⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¡Aunque ni siquiera fue un accidente…! —Thiel protestó con voz agraviada.
Lo que le había pasado a Thiel no había sido un ‘accidente’, y ni siquiera se había lastimado, ya que la chica cambió de opinión en el último momento.
Entonces, ¿cómo era posible que Iandros, que debería estar en el palacio, ya hubiera escuchado las noticias y hubiera venido? Con una expresión algo cansada, Thiel saltó nuevamente de la cama.
—¿Le digo que sería mejor que viniera en otro momento si está cansada? —preguntó Ria, consciente de cuántas personas habían molestado a Thiel durante todo el día.
Primero, Thiel tuvo que lidiar con Ferdian y Rudian, quienes habían presenciado todo, y luego con Karthus y Alpheus, que se enteraron de lo ocurrido más tarde. Además, cada vez que la pequeña dama caminaba por los pasillos de la casa Astearian, los sirvientes, preocupados por ella, le preguntaban si estaba bien al menos siete veces, lo que la agotó aún más.
Sin embargo, Thiel, incapaz de rechazar a Ian, que había venido preocupado por ella, negó con la cabeza para detener a Ria.
—Está bien, iré a verlo. No puedo simplemente mandarlo de vuelta si vino preocupado por mí… ¿Está en la sala de estar ahora?
—Sí, está esperándola en la sala de estar.
—De acuerdo…
Ria abrió la puerta, y Thiel se dirigió hacia la sala de estar, caminando ni muy rápido ni muy lento. Aunque no tenía mucha resistencia, Thiel avanzó decidida, aunque en realidad casi no le quedaban fuerzas para ir a encontrarse con Ian.
Cuando llegó frente a la puerta, Thiel la empujó ligeramente. Un sirviente extendió la mano para abrirla por ella, pero Ria, que estaba justo detrás, negó con la cabeza, impidiendo que lo hiciera. A Thiel le gustaba abrir las puertas ella misma cuando se encontraba con alguien, incluso en días como ese, cuando se sentía terriblemente cansada.
Dentro de la sala de estar, Iandros estaba sentado en el sofá, con una expresión inquieta y las piernas cruzadas. El joven, con su brillante cabello dorado como el sol y sus ojos verde esmeralda, había madurado considerablemente en los últimos cinco años. Aunque su aspecto sensible de niño seguía presente, su altura, sus anchos hombros y su físico firme lo hacían parecer mayor de lo que era.
El joven, que se levantaba del sofá con evidente nerviosismo, caminó rápidamente hacia Thiel tan pronto como la vio entrar.
—¡Ian!
—¿Thiel, estás herida?
—¡No estoy herida! ¿Quién te lo dijo? Apenas han pasado tres o cuatro horas desde que ocurrió todo, ¿cómo lo supiste tan rápido?
—El Duque Evald me lo contó, y como estaba cerca, vine de inmediato. ¿No te lastimaste?
—¡No!
—¿Pero no tuviste un accidente?
—¡Te digo que no fue un accidente! Es decir… ‘casi’ tuve uno.
Con las palabras de Thiel, la expresión de Ian se relajó un poco. Después de examinar detenidamente el cuerpo de Thiel y comprobar que no había heridas visibles, Ian la soltó, aliviado. Era igual que Karthus. Para demostrar que no estaba herida, Thiel giró sobre sí misma, haciendo que su vestido blanco de interior ondeara, y su cabello plateado siguió el movimiento de la tela.
—¿Ves? Estoy perfectamente bien.
—¡No gires! ¿Y si te mareas y te caes? Además, ya de por sí no tienes mucha resistencia. Aunque no estés herida, podrías haberte asustado. Deberías descansar hoy —dijo Iandros con tono firme—. Por cierto, ¿qué es eso de ‘casi’ haberte herido? Me informaron que tuviste un accidente, pero no pude leer bien por la prisa. Explícamelo brevemente.
—¿Brevemente? Hmm, la chica se lastimó en mi lugar..
—Espera, mejor cuéntamelo en detalle.
Thiel asintió.
—Había alguien que iba a darme un ramo de flores envenenado, pero en el último momento cambió de opinión y me lo quitó. Como resultado, cayó bajo los efectos del veneno y ahora está siendo tratada. Actualmente está encerrada en la prisión subterránea.
Con la explicación ‘detallada’ de Thiel, Ian finalmente lo comprendió y asintió con una expresión seria.
—¿Han encontrado al culpable? No, mejor dicho, es más fácil hablar de esto con el Marqués que contigo.
—Me dijeron que aún no ha recobrado el sentido, así que no han podido descubrir quién está detrás de todo… ¡Pero yo también sé un poco!
—¿De verdad? Bueno, cuando despierte, encontraremos al culpable, y entonces me encargaré de matarla…
—¡No, no lo hagas!
Thiel abrazó a Iandros fuertemente, colgándose de él. Ian, sorprendido, miró hacia abajo a la pequeña figura aferrada a su cintura. El joven, que normalmente tenía una expresión aguda, ahora solo mostraba una cara llena de desconcierto.
Ian le dio unas suaves palmaditas en los hombros y le preguntó:
—Thiel… ¿por qué estás haciendo esto?
—¡No puedes matarla! Ya te dije, cambió de opinión en el último momento y trató de salvarme…
—Pero intentó hacerte daño.
—Ya hemos tenido esta conversación como veinte veces… No importa si intentó hacerme daño. Lo importante es que cambió de opinión y trató de salvarme. Así que, por favor, deja de decir que la vas a matar. ¡Me costó mucho convencer a papá de que no lo hiciera!
—Con las habilidades de los Asterian, podrían haberla despertado a la fuerza, descubierto quién está detrás y matarla. Ahora entiendo, fue por ti, ¿no, Thiel?
—¡Es que es muy joven! Estoy segura de que es más joven que tú…
—¿Más joven que yo?
—Es mayor que yo.
—¿Entonces, a quién llamas joven? ¡Si todavía eres tan pequeña!
Ian dijo en tono juguetón mientras le acariciaba el cabello a Thiel. En realidad, desde que había recibido las noticias, su interior estaba en un caos.
Empezó a preguntarse por qué algo así había sucedido en el territorio de los Asterian y sentía enojo hacia Ferdian, Rudian, y los caballeros que no habían protegido bien a Thiel. Si la persona responsable aún estaba viva, había llegado decidido a matarla con sus propias manos.
Sin embargo, al ver que Thiel estaba a salvo y que le pedía que no matara a nadie, el corazón de Iandros, que había estado endurecido, se derritió como un pudín cubierto de caramelo. Frente a Thiel, no podía mantenerse firme.
—Está bien, no lo mencionaré más. Pero, Thiel, ¿por qué no respondiste a mi carta?
Sin querer seguir discutiendo sobre el mismo tema, Iandros cambió rápidamente de conversación. Thiel, siendo también su prometida, sabía que cuando el culpable despertara, los Asterian se comunicarían con el palacio. La decisión sobre qué hacer podía esperar hasta entonces.
Thiel, al escuchar el cambio de tema, soltó su abrazo de la cintura de Iandros y lo miró.
—Ah, es verdad… ¡Lo olvidé! Ya había escrito la respuesta, pero se me olvidó pedirle a Ria que enviara la carta.
—Me hiciste esperar, Thiel.
—Pero tú también me haces esperar a veces, Iandros… La última vez te tardaste una semana en responderme.
Thiel se quejó, y la expresión de Iandros mostró un destello de incomodidad. En efecto, había estado tan ocupado que en dos ocasiones se había olvidado de responder las cartas de Thiel. Iandros había dejado la Academia para prepararse para ser Emperador, y sus días estaban llenos de lecciones. A pesar de todo, siempre encontraba tiempo para escribirle a Thiel, por lo que, aunque olvidara responder de vez en cuando, era comprensible.
Sin embargo, al ser él quien a veces tardaba en responder, no estaba en posición de quejarse por la demora de Thiel. Así que simplemente tosió, intentando desviar la atención.
—Tráemela ahora. La leeré aquí mismo.
—¿Qué? ¡No! La enviaré al palacio.
—¿Por qué? Yo mismo puedo llevarla.
—Me da vergüenza que la leas en la carroza, mientras rompes el sello de cera…
—Pero… ¿No está escrita para mí de todas maneras?
—Aun así, me da vergüenza, así que la enviaré al palacio.
Thiel insistió con determinación. Iandros, sorprendido pero divertido, asintió sin decir más.
—De acuerdo. Envíala directamente al palacio. Aunque, pensándolo bien, debería regalarte una paloma mensajera. Una que pueda ir y venir rápidamente entre el palacio y Asterian. Así, no tendrás que preocuparte por cartas que lleguen tarde ni yo tampoco.
—¿Una paloma mensajera?
—Sí, en Asterian usan mensajeros personales, pero yo uso palomas a menudo. Sería útil que tú también tuvieras una…
Iandros le susurró suavemente. En la sala de estar, el joven de aspecto agudo ya no estaba. Sólo quedaba un chico que se preocupaba por la pequeña niña.
Una cálida brisa de atardecer entró suavemente por la ventana abierta, acariciando sus cabellos.
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