⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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—Realmente parece que el dolor está cediendo un poco.
—¿Verdad? ¿Quiere que le aplique un poco también en la espalda y los hombros?
—Ah, yo… yo puedo aplicármelo.
—Pero parece que no llegará bien con las manos. No se preocupe, somos mujeres, no hay razón para sentirse avergonzada.
Daisy sonrió ampliamente y animó a Ethel. Aunque parecía dejarse llevar, Ethel no se sentía molesta por ello, así que soltó el cordón de su pijama y dejó al descubierto su espalda.
—¡Vaya…! Nunca había visto a alguien con una espalda tan bonita.
Fue un tanto vergonzoso escuchar el pequeño suspiro de asombro de Daisy. Sin embargo, no se alargó de manera grosera. Pronto empezó a aplicar hábilmente el ungüento en los hombros, bajo los omóplatos y a lo largo de los músculos a ambos lados de la columna vertebral.
La sensación de frescura que dejaba el ungüento era agradable y no demasiado pegajosa.
El hecho de que a su corta edad conozca tan bien los puntos de dolor significa que seguramente ha trabajado duro desde muy joven, pensó Ethel con algo de tristeza. Aun así, le dedicó su sonrisa más brillante.
—Gracias, señorita Daisy.
—Llámame simplemente Daisy.
—Entonces, tú llámame Ethel.
—Eso… me resulta un poco incómodo… ¿Puedo llamarte ‘hermana’?
Era extraño volver a escuchar la palabra ‘hermana’ después de tanto tiempo, pero Ethel asintió con la cabeza.
—Es como tener una hermanita adorable.
—¿A-Adorable? No diga eso…
Daisy agitó las manos en señal de negación, pero sus mejillas se tiñeron de un leve rubor mientras reía suavemente. Luego, volvió a colocarse el chal con cuidado.
—Bueno, ahora me retiro, hermana Ethel. Duerma bien.
Aunque le habría gustado que se quedara más tiempo, Ethel no podía detenerla. Sabía que Daisy también trabajaba duro, y el tiempo de descanso era valioso para quienes realizaban labores agotadoras.
—Duerme bien, Daisy.
Con una actitud completamente diferente a la precaución inicial, Ethel la despidió en la puerta, agitándole la mano.
Cuando Daisy se marchó, la habitación volvió a quedarse en silencio, pero el aroma a menta que flotaba en el aire y los pequeños ruidos que se escuchaban a través de las paredes le transmitieron una cálida sensación en el pecho.
Quizás, si todavía fuera una noble, habría tomado su diario y escrito: ‘Hoy hice una nueva amiga’.
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—¡Señora Bohen! Ya está listo el baño.
—Gracias, Mina. Has hecho un gran trabajo.
—¿Trabajo? Qué va. Jeje.
Marsha se sumergió en la bañera de agua tibia que Mina había preparado.
Rápidamente, Mina tomó una toalla suave con espuma de jabón y comenzó a frotar los hombros de Marsha.
—¿Últimamente tiene muchas cosas en qué pensar?
—Ah, ¿hablas de esa tal Ethel?
Marsha dejó escapar un gran suspiro a propósito, sacudiendo la cabeza con desaprobación.
—Esa mujer es de armas tomar. No es cualquier cosa. ¿Qué habrá hecho para que incluso Celia la apoye?
—Celia también tiene un carácter raro. No tiene modales.
—¡Eso mismo digo! Ni siquiera parece saber quién está por encima de ella. Tsk.
Cuando el ceño de Marsha se frunció lleno de molestia, Mina siguió lavándole los brazos con movimientos suaves y halagadores.
—En realidad, no es solo Celia. También Laila y Daisy. Especialmente Daisy, parece bastante cercana a Ethel porque están en habitaciones contiguas.
—Debe ser porque confía en su padre. Qué muchacha tan insolente.
—Al fin y al cabo, no deja de ser la hija de un cochero. Todo queda entre iguales.
Sin embargo, ese comentario no resultaba muy reconfortante para Marsha. Que los sirvientes se le rebelaran no era, en absoluto, una buena noticia.
—Hay que poner en su lugar a quienes no saben su posición. Si no, pronto se suben a la cabeza.
—¿Qué piensa hacer?
Con una mirada casi expectante, Mina le preguntó a Marsha.
—Espera y verás. En menos de tres meses, tanto Ethel como las que se le unan estarán arrastrándose frente a mí. ¿Crees que 100 ringtons de tributo bastan? Ni pensarlo.
Ante esas palabras, Mina soltó una risita. Había una regla tácita en esa casa: los sirvientes debían entregar un tributo mensual de 100 ringtons para ganarse el favor de Marsha. Cinco de ellos aceptaban esa norma sin rechistar.
Entre ellos, Mina era la más dedicada a adular a Marsha. Además del tributo, le ofrecía regalos valiosos siempre que podía.
Gracias a ello, Mina vivía más cómodamente que cualquier otro sirviente en la mansión y, a veces, con la complicidad de Marsha, incluso robaba objetos de la familia del Conde.
Lo que gano vendiendo lo que robo es mucho más que esos 100 ringtons. Además, ¿quién puede vivir tan bien como yo con la señora Marsha de mi lado? pensaba Mina.
De hecho, solo Marsha y Mina, aparte de la familia del Conde, podían disfrutar de un baño con agua caliente en esa casa.
—Por cierto, señora, algunos sirvientes se están quejando de que es difícil bañarse con agua fría.
—¿Qué? ¿Acaso andas divulgando que usamos agua caliente?
—¡Claro que no! ¡Yo me he mantenido firme! Pero parece que algunos, que son bastante listos, están sospechando.
Mina hizo un puchero, inflando los labios.
Aunque tanto ella como Marsha ocultaban cuidadosamente el hecho de que usaban agua caliente, era difícil no darse cuenta cuando ambas lucían siempre impecables, mientras los demás se volvían cada vez más descuidados con la llegada del invierno.
Marsha guardó silencio por un momento antes de lanzar una mirada feroz y hablar con dureza.
—Diles que no digan tonterías. ¿Desde cuándo han usado agua caliente para bañarse esas personas?
—Exacto.
—Y tú, guarda silencio. Ni el Conde ni la señorita Linia deben enterarse. ¿Entendido?
—Entendido. Jeje.
Aunque Mina le masajeaba los hombros con adulación, Marsha seguía pensando en cómo se había filtrado el rumor. Estaba desviando parte del dinero destinado a la leña para agua caliente, y si se descubría, sería un problema.
Sin embargo, pronto chasqueó la lengua, desechando la preocupación.
De todas formas, el Conde rara vez está en casa, y la señorita Linia no presta atención a estos asuntos. No debería pasar nada.
Incluso si surgía algún problema, estaba segura de que encontraría la manera de esquivarlo. Después de todo, tenía a esa familia prácticamente en la palma de su mano.
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Laszlo recibió hoy una carta de una dama noble con la que nunca había intercambiado una palabra.
Ella era Barbara Celestine, la Gran Dama del Marqués de Celestine. Aunque su hijo había heredado el título de marqués y su nuera el puesto de marquesa, su presencia seguía siendo imponente.
También era una noble altiva que no se mezclaba ni siquiera en palabras con personas vulgares o materialistas.
Que una mujer así le enviara una carta le hizo pensar a Laszlo que tal vez se había equivocado de destinatario. Revisó varias veces el nombre en la dirección para asegurarse.
El contenido también era sorprendente.
⌜Al valiente y leal Conde Crises:
…(omisión)… Sé que, como un anciano retirado, mis palabras no tendrán peso alguno para usted, pero al escuchar las noticias, no pude evitar tomar la pluma.
…(omisión)… Por favor, no trate duramente a la señorita Ethel. Ella no sabe nada del ‘asunto’ que se manejó en secreto dentro de la familia del Duque de Lancaster. Toda la familia la marginó completamente.
La señorita Ethel fue solo una víctima sacrificada en el intercambio entre familias.
…(omisión)… Ella es una persona sumamente bondadosa, refinada, sabia y amable.
No la empuje a una desesperación aún mayor. Se lo pido encarecidamente.
Después de enviar esta carta, también me dirigiré a la capital. Espero que podamos compartir una taza de té en breve.
Barbara M. Celestine.⌟
Laszlo leyó la carta de un lado a otro y dejó escapar una pequeña risa irónica.
—¿Qué? ¿No la empuje a una desesperación mayor? Parece que me ven completamente como un bruto.
Aunque se sintió ofendido, también estaba algo intrigado. La fecha de la carta era una semana después de que él recibiera a Ethel como regalo. Si la Gran Dama había estado en su propiedad convaleciendo, debía haber escrito la carta inmediatamente después de escuchar las noticias.
¿Qué necesidad tendría la Gran Dama Celestine de hacer algo así? Por muy cercana que sea, enviar una carta como esta, arriesgándose a verse implicada en un delito de traición…
Aunque Laszlo no estaba interesado en la sociedad aristocrática, conocía bastante bien a los nobles.
Tenía una memoria excelente para rostros y nombres, y para ser guardia imperial, debía estar al tanto de las relaciones entre nobles y su información personal.
Sin embargo, no había tenido motivo para investigar la relación entre la Gran Dama Celestine y la Duquesa de Lancaster.
Empiezo a sentir curiosidad.
No solo por su relación, sino también por Ethel en sí misma. Todo lo que sabía de Ethel Lancaster eran rumores y conjeturas basadas en las relaciones de poder que la rodeaban.
Dicen que el Conde Canyon la educó rigurosamente desde niña para convertirla en la esposa perfecta. Aunque, ¿qué entenderán ellos por perfecta?
De hecho, que hubiera sido educada por el Conde Canyon no le daba buena impresión de Ethel.
En su experiencia, el Conde Canyon era un hombre codicioso, vulgar y cobarde. Si había criado a su hija con el propósito de venderla a una familia noble poderosa, ¿qué podría haberle enseñado?
Seguramente le habrá enseñado modales y conducta con buenos tutores, pero su esencia es evidente. Tal padre, tal hija.
Aun así, recordando a Ethel, que nunca había perdido su compostura desde que fue capturada en la residencia ducal, no podía negar que su actitud noble era impecable.
Sin embargo, había visto muchos nobles que solo eran apariencia sin sustancia. La fachada no era suficiente para juzgar el interior.
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