⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
—¡Su Alteza! ¡Me he llevado un gran susto! Hoy parecía más solemne de lo habitual, y ahora entiendo por qué: ¡anoche tomó una gran decisión!
Nada más salir del elevador de pisos, Sedella se desbordó en un torrente de palabras, casi sin tomar aliento.
Habiendo soportado los años de desdén por rechazar las tradiciones reales, Sedella parecía especialmente entusiasmada por la posibilidad de que Eve eligiera un caballero personal.
—¡No puedo esperar a ver a Su Alteza siendo escoltada por su caballero personal frente a todo el palacio!
Aunque su tono era animado, la mirada de Sedella estaba cargada de intenciones. Su puño apretado sugería que tenía en mente a alguien con quien le gustaría enfrentarse.
Mientras escuchaba a Sedella, Eve cruzó el majestuoso Salón de la Gracia Central.
Cuando estaba a punto de llegar a la entrada, se encontró con Silvestian, que esperaba cerca como parte de la escolta de Roseneit. Sus miradas se cruzaron.
Él se acercó rápidamente y se inclinó con respeto.
—Es un honor volver a ver a Su Alteza, la séptima princesa.
—Rosie saldrá pronto. Con eso basta, Lord Millard.
Cuando Eve estaba a punto de pasar de largo, Silvestian habló apresuradamente:
—¿Por qué no espera un momento a que Su Alteza, la octava princesa, termine y regrese con usted al palacio? Puedo escoltar a ambas.
—No es necesario. Nuestros destinos son diferentes.
—¿Adónde se dirige, Su Alteza?
Eve no respondió. Justo en ese momento, Roseneit apareció detrás de ella, habiendo descendido de su plataforma voladora, y la llamó con entusiasmo:
—¡Eve, hermana!
—…Ah.
Roseneit se acercó con una expresión amigable, pero Eve solo podía sentir desprecio.
Había intentado ponerla en ridículo al mencionar el asunto del caballero personal de Eve frente a Desmond II, y ahora fingía ser amable.
No fue sorpresa que la expresión de Sedella, quien también había estado presente durante el té matutino, se endureciera ligeramente.
Roseneit se detuvo cerca y dijo:
—Hermana, me han dicho que vas a realizar la ceremonia ahora mismo. Espero que tengas mucha suerte.
—Gracias, Rosie.
—Para ser honesta, me sentí algo nerviosa al escuchar que harías la ceremonia justo antes de mi cumpleaños. Temí que tal vez fueras a robar al homúnculo caballero que tengo en mente.
Eve estaba incrédula, pero respondió con calma:
—Qué idea tan absurda.
—Como sabes, Silvestian es muy popular, y el momento parecía sospechoso. Pero me alegra que todo haya sido un malentendido. Viendo tu reacción, está claro que no tenías esa intención. Gracias por entender.
Roseneit había llegado a una conclusión por sí sola, se había tranquilizado y ahora le pedía comprensión a Eve.
Antes de que Eve pudiera encontrar una respuesta, Roseneit añadió, desafiantemente:
—Tanto Padre como yo estamos muy interesados en lo que sucederá. Después de todo, será un homúnculo escogido por ti, quien hasta ahora has rechazado las tradiciones reales. Tengo mucha curiosidad por ver cómo resultará. Espero que tengas éxito en la ceremonia.
El tono de Roseneit estaba impregnado de superioridad.
Estaba claro que, sin importar qué homúnculo eligiera Eve, Roseneit estaba convencida de que no podría superar a Silvestian, su propia elección.
Esta chica realmente no puede soportar que algo no sea lo mejor para ella.
Eve casi soltó una carcajada ante lo transparente que era Roseneit.
—Gracias, Rosie. Haré todo lo posible para cumplir con las expectativas de Padre.
—Todo saldrá bien. Después de todo, hasta me tomé la molestia de desearte suerte. Bueno, me adelantaré.
Roseneit se marchó, habiéndose atribuido el mérito de su bendición como si fuera una gran hazaña, ignorando por completo las normas del palacio y dejando a Eve atrás.
Incluso las doncellas que la seguían pasaron junto a Eve con la cabeza bien alta, como si intentaran menospreciarla.
El encuentro con esa hipócrita asesina había agotado la fortaleza mental de Eve. Mientras suspiraba en silencio, notó que no todo el grupo de Roseneit se había retirado todavía.
—¿Vas a elegir un caballero personal?
—¿Ah, Lord Millard? ¿Todavía no te has ido?
Silvestian Millard, quien debía estar escoltando a Roseneit, parecía incapaz de moverse.
Aunque su rostro permanecía inexpresivo, sus ojos reflejaban una fuerte conmoción.
N/Nue: AY LLORO. Es que amo a Michael pero Silvestian…
Eve respondió brevemente:
—Sí, voy a elegir un caballero personal.
El silencio que siguió fue pesado. Por alguna razón, Silvestian parecía algo impactado.
—¿Lord Millard?
—Mis disculpas. He oído que ya tienes a alguien en mente. ¿Puedo saber quién es?
—¿Conoces a Michaelis Agnito?
—¿Agnito…? ¿Te refieres al monstruo de la prisión aérea?
—Así es.
Por un momento, la expresión impasible de Silvestian se resquebrajó ligeramente. Su rostro mostró una mueca de incomodidad mientras decía:
—Si se trata de un caballero, hay otros que podrían…
En ese momento, Roseneit, que iba por delante, llamó a Silvestian desde la distancia.
—¡Silvestian! ¿Qué estás haciendo ahí?
—…Mis disculpas, octava princesa. Ahora mismo voy.
Silvestian, con un esfuerzo por recuperar la compostura, volvió a mostrar una expresión neutral, como si nada hubiera pasado.
Con la apariencia impecable de un caballero homúnculo, hizo una reverencia cortés a Eve antes de desaparecer.
¿Qué le pasa a Lord Millard?
La curiosidad de Eve no duró mucho. Después de todo, no tenían prácticamente ningún vínculo, y además tenía prisa por continuar su camino.
Junto con Sedella, Eve se dirigió al Departamento de Ceremonias, ubicado en el ala noroeste del palacio principal.
El Departamento de Ceremonias, responsable de los eventos grandes y pequeños de la familia imperial, también estaba a cargo de la selección de los caballeros personales de la realeza.
Gracias a la orden imperial ya transmitida, el departamento había enviado a alguien para recibirlas.
Un funcionario mayor, de aspecto serio, se inclinó al ver a Eve.
—Acompáñeme, séptima princesa.
—Gracias.
Eve entró en el portal de teletransportación reservado para la familia imperial.
Una luz blanca se elevó desde el suelo, envolviendo a Eve y Sedella. Su destino era el centro de crianza de homúnculos.
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El ‘Código de Administración de Homúnculos’, una institución corrupta del imperio, tenía dos principios fundamentales:
- Solo el Emperador podía crear homúnculos mediante alquimia prohibida.
- Los homúnculos eran clasificados por rangos, asignándoles roles diferenciados según su categoría.
En el Imperio Hadelamide, se creaban aproximadamente 100 homúnculos recién nacidos al año, todos ellos enviados al centro de crianza.
Aunque oficialmente llamado ‘centro de crianza’, en realidad no era más que un campo de internamiento.
Este centro estaba ubicado en un valle remoto de una región polar, un lugar tan extremo que ni siquiera aparecía en los mapas del imperio. Solo se podía acceder a él mediante portales de teletransportación de largo alcance.
En el exterior, el lugar estaba rodeado de una ventisca constante, una zona completamente inhabitable. Era necesario mantener más de diez barreras mágicas de supervivencia para que los humanos pudieran vivir allí.
En este lugar, los homúnculos permanecían confinados durante 15 años, recibiendo entrenamiento y educación para servir como criados de la familia imperial.
Solo aquellos que lograban clasificarse en los rangos superiores tras un riguroso examen obtenían el derecho a ingresar al palacio y convertirse en caballeros de la guardia real o caballeros personales.
Incluso si lograban un rango superior, terminaban siendo juguetes de la familia imperial, usados y desechados como herramientas. Los que obtenían un rango intermedio o inferior sufrían destinos aún más miserables.
Los de rango intermedio eran enviados a bases avanzadas para enfrentarse a dragones demoníacos y bestias mágicas que amenazaban el imperio, luchando constantemente en peligrosos campos de batalla.
Los de rango inferior tenían sus circuitos de maná sellados y eran destinados a trabajos forzados en minas, construcciones y otros entornos peligrosos y agotadores.
Es casi un milagro que no haya estallado una rebelión todavía.
El silbido del viento resonaba en sus oídos, a pesar de las trece capas de barreras mágicas que protegían el lugar.
Fuera de la cúpula transparente que los cubría, todo era blanco. Parecía un mundo en blanco, como si ningún dios hubiera creado nada más allá de ese punto.
—¡Ugh, qué frío!
—Toma mi mano, Sedella.
Eve usó un hechizo de calor para confortar a Sedella.
La entrada al centro de internamiento estaba en el centro de un cráter, accesible solo mediante magia de vuelo.
Era una medida diseñada para evitar que los homúnculos intentaran escapar.
Todos los homúnculos en el centro llevaban restricciones que suprimían sus circuitos de maná, lo que hacía imposible superar las paredes naturales del cráter que los rodeaba.
A la entrada los esperaban un hombre de mediana edad con apariencia de noble y dos homúnculos adultos.
—Es un honor conocerla, Su Alteza la Séptima Princesa. Soy Pete Erka, Baronet y administrador general del centro de crianza de homúnculos. Hemos estado esperando su llegada tras recibir su mensaje.
—Debe de ser difícil trabajar en un lugar tan inhóspito, Lord Erka.
—Jajaja, no es nada, Su Alteza. Permítame guiarla hacia la prisión aérea.
El pasillo que conducía a la prisión aérea estaba excavado en la roca, iluminado de forma esporádica con lámparas mágicas.
Más que un pasillo, parecía un túnel de mina.
Se siente como caminar por una mina de carbón, pensó Eve.
Quizá preocupado de que Eve se aburriera, el Baronet Erka comenzó a hablar de algo que pudiera interesarle.
—Su Alteza, ¿sabía que los homúnculos que salen al mundo exterior suelen tener el cabello oscuro, como negro o marrón?
—Así es —respondió ella.
—En realidad, los homúnculos en el centro de crianza tienen el cabello más claro. Esto ocurre porque los grilletes que usan para restringir sus circuitos de maná bloquean una cantidad significativa de energía mágica durante un tiempo prolongado, lo que decolora su cabello. Solo cuando se les retiran los grilletes recuperan su color original oscuro.
—Eso ya lo sabía. Es por eso que homúnculos como Silvestian Millard, que mantiene su cabello plateado, son tratados de forma especial, ¿verdad?
Silvestian había sido elegido por Roseneit no tanto por su habilidad, sino por el valor ornamental de su cabello plateado.
En general, el cabello de los homúnculos tendía a ser apagado y sin vida.
Incluso Michaelis Agnito, considerado el rey de los homúnculos en su vida pasada, tenía un cabello negro clásico que no destacaba.
—Ah, gracias a Lord Millard este conocimiento se ha extendido bastante en la corte imperial. Yo mismo lo descubrí cuando fui designado para administrar el centro de crianza. Es algo fascinante, como observar un insecto emergiendo de su capullo antes de oscurecerse.
Eve frunció ligeramente el ceño. Comparar a los homúnculos con insectos era un nuevo nivel de insensibilidad.
Finalmente, tras una larga charla, el Baronet Erka llegó a su punto:
—El monstruo de la prisión aérea que busca Su Alteza todavía lleva los grilletes que restringen sus circuitos de maná. Por lo tanto, tendrá la oportunidad de ver su cabello en su estado especial.
—¿Ah, de verdad? —murmuró Eve.
¿Vería a Michaelis con cabello plateado o dorado? Ella solo lo recordaba con su característico cabello negro, que había visto innumerables veces en su vida pasada. Le resultaba difícil imaginarlo con otro color.
—Ya hemos llegado, Su Alteza.
Al final del largo pasillo se abría una enorme caverna.
En el centro, colgando del techo mediante cadenas, se encontraba una jaula suspendida.
Esa era la famosa ‘prisión aérea’.
Ahí está, pensó Eve, sintiendo una mezcla de nervios y expectativa mientras tragaba saliva.
La prisión aérea estaba suspendida tan alto que había que levantar dolorosamente la cabeza para verla.
Usando una plataforma mágica con alas circulares, se acercaron a la entrada de la jaula.
Finalmente, Eve pudo observar el interior con detalle.
Dentro de la prisión aérea había un homúnculo completamente restringido.
Llevaba grilletes que suprimían sus circuitos de maná, además de cadenas en muñecas, tobillos y cuello, asegurando que su libertad estuviera restringida por todos los medios posibles.
Sentado con la espalda apoyada contra los barrotes, parecía un pájaro capturado, agotado y sin fuerzas, con los ojos cerrados.
Ese hombre era Michaelis, tal como lo recordaba de hace ocho años.
En ese momento, Eve comprendió algo.
Ah, así que ese es el origen de tu nombre, Michaelis, pensó.
Su cabello tenía el color descrito en las leyendas del arcángel Miguel: azafrán, o mejor dicho, rosa pálido.
Un tono de rosa tan claro que jamás habría imaginado. Pero, curiosamente, le sentaba bien.
Aunque, claro, ¿qué no le quedaría bien a ese rostro?
Incluso atrapado en esa jaula, desaliñado y con aspecto descuidado, su belleza esculpida permanecía intacta.
El cabello, que había crecido sin ser cortado durante sus tres años en la prisión, caía en mechones que recordaban la melena de una bestia, aumentando su aura de criatura salvaje y misteriosa.
Si algún miembro de la familia real con tendencias posesivas lo viera, probablemente querría llevárselo con todo y jaula para mantenerlo como una especie de trofeo.
Mientras Eve procesaba todas estas caóticas impresiones, el Baronet Erka, emocionado, intervino:
—¡Mire esto! ¡Rosa pálido! Es un color realmente único. Entre todos los homúnculos que he visto, este es el más peculiar. Ahora entiendo por qué a los homúnculos los llaman muñecos.
Eve no respondió a su comentario despectivo, pero alguien más sí lo hizo.
Michaelis, quien hasta entonces había permanecido con los ojos cerrados, los abrió de repente.
Levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Eve.
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