⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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De todos modos, si puedo atraer a la familia del Marqués de Celestine, no sería un mal negocio entregarle a esa mujer más tarde.
Para lograrlo, primero debía averiguar cuán profunda era la relación entre ambas mujeres.
Laszlo ordenó a un sirviente que llamara a Ethel al salón de la planta baja. Le pareció más adecuado que llamarla a su oficina, ya que aunque no era un lugar completamente accesible, al menos era un espacio abierto.
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—¿Qué? ¿El Conde me está llamando? ¿A dónde?
—Al salón de la planta baja. Debe seguirme ahora mismo.
—Ah, entendido.
Ethel se sorprendió al saber que Laszlo la había llamado de repente, pero se sintió aliviada al saber que el lugar era el salón.
Con gente alrededor, no pasará nada extraño. Pero, ¿por qué me busca?
Ethel pidió permiso a Celia, se secó las manos húmedas en el delantal y siguió al sirviente.
Laszlo ya estaba en el salón, sentado.
Ese hombre… Cada vez que lo veo, siento que me abruma de alguna manera.
Ethel había conocido a muchos caballeros durante su tiempo como hija del Conde y como Duquesa, pero Laszlo tenía algo que no encontraba en los demás: una energía indómita, casi salvaje, combinada con un peligro palpable y un carisma impresionante.
Eso lo hacía único.
—Soy Ethel. Me dijeron que me llamó.
—Siéntate.
Laszlo, sin apartar la vista de una carta, señaló con la barbilla el sofá frente a él.
Sin embargo, no dijo nada hasta que Ethel se sentó, se quitó el pañuelo de la cabeza y lo dobló cuidadosamente, dejándolo sobre sus manos.
Cuando el sonido de la saliva seca pasando por su garganta se hizo audible, él habló.
—¿Conoces a Barbara Celestine, la Gran Dama del Marqués?
—¿Qué? ¿Barbara…? ¿Celestine, la Gran Dama del Marqués?
—¿Por qué? ¿No la conoces?
El intento de Ethel de pronunciar el nombre de Barbara delató claramente que tenían una relación cercana, lo que Laszlo percibió de inmediato.
Pero Ethel, sin saber el propósito de su llamada, sintió que los labios se le secaban. Pensar que su respuesta podría poner a Barbara en una posición incómoda le dificultaba hablar.
Reconocer nuestra relación no sería algo bueno para Barbara. Pero tampoco hará daño ser cuidadosa.
Con una sonrisa nerviosa, respondió:
—Bueno, nos conocemos, pero… solo hemos tomado té un par de veces en encuentros casuales…
—¿Ese té fue tan memorable? Tanto como para que aún lo recuerdes.
El corazón de Ethel dio un vuelco.
Ese hombre… Sabe todo.
Ethel tuvo que contener las ganas de cerrar los ojos con fuerza.
Mientras mordía sus labios con los dientes delanteros sin darse cuenta, decidió optar por la franqueza. Después de todo, ni ella ni Barbara habían hecho nada malo.
—No lo sé. Si ella aún me recuerda, yo estaría agradecida, pero no entiendo del todo el motivo de su pregunta.
Fue una respuesta educada pero vaga.
Laszlo la observó con una mirada inescrutable durante un buen rato antes de entregarle la carta que sostenía.
—¿No te da curiosidad saber por qué una dama tan estricta y digna suplicaría a un mercenario vulgar?
—¿Esto… es una carta de la Gran Dama Celestine?
Con manos temblorosas, Ethel tomó la carta y comenzó a leerla línea por línea.
Aunque su relación con Barbara había durado sólo siete años, su amistad era mucho más profunda que la de personas que llevaban décadas relacionándose.
Una amistad que comenzó con un pequeño gesto de ayuda por parte de Ethel y que se convirtió en algo inmensamente significativo.
Barbara, siempre una mentora y amiga admirable, había logrado conmoverla una vez más.
—¡Ah…!
En la parte que decía: ‘No la empuje a una desesperación aún mayor. Se lo ruego encarecidamente’, Ethel cerró los ojos con fuerza.
Aunque intentó mantener una apariencia serena frente a Laszlo, los sentimientos encontrados por la preocupación sincera de su amiga le impidieron incluso respirar con normalidad.
Pensé que todos me habían abandonado…
Cuando era la hija del Conde Canyon y luego Duquesa de Lancaster, muchas personas se acercaban llamándose amigas.
Pero cuando la familia ducal de Lancaster colapsó, Ethel no tardó en ver cómo esas supuestas amigas le daban la espalda.
Por supuesto, ¿no era obvio? Era traición, ni más ni menos.
Incluso los padres y hermanos le dieron la espalda, ya que cualquier implicación, por mínima que fuera, podría poner en peligro la familia. Por eso, Ethel no se sintió dolida con los antiguos amigos que fingieron no conocerla.
Sin embargo, gracias a la carta de Barbara, Ethel comprendió sus verdaderos sentimientos.
Estaba deseando algo como esto. Quería tanto sentirme reconfortada de esta manera.
Su estatus había cambiado al de una plebeya y criminal; había sido entregada como un trofeo a un hombre con quien nunca había intercambiado una palabra; y había caído al nivel de una sirvienta en una lavandería, viviendo su vida lavando ropa. Pero con esa sola carta, todo parecía soportable.
Al menos, alguien creía en su inocencia y, además, había pedido que la trataran bien.
Pero, ¿qué pensará el Conde Crises? ¿Podría malinterpretar esto y pensar que Barbara estaba del lado de los Lancaster?
Cuando la intensa oleada de emociones retrocedió, el miedo la invadió.
Ethel abrió y cerró los labios varias veces, eligiendo cuidadosamente las palabras, hasta que finalmente habló.
—La Gran Dama Celestine es una persona muy compasiva. Tal como la familia del Marqués de Celestine, no tiene ninguna relación con la casa ducal de Lancaster. Mi amistad con ella es completamente personal. Espero que no malinterprete esta carta con otras intenciones.
Ante su ruego, Laszlo frunció ligeramente el ceño.
—¿De verdad crees que podría molestar a una anciana solo por esto? Parece que todos me ven como a un hombre sin escrúpulos.
—¡Ah, no! ¡De ninguna manera! Si mis palabras han herido sus sentimientos, le pido disculpas.
—Ya ves, estás temblando como si fuera a decapitar a alguien en este mismo instante.
Entonces, se detuvo un momento.
—…No era algo que debiera decir frente a ti.
Desvió la mirada de Ethel, como si no supiera qué expresión mostrar. Era la primera vez que ella veía algo así en él, alguien que siempre parecía estar al filo de la navaja.
¿Por qué se comporta así?
Entonces recordó: Laszlo había sido el responsable de decapitar a los miembros de la casa Lancaster.
¿Acaso… siente remordimiento conmigo? Qué inesperado.
Sin embargo, para Ethel, no había nada que perdonar.
—Solo cumplió con el mandato del Emperador y aseguró la victoria. Es más extraño que yo siga viva. No hay razón para que usted se sienta incómodo por ello.
Ante sus palabras, la expresión de Laszlo se volvió aún más extraña.
¿Fui demasiado fría?
Nunca había sentido ningún apego por las personas de la casa Lancaster, pero ahora sintió una punzada de culpa. Tampoco era bueno parecer que se alegraba de sus muertes.
Después de un breve silencio, mientras parecía reflexionar, Laszlo asintió ligeramente, respondiendo como si nada hubiera pasado.
—Eso es cierto. En cualquier caso, me gustaría que escribieras personalmente una respuesta a la Gran Dama Celestine. Probablemente no confiará en una defensa hecha por mí.
—¿Yo? ¿Escribirle una carta?
Ethel se sorprendió, pero también sintió su corazón acelerarse. ¡La oportunidad de escribirle a Barbara!
—¿Qué debería… escribir?
—Lo que desees.
Entonces, como si recordara algo, Laszlo añadió:
—Por cierto, asegúrate de que entienda que no tengo intención de tratarte como ‘se espera’, según los rumores.
En ese instante, Ethel dejó escapar un profundo suspiro de alivio sin darse cuenta. Aunque intentó recomponerse rápidamente, parecía que Laszlo ya lo había notado.
Un poco avergonzada, Ethel cambió de tema de manera notoriamente torpe.
—Disculpe, pero no tengo papel ni pluma. ¿Podría prestarme alguno?
—No te preocupes por eso.
—Gracias. ¿Cuándo debería tener la carta lista?
—Cuando te sientas cómoda.
El tono de Laszlo era casi indiferente, como si estuviera cansado, pero no parecía molesto.
Mientras jugueteaba con la carta de Barbara, Ethel expresó su agradecimiento con timidez.
—De verdad… muchas gracias.
Estaba sinceramente agradecida con Laszlo. Por no malinterpretar la carta de Barbara, por mostrársela y por darle la oportunidad de escribirle a Barbara.
Gracias a Laszlo y Barbara, Ethel encontró un poco más de fuerza para seguir adelante ese día.
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De algún modo, siento que me he quedado sin energía.
De vuelta en su habitación, Laszlo se quitó la chaqueta y la arrojó descuidadamente antes de sentarse en una silla.
Hoy había llamado a Ethel para ver su reacción ante la carta de Barbara. Tenía que determinar si la Gran Dama Celestine estaba alineada con los antiimperialistas.
Pero Ethel no mostró signos de esconder o manipular nada. Solo se sorprendió, se conmovió y luchó por contener su tristeza.
Es como un pájaro herido.
Sus labios temblaban ligeramente mientras se esforzaba por no llorar. Era como un pequeño pájaro con un ala rota, demasiado dañado para siquiera revolotear, simplemente soportando el dolor.
Y Laszlo no era tan cruel como para atormentar a un pájaro casi muerto.
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