivo con la limpieza, no parecía el tipo de persona que toleraría algo así.
—Pero… huele mal —protesté.
—No pasa nada. Solo es leche —respondió con tranquilidad.
Dicho esto, se levantó de la silla.
Justo en ese momento, el reloj marcó la hora con su característico campanazo. Dong, dong. Fue entonces cuando entendí su actitud.
Danel llevaba una rutina diaria extremadamente rígida. Un hombre que cumplía con cada actividad a la misma hora todos los días, evitando cualquier cosa que pudiera retrasar su horario de sueño. Evidentemente, prefería soportar la incomodidad a tener que esperar a que yo terminara de ducharme.
Al final, acepté su propuesta. Sin embargo, decidí detenerme en mi habitación antes de ir al dormitorio para cambiarme de ropa. A eso, al menos, no se opuso.
Tan pronto como entré en mi cuarto, las doncellas se apresuraron a quitarme la ropa. Aunque habían preparado un camisón nuevo, pedí que me trajeran una bata de dormir en su lugar. Después de todo, si iba a quitármela más tarde, prefería algo más práctico.
Cuando terminé de cambiarme, una de las doncellas abrió la puerta que conectaba con el dormitorio. Dentro, la habitación estaba iluminada por velas que aún no se habían apagado. Al otro lado de la estancia, vi la espalda de Danel, recta como siempre, casi rígida.
Tac.
La puerta se cerró detrás de mí al entrar. Fue entonces cuando Danel se giró hacia mí. ¿Serían las llamas de las velas? Parecía que su nuez de Adán se movía con fuerza, como si estuviera nervioso.
Caminé lentamente hacia la cama. Con cada paso, un escalofrío recorría mi columna. No sabía por qué, pero algo en él me resultaba extraño. Danel, mi esposo, el hombre que pronto estaría sobre mí cumpliendo con su deber de dejar su semilla en mi interior… me parecía irreconocible.
Sin decir palabra, me subí a la cama y me tumbé en el centro. De repente, me sentí incapaz de hablar. Una sensación extraña de vergüenza se apoderó de mí, como si fuera una novia enfrentando su primera noche de bodas.
Creek.
La cama se inclinó ligeramente al sentir el peso de Danel. Con un movimiento rápido, cruzó la amplia cama y se posicionó sobre mí. Sus brazos me encerraron, y su respiración cálida y húmeda acarició mi rostro. Era tan sofocante que me recordó al fuego del infierno.
Con lentitud, Danel bajó sus labios hacia mi cuello. Su calor rozaba mi piel delicada, provocando que mis hombros se encogieran involuntariamente.
Para ser sincera, nunca había pensado mucho en lo que hacíamos en esta habitación. Tener relaciones con Danel era, para mí, tan significativo como organizar una fiesta o planificar un presupuesto: algo que debía hacerse. No importaba si lo hacía con entusiasmo o no, siempre que lo cumpliera.
No me avergonzaba estar semidesnuda ni el hecho de que mi humedad a menudo empapara las sábanas. Si de todos modos iba a desnudarme, prefería ser eficiente, y si debía cumplir con esta tarea diariamente, era mejor disfrutarla.
Pero, por alguna razón, esta vez todo me hacía sentir consciente.
A diferencia de mí, Danel parecía igual que siempre. Seguía el mismo orden meticuloso para acariciar mi cuerpo. Como de costumbre, empezó lamiendo mi cuello, recorriendo la línea de la piel hasta que los vellos se erizaron. En ese momento, apartó sus labios, solo para volver a besarme en la misma área momentos después.
Aunque cumplía con su deber con esmero, Danel no mostraba mucho entusiasmo por el sexo. Cada paso, incluso la fuerza que aplicaba, parecía calculado y predecible. Solía pensar que simplemente seguía al pie de la letra las instrucciones que debía haber aprendido en algún manual de educación sexual.
Después de la cantidad exacta de tiempo dedicada a las caricias, Danel se levantó un poco, apoyando su torso con ambos brazos. Lo siguiente dependía de mi posición en la cama: a veces sus labios descendían hasta mi clavícula; otras veces subían hasta mis oídos.
Mientras él decidía, yo temblaba de frío. No era la primera vez que entraba al dormitorio con una bata ligera, pero hoy, el aire sobre mi piel se sentía especialmente extraño.
Su boca se posó suavemente sobre mi clavícula, presionándola con ternura. Su lengua, cálida y húmeda, rozaba delicadamente la piel más fina. Familiarizada con esa sensación, cerré los ojos por reflejo.
Pero al cerrarlos, aquel recuerdo se hizo más vívido. Danel, abajo, entre mis piernas, y yo fingiendo dormir con los ojos cerrados. Esa escena de la madrugada volvió a inundar mi mente.
—Ah…
Un gemido suave se escapó de mis labios. Al oírlo, Danel, que tenía una mano apoyada junto a mi hombro, se estremeció visiblemente.
Lo mismo ocurrió después. Cada vez que sus labios tocaban mi piel, mis gemidos reprimidos se filtraban sin querer. Intenté controlarlos, ya que su incomodidad era evidente, pero me resultó imposible. Todo lo que hacía me parecía tan intenso que cada estímulo me hacía sobresaltarme.
Era como si todo estuviera mal. Lo que hacíamos no era diferente de cualquier otra noche, pero se sentía completamente nuevo, como si fuera la primera vez. Incluso quedarme quieta y dejar que mi cuerpo se humedeciera lentamente me resultaba difícil.
Danel, por su parte, permanecía sorprendentemente sereno, siguiendo su rutina con precisión.
Finalmente, se apartó de mi clavícula y se incorporó del todo. Con sus largos dedos, deshizo el lazo de la bata que yo llevaba.
Fruncí el ceño sin darme cuenta. El aroma dulce bajo la tela era tan fuerte que me mareaba. Afortunadamente, Danel no notó mi expresión, ya que estaba enfocado en su tarea. Sus exhalaciones descendieron por mi pecho como si lo acariciaran.
Sss.
El suave roce de la tela al abrirse resonó en el dormitorio en completo silencio. La bata cayó a un lado, dejando mi cuerpo expuesto bajo la tenue luz de las velas. Entonces, la sombra de su deseo comenzó a dibujarse con claridad bajo el parpadeo de las llamas.
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