⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Miré rápidamente a mi alrededor. La puerta de la biblioteca seguía firmemente cerrada, y fuera de la ventana no se escuchaba el sonido del viento.
Entonces, ¿de dónde provenía este aire frío?
Pasé los dedos por el lomo de los libros mientras caminaba siguiendo la pared. Me detuve frente a la estantería que estaba en el rincón más alejado de la biblioteca, junto al escritorio de Danel. Era de allí de donde emanaba el viento.
Al observar de cerca, noté una pequeña grieta entre los estantes. Parecía como si algo estuviera cubriendo ese espacio.
Empujé la estantería con fuerza, pero no se movió. Sin embargo, al sentir que tambaleaba, me di cuenta de que debía tener algún tipo de mecanismo.
En lugar de investigar más, saqué una lanza de práctica y la usé para intentar forzar el espacio. Empujé la estantería hacia el lado opuesto tanto como pude y metí la lanza en la abertura que se formó.
Estuve hurgando en su interior por un rato, hasta que algo quedó atrapado en el extremo de la lanza. Sentí la forma de un pestillo con la punta de los dedos y lo empujé como si lo estuviera desenganchando.
Clic.
El mecanismo encajó y la estantería se deslizó suavemente hacia adentro, revelando una pequeña habitación llena de objetos.
Pero no pude entrar.
Instintivamente, me cubrí la boca con la mano. Cada uno de los objetos que llenaban la habitación me resultaba familiar, especialmente los vestidos exhibidos en el gran armario de cristal.
El vestido de novia y el velo que usé en nuestra boda.
El vestido de la recepción.
Y… la bata de encaje que llevé en nuestra noche de bodas.
Sentí cómo se erizaban los vellos de mi nuca. No solo estaban los vestidos. El ramo que desapareció a mitad de la recepción estaba allí, cuidadosamente seco y colgado en la pared, y el látigo de montar que había desechado porque estaba desgastado se encontraba en una pequeña vitrina.
La luz que entraba por la ventana iluminaba la pequeña habitación por completo, revelando aún más cosas. Entre ellas, los objetos que estaban ordenados debajo de la vitrina.
Como hipnotizada, me adentré en la habitación. En la vitrina, impecablemente limpia, se encontraban todos los libros que había leído en algún momento y que no había podido encontrar por más que los busqué.
De repente, las piernas me fallaron y me desplomé en el suelo.
El concepto de una habitación secreta no me era ajeno. En mansiones antiguas y llenas de historia, era común encontrar una. Incluso en la casa de los Marqueses de Temesio, donde crecí, había una.
Cuando todavía no era Laurea Veloce, no se me permitía entrar a la habitación secreta detrás del salón familiar. Esa habitación contenía los objetos más valiosos.
Los tesoros heredados de generación en generación, los secretos más peligrosos, y todo aquello que no debía revelarse a nadie. Cosas que, aunque no debía ver, deseaba guardar en mi memoria.
Seguramente todas las cámaras secretas del mundo eran iguales. Solo cambiaba su contenido, pero siempre guardaban secretos valiosos y peligrosos.
Entonces, ¿por qué esta habitación…?
—……
Observé el interior, todavía aturdida. En la vitrina había objetos muy antiguos o que solo habían sido utilizados una vez. Era una colección obsesiva que resultaba escalofriante.
Con esto… no es que huyas de mí, sino que estás rodeado de mí, ¿no?
La biblioteca era el lugar donde Danel pasaba la mayor parte de su tiempo, su refugio personal. La habitación secreta estaba allí, llena de mis cosas. Lo que eso significaba era evidente.
Un secreto importante y peligroso.
No sé cuánto tiempo permanecí sentada allí. De repente, recordé que pronto sería la hora en que las doncellas terminaban sus tareas. Pronto, alguna de ellas me buscaría.
Me levanté tambaleándome. Nadie debía saber que había estado en esa habitación. Ni siquiera que había entrado a la biblioteca. Solo así podría hacer como si nada hubiera ocurrido.
Recogí la lanza que había dejado caer al suelo, y también mis cosas, que había dejado tiradas antes. Aun así, no me sentí tranquila, por lo que revisé los alrededores para asegurarme de no haber dejado rastros.
Fue entonces cuando noté una cesta sobre una estantería baja junto a la puerta. Era el único objeto que no reconocía en toda la habitación.
Debajo del paño que cubría la cesta, algo asomaba. Contuve la respiración y lo saqué con cuidado.
Unos pétalos secos salieron junto con el tallo.
Después de asegurarme de que el paño seguía en su lugar, abandoné rápidamente la habitación. Mis manos temblaban mientras cerraba la puerta.
Antes de salir, revisé la estantería una última vez. Por suerte, el libro que estaba buscando estaba en el rincón más escondido. Cualquiera que revisara la biblioteca no notaría que faltaba algo en ese lugar.
Tomé el libro y ajusté la distancia entre los lomos de los otros para que nadie pudiera notar el hueco.
Salí de la biblioteca y regresé directamente a mi habitación. Dejé la lanza de práctica junto a la puerta como si acabara de regresar. Cerré la puerta de golpe, tratando de simular que había llegado justo en ese momento.
Finalmente, pude respirar.
Sobre el escritorio, coloqué las flores secas y el grueso libro que había traído. Las letras en la portada desgastada relucían: ‘Enciclopedia de plantas’.
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
Cuando no tomaba el té que preparaban las doncellas, solía sufrir de insomnio. En esas noches, escuchaba los pasos de los sirvientes subiendo las escaleras alrededor de la medianoche. Luego, el sonido de un carrito deslizándose y la puerta de la biblioteca abriéndose. Probablemente, ese era el momento en que Danel tomaba su té.
Hoy no fue diferente. Tal como esperaba, Danel llamó a un sirviente a altas horas de la noche, y tras un rato, el té estaba listo.
Sin que nadie supiera qué contenía esa infusión.
Cuando la noche había avanzado, salí de mi habitación. La mansión estaba envuelta en un silencio inquietante. Tras confirmar esa calma sepulcral, subí al tercer piso.
El día que entré a la biblioteca, reconocí enseguida las flores que había en la cesta. Eran los pétalos secos que siempre se incluían en el té de todas las noches. Según la Enciclopedia de plantas, se trataba de una especie de flor conocida como sáripul, utilizada para calmar dolores o inducir el sueño en pacientes.
¿Tal vez porque ya lo estaba sospechando? Cuando encontré aquella flor en medio del grueso libro, no me sorprendí en lo más mínimo. Simplemente sentí curiosidad por su uso. Cómo debía consumirse, en qué cantidad… Por supuesto, la Enciclopedia de Plantas no incluía ese tipo de información.
De hecho, saber la cantidad exacta tampoco habría servido de mucho. A diferencia de mí, Danel tenía un profundo conocimiento del té y prefería probar diferentes variedades en lugar de quedarse con una sola. Mezclar algo en el té que él iba a beber, sin que los sirvientes se dieran cuenta, era imposible.
Por eso, pulvericé las flores hasta convertirlas en polvo y las vertí en el recipiente de agua preparado para ambos. Como resultado, no pude beber ni una gota de agua en toda la tarde, pero fue algo que pude soportar.
Abrí la puerta de la biblioteca, cerrada herméticamente. Dentro, solo se escuchaba una respiración acompasada.
La luz de las velas perfumadas iluminaba tenuemente la habitación. Frente a un escritorio de estilo antiguo, un hombre dormía profundamente. Mi esposo, a quien no veía desde hacía diez días.
Me senté en el escritorio, esperando a que Danel despertara. Aunque no conocía los efectos exactos de la hierba, sabía que una cantidad mucho menor que esa era suficiente para dormir hasta el amanecer. La única variable era la cantidad de agua.
El recipiente estaba lleno hasta la mitad, así que probablemente se despertaría antes de lo habitual. Aunque, si tardaba más, no importaba. Mi insomnio seguía igual de persistente.
La noche avanzaba, inmóvil incluso ante la brisa más leve. La vela, con su aroma a caléndula, se había consumido a la mitad, y el cielo, tras las cortinas, se volvía cada vez más oscuro. Cuando el calor de su aliento que rozaba mis rodillas comenzó a menguar, sus pestañas temblaron levemente.
Entre sus párpados cerrados comenzaron a asomarse unos ojos de un color violeta intenso, oscuros aún, como si la somnolencia no los hubiera abandonado del todo.
Y, en el momento en que esos ojos recuperaron su color habitual, Danel inhaló profundamente.
—…….
Levantó la cabeza, muy lentamente, como si estuviera oxidado.
Lo esperé con bastante paciencia. Sus pupilas temblaban descontroladas, como si estuviera aterrorizado. Y, además, porque ni siquiera yo sabía lo que quería de él.
No lo sabía realmente. ¿Qué preguntas haces a tu esposo cuando descubres que ha estado dándote somníferos durante todo tu matrimonio? Sabiendo, además, lo que hacía mientras yo dormía.
Por eso quería que fuera él quien hablara primero, lo que fuera.
Sin embargo, Danel no dijo nada. El silencio que se prolongaba aplastó mi paciencia. Al final, dejé caer frente a él lo que había tenido en mis manos todo ese tiempo.
—Explícame.
Las hojas y pétalos secos se dispersaron, desmenuzándose en el aire.
—Esto, al menos, creo que merezco escucharlo, ¿no crees?
La nuez de su garganta se movió notablemente, pero sus labios seguían sellados.
Me incliné hacia él, igualando su altura. Ladeé la cabeza y miré su rostro directamente, con una descaradez que normalmente ni habría imaginado.
Incluso en esa situación, el rostro de mi esposo no mostraba ninguna grieta. De no ser por su mirada clavada en el suelo, temblando imperceptiblemente, jamás habría notado que estaba tratando de medir mi reacción.
¿Por qué siempre intenta actuar como si nada hubiera pasado? Como si no hubiera ocurrido absolutamente nada.
—No entiendo lo que piensas.
Las palabras que había querido decir durante estos seis meses se deslizaron entre mis labios. Mi voz sonaba más seca de lo que había imaginado.
—En realidad, no es lo único que no sé. No sé qué haces con tu tiempo, ni cómo lo pasas. Pero nunca te lo he preguntado. Pensé que no era algo que yo necesitara saber.
—…….
—Sin embargo, mi esposo me droga todas las noches sin que yo lo sepa, y todos en esta mansión lo saben menos yo. ¿Esto tampoco es algo que debería saber? ¿O acaso…?
Respiré profundamente. Hablar sobre ciertas cosas aún era difícil para mí, y mi voz tembló al final de la frase.
—¿O acaso tampoco tienes nada que decirme?
Como tu hermano, que desapareció una semana antes de nuestra boda.
Tragué las últimas palabras y cerré la boca.
Solo entonces Danel levantó la vista hacia mí. Pude ver mi rostro distorsionado reflejado en sus ojos.
Todas esas cosas que solo yo desconocía, los momentos que debía pasar sola, los somníferos, la habitación llena de mis pertenencias… ¿Será que no entiendo a Danel porque sabemos muy poco el uno del otro? ¿O siempre fue así?
Apreté la tela ligera de mi camisón. Tal vez el matrimonio sea más parecido a esto. Una relación en la que dos personas, que apenas se conocen, tienen que compartir demasiadas cosas. En cierto sentido, mi relación con Petios, alguien que siempre estuvo conmigo desde pequeña, podría haber sido lo raro.
Aunque, al final, el tiempo que pasé con él no tuvo sentido alguno. Porque, después de todo, nunca supe lo que pensaba aquel imbécil, incluso en los días previos a la boda.
Forzando un aire de calma, hablé con voz neutral:
—¿Soy yo la rara aquí? Estoy atrapada en esta mansión, y tener hijos es lo único que puedo hacer. ¿Acaso ni siquiera tengo derecho a opinar sobre esto? Como pasó con Petios… ¿debo quedarme esperando, otra vez, hasta que decidas algo?
—Laurea.
—No estás escondiendo nada extraordinario, ¿verdad? ¿Qué gran secreto podrías tener para ocultarme algo como esto?
¿Por qué me drogabas? ¿Por qué esa noche te hundiste entre mis piernas y lamiste mi entrepierna? ¿Por qué llenaste esa habitación con mis cosas?
Antes de que pudiera soltar esas palabras que me hervían en la garganta, Danel tomó mis manos de repente. El calor de su piel, abrasador, cubrió las mías mientras un leve dolor punzante subía por mis brazos.
Solo entonces me di cuenta de las marcas rojas de mis uñas en mis palmas. Sin darme cuenta, mientras me perdía en mis pensamientos, mis uñas habían atravesado la delgada tela de mi camisón.
Danel levantó ligeramente las cejas. Pronto, sus largos dedos comenzaron a acariciar la palma de mi mano, con cuidado, como si cada marca en forma de media luna fuera una cicatriz grave.
Lentamente, como si fuera a desmoronarse, Danel enterró su rostro entre mis manos.
—…Sabiendo lo que estoy pensando —murmuró, mientras apoyaba su frente sobre mi palma, sus palabras tambaleantes.
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