⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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—¿Dónde… estoy…?
En su visión borrosa apareció una habitación desconocida. Una gran ventana con pesadas cortinas, una cama amplia y lujosa, una mesita de noche, un sofá y una mesa.
En el momento en que intentó llamar a alguien, su garganta rasposa le hizo toser. Entonces, sintió la presencia de alguien cerca.
—¡Hermana Ethel! ¿Te sientes mejor?
—¿Dai…sy…?
—Sí, soy yo, Daisy. Hermana, ¿te duele algo o sientes algo extraño?
Aunque le resultaba desconcertante ver a Daisy a su lado, Ethel movió sus extremidades y dedos para responder a su pregunta.
—No estoy segura… Creo que estoy bien, salvo un hormigueo en los dedos de los pies.
—¿Recuerdas todo lo que pasó antes?
—¿Todo lo que pasó antes? …Sí. Creo que lo recuerdo todo.
Incluso los recuerdos que preferiría olvidar seguían siendo claros, por lo que no parecía haber problemas con su memoria.
Daisy suspiró con alivio y dijo:
—Hermana, has despertado después de dos días. El médico dijo que estuviste a punto de morir.
—¿En serio?
—Sí, y que, incluso si despertabas, podrías haber quedado con secuelas. Tu fiebre fue altísima. Además, tienes algo de congelación en los pies.
Daisy, con una expresión conmovida, apretó con fuerza la mano de Ethel. Al oír que tenía congelación en los pies, Ethel recordó lo último que había vivido.
—Ahora que lo pienso, ¿qué pasó? Recuerdo que estaba en la lavandería…
Tenía los pies en agua helada que parecía congelarle hasta la coronilla, y estaba pisando una cortina.
No, espera. Masha la había abofeteado. ¿Qué pasó después…?
Mientras intentaba recordar más, Daisy, con los labios apretados y el rostro serio, le apretó más la mano y murmuró:
—Dijeron que la señora Bohen intentó lastimarte, ¿verdad? ¡Qué malvada! Es una persona horrible.
Tan indignada estaba que sus grandes ojos estaban a punto de llenarse de lágrimas.
Daisy tomó una profunda respiración para calmarse y luego comenzó a contarle lo que había sucedido.
Que Masha había difamado a Ethel frente a Laszlo, que Celia y Laila habían intercedido ante él diciendo que Ethel estaba enferma, que Laszlo la encontró desmayada y llamó de inmediato al médico, y que luego reunió a los sirvientes para reprenderlos.
—Así que se descubrió que la señora Bohen es una completa mentirosa. Tanto por calumniarte como por fingir que sabía todas las reglas de la corte imperial. Incluso decía que no se podía hablar directamente con el Conde…
—Espera. Entonces, ¿quieres decir que la única sirvienta que podía hablar con el Conde era la señora Bohen?
—Casi siempre era así. Nos dijeron que no podíamos hablar con el Conde ni con la señorita a menos que ellos nos preguntaran algo directamente. Y que si queríamos decir algo, teníamos que hacerlo a través de la señora Bohen.
Eso era cierto en algunos aspectos, pero falso en otros.
Los sirvientes comunes no podían hablar libremente con los miembros de la familia principal, pero, si había una razón válida, podían hacerlo sin pasar por la doncella jefe o el mayordomo.
La señora Bohen usó eso como un medio para reforzar su poder.
En este lugar, la doncella jefe era el único enlace con la opinión del jefe de la casa y el único medio para transmitir las voces de los sirvientes.
Probablemente, como la mayoría de los sirvientes eran inexpertos, esa mentira había funcionado.
Daisy, con los puños cerrados y moviéndolos ligeramente con entusiasmo, parecía también tener mucho resentimiento acumulado contra Masha.
Quizá por ser amable conmigo, Daisy también fue acosada.
Ethel sintió un nudo en el estómago.
Viendo cómo Celia y Laila habían sido tratadas de manera desigual por apoyarla, esa suposición era casi una certeza.
Ethel, esforzándose por sonreír, apretó con fuerza la mano de Daisy.
—Entonces, ¿tú me has estado cuidando desde entonces?
—Sí. El Conde me dio permiso. Celia y Laila también estaban muy preocupadas, pero en la lavandería no se podía prescindir de nadie.
—Ah, Celia y Laila están pasando muchas dificultades por mi culpa.
—¿Por tu culpa? ¡Es culpa de la señora Bohen!
Daisy, con los labios fruncidos y refunfuñando, parecía adorable.
—Gracias, Daisy. Gracias a ti, estoy viva.
—¡Mi cuidado no fue nada especial! Más bien, el médico que trajo el Conde era realmente increíble.
—Ah, ¿el Conde llamó al médico?
Daisy asintió enérgicamente.
—Era alguien bastante peculiar. Yo estaba aterrorizada porque pensé que algo malo podría pasarte, pero ese médico no mostró ni una pizca de emoción.
Daisy recordó al hombre delgado y pálido que parecía más enfermo que los pacientes. Aunque la fiebre de Ethel estaba altísima, él parecía completamente impasible, lo que no le inspiraba confianza.
Tras un breve examen, abrió su gran maleta, mezcló varias sustancias de diferentes frascos, y dejó un antipirético y un tónico restaurador antes de marcharse sin más.
Incluso frente al Conde Laszlo, esa actitud segura le había parecido bastante impresionante a Daisy.
—Debo agradecerle al Conde y también a ese médico.
—No sé si volveremos a ver al médico, pero sería bueno que agradezcas al Conde. Estuvo a tu lado todo el tiempo mientras el médico estaba aquí.
—¿Qué?
Ethel estaba visiblemente sorprendida.
No solo había sido bondadoso al llamar a un médico para una sirvienta enferma, sino que también se había quedado junto a ella.
—Es más de lo que esperaba…
Pero al recordar cómo las cosas en su vida rara vez habían salido según lo planeado, Ethel se sintió un poco avergonzada por haber juzgado prematuramente a Laszlo.
Aunque sonreía de vez en cuando mientras escuchaba las emocionadas palabras de Daisy, en su interior tomó la firme decisión de agradecerle personalmente a Laszlo tan pronto como su cuerpo se lo permitiera.
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Pasaron otros dos días.
Quizás, como dijo Daisy, los medicamentos del médico eran efectivos, porque al atardecer Ethel ya podía levantarse de la cama.
Sentada al borde de la cama, movió ligeramente sus pies afectados por la congelación.
Me duelen los dedos, pero parece que el mareo ha desaparecido.
El dolor punzante, como si la hubieran golpeado, casi había desaparecido, y su espalda y rodillas, que habían estado adoloridas desde que comenzó a trabajar, se sentían mucho mejor.
Por el tono rojizo del cielo, dedujo que Laszlo ya habría regresado del palacio.
Ahora que puedo moverme, no sería correcto retrasar mi agradecimiento.
Como Laszlo solía partir temprano hacia el palacio por la mañana, este era el único momento adecuado para encontrarlo.
Aunque la idea de enfrentarlo la ponía algo nerviosa, decidió que era mejor cumplir con lo que debía hacer.
Ethel se puso un chal que Daisy le había prestado sobre su ropa de estar en casa y se dirigió a su despacho. Haciendo un esfuerzo por mantener la espalda recta, llamó a la puerta.
—Señor Conde. Soy Ethel.
—Adelante.
La voz grave, firme y seca seguía siendo la misma.
Al abrir la puerta con cuidado, la invadió un aroma a cuero suave mezclado con un olor peculiar a hierbas, tierra húmeda tras la lluvia y leña quemándose. En ese momento, Ethel notó algo curioso.
Ahora que lo pienso, este hombre no usa perfume.
Sin embargo, no había ningún olor desagradable.
Lo curioso era que, aunque se trataba de su olor corporal, olía como si estuviera al aire libre.
Habiendo vivido rodeada de personas que usaban perfumes para cubrirse de pies a cabeza, Laszlo, con su aroma natural, le resultaba de alguna manera salvaje.
—¿Hmm? Ethel Lancas… No, ya no eres Lancaster.
—Por favor, llámeme solo Ethel.
—Entonces… Ethel.
A pesar de haber corregido su nombre antes de entrar, Laszlo parecía sorprendido por su aparición.
Ethel también se sintió extraña al ser llamada sólo por su nombre, pero sabía que era algo a lo que debía acostumbrarse.
Primero, hizo una profunda reverencia.
—Me dijeron que fue usted quien llamó al médico que salvó mi vida. Se lo agradezco mucho.
Él no dijo nada mientras Ethel se inclinaba y permaneció en silencio hasta que ella se enderezó por completo. Entonces, soltó un comentario breve:
—Estás demasiado delgada.
Ethel, incómoda, juntó sus manos sobre el dorso reseco de una de ellas.
Ya de por sí era delgada, pero la fiebre había dejado su rostro tan demacrado que incluso a ella le costaba mirarse al espejo.
Una sirvienta que ya era torpe ahora está débil físicamente. Seguro le resulta desagradable.
Esforzándose por sonreír, Ethel dijo:
—Haré mi mejor esfuerzo para recuperarme pronto.
—No necesitas esforzarte tanto en eso. Solo descansa.
—Gracias. Entonces descansaré un día más y volveré al trabajo en la lavandería.
—¿Acaso tu fiebre afectó tu audición?
—¿Perdón?
Ethel pensó que quizá había cometido un grave error, pero él, con un tono indiferente, aclaró:
—Te dije que descansaras, y me respondes que volverás al trabajo.
—Ah… Pero ya estoy lo suficientemente recuperada como para no seguir en cama, y hay trabajo acumulado en la lavandería…
—Parece que estás muy confiada sólo porque el medicamento te bajó un poco la fiebre. Aunque el remedio de Aylan funciona bien, si te esfuerzas demasiado será en vano. ¿Quieres convertir ese costoso medicamento en un desperdicio?
Mientras seguía revisando unos documentos, parecía no darle ninguna importancia a Ethel. Sin embargo, de repente dejó los papeles y la miró fijamente.
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