⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Eve se quedó sola nuevamente en la fría celda. El saludo que Michael le había dejado, ‘nos volveremos a ver’, giraba confusamente en su mente.
¿Volver a ver a Michael…? Se refiere a la ejecución, claro.
En este lugar, llamado ‘El dormitorio de la jaula’, una prisión de reclusión, nunca había habido nadie que saliera con vida. Por eso Eve asumía que las palabras de Michael significaban que sería ejecutada ese mismo día.
Aunque pensaba que ya estaba acostumbrada al miedo y la soledad, sus dedos comenzaron a temblar ligeramente.
Tac, tac.
En ese momento, el sonido de tacones resonó, anunciando la llegada de otro visitante.
Esta vez, era una mujer de cabello rubio que vestía un elegante vestido acompañado de un abrigo de piel. Se acercó a las rejas con un andar que parecía querer presumir.
—Hace mucho que no nos vemos, hermana.
—Así es, Rosie. Hace mucho tiempo.
La belleza de Roseneit, alabada desde la infancia como ‘La rosa blanca del imperio’, seguía siendo deslumbrante.
Aunque el imperio había caído, y los padres y hermanos habían perdido la cabeza en el proceso, no había ni rastro de tristeza en el rostro de Roseneit.
Más bien, parecía inmensamente feliz, como si hubiese obtenido todo lo que deseaba en el mundo.
Cómo no, viviendo toda su vida como una princesa que giraba en torno a Michael, pensó Eve, sin siquiera sentir el deseo de reprocharle.
Entonces, notó el vestido de maternidad que Roseneit llevaba y el ligero abultamiento de su vientre. Toda su atención quedó atrapada en ese detalle, y Eve abrió los ojos de par en par.
—¡Cielos! Hermana, es el hijo de Michael.
—¿El hijo de Michael?
Eve no podía creerlo. Los homúnculos creados mediante alquimia no eran capaces de reproducirse, aunque sí podían tener relaciones sexuales.
Esa incapacidad para procrear era una de las razones por las cuales los caballeros personales eran frecuentemente tratados como juguetes sexuales y maltratados.
Roseneit reaccionó de manera muy sensible al escepticismo que se reflejaba en los ojos de Eve.
—¿No me cree? ¿Acaso piensa que tuve una aventura y que este es hijo de otro hombre, no de Michael?
—No, no pensé eso. Es solo que… me sorprendió porque no encaja con lo que sabía.
—Entonces, es una buena oportunidad para que lo sepa. Con el poder todopoderoso de la piedra filosofal, nada es imposible. Este bebé en mi vientre es hijo mío y de Michael. Es el fruto de nuestro amor, al fin.
—Ya veo…
La manera de hablar y el brillo en los ojos de Roseneit eran como los de alguien enfrentando a su rival en el amor.
Eve, presionada por su intensidad, no tuvo más remedio que asentir. Para cambiar de tema, Eve comentó:
—Si estás buscando a Lord Agnito, él te estuvo buscando antes. Parece que se cruzaron en el camino.
—No, yo vine a verte, hermana.
—¿A verme? ¿Por qué?
—Escuché que hoy es tu día de ejecución. Me preocupaba por ti, así que vine.
A pesar de sus palabras, el rostro de Roseneit no reflejaba ni una pizca de preocupación.
Así que es hoy…
Eve, aunque impactada al confirmar su día de ejecución, permaneció en silencio mientras Roseneit continuaba hablando sin titubeos.
—Hermana, ¿sabes cómo fueron ejecutados nuestro padre y nuestros hermanos?
—¿Por qué tienes que hablar de eso ahora…?
—Veo que no lo sabes. ¿No te da curiosidad? ¿Quieres intentar adivinar?
—¿Crees que este es el momento adecuado para decir algo así frente a mí?
—¡Ay, hermana! ¿Por qué te enojas? Mi bebé podría asustarse. Solo quería darte información.
—No tengo interés en saberlo.
—Deberías saberlo, hermana.
Eve decidió quedarse callada. De cualquier manera, Roseneit tenía la intención de decir lo que quería, sin importar la reacción de Eve.
—¿Sabías que los encargados de ejecutar a nuestros hermanos y hermanas han sido sus propios caballeros personales?
—¿Sus caballeros personales…?
—Sí, para que pudieran vengarse directamente, Michael les concedió ese honor.
—…
—Las ejecuciones han sido brutales, hermana. Por ejemplo, Brigitte fue quemada en la hoguera.
—¡¿La hoguera?!
Morir quemado era una de las muertes más dolorosas para un ser humano.
Los hombros de Eve comenzaron a temblar visiblemente. Aunque había decidido aceptar su destino como miembro de la realeza, no podía evitar sentir miedo.
Roseneit, al ver la reacción de Eve, sonrió para sí misma mientras susurraba:
—Pobre hermana ingenua. Seguro solo imaginabas que te cortarían la cabeza con una guillotina. ¿Fue demasiado choqueante? ¿Estás bien?
—…
El tono de Roseneit no era nada reconfortante, y Eve sabía que no tenía intención de consolarla.
Respirando profundamente, Eve finalmente habló con voz temblorosa.
—Nunca he tenido un caballero personal.
—Eso no significa que no haya un homúnculo que te guarde rencor, ¿verdad?
—Tienes razón…
—Así debe ser. De hecho, ya se ha designado al homúnculo que te llevará al lugar de ejecución.
En este punto, Eve no tuvo más remedio que preguntar.
—¿Quién es?
—Michael.
—…
El nombre resonó en Eve como un golpe, haciéndola sentir cómo su corazón caía.
—¿Él…?
¿Michael la odiaba tanto como para querer matarla con sus propias manos?
Eve, profundamente conmocionada, finalmente aceptó la idea. Michael detestaba a toda la familia real; ¿por qué ella sería la excepción?
Al no haber hecho más que rechazar a los caballeros personales y no cambiar el sistema podrido, probablemente había sido una de las que más enfurecieron a Michael.
La hipocresía siempre era más detestable que el puro mal.
—Así que… él realmente me odió mucho.
—Sí, Michael te odiaba. Mucho, muchísimo.
La mirada de Roseneit se volvió sombría y opresiva. En lugar de apretar sus puños, apretó con fuerza un pequeño frasco de porcelana que había escondido en su pecho y empezó a hablar.
—¿Sabes qué tipo de castigo recibirás hoy en el cadalso*?
N/Nue: Tablado construido para la ejecución de pena de muerte.
—Basta, Rose. No quiero escuchar más.
—No, debes escucharlo. El castigo que recibirás es la decapitación.
—¡…!
En el Imperio de Hadelamide, las ejecuciones por decapitación eran brutales y despiadadas. El hacha utilizada tenía una hoja increíblemente roma. En esencia, era más como un objeto contundente que apenas cortaba.
El verdugo golpeaba el cuello del condenado repetidamente con el hacha roma, lo que hacía casi imposible que la cabeza se separara con un solo golpe. El mínimo de golpes era de cinco o seis, pero había ocasiones en que incluso después de diez golpes, la persona seguía respirando. Era un tormento insoportable para cualquier ser humano en su sano juicio.
Ah… no quiero…
El cuerpo entero de Eve temblaba de miedo. Esa imagen complació profundamente a Roseneit. Adoptando una expresión angelical, incluso más que de costumbre, le susurró suavemente:
—No te preocupes, hermana. Por eso vine a ayudarte. Toma esto.
—¿Esto es…?
Roseneit le entregó a Eve un pequeño frasco de porcelana, como si fuera algo extremadamente valioso. Pronto, su voz, que ya era dulce, se volvió casi melosa al susurrarle al oído.
—Es veneno de belladona. Si lo bebes, te quitará la vida rápidamente y sin dolor.
—¡…!
—Beber este veneno será mucho mejor que morir dolorosamente bajo el hacha. ¿No crees?
El ‘generoso’ ofrecimiento de Roseneit hizo que el corazón de Eve latiera con rapidez. Tuvo que respirar profundamente tres veces antes de poder hablar con dificultad.
—Gra… gracias, Rose.
—No tienes nada que agradecer.
—Tienes un bebé en tu vientre, y aun así te estoy haciendo hacer esto. Lo siento tanto. Lo que venga después… lo manejaré yo. Beber el veneno será mi decisión, así que no te sientas culpable.
—Por supuesto que no me sentiré culpable.
La última respuesta de Roseneit tenía un tono gélido, pero Eve no lo notó. La larga prisión y el terror a la muerte habían desgastado su mente y su capacidad de percibir cosas.
—Entonces… cuídate, Rose.
—Tú también, hermana.
A pesar de haberse despedido, Roseneit permaneció inmóvil en su lugar, observando a Eve.
—¿No te vas a ir, Rose?
—¿Qué dices? ¿Cómo podría irme antes de verte beber el veneno?
Roseneit respondió con un tono inusualmente impaciente y cortante.
—Alguien tiene que ser testigo de tu muerte.
Extendió su mano entre los barrotes y abrió el corcho del frasco ella misma.
—Anda, bébelo ya, hermana.
—…
—Vamos, rápido.
Era como si estuviera apurada, o como si estuviera a punto de lograr un objetivo largamente deseado. Roseneit insistió.
En circunstancias normales, Eve habría notado algo extraño. Pero en su estado actual, incapaz de mantener la calma, no podía percibir nada fuera de lugar.
—Ah…
El aroma que emanaba del frasco recién abierto era dulce y tentador. Era tan embriagador que resultaba imposible resistirse. Eve, como si estuviera hechizada, llevó la abertura del frasco a sus labios.
Glu, glu…
El líquido marrón descendió por su garganta.
¡Thud!
—¡Ugh…!
El veneno de belladona, refinado hasta alcanzar su máxima pureza, se propagó por el cuerpo de Eve al instante.
Qué rápido… al menos no duele.
Mientras su vista se desvanecía, sus ojos color ámbar se tornaron opacos. Su respiración casi se detuvo y su cuerpo quedó inmóvil. Aunque técnicamente aún no había muerto, parecía un cadáver.
Roseneit se inclinó hacia Eve, que ahora yacía en el suelo, y murmuró:
—Hermana, ¿sabes cuál es el significado de las flores de belladona?
—…
Eve conocía la respuesta. El significado de las flores de belladona, tan apropiado para un veneno mortal, era ‘Te maldigo’.
¿Por qué me hablas de eso ahora…?
Incluso mientras moría, Eve se preguntaba con extrañeza. Fue entonces cuando escuchó:
—¿Ya estás muerta?
—…
—¿Te has muerto?
—¡Ah, por fin estás muerta!
—…
La voz de Roseneit estaba llena de inconfundible alegría.
—Ja, ja, ja…
—…
—¡Ja, ja, ja! ¡Finalmente, todo está hecho! Como estás muerta, ya no serás un obstáculo. ¡Ahora solo quedo yo! ¡Michael, el trono de la Emperatriz, todo será mío! ¡Ah, ja, ja, ja!
La risa maníaca de Roseneit resonó por toda la celda.
¿Rose…?
En ese momento, Eve finalmente comprendió que algo estaba terriblemente mal. Pero el veneno de belladona no le dejó más tiempo.
—Gracias por morir, querida y estúpida Eve.
Con esas palabras llenas de maldad, la conciencia de Eve se desvaneció para siempre. Su alma se separó definitivamente de su cuerpo.
Había caído en la trampa de su hermana menor y murió envenenada. Así terminó la vida de Evienrose Cloelle Hadelamide, a los 25 años.
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