⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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—Tratemos de no asustarnos antes de tiempo. De todos modos, estas cortinas ya se han lavado al menos una vez antes de guardarlas. Solo tenemos que concentrarnos en las partes con moho y enjuagar el resto. Además, estas son cortinas de primavera, mucho más ligeras que las de invierno.
Celia, con su carácter enérgico, hablaba de manera positiva, pero incluso las cortinas que solo necesitaran enjuagarse debían ser escurridas y colgadas, algo imposible sin la ayuda de Celia y Laila.
Siento que por mi culpa Celia y Laila están sufriendo también.
Pero, ¿qué más podía hacer?
Ethel siempre había sido sumisa con Marsha. La respetaba como ama de llaves y podía jurar que jamás había alardeado de ser una noble.
Marsha simplemente la odiaba por su complejo de inferioridad y su orgullo retorcido.
Aunque no puedo cambiar el pasado.
El aire que salía por su nariz y boca se sentía caliente, pero Ethel sumergió las cortinas en el agua fría de la tina, respirando profundamente el aire helado.
—Celia, Laila, ustedes comiencen con el resto de la colada. Estoy segura de que la señora Bohen revisará eso primero.
—¡Pero no puedes lavar 150 cortinas sola!
—Lo sé. Les pido disculpas, pero no podré colgarlas sin su ayuda. Y estoy segura de que la señora Bohen también lo sabe.
Ethel se subió la falda hasta la cintura, la ató con un cordón y, descalza, entró en la tina. El agua helada le hizo sentir que los pies se le congelaban, pero apretó los dientes y comenzó a pisotear las cortinas con fuerza.
—Es probable que la señora Bohen venga pronto para comprobar que estoy lavando las cortinas. Si las ve ayudándome, podría buscar más excusas para molestarlas.
Aunque rechinando los dientes, Celia y Laila estuvieron de acuerdo con Ethel. Ambas sabían perfectamente cómo era Marsha.
—Terminaremos con el resto de la colada lo más rápido posible y luego te ayudaremos. Hoy parece que no te sientes bien, así que tómalo con calma.
—Gracias.
Celia vertió un poco del escaso agua caliente que tenían en un balde junto a la tina para que Ethel pudiera calentar sus pies congelados de vez en cuando.
El gesto cálido de sus compañeras le dio a Ethel un poco de fuerza para continuar.
El frío cuarto de lavandería pronto se llenó de sonidos: agua siendo bombeada, ropa siendo golpeada y las salpicaduras del agua mientras Ethel pisoteaba las cortinas.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, su respiración se volvía más pesada. Sentía la cabeza mareada y el cuerpo débil. Cada vez que inhalaba el aire frío, su nariz y garganta ardían, dificultándole respirar.
—¡Ethel? ¡Ethel!
Ethel, perdida en sus pensamientos mientras pisoteaba las cortinas, reaccionó al escuchar la voz de Celia llamándola.
—¿Sí?
—¿Estás bien? Tu cara está pálida.
—Creo que me esforcé demasiado. Phew…
Trató de disimular con una sonrisa, pero Laila, que estaba cerca, frunció el ceño y puso una mano en su frente.
Las manos de Laila, acostumbradas al agua fría, estaban heladas, lo que hizo que Ethel se sobresaltara.
—¡Laila! Tus manos están demasiado frías. ¿Estás bien?
Laila gritó, exasperada por la preocupación de Ethel.
—¡Ethel! ¡No es que mis manos estén frías, es que tu frente está ardiendo!
—¿Qué? ¿Tiene fiebre?
—¡Sí, Celia! ¡Y no es una fiebre ligera!
Ante las palabras de Laila, Celia corrió rápidamente hacia Ethel y tocó su frente.
—¡Dios mío, esto es grave! ¡Ethel, tienes fiebre alta! ¿Por qué no dijiste nada antes?
Ethel no pudo responder al reproche preocupado de Celia, quien pronto pareció darse cuenta de que había hecho una pregunta tonta.
—Bueno, con esa mujer fastidiosa encima, ¿cómo podrías decir algo con tranquilidad? Lo entiendo.
—De todos modos, con esta fiebre, la señora Bohen no podrá exigir que sigas trabajando. Espera, iré a informarle.
Laila secó sus manos mojadas en el delantal y corrió hacia la casa principal.
Pero Ethel era escéptica sobre el resultado.
La señora Bohen me asignó esta tarea porque sabía que estaba enferma. ¿Y si le dice algo desagradable a Laila?
Aunque estaba preocupada, no pudo detener a Laila. Su visión comenzaba a dar vueltas, y cada vez se sentía peor.
Pensar que el agua fría aliviaría su fiebre fue una idea absurda. Si acaso, parecía que su resfriado empeoraba.
Laila tenía razón; en ese estado, parecía que podría morir.
Celia, viendo el rostro pálido y sudoroso de Ethel, trató de sacarla de la tina.
—Ethel, sal de ahí. Siéntate y descansa un poco.
—Solo terminaré esto.
—¿Por qué eres tan testaruda? Descansa un poco y finge trabajar cuando escuches algún ruido.
—… La señora Bohen no se dejará engañar.
Celia golpeó su pecho frustrada al escucharla.
—¡Esa mujer no es más que una sirvienta! ¿Por qué te preocupas tanto? Muchas personas han renunciado por su culpa y todas encontraron mejores trabajos después.
No había malicia en las palabras de Celia. Tras convivir con Ethel durante varios meses, inconscientemente ya la veía como otra sirvienta más.
Ethel forzó una sonrisa.
—Celia, soy una prisionera. No puedo renunciar aunque quisiera, así que prefiero llevarme bien con la ama de llaves en la medida de lo posible.
La mano de Celia, que estaba a punto de tirar de su brazo, se detuvo de golpe.
—Ah…
—Gracias. Siempre te he estado agradecida por tratarme como a una igual, como otra sirvienta.
Aunque sus párpados ardían como si sus ojos fueran a cocinarse, Ethel sonrió suavemente mientras continuaba pisando las cortinas. Se sintió aliviada de que, a pesar de todo, el agua no se ensuciara más con las cortinas ya lavadas previamente.
En ese momento, la puerta de la lavandería se abrió de golpe y Marsha irrumpió en la habitación.
—¿Qué? ¿Está enferma?
—¡Sí! Tiene una fiebre alta y podría empeorar si sigue así.
Laila parecía haber estado intentando convencer a Marsha durante todo el camino, pero no había ni un rastro de compasión en los ojos de esta última.
—¿Qué dices? Parece que está trabajando perfectamente bien.
—¡Vaya y tóquele la frente! ¡Está ardiendo!
Ethel pensó que quizás era buena idea intentarlo por última vez. Salió del agua helada; sus pies ya estaban tan fríos que ni siquiera sentían el suelo de piedra.
—Señora Bohen, disculpe. Desde la madrugada tengo fiebre. ¿Podría obtener medio día de descanso…?
—¡Ja! ¡Qué ridiculez!
La voz de Marsha, interrumpiéndola bruscamente, incluso parecía denotar cierto placer.
—Tal vez creciste como una niña mimada y piensas que un simple resfriado es suficiente para acostarte todo el día, pero las nuevas sirvientas no tienen derecho a días libres por ningún motivo durante el primer año. ¡Ninguno!
Eso no era cierto. Ethel había crecido en la casa de un Conde y, aunque solo quedaban las ruinas de su título, sabía perfectamente cómo funcionaban las cosas en otras familias nobles.
Ya fueran sirvientes nuevos o antiguos, todos tenían un día de descanso a la semana y, además, podían tomarse dos días libres al mes. Los amos más generosos incluso otorgaban esos días libres con paga, y nunca obligaban a trabajar a quienes estuvieran enfermos.
Por supuesto, Marsha no lo ignoraba. Simplemente elegía ser cruel.
—No sé cómo convenciste a Celia y Laila para conspirar contigo, pero esos trucos no funcionan conmigo.
—¿De qué está hablando? Una persona está enferma, ¿qué tiene de conspiración o truco eso?
Celia se encendió de indignación, pero solo logró provocar más a Marsha.
Marsha, con una mirada feroz, ordenó con autoridad:
—Esto no puede seguir así. Celia y Laila, vuelvan a la casa principal y ayuden a los sirvientes a llevar leña. Y tú, Ethel, termina toda esta colada antes de que termine el día.
—¡Señora Bohen!
—¡Ahora!
Como si temiera que Celia y Laila se negaran, Marsha abrió la puerta y llamó a otras sirvientas de la casa principal.
—¡Vengan aquí! ¡Llévense a Celia y Laila para que ayuden a cargar leña!
Las sirvientas leales a Marsha llegaron rápidamente, agarraron a Celia y Laila y las arrastraron fuera de la lavandería. Todo sucedió en un instante.
Ahora, solo quedaban Marsha e Ethel en la habitación.
Ethel no podía discernir si su aturdimiento se debía a la fiebre o a la rabia que sentía hacia Marsha.
En circunstancias normales, habría contenido sus emociones, pero su debilidad física y su mente nublada hicieron que sus palabras salieran sin filtro.
—¿Qué más quiere de mí?
—¿Qué?
Marsha parecía sorprendida de que Ethel se atreviera a preguntarle algo así.
—Quiero saber por qué me odia y me atormenta. Nunca me he enfrentado a usted ni he sido rebelde. ¿Qué más quiere que haga?
—¿Está loca? ¿De qué estás hablando de repente…?
—No desvíe la pregunta. Sea clara conmigo y deje de involucrar a Celia y Laila en esto.
Como si sus propios sentimientos de culpa la hubieran golpeado, Marsha comenzó a gritar y lanzar insultos.
—¡Eres una gata salvaje! ¡Ahora muestras tu verdadera naturaleza! ¿Crees que puedes hacer lo que quieras porque te perdonaron la vida? ¿Cómo te atreves, una criminal, a mirarme a los ojos de esa forma?
La voz de Marsha resonaba en la lavandería, haciendo que la cabeza de Ethel doliera aún más.
Y entonces, impulsivamente, Ethel replicó:
—¿Habla como si fuera usted una noble, señora?
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