⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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¡Maldita sea! Donde quiera que voy, siempre es el Conde Crises, el Conde Crises. ¡Ya estoy harto de escuchar ese nombre!
Sus ojos, de un gris que recordaba al cielo invernal, se volvieron aún más fríos con el peso del odio.
El rey mercenario Laszlo había aparecido de forma tan inesperada como una tormenta de verano. Cuando consiguió enormes méritos militares, recibió el título de Conde, y más tarde arrebató el puesto de capitán de la Guardia Imperial siendo el más joven en lograrlo, para Edmund todo aquello fue como una pesadilla. Todo lo que había ambicionado le fue arrebatado de manera demasiado sencilla.
El Emperador lo está haciendo para controlar a los nobles. Si no fuera por eso, ¿cómo habría puesto a un matón como él al mando de la Guardia Imperial?
Edmund rechinó los dientes.
Cada acción del Emperador Dimarcus tenía un propósito. Nunca había conocido a alguien que actuara de manera tan calculada y meticulosa.
Por eso, la decisión de confiar en Laszlo era un mensaje claro para los nobles: ‘Si se descuidan, puedo arrebatarles sus posiciones de esta manera’. Un mensaje peligroso y desafiante.
Pero esto es excesivo. De este modo, solo provocará a los nobles. Puedo entender por qué el Duque Lancaster intentó separarse.
Edmund, añorando los días en que el poder de los nobles superaba al de la corona, se dirigió al edificio de la orden de caballería. Su plan era cambiarse de ropa empapada en sudor y retirarse del palacio.
Sin embargo, incluso allí, el tema de conversación era Laszlo.
—¿El capitán de la Guardia Imperial? ¿No parece que últimamente se va temprano del palacio?
—Je, je. ¿Por qué crees? Tiene un ‘tarro de miel’ esperándolo en casa.
—¿Un tarro de miel? ¿Qué significa eso?
Un caballero veterano movió su dedo meñique con picardía, mientras sonreía de manera lasciva al joven caballero que había preguntado.
—Le dieron a Ethel Lancaster. ¿No lo recuerdas?
Ante esas palabras, los demás caballeros asintieron y rieron entre dientes.
—Vaya, realmente tenía curiosidad por saber a quién le darían a esa mujer, ¡y resulta que el Conde Crises también se quedó con ella!
—Si fuera yo, la tendría desnuda y no la dejaría salir de la cama.
—Uf, solo de pensarlo me siento rígido ahí abajo.
La conversación de los caballeros pronto derivó en comentarios vulgares.
La belleza de Ethel destacaba incluso después de haber sido arrastrada durante dos semanas en condiciones terribles desde el ducado.
Aunque en el banquete de la victoria las demás mujeres lucían vestidos y joyas deslumbrantes, ninguna era tan hermosa como Ethel, cuya apariencia era tan serena como digna.
—Para ser honestos, era un desperdicio que la vendieran a ese viejo Duque Lancaster. Fue una pérdida para la humanidad.
—Pero según los rumores, el duque ni siquiera pudo tocarla. Sabes que tenía una amante de hace mucho tiempo, ¿verdad? Esa mujer era tan despiadada que dicen que nunca compartieron la misma cama.
—Parece que incluso los Duques y nosotros, los plebeyos, estamos controlados por nuestras esposas. ¡Ja, ja, ja!
—Espera un momento. ¿Eso significa que Ethel Lancaster sigue siendo virgen?
—¡Wow! ¡El Conde Crises se sacó la lotería! Yo me conformaría con verla de cerca.
Mientras escuchaba en silencio los comentarios de los caballeros mientras se cambiaba de ropa, Edmund sintió repulsión hacia las mentes llenas de fantasías lascivas de aquellos hombres. Sin embargo, se le ocurrió una idea y sonrió ligeramente.
—Si tienen tanta curiosidad, ¿por qué no le piden al Conde Crises que los invite alguna vez?
Las miradas de los caballeros se volvieron hacia Edmund, sorprendidos.
Habían evitado involucrarlo en esa conversación, pensando que se sentiría incómodo con un tema tan vulgar.
—P-pero, ¿cómo podríamos hacer algo así? ¿Decirle algo como: ‘Señor, queremos ver a la mujer que le regalaron, por favor invítenos’?
El comentario provocó otra ronda de risas estrepitosas.
Idiotas. Con una mentalidad tan limitada, no es de extrañar que sigan siendo simples caballeros rasos.
Edmund reprimió el impulso de chasquear la lengua en sus caras y mantuvo su sonrisa.
—No tienen que decirlo de esa manera. La Guardia Imperial y la Orden de Caballería Imperial son fuerzas que cooperan. Además, todos participamos juntos en la represión de la rebelión. El Conde Crises los conoce. Solo tienen que pedirle educadamente que les enseñe algo.
—¡Oh, oh! ¡Sir Milton, usted siempre tiene las mejores ideas!
—¡Los inteligentes son diferentes a nosotros!
Los caballeros comenzaron a aplaudir, elogiando la idea de Edmund.
Incluso en medio de esa situación, Edmund no olvidó preparar una salida.
—Claro, eso es solo una idea. No vayan con la intención de mirar a la mujer. Si van, aprendan algo útil del Conde Crises y luego compártanlo con sus compañeros.
Finalmente, los caballeros aceptaron, mostrando rostros que decían: ‘Eso tiene más sentido’.
Aunque las dos fuerzas cooperaban, también existía una rivalidad implícita entre sus líderes. La disposición de Edmund para reconocer a su competidor y alentarlos a aprender de él mostraba una madurez sorprendente para su edad.
Claro, los caballeros estaban mucho más interesados en la mujer que en aprender algo.
—¿Deberíamos intentarlo?
—¡Sí! Al fin y al cabo, no tenemos nada que perder. Y ya que el Emperador les dio esa mansión, debe ser impresionante. Al menos podríamos echarle un vistazo.
Cuando algunos de los caballeros, claramente guiados por sus impulsos, comenzaron a planear seriamente, Edmund les ofreció un consejo.
—Recuerden, el propósito oficial es un entrenamiento conjunto. Escuché que el patio de prácticas del Conde Crises es amplio y bien equipado.
—¡Oh, perfecto! Entonces podríamos decir algo como esto…
Mientras se agrupaban para discutir, algunos realmente comenzaron a correr hacia el edificio de la Guardia Imperial.
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Laszlo también estaba en su oficina, cambiándose de ropa tras haber terminado el entrenamiento con la Guardia Imperial.
Aunque fuera invierno, entrenar durante más de tres horas siempre lo dejaba completamente empapado en sudor. Por eso, su armario personal siempre estaba provisto de toallas limpias y ropa de cambio.
Mientras se cambiaba en su oficina, un lugar habitualmente tranquilo y sin visitas, percibió un movimiento inusual fuera.
¿Mmm…? ¿Hay alguien ahí afuera?
Laszlo afiló sus sentidos al escuchar unos pasos indecisos al otro lado de la puerta. Sin embargo, pronto relajó su postura y continuó vistiéndose.
Si fueran asesinos o algo por el estilo, no actuarían de manera tan torpe.
Mientras ajustaba distraídamente el dobladillo de su manga, finalmente escuchó que llamaban a la puerta.
—Somos Terry Bogard, Angelo Valen y Joseph Oz, de la Orden de Caballería. Hemos venido a ver al capitán de la Guardia Imperial.
—Adelante.
Aunque Laszlo encontraba curioso que miembros de la Orden de Caballería Imperial hubieran ido hasta el edificio de la Guardia, no les dirigió la mirada de inmediato.
Solo después de abotonar cuidadosamente el último botón de su manga, giró la cabeza para examinar a los hombres que habían ido a buscarlo.
—Rostros que no reconozco.
Su voz no era arrogante, pero poseía una autoridad que hacía que cualquiera quisiera retroceder un paso.
Los hombres de la Orden de Caballería, que habían llegado con un aire ligero y bromista, se dieron cuenta de repente de que quizá habían entrado en la guarida de un tigre.
Sin embargo, la desfachatez era su especialidad.
—No tenemos aún la habilidad suficiente para merecer su atención, señor. Le pedimos disculpas por ello.
—No necesito cumplidos vacíos. ¿Qué quieren?
—Pues… No sabemos si es una petición algo absurda… Bueno, en realidad sí que lo es. Pero… Ehem. La Guardia Imperial y la Orden de Caballería Imperial son cuerpos que cooperan, ¿verdad?
El ceño de Laszlo se frunció ligeramente.
Por experiencia, sabía que cuando alguien daba rodeos al hablar era porque intentaba ocultar algo.
—Sir Terry Bogard, ve al grano.
Quizá Terry notó la advertencia implícita en esas palabras, porque forzó una sonrisa incómoda antes de hablar.
—Nos preguntábamos si nos concedería el honor de entrenarnos en su residencia, Sir Crises.
—…
Laszlo corrigió una idea que había tenido. El largo preámbulo no era más que la verdad: la petición era, efectivamente, absurda.
—Es… ciertamente una petición inesperada.
—¡Ja, ja, ja! Sí, lo admitimos, incluso nos da un poco de vergüenza haberlo dicho. Sabemos que es una molestia para usted, así que entendemos si decide rechazarla.
Esas palabras captaron la curiosidad de Laszlo.
—¿Y aun así han venido hasta aquí a pedírmelo? ¿Por qué?
—Queremos hacernos más fuertes. Pero los entrenamientos en el palacio son iguales para todos. Especialmente cuando entrenamos siempre con los mismos compañeros, llegamos a conocernos demasiado bien y eso a veces nos lleva a la complacencia.
En ese momento, Angelo, uno de los hombres, intervino para respaldar el argumento.
—Hemos estado pensando en cómo podríamos fortalecernos más. Y llegamos a la conclusión de que, si fuera posible, nos gustaría ser entrenados, aunque solo sea una vez, por alguien muy fuerte que pueda evaluarnos objetivamente.
—Y la persona que vino a nuestra mente fue usted, Sir Crises. Hemos oído que es famoso no solo por ser el capitán más joven de la Guardia Imperial, sino también por su capacidad para separar completamente los sentimientos personales de los entrenamientos.
Joseph añadió su parte de explicación, y Terry se encargó de cerrar con un resumen.
—Sabemos que esta petición solo nos beneficia a nosotros, y estuvimos dudando incluso antes de llegar aquí. Pero un conocido de la Guardia Imperial nos dijo que usted siempre deja las puertas abiertas para los caballeros con un deseo genuino de superarse…
Después de escuchar hasta ese punto, Laszlo, aunque no del todo convencido, asintió ligeramente con la cabeza.
Lo que Terry había mencionado no era mentira.
Tras su nombramiento como capitán de la Guardia Imperial, se desató un alboroto dentro del cuerpo. A fin de cuentas, la Guardia estaba compuesta por los mejores caballeros, y que un mercenario llegara a liderarlos no era algo fácil de aceptar.
Incluso cuando se selecciona al mejor entre los mejores, siempre hay quejas.
Sin embargo, el Emperador no tenía intención de retractarse de su decisión, y la tarea de dominar a la Guardia recayó únicamente en Laszlo.
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