⋆˚ʚɞ Traducción: Nue / Corrección: Nue
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—¿Por fin el mayor trofeo de esta guerra? ¿Nada menos que la famosa Ethel Lancaster?
La voz ligeramente ebria del Emperador resonó en el salón de banquetes.
Hasta hace poco, Ethel era saludada con respeto por los nobles que ahora la miraban como si fuera una mercancía en exhibición. Aunque el sentimiento de humillación la abrumaba, Ethel hizo todo lo posible por mantener su postura digna y recta, como siempre.
Si aflojaba un poco la cuerda de la tensión que la mantenía firme, sentía que su cuerpo temblaría y que sus hombros se encogerían.
¡No debo derrumbarme, pase lo que pase!, se repetía para sí misma mientras, sin darse cuenta, apretaba las manos con tanta fuerza que sus uñas se clavaban en sus palmas. Aunque sentía el dolor, no relajó el agarre. En ese momento, necesitaba esa sensación para mantener su mente clara.
Ethel estaba en esta posición porque su esposo, el Duque de Lancaster, había intentado conseguir la independencia en un acto que prácticamente era una rebelión, siendo derrotado sin piedad por el Emperador.
Había sido entregada como la joven esposa del Duque, un hombre que podría haber sido su padre, y apenas había vivido como Duquesa durante un año y ocho meses. Todo lo que había ocurrido, incluida la planificación de la independencia, estaba completamente fuera de su control.
De cualquier manera, sigo siendo la Duquesa de Lancaster. Tengo que fingir dignidad hasta el final, para que mi caída sea un poco menos miserable.
Mientras Ethel resistía de pie, los nobles que no conocían sus pensamientos alborotaban a su alrededor.
—Es digno de una Duquesa. Incluso en esta situación, se mantiene serena.
—Así es. Mucho mejor que las hijas de Lancaster, que lloraban y hacían un escándalo.
—Qué lástima, una figura tan destacada…
Sin embargo, Ethel no sentía ninguna gratitud por esos comentarios.
¿De verdad esas personas que ocupaban las primeras filas en este espectáculo, donde los humanos eran distribuidos como trofeos, sentían pena por ella?
En absoluto. Incluso su esfuerzo por mantenerse serena, reprimiendo su miedo instintivo, no era más que un entretenimiento para ellos.
Jamás imaginé que recibiría tanta atención hasta el último momento. Vaya vida tan ostentosa…
Al pensar en eso, Ethel apretó los dientes, conteniendo la risa o las lágrimas que amenazaban con salir.
Para distraerse de su creciente autocompasión, movió los ojos lentamente, examinando cada rincón del salón de banquetes.
Había muchos rostros conocidos. Algunos, al cruzar miradas con ella, apartaban rápidamente la vista.
Ethel sabía que entre esas personas había quienes la compadecían. Pero también sabía que nadie se atrevería a expresarlo en voz alta.
Es comprensible. ¿Quién arriesgaría su cuello defendiendo a la esposa de un traidor?
No los culpaba. Si la situación fuera al revés, ella también habría permanecido en silencio.
Las únicas personas a las que Ethel culpaba eran su padre, quien la había entregado al viejo Duque como si fuera un regalo, el propio Duque, que había ocultado sus planes de rebelión, la familia del Duque, que la despreciaba y la ridiculizaba, y a sí misma, por no haber tenido el valor de escapar de aquella situación injusta.
Responsabilidad y deber de los nobles, honor y orgullo… ¿Qué significaba todo eso para mí?
Apretó más la mandíbula, sintiendo cómo sus dientes parecían ceder. Pero, por supuesto, nadie prestaba atención a su sufrimiento.
El Emperador Dimarcus Tuberin habló con desinterés, solo después de que las miradas de todos hubieran escudriñado lo suficiente a Ethel.
—¿A quién se la doy?
Cuando volvió la mirada hacia los caballeros que habían regresado con honores de la campaña contra Lancaster, el entusiasmo estalló. La reacción fue mucho mayor que cuando las hijas del Duque fueron ofrecidas como trofeos.
—¡Su Majestad, le ruego que me la conceda!
—¡Majestad! ¡He matado al menos a cincuenta enemigos!
—¡No escuche a ese mentiroso! Por favor, apiádese de este pobre viudo, Majestad.
—¿Qué tal si lo decidimos con un duelo?
Las súplicas, a menudo mezcladas con bromas, no cesaban.
¿Debía considerar aquello un honor o una humillación?
—Parece que todos han dejado a un lado su dignidad.
—No es para menos. Ethel Lancaster fue alabada como una Duquesa perfecta, incluso siendo tan joven.
—¿Y de qué le sirve? Al final, terminó como una simple esclava.
—Eso la hace más valiosa. ¿Quién rechazaría a una esclava como ella?
Algunos nobles mayores se reían y murmuraban entre sí. Era evidente que todos pensaban lo mismo.
El Emperador Dimarcus, que observaba el alboroto entre los caballeros con aire divertido, giró de repente hacia su guardia personal como si acabara de recordar algo.
—¡Oh, cierto! Casi olvido que tenemos aquí al mayor héroe de esta guerra.
Su mirada se posó en el comandante en jefe de la campaña, un caballero reconocido por su destreza, quien permanecía inexpresivo.
—Laszlo.
—…Sí, Majestad.
La respuesta tardía de Laszlo, bordeando entre la rudeza y la seriedad, no molestó en lo más mínimo al Emperador. De hecho, a Dimarcus le agradaba esa voz neutral y sin intención oculta.
—¿No necesitas una mujer?
La pregunta, que dejaba en claro el propósito de Ethel, hizo que algunos nobles fruncieran el ceño y contuvieran el aliento.
Y no era para menos.
Mientras los caballeros que competían por ella eran nobles, Laszlo Crises era diferente.
¿No era un mercenario? Bueno, ¿y qué importa?
Para Ethel, daba igual si era Laszlo u otro caballero. Pero para los nobles, era un asunto crucial. Laszlo representaba a la nueva nobleza imperial que amenazaba a la vieja aristocracia.
Laszlo Crises, un hombre de veintisiete años, había alcanzado notoriedad en el imperio como el ‘Rey de los Mercenarios’ al dominar el gremio de mercenarios más grande, Caliope. Con sus impresionantes hazañas militares durante la guerra de conquista, había sido ennoblecido con el título de conde.
Aunque nadie podía cuestionar sus logros militares, los nobles decidieron criticarlo por su origen como mercenario.
Son simples carniceros, dispuestos a hacer cualquier cosa por dinero.
Hombres que, si no fueran mercenarios, terminarían siendo criminales.
Así era como los nobles veían a los mercenarios.
—¿Por qué Su Majestad tiene que darle el mejor trofeo a ese tipo?
—Pues sí. Ethel Lancaster cayó en desgracia por un mal matrimonio.
—Y ese mercenario… ¡Vaya que ascendió! Como si ser Conde no fuera suficiente, ahora tendrá a una Duquesa como esclava personal.
Todos estaban convencidos de que Laszlo Crises mostraría un interés perverso por Ethel. Sin embargo, su reacción los tomó por sorpresa.
—Bueno, escasean las doncellas, pero…
—¡Jajaja! ¡Hahaha!
La respuesta de Laszlo hizo que Dimarcus estallara en carcajadas.
—¿Doncella? ¿Has dicho doncella? ¿Quieres usar como doncella a una mujer que fue Duquesa?
—No le veo otro uso, la verdad.
—¡Jajaja!
El Emperador, aparentemente encantado con la respuesta de Laszlo, asintió después de reír durante un buen rato.
—Está bien, está bien. Concedo a Ethel Lancaster al Conde Laszlo Crises, que necesita doncellas urgentemente.
Así se selló el destino de Ethel, quien ahora sería enviada a las manos de un hombre conocido por su rudeza y crueldad, un exmercenario.
Mientras los guardias la escoltaban fuera del salón, su mente comenzó a repasar los días que la llevaron a ese trágico desenlace.
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Tres años atrás, a principios de verano.
En un día soleado, con un jardín cubierto de flores, la vida de Ethel cambió para siempre.
( El Duque de Lancaster ha aceptado tomarte como su esposa. La boda será dentro de cuatro meses, así que apresúrate con los preparativos. )
( ¡Padre! ¡No! ¡No quiero! Por favor, vuelva a pensarlo. )
Por primera vez en su vida, Ethel desafió a su padre, arrodillándose para rogarle. ¿Cómo podía aceptar convertirse en la esposa del Duque de Lancaster, un hombre dos años mayor que su propio padre?
Sin embargo, Dustin Canyon, Conde y padre de Ethel, estalló en ira.
( ¡En lugar de contribuir al bienestar de la familia, te atreves a hacer este espectáculo tan vergonzoso! ¿Tienes idea del esfuerzo y las humillaciones que soporté para conseguir esta alianza? )
Para él, los sentimientos de Ethel no eran relevantes. Lo único que importaba era el beneficio que la familia obtendría de ese matrimonio.
Desde el principio, Ethel había sido criada con la intención de casarla en una familia influyente. Su negativa no hacía más que enfurecer a su padre.
Ethel dejó de comer y lloró durante tres días, pero Dustin no solo ignoró su desesperación, sino que intensificó los preparativos de la boda, alegando que el tiempo apremiaba. Convocó a comerciantes al hogar familiar para escoger rápidamente lo necesario.
Incluso la Condesa, que solía prestar atención únicamente a sus hijos varones, mostró poca compasión hacia Ethel.
( ¡Ethel! Deja ya de ser tan obstinada. ¿Dónde vas a encontrar un mejor matrimonio que este? )
( ¡Pero esto no está bien, madre! ¡El Duque de Lancaster tiene más edad que mi padre! ¿Cómo puedo…? )
( Entonces dime, ¿qué hombre de las ‘Cuatro Grandes Familias’ crees que sería mejor? Elige uno. )
El tono de su madre incluso sonaba burlón.
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