⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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—¿De qué está hablando? ¡Nosotras le debemos mucho a Ethel! ¿Cómo vamos a estar molestas por algo así?
—Es cierto. Gracias a Ethel ahora podemos usar agua caliente.
Ante esas palabras, el rostro de Marsha cambió de inmediato.
—¿Qué quieren decir? ¿Usar agua caliente? ¿Y eso de que es gracias a Ethel… qué significa?
—Oh, ¿no lo sabe, jefa? Cuando Ethel colapsó, el Conde vino al lavadero, ¿lo recuerda?
La sonrisa de Celia se ensanchó.
—Se sorprendió mucho al ver que estábamos lavando ropa con agua fría en pleno invierno. Así que dijo que instalaría un sistema para calentar agua en el lavadero, a partir de hoy.
El criado que estaba frente a Celia, comiendo su pan en silencio, asintió con la cabeza, confirmando lo dicho.
—Ayer, el Conde nos dio instrucciones a Benjamin y a mí. Nos pidió que, después del desayuno, construyéramos un fogón en el lavadero y reparáramos el del baño de los criados.
Otras criadas, sorprendidas, preguntaron con los ojos abiertos como platos:
—¿También el baño?
—¿De verdad? ¿Entonces podremos usar agua caliente para bañarnos?
El criado, mientras masticaba su pan, asintió vigorosamente. A su lado, Benjamin continuó con la explicación.
—Por supuesto. También ordenó apilar un montón de leña junto al lavadero y el baño. Dijo que nos aseguráramos de que no faltara leña hasta que pasara el frío.
—¡Waaah!
La mesa de los sirvientes estalló en vítores de alegría ante las palabras de Benjamin.
Hasta entonces, habían soportado días de frío extremo, incapaces de usar agua caliente, y ahora, al fin, podrían lavarse cómodamente.
Sin embargo, mientras todos celebraban, el rostro de Marsha pasó de rojo a morado en cuestión de segundos.
—¡Silencio, todos!
Su grito hizo que todos se quedaran atónitos, preguntándose qué le pasaba.
—¡No he oído nada de esto! Hasta que confirme esto con el Conde, nadie debe hacer nada. ¿Entendido?
Marsha estaba mostrando un nivel de arrogancia que superaba cualquier expectativa. Ethel, mirándola directamente, dijo con calma:
—El Conde dio la orden personalmente. ¿Está diciendo que debemos esperar hasta que usted lo confirme? ¿Quiere decir que sus órdenes están por encima de las del Conde?
Era natural que los ojos de Marsha se encendieran con furia, como si fueran a disparar fuego.
Sin embargo, Ethel no tenía miedo. Nunca había temido a la jefa de criadas, y además, todos los presentes parecían estar de acuerdo con sus palabras.
Incluso Marco, quien solía ser reservado, no pudo evitar comentar:
—Nos dicen que podemos bañarnos con agua caliente, pero parece que no está muy contenta con eso, ¿no? ¿Será que prefiere usar agua fría?
—¡Eso no tiene sentido! Solo que… yo no sabía nada de esto, y pensé que podría haber algún malentendido.
—¿Malentendido? ¿Qué malentendido…?
Alguien murmuró en voz baja, y todos miraron a Marsha con la misma expresión.
Tal vez sintiéndose acorralada, Marsha intentó cambiar la situación gritando a Ethel.
—¡De cualquier manera, Ethel! Desde hoy, tus tareas en la cocina serán lavar los platos, limpiar las verduras y preparar los ingredientes. Si algo se estropea por tu culpa, no lo dejaré pasar. ¡Así que mantente alerta!
—Estaré a sus órdenes, chef.
Ethel inclinó la cabeza solo hacia el cocinero, lo que hizo que Marsha se viera aún más disgustada.
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Aunque Ethel había ‘ascendido’ a sirvienta de cocina, el contacto con el agua fría no había cambiado en absoluto. No se podía usar agua caliente para lavar verduras.
Además, el horario comenzaba más temprano, lo que significaba que ahora debía levantarse a las 5:30 de la mañana.
En la oscuridad de la madrugada, Ethel encendía las lámparas de aceite en la cocina, avivaba las brasas del fogón y sacaba los ingredientes preparados la noche anterior. Ese era el comienzo de su día.
—Hoy no hay más ingredientes que preparar para el desayuno, así que lavaré los del almuerzo con anticipación.
La criada anterior había empezado a preparar el almuerzo después del desayuno, pero Ethel, aún inexperta, tenía que ser más diligente.
Cuando el chef Arturo llegaba, Ethel lo ayudaba a preparar el desayuno para los sirvientes. Una vez terminada la comida, volvía a lavar y cortar ingredientes.
—Luego llega la hora del desayuno-almuerzo de Linia, y después de eso, el almuerzo de los sirvientes. No hay un momento de descanso.
Después de encargarse de los platos sucios y lavar los ingredientes para la cena, se le concedía un breve descanso. Pero a las 5:00 de la tarde, debía volver a la cocina para comenzar con la cena.
La cocina es tan dura como el lavadero. Además, todos los utensilios están viejos y el diseño del lugar es tan ineficiente.
Y, sobre todo… era un lugar sucio.
Ethel trataba de no mirar las esquinas donde seguramente había ratas. Con el ritmo frenético de trabajo, no le quedaba energía para limpiar la cocina.
Ahora, después de lavar los ingredientes para el almuerzo, sus manos estaban tan frías que apenas podía sujetar el cuchillo.
—Ho… ho…
Mientras frotaba sus manos entumecidas y trataba de calentarlas con su aliento, sentía un hormigueo en los dedos, similar al que había experimentado cuando tuvo congelación en los pies.
Hubiera querido calentar sus manos cerca del fuego del fogón, pero sabía que eso provocaría otra reprimenda de la vigilante de Marsha.
Ya es esta hora… Aun así, ¿debería avanzar un poco más?
Ethel abrió y cerró las manos varias veces antes de tomar un cuchillo pequeño y empezar a pelar papas.
Después de pelar las papas y sumergirlas en agua, le tocaba llorar mientras quitaba la piel de las cebollas. Luego, debía partir una enorme calabaza, sacar las semillas y cortar su gruesa cáscara.
—¡Ejem! ¡No te andes con trucos y trabaja bien!
Ethel estaba en medio de pelar papas cuando Lola, otra criada de cocina, llegó y comenzó a regañarla.
Lola, quien obedecía ciegamente a Marsha, parecía haber recibido órdenes de vigilar cada movimiento de Ethel y criticarla constantemente. Por esa razón, Ethel no podía ni siquiera acercarse al fuego del fogón para calentarse las manos.
Lola incluso intentaba entorpecer el trabajo de Ethel deliberadamente, aunque después de recibir un buen regaño de Arturo, había comenzado a ser más cautelosa.
Por supuesto, Ethel, quien había dejado atrás la actitud sumisa, tampoco se quedaba callada ante Lola.
—Lola, parece que deberías preocuparte más por hacer bien tu trabajo. Ayer dejaste la olla sin lavar.
—¡Eso fue un descuido! ¿Dónde está esa olla?
—¿Dónde iba a estar? En el mismo lugar donde la dejaste.
Ante esto, Lola abrió los ojos como platos y gritó enfadada:
—¡Si sabías que estaba sucia, deberías haberla lavado tú! ¿Por qué la dejaste ahí?
—Lola, no te andes con trucos y trabaja bien. Esa es tu tarea.
—¿Qué… qué has dicho?
—¿Por qué te sorprendes? Eso es lo que siempre me dices desde que empecé a trabajar aquí.
Ethel sonrió con suavidad y volvió a concentrarse en pelar papas.
—Arturo llegará pronto. Si fuera tú, aprovecharía este tiempo para lavar esa olla.
Aunque rechinando los dientes, Lola corrió hacia la olla.
Arturo, con su carácter irritable y explosivo, seguramente gritaría y tiraría los utensilios por el suelo si se daba cuenta de que Lola no había lavado la olla.
¿En qué estaba pensando para creer que yo lo haría por ella?
Ethel no podía entender cómo Lola podía ser tan descarada. ¿De verdad pensaba que bastaba con gritar para intimidar a los demás?
Poco después, Arturo entró en la cocina, con el ceño fruncido como de costumbre. En cuanto vio a Lola lavando la olla, empezó a gritarle y a soltar toda clase de insultos.
Escuchar esas palabras tan ofensivas hacía que Ethel se sintiera incómoda, como si sus oídos se ensuciaran. Pero más insoportable que eso era el olor.
El Conde Crises debería contratar a un nuevo chef. Más allá de los insultos, el hecho de que alguien que cocina fume tabaco ya es motivo suficiente para despedirlo.
Ethel siempre sabía cuándo llegaba Arturo por el olor impregnado de tabaco.
Cada vez que cocinaba con ese olor a tabaco pegado en él, incluso su expresión se tensaba. Y lo peor era que ni siquiera se lavaba las manos, a pesar de que estaban amarillentas por el tabaco.
Desde que supo esto, cada vez que comía algo preparado por Arturo, sentía náuseas.
—¡Ethel! ¿Están listos los ingredientes para el desayuno?
—Sí, chef.
Ethel colocó cuidadosamente los ingredientes que había preparado el día anterior frente a él.
Solo entonces Arturo pareció calmarse un poco y fue a buscar un cuchillo en uno de los cajones de la cocina.
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—Uf, mis piernas…
Eran las 3:30 de la tarde.
Tras terminar de lavar los platos del almuerzo y preparar los ingredientes para la cena, Ethel se sentó en las escaleras que conectaban la cocina con el almacén del desván.
Haber estado de pie todo el día hacía que su espalda y piernas dolieran intensamente, así que no pudo evitar gemir mientras se sentaba en las escaleras.
¿Debería cerrar los ojos por un momento?
Habiéndose levantado al amanecer y trabajado sin descanso hasta esa hora, el cansancio la abrumaba.
Ese rincón de las escaleras era un lugar donde Lola rara vez iba, por lo que no corría el riesgo de ser descubierta.
Ethel apoyó su cuerpo encogido contra la pared de las escaleras y cerró los ojos.
Justo cuando comenzaba a quedarse dormida, escuchó a alguien entrar en la cocina.
¿Será Lola?
El sonido de pasos femeninos, resonando con un ‘toc toc’ característico, hizo que Ethel abriera los ojos de golpe y se tensara, agudizando el oído.
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