⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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Ethel, que siempre había sido fuerte incluso mientras era utilizada por la codicia vulgar de su padre, solo lloró frente a mí una vez: cuando me anunció su matrimonio con el Duque de Lancaster.
No puedo contar las veces que me he arrepentido de no haber insistido más en disuadirla en ese momento.
No, desde el principio no debería haberle dado la opción.
Sabía que no había manera de que Ethel eligiera ‘huir’ por su cuenta, así que ¿por qué le ofrecí esa alternativa diciendo que la ayudaría si lo hacía? Debería haberla secuestrado y escondido en algún lugar.
Ese matrimonio fue lo que finalmente arruinó la vida de Ethel.
Si no se hubiera casado con el Duque de Lancaster, esa noble y valiosa Ethel no habría terminado siendo llevada por un hombre de origen mercenario.
Barbara inhaló profundamente antes de volver a abrir la carta.
「Sé que está muy preocupada, pero me encuentro bien.
El Conde Crises es un hombre reservado, pero caballeroso. (…) Trabajo aquí como sirvienta en la lavandería. Solo soy, literalmente, una sirvienta de lavandería, y no hay nada de las cosas sucias o indignas que otros podrían imaginar.
Soy torpe en este trabajo y molesto a quienes me rodean, por lo que estoy esforzándome para acostumbrarme lo antes posible.
(…) Aunque ahora solo soy una simple sirvienta, sé que no es apropiado dirigirme directamente a usted. Sin embargo, siguiendo el consejo del Conde Crises, quien pensó que responder a su carta le tranquilizaría, le envío este saludo.
Rezo sinceramente por su salud y bienestar.
Con infinito respeto y afecto,
Ethel.」
Barbara, sin darse cuenta, se secó las lágrimas que habían comenzado a fluir mientras leía nuevamente la carta de Ethel.
Examinó detenidamente cada palabra, preocupada de que Ethel pudiera haber escondido un llamado de auxilio que hubiera pasado por alto debido al posible escrutinio de la carta.
Sin embargo, el estilo de escritura de Ethel era increíblemente similar al suyo: sereno y mesurado. No había ninguna señal de que estuviera traumatizada por algún hecho horrible.
Lo único que llamó la atención de Barbara fue que Ethel repetía su agradecimiento hacia el Conde Crises.
Es evidente que escribió la carta considerando la posibilidad de que fuera inspeccionada, pero parece que su agradecimiento hacia el Conde no se limita a un intento de apaciguarlo.
Barbara había desconfiado profundamente de Laszlo Crises, temiendo que su carta lo enfureciera y que tomara represalias contra Ethel.
Sin embargo, el hecho de que no hubiera hecho daño alguno a Ethel la llevó a reconsiderar su juicio sobre él.
Aunque me molesta que la haga trabajar como sirvienta en la lavandería, darle el trato de noble a Ethel, quien ahora es la esposa de un traidor, también habría sido problemático.
Además, fue el propio Laszlo Crises quien destruyó a la casa del Duque de Lancaster.
¿Cómo podría salvar a Ethel? ¿Qué puedo hacer yo…?
Barbara no podía soportar la idea de ver a Ethel envejecer trabajando como una simple sirvienta en la lavandería, incapaz de desplegar sus grandes habilidades.
Si Crises tiene buen criterio, no mantendrá a Ethel como sirvienta para siempre, pero el problema es cuánto confío en su capacidad para juzgar a las personas.
Laszlo seguía siendo un hombre cuya verdadera naturaleza no había sido puesta a prueba.
Aunque su destreza militar había sido probada en guerras como la última campaña de conquista y la guerra contra la casa del Duque de Lancaster, el hombre conocido como Laszlo Crises seguía siendo un enigma, rodeado de rumores y sin que nadie lo conociera realmente.
Barbara sostuvo firmemente la carta de Ethel mientras reflexionaba profundamente, hasta que tomó una decisión.
Parece que tendré que encontrarme directamente con el Conde Crises…
Sin embargo, siendo él un hombre que gozaba del favor del Emperador, no aceptaría una reunión sin ningún beneficio para él. Es decir, tendría que preparar un cebo que atrajera su atención.
Y lo más adecuado para ello sería, probablemente, una declaración de apoyo por parte de la casa del marqués Celestine, que mantenía una postura neutral.
Hablaré de esto con mi hijo y su esposa.
Aunque su hijo solía aceptar sus opiniones sin protestar, no estaba segura de cuál sería su reacción si se tratara de algo relacionado con Ethel, quien había sido la consorte de una casa rebelde.
Con el corazón pesado, Barbara se levantó y se dirigió al despacho de su hijo, cojeando ligeramente debido al dolor persistente en su pierna izquierda.
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Es asombrosa la capacidad de adaptación humana.
Ethel sonrió débilmente al darse cuenta de que, aunque hasta hace poco había sido una Duquesa, ahora se había acostumbrado al trabajo de sirvienta en la lavandería.
A su lado se apilaban los trapos recién lavados, blancos como la nieve.
Aunque tal vez fuera una ilusión de confianza, sentía que ahora lograba aportar algo en el trabajo del lavadero.
Marsha todavía buscaba cualquier oportunidad para criticarla, pero dado que su único trabajo era lavar ropa, no encontraba mucho por lo que quejarse.
No es tan diferente del horario que tenía cuando era Duquesa, y el trabajo tampoco es tan complicado. Así que no es tan difícil.
De hecho, terminaba su jornada mucho antes de lo que solía hacerlo como Duquesa, cuando a menudo pasaba noches en vela lidiando con registros y documentos.
Además, estaba comenzando a construir pequeñas amistades con las otras sirvientas, lo cual le ayudaba a sobrellevar su nueva vida.
La más cercana de ellas era Daisy, quien vivía en la habitación contigua.
—¡Ay, mis hombros! Hoy, después de limpiar tanto que casi se me sale el brazo, no hay parte de mi cuerpo que no me duela.
Daisy, como de costumbre, apareció hoy con un pequeño pan para compartir mientras charlaba sin parar.
Ethel, al verla golpear suavemente sus delicados hombros con un gesto cansado, no pudo evitar preguntar con preocupación:
—¿Acaso esperan visita? Limpiar así de a fondo, como si fuera una limpieza de primavera, es demasiado.
—Aquí no vienen visitas.
La respuesta despreocupada de Daisy hizo que Ethel se quedara momentáneamente perpleja.
Ahora que lo pienso, es cierto. Llevo aquí más de un mes y no he visto a ningún visitante.
Aunque era pleno invierno y era normal que hubiera menos movimiento de personas, en la mansión de un gran noble cercano al emperador, la época del año no solía importar, siempre había visitas.
Claro que Ethel no ignoraba por completo la razón por la cual la mansión Crises no recibía visitas.
Las habladurías sobre el Conde Crises no son buenas. Tiene que ver con el tema de su origen…
De hecho, cuando llegó por primera vez, ella tampoco tuvo una buena impresión de Laszlo.
Su cabello descuidado, su barba desaliñada, su vestimenta completamente fuera de las tendencias de la alta sociedad, su expresión severa, su actitud fría, y, sobre todo, los terribles rumores que lo rodeaban.
En el imperio, existe la percepción de que, si los mercenarios no fueran mercenarios, serían criminales.
No era fácil tener una opinión positiva de una profesión que, a cambio de dinero, era capaz incluso de matar personas.
Además, Laszlo tenía el apodo de ‘el Rey de los Mercenarios’. Aunque había acumulado muchos méritos militares, los nobles opinaban que otorgarle un título de Conde había sido excesivo.
No sé qué tipo de acuerdo hubo entre el Conde y Su Majestad el Emperador, pero, al menos, no parece ser una mala persona…
Si Laszlo realmente fuera tan tosco, violento y cruel como decían los rumores, Ethel no podría estar aquí viviendo tranquilamente y conservando su integridad física.
—¡Hermana! ¡Hermana Ethel!
—Ah, sí, ¿qué pasa?
—¿Está preocupada por algo? La he llamado varias veces…
—Ah, perdón. ¿De qué estábamos hablando?
Ethel se sintió un poco avergonzada al darse cuenta de que ni siquiera había oído que la llamaban. Sin embargo, Daisy pareció pensar que simplemente se había distraído por un momento y continuó con lo que estaba diciendo.
—Hablábamos del porqué de la limpieza. No es por los invitados, sino por la señorita Linia.
—¿La señorita Linia? ¿Te refieres a la hermana menor del Conde?
—Sí, exacto. Seguro que ha escuchado hablar de ella, ¿no?
Ethel no sabía bien qué responder, así que esbozó una sonrisa algo incómoda. Solo había oído hablar de Linia por los comentarios sarcásticos de Marsha.
—Bueno… Solo he oído que, por lo que parece, muchas sirvientas han dejado el trabajo por culpa de la señorita Linia.
—Así es. Los días en que la señorita Linia está de mal humor son realmente difíciles. Hoy, al menos, el Conde regresó temprano del palacio, así que no fue tan malo.
Daisy negó con la cabeza mientras extendía un pequeño trozo de mantequilla sobre el pan. Gracias a su amistad con las cocineras, Daisy a veces conseguía un poco de mantequilla, y eso le permitía a Ethel disfrutar también de ese pequeño lujo.
Mientras Ethel volvía a apreciar cuánto mejoraba el sabor del pan con mantequilla, Daisy siguió hablando con un tono de evidente molestia sobre Linia.
—Aunque el Conde y la señorita Linia sean de origen plebeyo, el Conde empezó a ganar mucho dinero desde muy joven, así que la señorita Linia nunca tuvo que pasar penurias.
—¿En serio?
—Sí, nunca ha pasado hambre, con eso se dice todo. Pero aun así, siempre actúa como si supiera más que las demás sobre el trabajo de las sirvientas, criticando y dando órdenes imposibles…
Los labios de Daisy se curvaron hacia abajo en una expresión de descontento. Estaba claro que estaba bastante molesta y resentida.
—En pocas palabras, no tiene madurez. Sinceramente, después de todo lo que su hermano pasó para convertirse en un noble y darle una vida cómoda, debería estar agradecida. Pero no entiendo qué es lo que tanto le descontenta.
Daisy comenzó a enumerar una a una las ocasiones en las que Linia había atormentado a las sirvientas.
Hacer que pulieran hasta los descansillos y las barandillas de las escaleras hasta que brillaran era algo habitual. También exigía que no hubiera ni una sola arruga en toda la ropa, las mantas o cualquier tela de la casa.
Si encontraba polvo al pasar su dedo por los marcos de las ventanas, estallaba en ira y hacía que limpiaran hasta la madrugada. Incluso supervisaba el proceso de lavado si algo no le parecía suficientemente limpio.
Solo escuchar la lista hacía que Ethel sintiera un leve dolor de cabeza.
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