⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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Clac.
Cuando la puerta se cerró por completo, Ethel dejó escapar un profundo suspiro sin darse cuenta.
Otro día que termina sin incidentes.
Era un suspiro mezclado de agotamiento y alivio, pero ahora que finalmente podía disfrutar de un momento de descanso en su espacio personal, una ligera sonrisa se dibujó en sus labios.
Al principio pensó que la habitación era muy pequeña, pero ahora le parecía acogedora y agradable.
Se sentó en la cama y masajeó sus manos, enrojecidas e hinchadas.
Llevaba ya diez días en ese lugar. Sus manos, que antes eran suaves, se habían vuelto ásperas solo tres días después de empezar a trabajar en la lavandería.
A pesar de todo, ver el estado de sus manos le arrancaba una sonrisa.
Si aún no me han buscado, parece que el Conde Crises realmente solo planea usarme como sirvienta.
Durante ese tiempo, cada vez que veía a Laszlo regresar del palacio, su corazón se aceleraba. Le preocupaba que de repente diera órdenes como: ‘Lávenla y llévenla a mi habitación’.
Sin embargo, Laszlo parecía no tener el menor interés en ella, como si ya hubiera olvidado por completo su existencia.
No podía estar más feliz ni más agradecida por ello.
De alguna manera, parece que el Conde Crises me ha salvado.
Esa era la conclusión a la que Ethel había llegado tras repasar una y otra vez lo sucedido durante el banquete de la victoria.
Si, por casualidad, Laszlo hubiera rechazado recibirla, habría sido entregada a otra persona. Y estaba segura de que, entre los que habían extendido la mano para reclamarla en ese momento, no había nadie que pudiera ser considerado un caballero honorable.
El Conde Crises incluso dijo en ese momento que me usaría como sirvienta. Puede que nadie lo crea, pero al menos me dio la oportunidad de preservar algo de mi honor.
Ahora, si alguien le preguntara en el futuro qué había hecho en la casa del Conde Crises, podría responder que había sido una sirvienta.
Claro, eso suponiendo que alguna vez se diera una situación así, lo cual era improbable.
¿Sabrá él que estoy agradecida?
Aunque decirlo pudiera enfurecer a los que habían muerto, Ethel, sinceramente, estaba feliz de haber escapado, aunque fuera de esta manera, de la casa del Duque de Lancaster. Para ella, esa casa era una prisión de la que no podía escapar ni vivir cómodamente dentro de sus paredes.
Además, ahora que la familia del Conde Canyon no tenía motivos para buscarla, si pensaba egoístamente, la situación no le parecía tan mala.
Por supuesto, trabajar en la lavandería no era nada fácil.
Pasar largas horas sentada en el mismo lugar, lavando una gran cantidad de ropa con agua fría, no solo lastimaba sus manos, sino también su espalda, sus rodillas y, en realidad, todo su cuerpo.
Aun así, prefiero esto a vivir en constante tensión. Al menos aquí puedo dormir bien por las noches.
Comparado con vivir bajo las miradas que deseaban verla cometer el más mínimo error, aquí se sentía en paz, al menos emocionalmente.
El único problema era la jefa de las sirvientas.
Marsha parecía no estar satisfecha con nada y constantemente buscaba fallos en todo lo que hacía Ethel.
Aunque era responsabilidad de la jefa supervisar el trabajo de las sirvientas, Marsha iba a la lavandería con frecuencia solo para deshacer todo lo que Ethel había lavado, causando más problemas de los necesarios.
En realidad, si no fuera por el trabajo extra que Marsha provocaba, Ethel no estaría tan agotada físicamente.
Aun así, las cosas han mejorado un poco gracias a Celia. No esperaba que interviniera.
Hace tres días, Marsha, que parecía decidida a molestarla, explotó de furia y llegó incluso a golpear a Ethel.
( ¿¡Lavas así de mal otra vez!? ¿Eres tonta o simplemente ignoras lo que te digo? )
Con esas palabras absurdas, golpeó con fuerza la parte trasera de la cabeza de Ethel. Aunque no fue tan doloroso como una bofetada, el malestar fue mucho mayor.
Ethel estaba tan sorprendida que se quedó sin palabras, pero Celia, la sirvienta más experimentada en la lavandería, no pudo contenerse.
( ¡Señora! ¿No ve que estamos ocupadas aquí? Si sigue así, tener una sirvienta extra no tendrá sentido. )
( ¡Ocupadas o no, el trabajo debe hacerse correctamente! )
( ¡Entonces, muéstrenos usted cómo hacerlo! Porque yo no sé cómo enseñar algo más limpio que esto. )
Dicho esto, Celia trajo un trapo sucio y un pedazo de jabón y los puso frente a Marsha.
Marsha fulminó a Celia con la mirada, rechinó los dientes y luego salió de la lavandería con un giro brusco.
( Gracias, Celia. Pero… ¿estarás bien? )
( ¿Y qué me va a pasar? Además, no lo hice por ti, así que no te preocupes. )
Aunque Celia respondió de manera brusca y volvió a trabajar, Ethel le estaba sinceramente agradecida.
Sin embargo, al contrario de lo que dijo Celia, las cosas no quedaron ahí. A partir del día siguiente, las comidas destinadas a las sirvientas de la lavandería comenzaron a empeorar de manera sutil. El pan era más pequeño, la sopa apenas tenía sustancia, y las frutas solían estar en mal estado.
Estaba claro que era obra de Marsha.
Cuando Ethel miró a Celia con ojos llenos de disculpas, esta simplemente mordió una patata mal cocida y susurró:
( Esto no durará mucho. Preparar comidas diferentes solo para nosotras también es un trabajo molesto. Ya verás. )
Y, efectivamente, a partir de la comida de hoy, las sirvientas de la lavandería comenzaron a recibir las mismas raciones que las demás.
Por supuesto, entre tanto, Ethel tuvo que pasar un par de noches sin cenar, pero decidió no mencionárselo a Celia.
No era como si hubiera pasado más de dos comidas sin comer; solo se había saltado la cena durante dos días. Para Ethel, que a menudo había sido obligada a ayunar con la excusa de mantener su figura, no era un gran problema.
Además, incluso cuando la calidad de las comidas disminuyó, seguían dando fruta regularmente…
Mientras acariciaba la piel áspera de sus manos, recordó los pedazos de manzana ‘decentes’ que había comido esa noche.
De todos modos, así terminaba otro día.
Hace poco le habían dado un uniforme de sirvienta y ropa interior que le quedaban bien, además de ropa de cama, lo que hacía que dormir fuera mucho más cómodo.
Vamos a dormir rápido. Si quiero trabajar mañana, necesito descansar bien.
Con ese pensamiento, se acostó. Pero entonces alguien llamó suavemente a la puerta.
Ethel abrió los ojos de golpe sin darse cuenta.
¿Quién podría ser a esta hora?
Un escalofrío recorrió su espalda. Pensó que tal vez Laszlo, que había estado tranquilo todo este tiempo, finalmente la estaba buscando.
En ese momento, se escuchó otro pequeño golpe en la puerta.
Ethel se levantó cuidadosamente y preguntó:
—¿Quién… es?
—Eh, soy Daisy, de la habitación de al lado.
La visitante respondió casi en un susurro, pegada a la puerta.
Ethel respiró hondo antes de abrir la puerta.
Fuera estaba una joven con un chal delgado sobre su pijama.
—¿Qué pasa a esta hora?
—Ah… eh, ¿podría entrar para hablar un momento?
Daisy, aún en un tono bajo, miró nerviosamente a su alrededor.
Estaba claro que los trabajadores, agotados después de un día de trabajo, no agradecerían que alguien charlara en los pasillos.
—Adelante, entra.
Aliviada de que no fuera Marsha o Mina, Ethel permitió que Daisy entrara en su habitación.
Había una silla en la habitación, pero ya la estaba usando como estante, así que hizo que Daisy se sentara en la cama.
—Perdón por no poder ofrecerte un lugar más adecuado.
—¡Ah, no pasa nada! No es gran cosa lo que me trae aquí, en realidad…
Daisy era una joven con cabello castaño claro, casi beige, con un leve tono grisáceo, y ojos de un verde claro y brillante. Parecía tener unos diecisiete o dieciocho años.
Su sonrisa pura hizo que la cautela de Ethel desapareciera poco a poco.
—¿Puedo preguntar por qué has venido?
Cuando Ethel preguntó una vez más, Daisy exclamó ‘¡Ah!’ y sacó dos pequeños frascos de su bolsillo, colocándolos sobre la mesa.
—Es para darte esto.
—¿Qué es esto?
—Una crema para las manos y un ungüento para las zonas doloridas. Puede que no sea gran cosa para alguien que antes fue una noble, pero es mejor que nada.
—¿Qué…? Pero, ¿por qué me das esto…?
Ethel no pudo evitar preguntar. Era natural; después de todo, apenas había intercambiado saludos con Daisy, y nunca habían tenido una conversación real.
Pero Daisy, con una mirada comprensiva, respondió:
—Dicen que la señora Bohen te está maltratando, ¿verdad? Además, debes de estar sufriendo mucho físicamente.
—No, estoy bien.
—No te preocupes, no voy a decírselo a nadie. Ya te lo dije, estoy en la habitación de al lado.
Ethel no entendía del todo lo que Daisy quería decir. Al ver su confusión, Daisy añadió:
—Las paredes son delgadas, se escucha todo. Todas las noches te quejas del dolor mientras duermes.
—¿Qué? ¿Yo?
—Ah… no lo sabías…
Ethel realmente no lo sabía. Cada vez que se dormía, era como si se desmayara, perdiendo completamente la noción de lo que pasaba.
—Lo… lo siento. No tenía idea. He estado interrumpiendo tu descanso, Daisy.
—¡No, no es eso! Desde pequeña he podido dormir incluso con mi padre roncando al lado. No es por eso… Es solo que quería dártelo.
Esas palabras sonaban extrañas para Ethel. En el mundo donde había vivido, algo como ‘simplemente porque sí’ no existía.
Sin embargo, en los ojos claros y puros de Daisy no había rastro de falsedad.
Ethel abrió uno por uno los frascos que Daisy había puesto sobre la mesa.
La crema para las manos tenía una textura oleosa, y el ungüento para las zonas doloridas tenía un fuerte olor a menta.
—¿Este ungüento puede usarse en la espalda o las rodillas?
—Sí, en la espalda, las rodillas, los hombros, el cuello, la espalda… Donde sea. Aunque huele un poco fuerte, al aplicarlo da una sensación refrescante.
Al escuchar eso, Ethel tomó un poco del ungüento y lo aplicó en su rodilla. La textura era espesa y pegajosa, lo que no era particularmente agradable, pero pronto la zona donde lo había aplicado comenzó a sentirse fresca, y después cálida.
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