⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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—¿Qué, qué dices?
—Mi vida fue salvada por Su Majestad el Emperador. Las personas a quienes no puedo mirar por ser una criminal son los miembros de la familia del Conde Crises, no alguien como tú, que está en el mismo nivel de plebeya que yo.
Ante esas palabras, la boca de Marsha se cerró.
Ethel estaba completamente harta de las personas que intimidaban a los más débiles para reafirmar su propio poder y posición.
—¿Crees que aplastarme, alguien que una vez fue noble, te hará noble a ti? Pero eso no ocurrirá. Aunque el Conde está ocupado ahora y no puede encargarse de la casa, pronto encontrará un mayordomo y comenzará a administrarla. Cuando eso suceda, tú también no serás más que una sirvienta.
Esas palabras atravesaron el corazón de Marsha como una daga afilada. Ella apretó los dientes, temblando de rabia, y de repente abofeteó a Ethel.
El aire frío y húmedo del lavadero fue desgarrado por el sonido seco y resonante de la bofetada.
Cuando su visión blanqueada volvió a enfocarse, Ethel ya estaba tirada en el suelo.
—¡Maldita perra! ¿Te atreves a faltarle el respeto a alguien superior a ti? ¡Hasta que no termines de lavar todo eso, no comerás ni darás un solo paso fuera de aquí!
Marsha salió furiosa y cerró la puerta del lavadero desde fuera.
Ethel, que había estado mirando atónita la espalda de Marsha mientras se marchaba con pasos pesados y el momento en que la puerta se cerraba, sintió que todo aquello era irreal.
El sonido de una larga vara siendo colocada para trabar el picaporte se escuchaba a lo lejos, pero el frío de la humedad que empapaba su ropa en el suelo se sentía sorprendentemente vívido.
Le pareció oír un zumbido constante en los oídos.
Tengo que levantarme…
Lo pensaba con todas sus fuerzas, pero su cabeza daba vueltas y no podía encontrar fuerzas en su cuerpo.
Si no termino el trabajo, no sé qué dirá la señora Bohen al Conde Crises…
Aunque sabía que tenía que levantarse de inmediato y lavar tantas cortinas como pudiera, su cuerpo se sentía como si estuviera en llamas y, al mismo tiempo, helado hasta el punto de la congelación. Ni siquiera podía mover un dedo.
Su visión se volvía cada vez más borrosa.
Ojalá pudiera quedarme dormida para siempre…
Con ese último pensamiento, Ethel perdió la conciencia.
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Marsha, que había encerrado a Ethel en el lavadero, seguía enfurecida y resollando.
—¡Esa maldita! ¿Ahora qué? ¿‘Estamos al mismo nivel de plebeyos’? Ya lo verás, ¡te haré pagar caro!
Su interior hervía de rabia.
En esta residencia del Conde, que era como su pequeño reino, la única molestia era Ethel.
( Soy Ethel, señora. )
Ese día, cuando la conoció por primera vez y le preguntó su nombre, Ethel le respondió con una voz tranquila, sin rastro de enojo o humillación en su mirada indiferente. Marsha aún no podía olvidarlo.
Desde ese momento, Marsha había empezado a detestarla.
Si fueras una persona normal, deberías haberte enfurecido un poco después de que te provocara de esa manera. ¡Ni siquiera es noble ya, pero sigue fingiendo ser tan refinada!
Habiendo trabajado en este lugar por casi 30 años, Marsha pensaba que conocía bien a las personas. En sus cuarenta y tantos años, creía que su capacidad para interpretar a las personas era lo que le había permitido construir su posición actual.
Se burlaba de los nobles que caían en sus palabras azucaradas o en su capacidad para manipular sus inseguridades. Creía que estaba por encima de ellos.
Pero Ethel reaccionaba de manera completamente diferente, casi como si Marsha estuviera tocando una herida oculta.
( Sí, señora. )
( Lo siento mucho. )
( Haré todo lo posible. )
Sin importar cuánto la provocara, las respuestas de Ethel siempre eran calmadas, sin ninguna emoción visible.
Marsha esperaba que Ethel explotara de ira o que se hundiera en la autocompasión, pero las respuestas controladas de Ethel no dejaban lugar para atacar.
Y luego estaban sus ojos.
Ethel nunca se rebeló ni respondió directamente, pero tampoco se doblegó.
Incluso cuando inclinaba la cabeza, sus ojos seguían siendo firmes, como si dijeran: Grita todo lo que quieras, no pienso escucharte.
Eso solo hacía que Marsha quisiera humillarla aún más, hasta que finalmente se rindiera.
Hoy, aunque logró que Ethel respondiera de una forma distinta a la habitual, no se sintió satisfecha en absoluto.
( Es casi como si tú misma fueras una noble, ¿no crees, señora? )
Ese comentario le hizo sentir un escalofrío en la espalda.
¡Está claro que siempre ha podido ver a través de mí! Por eso nunca cometió errores.
Ethel sabía que Marsha se veía a sí misma como superior a los nobles, pero también que se preocupaba constantemente de que su posición pudiera desaparecer de un día para otro.
Ethel… no puedo controlarla como quiero. Cuando llegue el Conde, le pediré que la venda a alguien.
De todos modos, Ethel no podría salir del lavadero hasta que Marsha lo ordenara, así que tenía tiempo de sobra para difamarla frente a Laszlo.
Laszlo era un hombre tan taciturno y reservado que era difícil saber en qué pensaba. Sin embargo, al fin y al cabo, solo era un ignorante que había trabajado como mercenario, así que no debería ser complicado manipularlo.
Bien. Pero dejando eso de lado… Es evidente que Ethel no habrá terminado de lavar la ropa, así que, ¿qué castigo sería adecuado?
Pensar en ello hizo que el desagrado en su pecho se transformara en una extraña sensación de expectativa.
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A la hora en que el dueño de la mansión regresaba, el carruaje del Conde Crises se detuvo frente a la residencia.
Sin embargo, a diferencia de lo habitual, cuando nadie salía a recibirlo, esta vez Marsha y dos criadas que la seguían salieron a dar la bienvenida a Laszlo.
—Bienvenido, señor Conde.
—Hoy también ha hecho un buen trabajo.
Laszlo, que estaba bajando del carruaje, se detuvo al ver las sonrisas complacientes dirigidas hacia él.
Debe haber ocurrido algo.
Laszlo siempre había considerado un alivio la consistencia de Marsha.
El motivo por el que había escogido a alguien tan presumida, fanfarrona y obsesionada con el dinero como Marsha para ser la jefa de las criadas era que no tenía que preocuparse ni un poco sobre si esa mujer estaba intentando engañarlo.
Al ser tan transparente con sus intenciones, gestionarla era mucho más sencillo.
—¿Ha pasado algo?
—¡Oh, ho, ho! Por favor, suba primero. Hace frío.
En otras ocasiones, Marsha habría respondido algo como ‘No ha pasado nada digno de mención’, pero era evidente que hoy tenía algo que quería decir.
Sin más palabras, Laszlo entró al vestíbulo de la mansión y se dirigió al salón en el primer piso.
La sala, con leños ardiendo en la chimenea, estaba cálida. Laszlo se quitó el abrigo y lo arrojó descuidadamente a un lado antes de sentarse en el sofá.
—Hace mucho frío, ¿verdad? ¡Mina! Ve a traerle una taza de chocolate caliente.
Marsha, pretendiendo ser amigable, ordenó a una criada que trajera algo de beber, pero Laszlo respondió con expresión impasible:
—¿Cuándo he tomado chocolate caliente alguna vez?
—¿Ah? ¿E-en serio? Debo haberme confundido porque a la señorita Linia le gusta. Entonces, tal vez un poco de té caliente…
—No me gusta perder el tiempo. Si tienes algo que decir, dilo rápido.
Ante eso, Marsha se mostró un poco desconcertada, pero luego se sentó en el sofá junto a Laszlo, acercándose lo más posible.
—Verá, señor Conde, es sobre esa… ‘prisionera’.
—¿Prisionera?
—La mujer que alguna vez fue Duquesa, me refiero a ella.
—¿Ethel Lancaster? ¿Qué pasa con ella?
Haciendo un gesto de incomodidad, Marsha jugueteó con las manos hasta que, al notar la mirada severa de Laszlo, decidió hablar.
—Me cuesta decir esto, pero como vivió como noble, tiene una actitud demasiado arrogante. Es perezosa y desprecia a los otros sirvientes.
Ante ese comentario inesperado, Laszlo inclinó la cabeza con confusión.
¿Ethel, arrogante? ¿Perezosa y despectiva con los demás?
¿La misma mujer que se arrodilló ante Linia?
Con el ceño fruncido y tratando de recordar algo, Laszlo no dijo nada, lo que Marsha interpretó como una reacción favorable. Entonces, bajó la voz y continuó hablando en tono confidencial.
—Llega tarde todas las mañanas, usa a las criadas del lavadero como si fueran sus sirvientas personales y siempre pone excusas para retrasar su propio trabajo. ¿Y eso no es todo! Porque, como es bonita, anda seduciendo a los criados varones… Ay, no sabe usted.
Marsha negó con la cabeza y chasqueó la lengua. Tan concentrada estaba en sus mentiras que no se dio cuenta de que la mirada de Laszlo había empezado a tornarse fría.
Quizá habría sido mejor que se detuviera ahí, pero Marsha aún tenía muchos chismes preparados.
—Hoy incluso se atrevió a desafiarme cuando le di un consejo. Bueno, claro, alguien que fue Duquesa debe despreciar los consejos de una simple criada.
La indignación en su tono era sincera. Recordar cómo Ethel le había dicho: ‘Hablas como si fueras una noble’ hizo que su interior ardiera nuevamente de rabia.
—Si se le permite trabajar de esa forma, comiendo tres veces al día y viviendo cómodamente, otros sirvientes empezarán a imitarla. ¡Eso no puede permitirse! ¿No le parece, señor Conde?
—Entonces, en resumen, ¿qué es lo que quieres decir?
Marsha, incapaz de ocultar su mirada ansiosa, respondió con voz emocionada:
—Pensé que debía darle una lección seria, así que hoy le encargué una tarea particularmente difícil. Seguro no la habrá terminado. Es una mujer que incluso delega las tareas fáciles a otras.
—¿Es así?
—Por supuesto. Pero creo que sería mejor si usted mismo, señor Conde, le impone un castigo ejemplar para todos.
Finalmente abordando el punto principal, Marsha observó con atención a Laszlo mientras se reía suavemente.
Aunque era imposible leer su expresión, Marsha estaba convencida de que aceptaría su propuesta.
No sabe nada de lo que ocurre en la mansión salvo lo que yo le cuento.
Tal como ella esperaba, Laszlo, quien parecía haber estado reflexionando, se levantó de su asiento y preguntó:
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