⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Thiel.
Al escuchar su nombre, Thiel se dio la vuelta. Su cabello, que caía hasta la cintura, se agitó como si fueran copos de nieve blancos y hermosos.
Thiel, que ya no podía ser llamada una niña, se detuvo en su lugar y miró a Karthus con sus ojos dorados que brillaban como el sol.
—¡Papá!
Thiel, que ya sabía quién la llamaba antes de volverse, sonrió ampliamente y corrió a los brazos de Karthus. Karthus la abrazó como cuando era pequeña.
Aunque Thiel había crecido y ya no podía pasar horas acurrucada en los brazos de su padre como antes, todavía podía lanzarse a sus brazos.
—¿Qué estabas haciendo?
Karthus preguntó con dulzura. Thiel miró de reojo el periódico que había estado leyendo momentos antes.
Y antes de que Karthus pudiera verlo, giró rápidamente para abrazarlo con fuerza mientras respondía.
—¡No estaba viendo nada! Solo estaba sentada aquí sola. ¿Y tú? ¿Qué estabas haciendo?
Thiel continuó hablando con una voz animada.
Pero Karthus ya había visto lo que ella estaba leyendo.
Después de confirmar el titular del periódico, Karthus suspiró en silencio y acarició el cabello de su hija.
—Thiel, no leas esas cosas.
Karthus atrajo la cabeza de Thiel hacia su pecho y la abrazó aún más fuerte.
El titular del periódico que Thiel había estado leyendo decía:
<¡Las noches cada vez más largas, el desastre llega a Cracion!>
Debajo, un largo artículo explicaba cómo el equilibrio entre el día y la noche en Cracion se había roto, y lo inquietante que era que esto ocurriera justo en la época en que había nacido la hija de la luz.
Por eso, Thiel había desarrollado el hábito de revisar el periódico semanal todos los días.
Desde que el templo anunció que la duración del día y la noche comenzaba a cambiar, las noches se habían alargado y los días se habían acortado.
Después de años de esta tendencia, el día en Cracion se había vuelto tan corto que todos en el imperio estaban llenos de ansiedad.
El templo había estado esforzándose incansablemente por recibir otro oráculo, pero desde entonces no había llegado ninguno.
Aunque los poderes de Thiel permanecían intactos, no era algo que su habilidad pudiera resolver por sí sola.
Hasta ahora, las demostraciones de los poderes de Thiel en las ceremonias de luminarias habían calmado temporalmente la inquietud del pueblo, pero no había garantía de que seguiría funcionando.
De hecho, la gente del imperio empezaba a dudar si el ‘poder de la luz’ que Thiel poseía era realmente lo que decían.
Algunos incluso la presionaban, insistiendo en que, dado que ya había traído la luz una vez a una tierra oscura, debía encontrar la manera de resolver esta crisis.
Por ello, Thiel había cortado relaciones con casi todos, excepto Olivier, Iandros y algunos pocos amigos.
Afortunadamente, los habitantes de la mansión Asterian la querían, cuidaban y protegían…
Thiel levantó la cabeza y miró a Karthus.
Él la miraba con ojos llenos de preocupación. Thiel, un poco avergonzada, sonrió y dijo:
—Solo lo vi una vez, ¡de verdad! Y estoy bien. En realidad, me siento mal por no poder hacer nada por ellos…
—Thiel, nadie te debe nada, y tú no tienes la obligación de hacer nada por ellos. Tampoco tienes que participar en las luminarias si no quieres. Como cuando eras pequeña —Karthus continuó hablando—. El único motivo por el que permito que uses tus poderes en el Luminaria es porque creo que te hace sentir un poco más en paz. Pero si en algún momento empiezas a sentirte agobiada o te estresas demasiado por esto…
—No te preocupes, papá…
Thiel interrumpió suavemente mientras lo abrazaba de nuevo.
Siendo honesta, decir que no se había sentido estresada por todo lo que estaba ocurriendo sería una mentira.
Al fin y al cabo, ella era quien más directamente estaba relacionada con todo esto.
Además, Nesstian e Iker no habían dado señales de vida, lo cual era bastante sospechoso, y tras la muerte de Ossian, no habían encontrado a Jay.
El oráculo había cesado, el pueblo estaba inquieto, y…
¿Mis poderes también estarán debilitándose?
Hasta ahora, sus habilidades seguían funcionando bien, pero últimamente, por alguna razón, sentía que su luz no era tan intensa como antes.
La diferencia era tan sutil que incluso Thiel apenas lo notaba, pero a veces tenía la vaga sensación de que su poder de la luz se estaba debilitando un poco.
¿Cómo no iba a estar preocupada?
Sin embargo, sabía bien que los miembros de la familia Asterian y Iandros estaban muy preocupados por ella, así que se aseguraba de no mostrar signos de preocupación frente a ellos.
—¡Estoy realmente bien, papá! Además, me cuidas todos los días. Hoy más tarde tendré una hora de té con los hermanos Ferdian y Rudian. E Ian vendrá a visitar la mansión también.
Thiel dijo con una voz alta y melodiosa, casi como el canto de un pájaro.
Era sorprendente recordar cómo, cuando Thiel llegó por primera vez a la mansión Asterian, hablaba con voz apenas audible y siempre observaba las reacciones de todos.
El amor transforma a los niños.
El amor de la familia Asterian había transformado a Thiel…
Y ese amor le daría la fuerza para soportar todo esto. O al menos, Thiel creía firmemente que así sería.
Karthus, que había estado escuchando en silencio mientras su querida hija charlaba, inclinó la cabeza y besó la frente de Thiel.
—Así es, mi niña. Recuerda, nunca te sobreesfuerces. Lo único que me importa no es la paz de Cracion ni la seguridad de Asterian. Lo único que me importa eres tú, Thiel.
—Sí, papá.
—Bien, entonces, vamos al grano. ¿Qué te gustaría recibir como regalo para tu cumpleaños número veintidós?
Karthus preguntó. Thiel lo miró con ojos bien abiertos.
—¡Es cierto! ¿Mi cumpleaños ya se acerca?
—Sí, ¿lo habías olvidado?
Thiel apretó los labios y asintió rápidamente. Había estado tan ocupada últimamente que lo había olvidado por completo.
Karthus, como si lo hubiera esperado, acarició suavemente la mejilla de Thiel.
—Dime lo que quieras, aunque me gustaría hacerte una gran fiesta de cumpleaños, sé que no te gustaría…
—Sí, papá, no quiero eso…
Desde pequeña, Thiel no había sido fanática de las fiestas. Para ser exactos, no le gustaban las fiestas llenas de extraños que venían a felicitarla.
Las fiestas que Thiel disfrutaba eran aquellas con las personas que amaba: el personal de la casa Asterian, su familia, Ian y sus amigos.
No solo no le gustaban las fiestas con otras personas, sino que ahora mismo no parecía un buen momento para celebrar, así que Thiel no tenía planes de hacer una fiesta.
—¡Pensaré en el regalo más adelante! La verdad es que tú, el abuelo, Ian y mis hermanos siempre me envían regalos cuando están aburridos, así que no sé si hay algo que realmente quiera…
Thiel dejó la frase inconclusa. Karthus asintió. De hecho, encontrar algo que Thiel no tuviera era más difícil.
Gracias a Ian, que le enviaba regalos exquisitos cada vez que se aburría, la habitación de Thiel estaba llena de objetos raros de todas partes de Cracion.
Ferdy, Rudian, Karthus y Alpheus tampoco eran muy diferentes, por lo que Thiel casi necesitaba un almacén solo para guardar todos los regalos.
Incluso, Karthus había decorado y embellecido la llave de ese almacén con joyas y la había entregado como un regalo.
—Por eso vine a preguntarte, pero tal vez debería simplemente haberte sorprendido con algo…
Karthus pensó que tal vez ya era momento de regalarle a Thiel algún territorio de Asterian o una hermosa villa.
—Siempre te lo digo, papá, pero en serio no necesito regalos.
Thiel lo miró a los ojos. Su cabello blanco y ondulado brillaba como la luz cada vez que levantaba la cabeza.
—Solo necesito a ti, al abuelo y a mis hermanos. Como siempre he dicho, para mí, la familia es el mayor regalo…
Thiel habló con una voz suave y soñadora, llena de amor.
—Cada día que puedo pasar con todos ustedes es un regalo, es una alegría, es como vivir un sueño…
Karthus la escuchó en silencio mientras acariciaba suavemente la espalda de su hija.
—Para mí también es así, hija mía —Y añadió en un susurro—: Cada día que paso contigo se siente como un sueño, y me llena de alegría.
Karthus pensó, con un toque de melancolía, que era una pena que Thiel hubiera crecido tan rápido.
Si aún fuera una niña pequeña, podría cargarla todo el día y darle galletas en la boca…
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Thiel, que tenía la cabeza enterrada en el periódico semanal de Cracion, la levantó de golpe y preguntó con una voz emocionada:
—¿Dijeron que Ian ha llegado?
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