⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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De hecho, él también había estado preocupado últimamente. No tenía voz alguna en la sociedad y no sabía cómo ayudar a Linia.
Ethel solo había usado el conocimiento que poseía para ayudar un poco, pero eso había representado un cambio enorme para Linia.
Después de la fiesta de Camille, Linia se mostró notablemente más alegre y sonreía con frecuencia. De buen humor, ya no se enfadaba con los sirvientes, y aunque algo la molestara, recuperaba el ánimo rápidamente.
Gracias a ello, la mansión había estado muy tranquila últimamente.
—En fin, solo vine para pedirte que sigas ayudándola de ahora en adelante.
—Es mi deber, por supuesto.
—Ese ‘por supuesto’ no siempre se cumple. Aunque tú, siendo tan dedicada, harás tu mayor esfuerzo…
Por un momento, sus palabras se arrastraron de manera inusual.
Mientras se pasaba la mano por el cabello, evitando los ojos de Ethel, él continuó:
—Linia no tiene nada que ver con las cosas que yo he hecho. No eligió nacer como la hermana de un hombre como yo. Aunque me odies y me detestes, a Linia…
—¡No lo odio ni lo detesto, señor Conde! ¡Mucho menos a la señorita Linia! No entiendo por qué le preocupa eso.
Ethel negó rápidamente con la cabeza, alarmada.
¡Parecía que él asumía que ella lo odiaba y que, por eso, podría actuar en contra de Linia!
Solo cuando Ethel negó vehementemente, él volvió a mirarla.
—En ese caso, me alegra saberlo. Si necesitas algo, lo que sea, ven y dímelo. Dinero o lo que sea. No es solo un cumplido, hablo en serio.
—Gracias. Lo recordaré.
Él asintió ligeramente, aunque con un aire algo nervioso. Luego, echó otro vistazo a la habitación de Ethel antes de salir.
Ethel permaneció mirando la puerta por donde había salido, reflexionando. Había algo que no lograba entender.
¿Por qué piensa que lo odio? Le di las gracias por haberme salvado…
Confundida, sacudió la cabeza, dejó de darle vueltas al asunto y se cambió al pijama. Tal vez todo había sido un malentendido.
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Llegó el fin de semana.
Después de ayudar a Linia a prepararse para salir con Laszlo, Ethel se cambió rápidamente de ropa.
Daisy ya estaba lista desde antes y la esperaba en la planta baja.
—¡Hermana!
—Perdón por la espera. ¿Te hice esperar mucho?
—No, la señorita acaba de salir hace unos diez minutos. ¡Vámonos ya!
Hoy era el día en que Ethel y Daisy habían planeado visitar la calle de los retratistas.
Además de los retratos, Ethel necesitaba comprar ropa y algunas cosas. Ahora que sabía que podía salir, quería preparar vestidos de paseo, zapatos, sombrillas y sombreros.
Daisy también había traído su bolso y monedero, diciendo que necesitaba comprar más hilo para tejer un chal.
Sin embargo, al dar el primer paso fuera de la mansión del Conde de Crises, Ethel sintió un ligero nerviosismo.
Hace tanto tiempo que no salgo que me siento algo tensa.
Aunque antes había sentido que se confinaba a sí misma en la mansión, la cerca de esta también la había protegido de las miradas frías del exterior.
Hoy irían a la concurrida calle Esgar en Valtiče, un lugar popular entre la clase media por sus objetos únicos y bonitos, donde también solían ir muchos nobles.
¿Y si me encuentro con alguien conocido…?
¿Qué pasaría si aquellos que alguna vez fueron sus amigos la señalaban con el dedo? ¿Podría sonreír como si no le importara?
—¿Hermana? ¿Qué ocurre? ¿Olvidaste algo?
Al verla dudar frente a la puerta principal, Daisy se volvió hacia ella.
Bajo el brillante sol de marzo, Daisy se veía fresca y radiante, como un nuevo brote.
En ese momento, Ethel comprendió algo: tenía una amiga tan encantadora y amable que no valía la pena preocuparse por antiguos conocidos.
Sí, todo está bien. Soy Ethel, la doncella de la casa Crises. Estoy satisfecha con mi vida actual.
Por lo tanto, si aquellos que una vez se llamaron amigos ahora cambiaban de actitud para burlarse y señalarla, sería su vergüenza, no algo que pudiera perturbarla.
—No, no olvidé nada. Pensé que sí, pero he revisado todo. ¡Vamos!
Dejando atrás la sombra, Ethel avanzó hacia el soleado lugar donde estaba Daisy.
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Antes de visitar la calle de los retratistas, pasaron un tiempo comprando algunas cosas.
Ethel pidió dos vestidos para salir, uno de un azul cielo apagado y otro de un gris oscuro.
Aunque no tenían encaje, le gustaron los pliegues junto a los botones en el pecho, las mangas moderadamente abullonadas y el diseño simple.
Después de pedir los vestidos, compró un sombrero blanco y una sombrilla negra de diseño sencillo.
¿Alguna vez he disfrutado tanto comprando cosas?
Era la primera vez que Ethel encontraba divertida una salida de compras. Irónicamente, ahora se sentía más feliz que en los días en que tenía mucho más dinero.
Antes, era más importante comprar cosas que demostraran mi buen gusto que algo que realmente me gustara…
Cada momento de su vida había sido una prueba constante.
Por eso, ahora que los jueces que solían evaluarla ya no estaban, sentía que finalmente podía vivir siendo ella misma.
—¿Cuál te gusta más, hermana?
Mientras miraban los productos ya fabricados en una zapatería, Daisy se volvió hacia Ethel para preguntarle.
Ethel eligió unas botas de cuero con un diseño sencillo y cómodo.
Era una elección completamente opuesta a los delicados zapatos de seda con adornos que usaba cuando era noble, pero esas botas le encantaron.
Tras terminar de comprar, se apresuraron hacia la calle de los retratistas.
Aunque se le llamaba ‘calle de los retratistas’, en realidad se trataba de un puente que cruzaba el río Roben. A lo largo de sus lados, los artistas exponían sus obras y montaban sus caballetes para recibir a los clientes.
Tal como había dicho Daisy, parecía estar de moda últimamente, ya que el puente estaba abarrotado de personas que iban a hacerse retratos.
—Dicen que, si quieres que te pinte un artista famoso, esperar una hora es lo mínimo.
—¿Por qué no echamos un vistazo primero para encontrar un artista que nos guste?
—¡Sí, vamos!
Daisy, con las mejillas sonrojadas, se aferró emocionada al brazo de Ethel. Miraba curiosa a su alrededor, y se veía tan adorable que daban ganas de abrazarla.
Qué bueno que vinimos, pensó Ethel, esbozando una sonrisa.
Aunque los retratos baratos podían parecer poca cosa, para Daisy, que siempre vivía ajustada de dinero, era una cantidad considerable. Para algunos, 50 lingtones no era ni el coste de una comida, pero para otros, podía representar el presupuesto de todo un mes.
Por eso, aunque Daisy había saltado emocionada cuando Ethel le propuso ir a hacerse un retrato, probablemente había estado calculando cómo reducir sus gastos limitados para ahorrar esos 50 lingtones.
—Pero hacerse un retrato es algo caro. Dicen que, aunque sea barato, cuesta más de 50 lingtones. Hermana, ¿estás segura de que estará bien?
—Tengo algo ahorrado, así que no te preocupes. Soy yo quien quiere hacerse el retrato contigo, así que yo pagaré.
—¡Ah, no! ¡Yo también debo pagar!
—Solo considéralo un regalo. Tú solo asegúrate de vestirte lo más bonita posible ese día.
La expresión de alegría y emoción en el rostro de Daisy en ese momento era algo que Ethel probablemente nunca olvidaría. Era como si estuviera pagando, aunque fuera un poco, una deuda con ella.
Mientras buscaban un buen artista en la calle de los retratistas, charlaban alegremente. El clima era tan agradable que Ethel también sentía que su humor flotaba como el de Daisy.
Al menos, hasta que alguien conocido se acercó a hablarle.
—¿Será posible? ¿Ethel Canyon?
—¿Señorita Lucille Arten…?
Era la hija del Vizconde Arten, a quien Ethel había conocido brevemente antes de casarse. Por el anillo de bodas en su dedo anular izquierdo, ahora debía de haber cambiado su apellido.
En el pasado, Lucille se había esforzado por ganarse el título de ‘amiga’ de Ethel, al punto de ser tan aduladora que Ethel tuvo que alejarla.
Pero eso era cosa del pasado. Ahora que Ethel estaba en una posición inferior, debía comportarse con respeto hacia ella.
Ethel levantó ligeramente su falda para saludar.
—Es un placer volver a verla, señorita. Espero que esté bien.
—¡Oh, cielos! ¡Es verdad! ¡Chicas, vengan aquí! ¡Es Ethel Canyon, de verdad!
Lucille llamó a las demás, y antes de que Ethel pudiera evitarlo, su rostro se endureció.
Le preocupaba que Daisy, quien solo esperaba hacerse un retrato, también terminara en una situación incómoda. Sin embargo, Lucille parecía no prestar atención a eso.
Las amigas de Lucille, cuyos rostros Ethel había visto antes en algunas ocasiones, llegaron rápidamente tras ser llamadas.
Aunque no quería, Ethel se vio obligada a saludarlas como antes.
—Un gusto saludarlas.
Ellas abrieron los ojos como platos, como si estuvieran viendo algo increíble, y luego empezaron a reírse a carcajadas.
—¡No lo puedo creer! ¡Ethel Canyon saludándome primero!
—¡Miren su uniforme de doncella! Así que era cierto que ahora trabaja como criada en la casa del Conde Crises.
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