⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Era un pequeño gorro tejido.
Parecía inacabado, con los últimos detalles aún por completar, pero no cabía duda de que era un gorro para bebé.
Como si hubiera sido hecho para un bebé que estaba a punto de nacer…
En el instante en que Thiel descubrió el gorro, sintió un torbellino de emociones indescriptibles arremolinarse en su pecho.
—…¿Mamá?
Con los dedos temblorosos, Thiel recogió el gorrito a medio tejer.
Karthus, que la observaba en silencio desde un lado, colocó una mano sobre el hombro de su hija y habló.
—Debe ser algo que tu madre estaba tejiendo cuando aún estaba en Nesstian. Lena no era muy hábil con el tejido. Seguro por eso no logró terminarlo a tiempo.
Con un brazo, Karthus abrazó con firmeza a Thiel mientras miraba el gorrito con ojos cálidos.
—Thiel, tu madre te amaba con todo su ser. Todo lo que Zender dijo son puras mentiras. No hubo nadie que te amara más que ella.
Thiel asintió.
¿Cómo podría no saberlo?
Aunque su madre ya no estaba en este mundo, ella había sido la única persona que le había demostrado su amor de innumerables maneras.
Y en el fondo, Thiel se alegró de que su madre no hubiera sido buena con el tejido.
Si hubiera terminado este gorro y me lo hubiera puesto, el abuelo sin duda lo habría tirado.
Como era algo que nunca llegó a darle, Zender debió guardarlo con cuidado en este lugar.
Un gorro para bebé que debería haber sido completado y entregado a su dueño, irónicamente, regresó a sus manos precisamente porque quedó incompleto.
Thiel guardó el gorro con sumo cuidado, y después de dar un último vistazo a la habitación de Lena, se giró hacia Karthus.
—Papá, vámonos ya.
—Podemos quedarnos un poco más. Aunque pronto podrás venir con frecuencia.
Thiel negó con la cabeza.
—Hoy ha sido suficiente, ya podré volver en otro momento. Y… en realidad, ahora hay un lugar al que quiero ir.
Karthus, que estaba frente al retrato de Lena, asintió.
Esperó a que Thiel terminara de hablar y, por última vez, dirigió su mirada a la niña del retrato.
Luego, se acercó a su hija y se colocó a su lado.
—De acuerdo, Thiel. Me intriga saber a dónde quieres ir.
Thiel y Karthus cruzaron la habitación y pusieron la mano en el pomo de la puerta.
Mientras salían, sus siluetas armonizaban con el entorno como si siempre hubieran sido los dueños de aquella habitación.
Mientras que Zender, quien la había cuidado toda su vida, no podía evitar sentirse como un forastero en ella.
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
Karthus se quedó de pie frente al retrato de Lena mientras Thiel inspeccionaba la habitación.
El cuadro era tan realista que daba la impresión de que, en cualquier momento, la niña pintada saltaría fuera de él y correría hacia Karthus.
Lena Nesstian.
Su primer amor, su esposa y la última mujer a la que amó.
Karthus aún podía recordar con total claridad la primera vez que la vio.
El instante en que tomó su mano por primera vez, cuando la abrazó con ternura, el primer roce de sus labios cálidos y suaves…
Cada momento vivido con Lena seguía tan vivo en su mente como si hubiera ocurrido ayer.
Pero ahora…
Ya no estás aquí.
Lena se había ido, y Karthus se encontraba solo en este lugar.
Hubo un tiempo en el que ese hecho le resultó insoportablemente terrible.
Hubo un momento en que la ausencia de Lena hizo que Karthus sintiera que no tenía razones para seguir viviendo.
Si Lena Nesstian hubiera visto en qué estado estaba entonces, seguramente se habría reído a carcajadas de él.
Ella siempre fue una mujer fuerte.
Si hubiera visto a su esposo aferrándose a su ausencia, sin duda le habría gritado que dejara de hacer estupideces.
Al imaginar esa escena, Karthus soltó una risa baja y entrecortada.
Y murmuró en voz baja:
—La verdad es que sigo sintiéndome un poco así, Lena.
Este mundo sin ti no tiene gracia.
Es como haber perdido algo grande y valioso.
Pero…
No es un mundo sin sentido.
Porque Lena le dejó algo precioso: sus hijos amados.
Ferdian, Rudian y Thiel aún estaban en este mundo.
Lena se había ido, pero los hijos que nacieron del amor entre ellos seguían aquí, brindándole consuelo y sosteniéndolo.
Y solo por eso, ya tenía una razón suficiente para seguir viviendo.
Este mundo aún tenía significado.
Todavía había muchas cosas por hacer.
Por eso…
Espera un poco más, Lena Nesstian.
Aún quiero ver con mis propios ojos cómo nuestros hijos crecen a salvo.
Quiero estar a su lado cuando llegue el momento en que necesiten el calor de sus padres.
Todavía tengo muchas cosas por hacer, así que…
Espera por mí, mi amada esposa.
Karthus esbozó una leve sonrisa mientras contemplaba el retrato.
Y perdón por no haber encontrado a Thiel antes.
Por fin, se permitió decir esas palabras que había postergado por tanto tiempo.
El rostro de Karthus, que se había mostrado rígido mientras enfrentaba a Zender, ahora se veía sereno y relajado.
Con ojos llenos de amor, tocó suavemente el marco del retrato.
Debiste sentirte tan frustrada en estos siete años, viendo a este torpe esposo tuyo perderse sin poder encontrar a nuestra hija.
En ese instante, Karthus sintió como si una voz le contestara desde algún lugar:
—¡Sí! ¡Fue desesperante!
Y justo en ese momento…
—Papá, vámonos ya.
Karthus se giró hacia Thiel.
Allí estaba su hija, que había crecido tanto.
Cuando la vio por primera vez, ni siquiera le llegaba a la cintura.
Y ahora, se había convertido en una joven que lo llamaba con voz firme.
Cuando nació, debió haber sido aún más pequeña…
Cabía en una sola mano de lo pequeña que era.
Mientras imaginaba el momento en que Thiel llegó a este mundo, los labios de Karthus se curvaron en una suave sonrisa.
Se acercó a su hija con una expresión afectuosa y, mirándola a los ojos, dijo:
—Bien, Thiel. Me da curiosidad saber a dónde quieres ir.
✦ . * ˚ ✦ . * ˚ ✦
Thiel subió las escaleras de la mansión con pasos seguros.
Las escaleras, el largo pasillo… Nada había cambiado desde aquella vez.
Sin embargo, si algo era diferente ahora, era que ya no le costaba subir los escalones.
Junto a Karthus, Thiel cruzó el rellano y continuó su ascenso hasta la parte más alta de la mansión Nesstian.
Allí se encontraba el desván.
El lugar más frío y apartado de toda la enorme mansión.
Un rincón tan remoto que nadie se molestaba en mirar hacia allí.
Por un momento, el rostro de Karthus se endureció sutilmente, pero Thiel no pudo notarlo, pues estaba de espaldas a él.
Thiel se detuvo frente a la puerta firmemente cerrada del desván.
Observándola en silencio por un instante, apoyó la palma de la mano sobre la madera.
Luego, la empujó suavemente.
Creeeeak-.
La puerta se abrió con facilidad.
Thiel entró con cautela en la habitación.
—Ah…
Y dejó escapar un leve suspiro.
El desván estaba exactamente como lo recordaba.
Las telarañas aún colgaban del techo, el viento seguía filtrándose por las rendijas, y el frío se apoderaba del lugar.
Sin embargo, había una diferencia: el polvo cubría el suelo, acumulado por el tiempo en que nadie había habitado allí.
En el pasado, Thiel vivía en ese lugar, por lo que no dejaba que el polvo se acumulara en su pequeño espacio.
Lo mismo ocurría con la diminuta ventana por la que solía asomarse.
Mientras vivió allí, la limpiaba constantemente con la manga de su ropa, asegurándose de que nunca se ensuciara demasiado.
Ahora, en cambio, estaba tan cubierta de suciedad que apenas podía verse el exterior.
Eso significaba que, desde la huida de Thiel, nadie más en la mansión Nesstian había sido obligado a vivir en el desván.
La idea le trajo alivio, pero al mismo tiempo, una leve tristeza.
Desde atrás, Karthus apoyó una mano en el hombro de su hija.
—Thiel, este lugar…
—Aquí es donde viví, papá.
Desde los siete años, hasta el día en que logró escapar con la ayuda de Iandros y se dirigió a Asterian.
Si no hubiera logrado huir en aquel entonces, quizás aún seguiría atrapada en ese lugar.
Sus ojos recorrieron la habitación hasta detenerse en el rincón más alejado.
Ese era el sitio donde cada noche se acurrucaba para dormir.
Y en ese instante, ante su vista apareció una pequeña pantera de las nieves, enroscada sobre sí misma, con la cola metida en la boca como si intentara protegerse del frío.
Era ella misma, de niña.
Thiel, en la época en que este desván era su mundo entero.
La verdad era que había estado atrapada en ese lugar durante mucho tiempo.
Aunque escapó a los siete años, como le dijo a Zender en su momento, siguió recordando este sitio incluso después de haberlo dejado atrás.
Eso significaba que, de alguna manera, nunca había logrado salir del todo.
Pero ahora…
Ya no es así.
Thiel observó a su yo del pasado, que la miraba fijamente con sus ojos redondos y llenos de inocencia.
Luego, con mucho cuidado, usó su poder.
Fwoooosh…
Una luz cálida, brillante, y más amable que cualquier otra, llenó el frío y estrecho desván.
Ya no estoy atrapada aquí.
Su poder, que ahora tomaba la forma de un pez de largas aletas, iluminó cada rincón del lugar.
Yo salí de aquí.
Y nadie volvería a encerrarla en este sitio nunca más.
Ni siquiera ella misma.
Y en el momento en que lo comprendió por completo…
—……
La pequeña pantera de las nieves que solo ella podía ver se disipó en el aire como polvo de estrellas.
Y nunca más volvió a aparecer.
Así que ya no hay razón para llorar.
Thiel recogió su poder y le dirigió una última despedida a su infancia.
Era algo que solo ella podía hacer, y algo que debía hacer.
Adiós, mi yo de la infancia.
Después de todo, la única que podía sanar sus propias heridas… era ella misma.
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