⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—… ¡Maldición! Las manchas se están extendiendo demasiado rápido. A este paso… —Ilum murmuró mientras observaba el estado de la niña que sostenía en sus brazos.
Las manchas ya habían alcanzado la zona del cuello. Pronto, estas cubrirían todo su cuerpo.
Las manos de Ilum, que la abrazaban, temblaban.
No podía hacer nada.
Lo único que le quedaba era sostener la mano de quien se retorcía de dolor.
Una terrible sensación de impotencia lo invadía por completo.
¿Será este el final de estas tierras?
Ilum también tenía manchas en su cuerpo. Afortunadamente, no se extendían tan rápido como en los demás, pero pronto cubrirían todo su cuerpo también.
Por todos lados se escuchaban gemidos de dolor, y, de vez en cuando, gritos desgarradores. Eran los llantos de quienes habían perdido a sus seres queridos. Era un verdadero infierno. La desesperación, más pesada que la oscuridad, descendió sobre ellos.
Esa desesperación, esa oscuridad.
Parecía que nunca se disiparían…
—¡Señor Ilum!
Alguien lo llamó. Ilum, con esfuerzo, apartó la vista del rostro de la niña y levantó la cabeza.
Sus ojos se abrieron con asombro.
—¿C-cómo…?
Sobre el rostro atónito de Ilum se extendía la luz fresca de la mañana. Los rayos del sol que comenzaban a surgir desde más allá de la colina se alargaban, iluminando a los suin. Eran seres que solo habían vivido en la oscuridad, pero no podían apartar la vista del sol naciente.
Parecía que sus ojos quedarían cegados, pero aun así no podían dejar de mirar.
En ese momento,
—¡Mira allí!
Ilum volvió la cabeza hacia la dirección de la voz. Lo que señalaban las personas era un canal seco desde hacía mucho tiempo, utilizado cuando este territorio floreció bajo el gobierno de Everard. Ahora, completamente seco, el canal volvía a tener agua fluyendo. Era poca, pero indudablemente era agua.
El reflejo de la luz del sol en el agua hacía que la superficie brillara como joyas. Innumerables destellos centelleaban deslumbrantemente. Ilum, atónito, observó la escena y, por instinto, abrazó con más fuerza a la niña en sus brazos.
Cubrió su cuerpo para protegerla de la luz. Los suin de este lugar sufrían una enfermedad que los mataba si veían la luz. El amanecer era un milagro, pero debía llevarlos rápidamente a un lugar donde la luz no penetrara.
—¡Eren! ¡Hay que mover a los pacientes!
—¡Te ayudaré!
Eren cargó a un suin inconsciente sobre sus hombros. Ilum se quitó su prenda superior para cubrir el rostro de la niña y evitar que fuera expuesto a la luz solar.
Los otros suin reaccionaron de dos maneras: algunos, como Ilum, se encorvaron y corrieron hacia el interior, mientras que otros se quedaron sentados, mirando fijamente el sol naciente.
—No me importa quedarme ciego…
Alguien murmuró.
Ilum no podía estar más de acuerdo. Los suin de este lugar habían esperado mucho tiempo por este momento.
Pero, de repente,
—¡Mira eso! ¡Las manchas están desapareciendo!
Con ese grito, otros comenzaron a notar lo mismo.
—¡Es verdad! ¡Las manchas se están desvaneciendo!
—¡Pequeña, has vuelto en sí! ¡Pequeña!
—Dios mío, no puede ser… esto es increíble… ¡esto no puede ser verdad!
Por todos lados se escuchaban gritos de júbilo. Algunos murmuraban, incrédulos.
Ilum, tras un momento de duda, levantó con cuidado la prenda que cubría el rostro de la niña.
—¡…!
Las manchas realmente estaban desapareciendo poco a poco. En ese instante, una imagen pasó por la mente de Ilum.
Una joven tan pequeña que no parecía ser una suin carnívora.
Su cabello blanco y suave empapado en sudor mientras usaba su poder para ayudar sinceramente a los suin.
Una joven tan pequeña como si los dioses hubieran reunido la luz más cálida del mundo para crearla con gran cuidado.
Los suin de este lugar sufrían una enfermedad que los mataba si veían la luz.
Pero la luz de Thiel no les arrebataba la vida.
En lugar de eso, despejaba el manto de oscuridad que los cubría y eliminaba las manchas que se habían extendido por sus cuerpos.
Ilum levantó la vista hacia el sol de la mañana que aparecía por primera vez en cientos de años. Era una luz tan brillante que podría cegarlo.
Pero no dolía. Podía mirarlo durante minutos y no le lastimaba los ojos. Era como… la luz que Thiel había creado.
—Lo has logrado.
La niña con el poder de la luz había traído la mañana a una tierra donde el amanecer nunca llegaba.
Una antigua leyenda que había permitido a los suin sobrevivir en esta tierra resonaba en su corazón.
La luz del sol bañaba Arcadia por igual.
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—Lo logré.
Thiel murmuró suavemente. Sus manos, que tocaban el altar, se sentían adormecidas. Sus ojos dorados brillaban bajo la luz del amanecer.
Karl miraba atónito el sol de la mañana.
Había vivido siempre en la oscuridad, pero ahora no podía dejar de mirar fijamente el amanecer.
—¿Cómo…?
Karl había imaginado esta escena muchas veces.
La luz del sol apareciendo desde más allá de la colina… y los suin de esta tierra, incluido él mismo, corriendo a ver el amanecer.
Aunque no estaba acompañado por aquellos con quienes pensó que vería este amanecer, un torrente de emociones lo invadió.
La mañana había regresado a Arcadia. Ahora podrían recuperar el nombre que habían perdido. Los suin no tendrían que vivir en la oscuridad y las manchas…
—¿Qué ha pasado con las manchas?
Karl rápidamente se subió la manga. Las manchas aparecían al recibir luz. Sin embargo, su cuerpo no tenía ninguna mancha.
—Las manchas… no están.
Karl murmuró, y la voz de Olivier le siguió.
—No puede ser… Sabía que Thiel era increíble, pero no imaginé que lo fuera tanto…
La chica movió su rizada cabellera gris detrás de la oreja y miró a su prima hermana.
Clemence sintió lo mismo. Instintivamente, agarró la mano de Olivier con fuerza.
La pequeña de los Asterian, Thiel Asterian, poseía un poder de ‘luz’ que superaba con creces sus expectativas.
Si se supiera que esta pequeña de siete años había traído la luz a esta tierra… ¿cómo reaccionarían las otras casas?
La decisión de madre fue correcta.
Clemence cerró los ojos lentamente y los abrió. Su brillante mirada verde contenía la luz de la mañana y la imagen del pequeño ser brillante.
Ferdian, Rudian y los Asterian mantenían la calma. Ellos ya habían experimentado lo increíble que era el poder de su hermana.
Aun así, Rudian no pudo contener su emoción y corrió hacia el altar, mientras que Ferdian no podía reprimir su risa.
Thiel tenía una expresión de orgullo desbordante. Rudian, sin atreverse a subir al altar, simplemente apoyó su mano sobre él.
—¡Thiel!
Un torrente brillante recorría el dorso de la mano de Rudian. Thiel giró la cabeza para mirarlo.
—¿Hermano…?
Y luego sonrió tímidamente, sus mejillas suaves y blancas se sonrojaron.
Iandros dio un paso hacia adelante. De pie junto a Rudian, miró a Thiel y sonrió brevemente.
—Ya sabía que eras increíble, pero Thiel… realmente me sorprendes cada vez.
Al oír el cumplido de Ian, Thiel sonrió de alegría y añadió:
—Viendo que Karl está bien, tal vez los otros suin de abajo también estén a salvo bajo esta luz. ¡Debemos bajar! ¡Necesitamos comprobarlo!
Thiel se levantó de un salto. Cuando sus palmas se separaron del altar, este se movió nuevamente.
¡Kugung-!
El altar comenzó a descender lentamente. Thiel no pudo mantener el equilibrio y se tambaleó en su lugar.
—¡Ay!
Finalmente, Thiel cayó al suelo. El agua salpicó ligeramente a su alrededor. Ferdian, Rudian e Iandros, sorprendidos, saltaron al altar.
—¡Debiste tener más cuidado!
Iandros fue el primero en abrazar a Thiel. La levantó con suavidad, regañándola levemente.
La niña, empapada, se movía inquieta en sus brazos. Thiel sonrió, un poco avergonzada.
—Sin querer me caí…
—¿Ya estás toda mojada? Gracias a ti, mi ropa también estará empapada…
—Mi ropa ya estaba mojada desde antes. La tuya también lo estaba desde que estuviste cerca del altar…
—¿Desde cuándo te has vuelto tan habladora, Thiel Asterian?
Iandros la miró sin rencor, luego le dio un ligero pellizco en la mejilla antes de soltarla. Thiel, feliz, abrazó con fuerza el cuello de Iandros.
La luz de la mañana se derramaba sobre ellos. Las gotas de agua brillaban como las estrellas en el cielo nocturno.
¡Kugung-!
Finalmente, el altar, completamente descendido, dejó de moverse.
Cuando llegaron por primera vez, había un escalón entre la tierra y el altar, pero ahora parecía que el altar estaba profundamente enterrado en el suelo, como si se hubiera convertido en parte de él.
Karl se levantó y miró el altar. Este parecía haber regresado a descansar, como si hubiera cumplido con su deber.
Los tres chicos, que nunca perdieron el equilibrio en el altar en movimiento, levantaron a Thiel y comenzaron a caminar. Karl se quedó unos momentos atónito antes de apresurarse a seguirlos.
Cada vez que los niños y los caballeros caminaban, el agua salpicaba a su alrededor. El sonido del chapoteo era ruidoso.
Sin embargo, ninguno de ellos se quejó de que sus pantalones estuvieran mojados.
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