⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Los niños compartieron el pastel. Era un pastel de cumpleaños elaborado especialmente por el pastelero de la familia Asterian.
Aunque era un cumpleaños sencillo para el príncipe heredero, nadie se quejó.
Bueno, había alguien que sí tenía una queja.
—Cumpla su promesa, Su Alteza el Príncipe Heredero.
Sin embargo, no era una queja sobre el pastel de cumpleaños. Para ser más exactos, era una queja sobre el propio cumpleaños.
—Si alguien te escuchara, pensaría que no estoy cumpliendo, Ferdian.
Ian respondió con calma.
—Es natural preocuparse cuando no hay noticias del vestido. Pero, ¿acaso ha planeado ignorarnos después de organizar una gran fiesta de cumpleaños en nuestra mansión…?
—Lo que más me intriga es qué es lo que piensas de mí en este punto.
Estella no era alguien que acudiera fácilmente cuando se le llamaba. Ni siquiera si quien la llamaba era el príncipe heredero del imperio.
Ian le había enviado una carta y, para ese momento, Estella ya debería haber recibido el mensaje y estar en camino a Asterian.
Pero Ferdian, incapaz de esperar un poco más, miraba al príncipe heredero con desconfianza… Ian chasqueó la lengua.
Fue entonces cuando Thiel, que acababa de recibir una gran caja de regalos de manos de Lia, corrió hacia Ian.
—¡Ian!
Era la primera vez que la expresión de Ian se iluminaba tan rápido.
Sonriendo suavemente, como si nunca hubiera fruncido el ceño, Ian extendió la mano hacia Thiel.
—¿Es mi regalo?
—Sí, aunque tal vez sea un poco insuficiente para Su Alteza el Príncipe Heredero…
Thiel desvió la mirada.
Nunca antes le había dado un regalo a alguien.
Era comprensible. Mientras vivía en Nesstian, ni siquiera tenía migajas de pan que llevarse a la boca, mucho menos regalar algo.
Así que el acto de ‘dar un regalo’ tenía un significado importante para Thiel.
Con cuidado, Thiel le entregó a Ian la caja de regalo.
El regalo era tan grande que sería más exacto decir que Thiel se movió con él en lugar de simplemente entregárselo.
—¿Puedo abrirlo ahora?
—Eh, eh… ¡No! Sería mejor que lo abriera cuando regrese al palacio.
Thiel sacudió la cabeza.
—¿Cuando regrese al palacio?
—Sí, abrirlo ahora sería… um… un poco vergonzoso.
Ian asintió sin objeción.
Ferdian, que había estado observando, levantó una ceja.
Ian normalmente no era alguien que escuchara a los demás tan fácilmente… pero frente a Thiel se comportaba como un corderito.
Pensó en hacer algún comentario, pero lo dejó pasar. Que su querida hermana estuviera ‘adiestrando’ al príncipe heredero del imperio no era algo malo.
Ian, por su mera presencia, ya era un gran apoyo para Thiel. Con eso en mente, el chico decidió no quejarse más.
Ferdian ya veía a Ian como alguien destinado a despejar el camino para Thiel.
El problema era que, incluso después de que el regalo estuviera en manos de Ian, Thiel seguía inquieta.
—…¿Quieres que te lo devuelva?
Tanto que el destinatario del regalo tuvo que preguntarle.
Thiel sacudió la cabeza rápidamente. ¡Devolver el regalo era impensable!
Ese regalo lo había preparado Thiel, tras varios días de reflexión junto a Ria.
Aunque, claro, Karthus había proporcionado el dinero para la compra… ¡Pero eso no importaba!
—¿Devolverlo? ¡No puede ser! ¡Es un regalo que le hice a usted, Ian!
—Entonces, ¿por qué estás tan inquieta?
—Es que, es que…
Thiel se sonrojó.
¿Cómo le voy a decir que me preocupa que no le guste…?
¿Dar un regalo siempre es tan emocionante y a la vez tan estresante?
La idea de que Ian se alegrara al ver el regalo hacía que su corazón se sintiera ligero como el aire, pero la posibilidad de que lo decepcionara hacía que sus manos se sintieran pesadas.
Dar un regalo es una tarea alegre pero difícil…
Al final, Thiel no pudo decir esas palabras y murmuró algo vago.
—Lo, lo diré después. ¡Pero no me lo devuelva! Es mi regalo para usted, Ian.
Thiel lo dijo con firmeza.
Pensar que al principio ni siquiera podía mirarlo a los ojos, y ahora le hablaba con tanta claridad era un gran avance.
Ian sonrió y no dijo más.
—Está bien, lo abriré solo.
—¡Sí! Cuando nos volvamos a ver, por favor dígame si le gustó.
—Te lo puedo decir ahora mismo. Me gusta, Thiel.
—¡Eh! ¡Pero si ni siquiera lo ha abierto!
—No lo he abierto, pero puedo decirlo. Me gusta.
Ian respondió con una voz llena de seguridad mientras miraba a los otros niños con una expresión triunfante.
Las caras de Ferdian, Rudian y Olivier se tensaron ligeramente.
Thiel, al ver las expresiones extrañas de sus hermanos, miró a Ian y luego de nuevo a ellos, y luego volteó rápidamente hacia Ian.
—¡Feliz cumpleaños!
—Ya me lo dijiste antes.
—Sí, pero no importa repetirlo, ¿verdad?
Ian le acarició la cabeza con una mano. El cabello, ahora mucho más suave, se deslizaba entre sus dedos.
Entonces, Ian giró la cabeza.
—¿Por qué los demás no dicen nada?
—…
—A pesar de todo, sigo siendo el príncipe heredero del imperio…
Eso es cierto.
Si hubiera celebrado su cumpleaños en el palacio real, habría recibido tantos deseos de cumpleaños que se habría cansado de escucharlos, y mañana aún habría recibido más.
Los niños se tragaron las palabras que tenían en la punta de la lengua sobre por qué había decidido pasar su cumpleaños aquí.
Recordaron que ya habían sacado algún provecho de Ian, así que guardaron silencio.
—Feliz cumpleaños, Su Alteza.
Ferdian sonrió amablemente.
—Felicidades.
—Felicidades. Papá probablemente enviará tu regalo más tarde.
Le siguieron Rudian y Olivier.
Thiel, observándolos, inclinó la cabeza ligeramente.
¿Por qué mis hermanos se ven tan tensos?
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—Me alegra que haya disfrutado su tiempo aquí.
Alpheus inclinó ligeramente la cabeza.
Karthus hizo lo mismo.
—Espero que no haya habido nada incómodo durante su estancia.
Karthus acarició suavemente la mejilla de Thiel mientras continuaba hablando.
Su hija menor había estado emocionada durante tres días por darle un regalo a Ian, y todavía parecía llena de esa misma emoción.
Ian miró de reojo la tierna escena entre padre e hija y respondió.
—Fue un momento agradable. Tan bueno como podría ser.
La fiesta organizada en Asterian seguramente no había estado a la altura de los estándares de Ian.
Por mucho que los sirvientes se hubieran esforzado en prepararla, no era una fiesta propiamente dicha. Era más como una simple cena entre niños.
Por supuesto, Alpheus y Karthus no habían planeado tomar el cumpleaños de Iandros a la ligera.
Él era el príncipe heredero del imperio, por lo que debía recibir un trato acorde.
Sin embargo, tampoco podían ignorar la petición del príncipe de ‘simplemente querer cenar en paz’.
Por eso, en lugar de preparar algo grandioso, optaron por dejar que los niños disfrutaran de su tiempo juntos.
Esa fue la consideración de Alpheus y Karthus.
Y a Iandros le había agradado mucho esa consideración.
—…De verdad —La voz de Ian se deslizó suavemente—. De verdad quiero expresar mi más sincero agradecimiento. A Asterian y a Wolfgang.
Iandros se dio cuenta por primera vez de que un cumpleaños podía ser un día tan feliz.
Hasta entonces, su cumpleaños había sido solo un día ruidoso que debía soportar con paciencia.
Pero ahora…
La mirada de Ian se dirigió hacia Karthus y luego un poco más abajo.
Allí estaba una niña conocida.
La hija menor de Asterian, que ahora lucía un poco más saludable y sonreía con más frecuencia que cuando se conocieron.
Thiel le había dado a Ian algo tan valioso que no tenía precio.
Así que Iandros también debía corresponder con algo igual de valioso.
Mientras miraba el rostro pálido de la niña, Iandros hizo una promesa.
Ya fuera el Emperador, el templo o cualquier otra familia, no permitiría que nadie se atreviera a ponerle un dedo encima a Thiel.
—Bueno, debo irme.
Con esa determinación clara, Iandros habló. Alpheus, Karthus y los demás niños asintieron suavemente.
—Que tenga un buen viaje, Su Alteza —dijo Karthus.
Tras esas palabras, Iandros subió al carruaje y abandonó la mansión Asterian.
Aunque el rostro de Cedric, que lo seguía, mostraba una expresión relajada, nadie lo notó.
Alpheus observó el carruaje alejarse con una ligera satisfacción.
Él sabía cuán solitaria había sido la vida de Iandros en el palacio.
Pero últimamente, el joven no parecía tan solitario.
Quizás se debía a estos niños…
Cuando Alpheus se dio la vuelta, se sobresaltó.
Los niños estaban tirados por todas partes, con posturas relajadas o apoyados con un pie en el suelo, peinándose el cabello despreocupadamente.
—…
—Eh, ¿alguien me llamó?
—Oye, cuando el príncipe heredero esté delante, no me llames. Es agotador.
¿Qué les ha pasado a estos niños?
Alpheus miró a Thiel con curiosidad.
Pero Thiel no tenía nada que decir.
—…
Simplemente negó con la cabeza en silencio.
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