⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
La habitación tenía una alfombra que cubría más de la mitad del suelo, con bordados únicos, y sobre ella había un pequeño sofá y una mesa de té a la medida de un niño.
Thiel se dirigió hacia la mesa de té, pero se detuvo para examinar detenidamente los bordados de la alfombra.
Había hojas de laurel doradas, símbolo de la victoria, y en el centro, estaba representado un colmillo de una bestia salvaje.
Se agachó y pasó los dedos por encima, sintiendo los relieves del bordado.
Estoy segura de que lo he visto en algún lugar antes…
Era un símbolo familiar. Mientras Thiel entrecerraba los ojos, intentando recordar dónde lo había visto, Farden se acercó y se colocó a su lado.
En ese momento, Thiel recordó de dónde conocía ese símbolo.
¡Es el símbolo que estaba en el relicario de mamá!
Era el mismo símbolo que estaba grabado en relieve en el relicario de su madre.
Como había sujetado el relicario durante todo el viaje hasta Asterian, el tacto le resultaba familiar.
Farden, al ver a Thiel observar el bordado con tanta atención, se agachó para ponerse a su altura y le explicó.
—Este es el emblema de la familia Asterian. El borde está decorado con laureles dorados que simbolizan la victoria, y en el centro está el colmillo de un leopardo, símbolo del leopardo negro. Las llamas del borde representan la habilidad especial de la familia Asterian: el fuego.
Thiel asintió ante la amable explicación de Farden.
—El fuego… qué increíble.
En Nesstian, la palabra ‘fuego’ era casi un tabú, ya que representaba la habilidad especial de los Asterian.
Pero ahora podía mencionarlo libremente. Para Thiel, el fuego era mucho más impresionante que el frío gélido que congelaba todo a su alrededor; el fuego podía derretir lo que estaba helado.
Después de levantarse con un ‘¡Arriba!’, Thiel inspeccionó cuidadosamente el resto de la habitación.
Aunque le gustaban las suaves mantas y los adorables muebles, lo que más le llamó la atención fue…
Es realmente hermoso.
Era el atrapasol colgado frente a la ventana, que reflejaba la luz del sol en todas direcciones.
Farden, al notar que Thiel estaba absorta mirando el atrapasol, se acercó nuevamente a su lado.
Dado que Thiel no alcanzaba a tocar el atrapasol, Farden lo empujó suavemente por ella.
—Parece que le ha gustado, señorita. Tiene buen ojo.
—Sí, es muy bonito.
La luz atravesaba una gema azul, proyectando un brillo azul sobre el rostro inocente de Thiel.
Farden la observó con satisfacción y, tras aclararse la garganta, añadió:
—Este atrapasol fue hecho por el mejor artesano, el señor Linart, quien seleccionó personalmente los diamantes de la mejor calidad, que solo se encuentran en Desmond. Es una pieza única en el mundo. El señor Karthus lo adquirió como un regalo y pensó que sería bonito colgarlo en su habitación, así que se lo regaló.
—¿…Diamantes?
Thiel, aunque solo tenía siete años, sabía que los diamantes eran algo muy, muy caro.
Y dado que había escuchado la palabra ‘mejor’ dos veces, sabía que este atrapasol debía ser mucho más valioso que otros.
Farden asintió con orgullo.
Thiel miró el atrapasol brillando sobre su cabeza y, como si hubiera tomado una decisión, apretó los puños y miró a Farden.
—Disculpe, señor mayordomo.
—Sí, señorita, dígame.
—Quiero darle las gracias al señor Karthus y al señor Alpheus por darme una habitación tan bonita y el atrapasol. ¿Podría verlos?
Aunque aún le daba un poco de miedo Alpheus, pensó que era correcto agradecerles por lo que había recibido.
Al escucharla, Farden sonrió y asintió con alegría.
—Por supuesto. Sin embargo, el señor Alpheus está fuera de la mansión por asuntos urgentes, así que le llevaré a ver al señor Karthus.
Farden extendió su mano hacia Thiel, quien la tomó con suavidad.
El mayordomo ajustó sus pasos a la pequeña señorita, caminando a la mitad de su ritmo habitual para acompañarla.
Gracias a eso, Thiel pudo caminar a su lado sin tener que apresurarse ni quedarse sin aliento.
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
La mansión Asterian era realmente grande. Era tan vasta que alguien podría perderse fácilmente dentro.
Mientras caminaban hacia la habitación de Karthus, Farden le advirtió que la mansión era tan grande que, al moverse por ella, siempre debía ir acompañada de una sirvienta para evitar perderse.
Le comentó que incluso los sirvientes más experimentados a veces se perdían en el enorme y laberíntico sótano.
Mientras sostenía la mano de Farden y se dirigían a la habitación de Karthus, Thiel decidió que nunca caminaría sola por la mansión.
No quiero perderme y preocuparlos…
Thiel no quería causar problemas a las amables personas de la mansión Asterian, por lo que escuchó las palabras de Farden con más atención de lo habitual.
Después de caminar un rato, cuando empezó a pensar que estaban muy lejos de la habitación en la que se hospedaba, Farden se detuvo frente a una puerta gigantesca.
—Esta es la habitación del señor Karthus.
Una puerta enorme.
Era tan alta y ancha que incluso una bestia gigantesca podría pasar por ella. Thiel no podría haberla abierto por sí sola.
Mientras miraba la puerta con la boca entreabierta y el cuello inclinado hacia atrás, abrumada por su tamaño, Farden sonrió amablemente y llamó a la puerta suavemente.
—Señor Karthus, la señorita Thiel ha llegado.
Poco después de que Farden hablara, la pesada puerta se abrió lentamente.
Y entonces…
—Thiel.
Karthus apareció en persona. Thiel se sorprendió un poco por su repentina aparición, pero no lo evitó ni se escondió.
Ya había conocido a Karthus en una ocasión anterior.
Además, tenía buenos recuerdos de ese encuentro.
—Entra, pequeña.
Karthus se apartó ligeramente de la puerta para dejarla pasar. Thiel, tras un breve momento de vacilación, entró cautelosamente en la habitación de Karthus.
—Yo me retiro ahora.
Farden hizo una reverencia tras asegurarse de que Thiel había entrado en la habitación. Karthus echó una rápida mirada a Thiel, que ya estaba dentro, y luego a Farden, asintiendo ligeramente.
—Muy bien.
Se escuchó el sonido de la puerta cerrándose, y Karthus, que ya se había sentado en el sofá, le hizo un gesto a Thiel.
—Thiel, ven aquí.
Su voz era suave y reconfortante, como aquel día en que la rescató del sótano mientras lloraba.
Como el día en que le susurró que era una niña especial con un poder especial…
Las manos que había estado apretando con nerviosismo se relajaron. Thiel parpadeó y se acercó tímidamente a Karthus. Luego se paró frente a él con las manos juntas.
—No, así no.
Pero Karthus, como si algo no le hubiera gustado, sonrió ligeramente y extendió la mano hacia ella.
Al ver que la niña no se resistía, Karthus la levantó con manos toscas pero cuidadosas y la sentó en su regazo.
—¡…!
Los ojos de Thiel se abrieron de par en par cuando de repente se encontró sentada en el regazo de Karthus. Por un momento, su cuerpo reaccionó con un leve sobresalto.
—Cuidado, Thiel. Podrías caerte.
—¡P-pero!
Al oír la palabra ‘caer’, Thiel puso una expresión de tristeza. Su cuerpo dejó de moverse, y con las manos apoyadas sobre las rodillas de Karthus, parpadeó.
¿Cómo he terminado aquí…?
Solo había venido a agradecerle por la habitación tan bonita.
En la mansión de Nesstian nunca había estado sentada en el regazo de un adulto. Apenas había tomado de la mano a alguno de ellos en contadas ocasiones.
Pero en la mansión Asterian, ¡ya era la segunda o tercera vez que se encontraba sentada en el regazo de alguien!
Además, el regazo de Karthus era duro e incómodo, a diferencia del regazo suave y estable de Ria.
Probablemente porque Karthus no tenía mucha experiencia sosteniendo a niños, pero Thiel no sabía eso.
Mientras Thiel intentaba cambiar de postura para sentirse más cómoda, Karthus tocó una campanilla en la mesa auxiliar.
La puerta se abrió y un sirviente entró e hizo una reverencia. Karthus, apoyando ligeramente la cabeza sobre la pequeña cabecita de Thiel, habló.
—Tráele a la niña un refrigerio y una taza de té caliente.
Karthus, fascinado por las pequeñas manos de Thiel, las tomó suavemente antes de corregirse.
—No, mejor que sea jugo o chocolate caliente, algo más apropiado para una niña pequeña. Como la última vez.
—Entendido, señor Karthus.
El sirviente salió rápidamente de la habitación.
Thiel, todavía sentada en el regazo de Karthus, parpadeó, y de repente recordó por qué había venido. Giró la cabeza hacia él.
—Se-señor Karthus.
—Dime, Thiel. ¿Qué necesitas?
—Es que…
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