⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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Entonces, la fría mirada de Laszlo se clavó en él.
—¿Qué pasa? ¿El subcomandante también quiere echarle un vistazo a esa mujer?
—No tengo ninguna intención inapropiada. En cualquier caso, como ellos usaron el nombre de la Orden Real de Caballeros, quiero cumplir con lo mínimo que se espera de nosotros.
—No es necesario. Llamar a una persona herida hasta aquí sería más problemático. Yo me encargaré de transmitirle sus disculpas.
La actitud de Laszlo, que parecía rechazar cualquier acercamiento, solo intensificó las sospechas de Edmund.
Esto solo me hace tener más curiosidad.
Conteniendo con dificultad una sonrisa que amenazaba con escaparse, asintió con la cabeza.
—Si esa es su opinión, no insistiré. Ahora que he transmitido la postura de la Orden, me retiraré. ¿Hay algo más que quiera solicitar o comentar?
—No, nada. Que tenga un buen regreso.
Después de intercambiar despedidas como si todo estuviera resuelto, Terry, con los ojos rojos, gritó furiosamente.
—¡Fuiste tú quien nos dijo! Dijiste que si solicitábamos un duelo al capitán de la guardia, nos invitarían y podríamos ver a esa mujer.
Angelo tampoco se quedó callado.
—¡Si no hubieras dicho eso, no habríamos venido aquí! Solo estábamos bromeando…
El hecho de que Edmund estuviera involucrado en este asunto despertó el interés de Laszlo.
Por supuesto, Edmund tenía suficiente habilidad para defenderse.
—Lord Crises, podría malinterpretar las cosas. ¿No les dije claramente que no pensaran en mirar a ninguna mujer y se limitaran a aprender algo útil? ¿Debería traer aquí a los testigos que escucharon eso?
—Pero… ¡pero…!
Terry y Angelo se dieron cuenta de que habían caído en un pozo del que no podían escapar.
La amabilidad y cortesía de Edmund Milton ya no estaban presentes.
Sin embargo, irónicamente, Laszlo era el único que creía en las palabras de los dos hombres.
Provocar a tontos para que hagan tonterías es algo que un zorro como él haría sin esfuerzo.
Aunque eso no significaba que los tontos que cayeron en la trampa estuvieran libres de culpa.
Finalmente, Edmund se fue sin ayudarlos en absoluto, y los dos caballeros arrestados fueron llevados a la prisión imperial.
De regreso en su oficina, Laszlo preguntó a Nathan, quien lo acompañaba.
—¿Crees que esto ocurrió por casualidad?
—Si pensamos en lo que ha hecho el señor Milton hasta ahora, esa posibilidad es baja.
—Si esos tipos realmente hubieran acosado a la mujer, habría aprovechado eso como escándalo. Es el escenario perfecto, ¿no crees?
—Además, al ser subordinados que desobedecieron, habría sido ideal para humillar al comandante.
—Exacto, eso habría hecho. Es un genio en ensuciar las manos de otros sin mancharse él mismo.
A esto se suma su habilidad para asegurarse una vía de escape, una de las cualidades sorprendentes de Edmund Milton. Aunque las sospechas eran obvias, Laszlo no tenía manera de confrontarlo sin pruebas claras, lo que lo frustraba profundamente.
—Ah, por cierto, ¿recuerdas que traje aquí al señor Milton?
—¿Y qué pasó?
—Durante todo el camino, no dejó de mirar a su alrededor dentro de la mansión. ¿Estaba buscando algo para robar?
Aunque era una sospecha absurda, Laszlo no podía evitar sentirse incómodo.
—Quizás estaba buscando a esa mujer. Hicimos bien en no permitir que se encontraran.
Nathan observó a Laszlo, que chasqueaba la lengua con evidente irritación, y ladeó ligeramente la cabeza.
Si fuera el comandante de antes, habría permitido que se encontraran para obtener pruebas. Algo anda mal con él.
Nathan recordó a Ethel, que parecía una escultura de yeso blanco, y la extraña mirada de Laszlo hacia ella, y suspiró silenciosamente.
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—¡Hermana! El Conde te está llamando.
En el tercer día después del incidente, Daisy fue a buscar a Ethel.
Para Ethel, era algo que ya esperaba, así que no le preocupaba. Pero Daisy tenía una expresión llena de preocupación.
—Los dos caballeros que intentaron hacerte daño fueron enviados a juicio militar. Probablemente los expulsen de la Orden Real de Caballeros y les impongan una multa.
—¿Vino alguien de la Orden Real de Caballeros?
—Sí, ayer. Pero no se quedaron mucho tiempo y se fueron rápido. Supongo que, aunque sean compañeros, era difícil defenderlos por lo que hicieron.
Ethel ajustó su vestimenta y asintió con la cabeza. Sin embargo, los acontecimientos parecían desarrollarse más rápido de lo que esperaba.
El Conde Crises debe estar realmente furioso.
Podría estar aprovechando esta oportunidad para dejar claro que ‘no tolerará que lo subestimen’.
Y, efectivamente, Daisy le contó que la ira del Conde también se había dirigido hacia el interior de la mansión.
—Hace dos días, la señorita Linia y la jefa de las criadas fueron severamente reprendidas por el Conde. Debió suceder mientras yo estaba trayéndote la comida aquí.
Por desobedecer y menospreciar las órdenes del jefe de la casa, Linia fue castigada con dos semanas de prohibición de salir, mientras que a Marsha se le redujo el sueldo de dos semanas.
Ethel imaginó que también recibiría algún tipo de reprimenda. Cuando ocurrían este tipo de incidentes, los nobles solían castigar a los sirvientes para proteger su reputación, aunque los sirvientes no tuvieran culpa alguna.
—Entonces, me voy.
—¡Hermana…!
—No te preocupes tanto, Daisy. Yo…
Ethel estuvo a punto de decir que había pasado por situaciones mucho peores que esta, pero decidió callarse y simplemente sonrió. No era algo que debería decir frente a Daisy, quien probablemente había tenido una vida aún más dura que la suya.
Con una sonrisa tranquila, Ethel respiró profundamente y se dirigió al despacho de Laszlo.
—¿Me ha llamado?
Laszlo estaba mirando por la ventana, sumido en sus pensamientos, cuando Ethel entró y se presentó ante él.
Ella esperó en silencio hasta que él terminara de reflexionar.
No pasó mucho tiempo antes de que Laszlo hablara.
—¿Has oído hablar de esos tipos?
—Daisy me contó los detalles del castigo. Creo que es un castigo justo.
—¿De verdad? Tal vez porque soy alguien que vive como le place, pero no siento que sea suficiente para calmar mi ira.
Ethel entendía su enojo.
Esos caballeros, que eran apenas hijos de nobles menores, habían insultado a Laszlo, el dueño del mayor gremio de mercenarios del imperio, un héroe de guerra y ahora un Conde.
Lo que hacía la situación aún más desafortunada era que ella había sido la causa de esa ofensa.
—Lo siento mucho. Debería haber actuado mejor…
—Qué comentario tan curioso. ¿Qué más podrías haber hecho en esa situación?
Ethel no encontró palabras para responder y cerró la boca.
Como había señalado Laszlo, ella no podía desobedecer las órdenes de Linia ni sabía cómo rechazar de manera más efectiva a los hombres que la habían acosado.
Quizás debería sentirse agradecida de que Laszlo entendiera eso.
Cuando Ethel, incapaz de hablar, bajó la mirada, Laszlo chasqueó la lengua brevemente.
—Desde el principio, la culpa fue de Linia y de la jefa de las criadas. Les das demasiada libertad y terminan tomando ventaja.
—Sin embargo, la señorita Linia probablemente no sabía qué hacer. Es joven y nunca ha recibido sola a invitados nobles, así que debe haber estado asustada.
—Eran tipos insignificantes. ¿Qué tan difícil era servirles una taza de té y decirles que esperaran?
El tono de Laszlo se elevó, visiblemente molesto, lo cual intimidó un poco a Ethel, pero ella reunió el valor para responder.
—La señorita Linia no es usted, mi señor. Si nunca has hecho algo antes y te lo imponen sin aviso, es natural sentirse confundido y nervioso. Especialmente porque recibir invitados es algo que los nobles consideran muy importante.
—¿Estás defendiendo a Linia?
—Solo pienso que sería bueno si pudiera ser un poco más comprensivo con una joven inexperta. Disculpe si me excedí.
—Dices que te excediste, pero igual dices todo lo que piensas, ¿no?
Ethel se preparó para que Laszlo se enojara aún más, pero en su voz se percibía una ligera risa.
Después de un breve silencio, Laszlo chasqueó la lengua nuevamente y habló con un tono algo más calmado.
—Es vergonzoso que por culpa de un líder inepto hasta las criadas sean humilladas. No tengo cara.
—Ah, no es así. Los que hicieron mal fueron ellos, no usted, mi señor.
—Si hubiera sido un poco más competente, no habrían osado comportarse de esta manera.
Chasqueando la lengua una vez más, Laszlo anunció su decisión sobre Ethel.
—De cualquier manera, a partir de ahora trabajarás en la cocina. El lavadero parece un lugar demasiado duro para ti.
Era un cambio que no tenía ninguna relación con lo ocurrido y que era prácticamente un ascenso.
Ethel, sorprendida, esperó a ver si Laszlo tenía algo más que decir, pero él la miró con expresión interrogante, como preguntándose por qué lo miraba fijamente.
No le quedó más remedio que preguntar.
—Eso… ¿es todo?
—¿Por qué? ¿Debería haber algo más?
—Yo… pensé que habría un castigo para mí.
—¿Por qué? Tú eres la víctima.
Sí, eso era cierto. Pero el mundo no siempre funcionaba según lo que era correcto.
—Es que… es una costumbre.
—¿Una costumbre? ¿Qué clase de costumbre?
—Normalmente, cuando ocurren incidentes desagradables relacionados con sirvientes en familias nobles, también se castiga al sirviente.
Las cejas de Laszlo se fruncieron aún más al escuchar esto.
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