⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
A pesar de esas preocupaciones, Danel creció desde los diez y tantos años como un hombre alto y robusto. Incluso sobre su túnica suelta de monje se podían distinguir los contornos de su fuerte estructura ósea y sus bien desarrollados músculos.
Mucho ha cambiado desde entonces.
Apreté con fuerza mi mano contra su sólido antebrazo. Una débil sensación de estremecimiento, que me recorría cada vez que tomaba conciencia de Danel… de su cuerpo, hizo que mis piernas temblaran ligeramente. Sentí mis mejillas arder por la extraña excitación que provocaba aquella postura incómoda y tensa.
Al llegar al comedor, Danel retiró su mano primero. Mientras él saludaba a varias personas consecutivamente, yo me dirigí al lugar que me habían preparado.
El interior del comedor ya estaba repleto de invitados. Aún nadie se había sentado, por lo que el lugar parecía más abarrotado de lo habitual.
Los invitados de hoy eran todos vasallos que gobernaban el castillo de Rapechia y las regiones cercanas. La razón por la que nadie se había sentado y todos esperaban a Danel era clara: la jerarquía estaba firmemente establecida.
Haciendo un esfuerzo por ignorar el calor que subía entre mis piernas, observé a Danel caminar hacia el asiento principal.
Definitivamente… era un hombre demasiado valioso para ser un monje.
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Una vez que Danel tomó asiento, comenzó oficialmente el banquete. Según los gustos del señor que había pasado tanto tiempo en el monasterio, se sirvieron platos que no eran ni simples ni demasiado ostentosos, sino refinados y sobrios.
Los sirvientes iban de un lado a otro llenando las copas de los invitados. A medida que el alcohol comenzaba a fluir, el ambiente se animaba rápidamente. Ni Danel ni yo éramos personas que lideraran la conversación, así que fue el Barón Rodio y su esposa, conocidos por su simpatía, quienes llevaron las riendas de la charla. Administraban el castillo de Lampry.
De manera natural, el tema de conversación giró en torno a la última inspección. Se habló de cómo habían remodelado un hospicio en el castillo de Lampry para convertirlo en un hospital, y de la contratación de médicos.
A pesar de mi limitada habilidad social, apenas podía participar en la conversación. Esto se debía a que realmente no sabía nada sobre el trabajo de Danel. Rara vez hablaba conmigo sobre sus tareas.
Así que, en lugar de intervenir, simplemente bebí.
La preparación del banquete era responsabilidad de las damas, y yo sabía de antemano todos los platos y tipos de vino que se servirían hoy. Incluso había ordenado a una sirvienta que llenara mi copa solo con vino tinto. Al parecer, mi excesiva quietud hizo que nadie, salvo el sirviente encargado de llenar mi copa, notara que estaba bebiendo demasiado.
Sin embargo, justo cuando un sirviente se acercaba para rellenar mi copa vacía, Danel me la arrebató. Me susurró en voz baja:
—Ha bebido demasiado, Laurea.
—No he bebido tanto.
—El vino de Fenton es más fuerte de lo que parece. Con lo que ha tomado, ya es suficiente.
Dicho esto, Danel trasladó mi copa al otro lado de la mesa.
Era algo que sabía perfectamente. Fenton era una región tan fría que incluso en verano se usaban mangas largas, y el alcohol de esos lugares siempre era fuerte.
Había elegido el vino de Fenton precisamente para ver cómo reaccionaría mi esposo, que dejaba su rastro solo en lugares donde yo no podía verlo, cuando me viera borracha.
Si las cosas seguían así… ¿Qué era lo que planeaba hacer?
Por el efecto del alcohol, me costaba recordar el plan que había trazado. ¿Iba a decir que me retiraba primero al dormitorio? ¿O pensaba pedirle a Danel que me acompañara?
En cualquier caso, Danel actuó de una manera que no había previsto.
Él rodeó mi cintura con su brazo. Con firmeza, sostuvo mi cuerpo mientras se levantaba de su silla, y yo también me vi obligada a ponerme de pie.
—Disculpen, me ausentaré un momento.
Sin más explicaciones, Danel me sacó del comedor. Su paso, casi arrastrándome, parecía particularmente apresurado. O tal vez… era solo el efecto del alcohol intensificándose.
Al comenzar a subir las escaleras, me di cuenta con claridad. Me sentía mareada. Evitando el techo que parecía tambalearse, apoyé mi cabeza en el hombro de Danel. En respuesta, sus hombros se tensaron. Incluso en medio de la confusión provocada por el alcohol, el sonido de su respiración contenida me llegó nítidamente.
El calor que me envolvía era intenso. La firmeza con la que su brazo izquierdo rodeaba mi cintura hacía que pareciera que estaba en llamas. Era sorprendente que esa sensación de calor se transmitiera incluso a través de la camisa y la chaqueta.
Miré distraídamente hacia el rellano*. Recordé los pensamientos que había tenido al bajar esas mismas escaleras.
N/T: Porción horizontal en que termina cada tramo de la escalera.
Definitivamente, desde un punto de vista puramente físico, Danel era un hombre demasiado atractivo para ser un monje. Aunque la túnica del monasterio no le quedaba mal, lucía mejor con un traje impecablemente planchado o una armadura.
Y, sinceramente, tampoco le quedaría mal no llevar nada.
—Tengo algo de sueño.
—…….
—Creo que necesito recostarme. Más tarde… despiértame cuando subas.
Diciendo esto, me aparté de su brazo. Subí tambaleándome las escaleras, sintiendo cómo su mirada ardiente se clavaba en mi espalda.
¿Habría entendido lo que quería decir? Que podía despertarme cuando quisiera, pero que no quería perderme nuestro encuentro nocturno. Si lo entendió, ¿qué estaría pensando ahora?
¿Me despertará hoy? Si finjo estar profundamente dormida, ¿qué hará esta vez? ¿Morderá mis hombros? ¿O volverá a enterrar su rostro entre mis piernas?
Sentí cómo la humedad acumulada en mi ropa interior resbalaba por mis muslos.
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
Cuando abrí los ojos, era de madrugada. Mi mente estaba despejada, como si el sueño pesado provocado por el alcohol se hubiera disipado al despertar.
Observé a mi alrededor en la penumbra. Estaba sola en la cama. Llevaba puesta una bata de baño, lo que significaba que debí quedarme dormida mientras me bañaba. Seguramente las sirvientas me la habían colocado.
El borde grueso del albornoz estaba bien cerrado. Las sábanas también estaban limpias y cálidas, y no quedaba ningún rastro cálido en mi abdomen bajo. Eso significaba que no había sucedido nada mientras dormía.
Incliné la cabeza hacia atrás y miré por la ventana. Al parecer, había pasado bastante tiempo, ya que el exterior comenzaba a iluminarse con la llegada del amanecer.
Y allí, contra el fondo del cielo que dejaba atrás la noche, estaba mi esposo.
El hombre de pie frente a la ventana tenía los ojos cerrados. Tal vez acababa de bañarse, ya que su cabello rubio, que normalmente estaba peinado hacia atrás con pulcritud, caía sobre su frente, y la sombra de sus largas pestañas se extendía suavemente por sus mejillas. Realmente, su apariencia era tan serena y hermosa que rozaba lo sagrado.
Al principio, pensé que estaba rezando. Si no hubiera sido porque sus manos descansaban tranquilamente sobre el marco de la ventana, habría seguido creyéndolo.
¿Cuánto tiempo pasé observándolo? Sin darme cuenta, mis labios se movieron.
—¿Ya no rezas últimamente?
Con lentitud, Danel giró para mirarme. Sus ojos violetas, profundos y serenos, no mostraban ni un ápice de sorpresa. Era evidente que ya sabía que estaba despierta.
—No —respondió con calma—. Ya no tiene sentido.
—¿Por qué?
—Porque probablemente iré al infierno.
Danel se acercó al lecho con pasos firmes. La luz del amanecer que entraba por la ventana le daba la espalda, oscureciendo su mirada, que ahora parecía un ancla sumergida en las profundidades del océano. En un mundo que despertaba con el alba, parecía que solo él seguía atado a la noche.
—¿No puede dormir? —me preguntó.
—Ah… es solo que tengo un poco de frío.
—¿Quiere que le traiga un té? Es probable que aún haya alguien en la cocina.
—No, no es necesario. Es solo que… últimamente no estoy acostumbrada a dormir sola.
Aparté la sábana que cubría mi pecho y señalé el espacio vacío a mi lado, invitándolo a ocuparlo. El aire frío del amanecer recorrió mis piernas. Esperé un momento su respuesta, pero el silencio fue la única respuesta que obtuve. Su mirada se mantuvo fija en mí, recorriéndome de manera lenta y deliberada.
Danel me examinó en ese silencio, su mirada deteniéndose en mi cabello castaño todavía húmedo y desordenado, en mis ojos verdes todavía somnolientos, y descendiendo hasta mi cuello y el escote que se asomaba entre los pliegues del albornoz.
Mis muslos se tensaron ligeramente. Su mirada era como una caricia, húmeda y ardiente. Más adentro, las paredes que habían contenido su cuerpo tantas veces se estremecieron con una urgencia sorda.
Pero una vez más, Danel tomó un camino inesperado.
—Llamaré…
El silencio que había tensado el ambiente se rompió de golpe. Con una respiración agitada, Danel dio un paso atrás. Sus pantalones, abultados hasta el límite, hablaban de una tensión que no podía ocultar.
—Llamaré a una doncella para que le prepare un té de hierbas.
Pronunció cada palabra con esfuerzo, como si luchara contra sí mismo. Luego, se giró y salió de la habitación. Yo lo observé marcharse y luego hundí mi rostro en la almohada.
Otra vez huyendo…
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
Mientras recogía ramas en el jardín trasero, miré hacia la mansión. El sol, tiñendo el cielo de azul, inundaba la biblioteca en el tercer piso. A través de la ventana, podía ver estanterías repletas de libros, el interior oscuro y una silla vacía. Era el refugio de Danel.
Desde aquella noche, Danel había permanecido encerrado en la biblioteca durante todo el día. No aparecía ni siquiera a la hora de las comidas o en el dormitorio. Las cortinas, que ocultaban las ventanas, tampoco se habían abierto ni una sola vez desde entonces. Al menos no durante el tiempo que yo pasaba en el jardín trasero.
Honestamente, me parecía un poco ridículo. Que un hombre tan grande escapara a un lugar como ese era casi cómico. Aunque, si pensaba en mi propia conducta ‘espiarlo desde el jardín como una tonta’, no podía decir que yo fuera menos ridícula.
Ese día no fue diferente. Me desperté sola en un dormitorio donde nadie había entrado durante la noche. Desayuné sola y, tras terminar, salí al jardín con un puñado de ramas, echando miradas furtivas a la biblioteca. Lo único distinto era que las cortinas de las ventanas estaban completamente abiertas, señal de que Danel había salido temprano.
Pero cuando recogí la última rama, me invadió un impulso repentino.
Danel no estaba en casa. Probablemente no regresaría hasta la noche. Entonces, ¿por qué no…?
Con las ramas en brazos, me dirigí hacia la mansión. La puerta trasera estaba desierta. Tal vez porque había vuelto mucho antes de lo habitual, ninguna doncella había salido a recibirme.
Gracias a ello, pude subir las escaleras sin obstáculos. En el silencio absoluto, que confirmaba que nadie sabía de mi regreso, pasé del segundo piso ‘donde estaba mi dormitorio’ y continué hacia el tercero.
El pasillo estaba en calma. En el aire flotaba un aroma familiar, mezcla de caléndula al vapor y cera de abejas. Era el aroma de las velas que a menudo usaba Danel. Más específicamente, era un leve rastro del aroma que siempre se impregnaba en él, un hombre que no usaba perfume.
Una risa amarga escapó de mis labios. Me sentía como una niña incapaz de controlar sus impulsos. Había montado a caballo, arrojado cosas, intentado desahogar mi frustración… y ahora estaba aquí, persiguiendo un rastro de su olor.
Sin embargo, obedeciendo al impulso, caminé hasta el final del pasillo y abrí la puerta. La fragancia se intensificó, llenándome de una sensación extraña, casi reconfortante.
Miré alrededor con cuidado. No había estado en esa habitación desde hacía mucho tiempo. No era solo una biblioteca; también era el despacho de Danel. Tras nuestra llegada al castillo de Lapezia, la había visitado por última vez al poco de nuestra boda.
—En aquel entonces, tenía que aparentar… —murmuré, esbozando una sonrisa amarga.
Recordé cómo, tras el matrimonio, había evitado salir de la mansión. El caos externo y mi propia conmoción interna me habían dejado paralizada. Para despejar mi mente, intenté todo lo que pude, incluso leer algunos libros.
Quizás debería llevarme uno…, pensé, recordando aquellos días. Sin embargo, por más que busqué, no encontré ninguno de los libros que había leído entonces. Al final, tomé uno de un autor cuyo nombre reconocía.
Fue entonces cuando sentí un toque frío en la punta de mis dedos.
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