⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
—Sí.
Michael se paró frente a Desmond II con un rostro inexpresivo.
Como un gólem que simplemente ejecutaba el papel para el que había sido programado, su expresión y mirada no reflejaban ninguna emoción.
—Arrodíllate.
Lo que Desmond II exigía no era la etiqueta tradicional de un caballero que se arrodilla sobre su rodilla izquierda. Ordenó que se arrodillara sobre ambas rodillas, y Michael obedeció sin decir palabra.
Desmond II se remangó la manga derecha. Su mano grande se posó abruptamente sobre la frente de Michael.
Muchos artistas del Imperio representaron el juramento de lealtad como un bautismo sagrado conferido por el Emperador, pero la realidad era muy diferente.
La mano que agarraba con brusquedad la cabeza de Michael, como si estuviera sujetando un objeto, no confería una bendición, sino que ejercía una violencia evidente, tanto física como psicológica.
A pesar de ello, la luz blanca que emanaba de la mano de Desmond II era sagrada y brillante, una luz profundamente engañosa.
Desmond II impuso su lealtad al linaje imperial en Michael a través de un conjuro.
—En el nombre del 16º Emperador del Imperio Hadelamide, Desmond Dominic Calisto Hadelamide, te ordeno: Michaelis Agnito, criatura de la alquimia imperial, desde este momento obedecerás a todos los que porten la sangre de la familia Hadelamide. No osarás contradecir la voluntad de los nobles ni les causarás daño alguno. Este vínculo tiene prioridad después de la marca y será válido hasta el fin de tu vida.
N/Nue: No merece tener el nombre de mi esposo eh.
—Obedeceré su mandato.
—Entonces besa mis pies.
Era una demanda humillante que ni siquiera se exigía a los esclavos hace dos siglos. Sin embargo, Michael, cuyo rostro estaba ahora completamente muerto de expresión, obedeció también esta orden.
Se inclinó para besar el suelo alfombrado. Su cabello negro despeinado rozó la punta del zapato blanco del Emperador.
Desmond II miró con satisfacción la coronilla negra de Michael mientras sonreía complacido.
Era un deleite indescriptible ver al homúnculo que tantas dificultades había causado postrado humildemente a sus pies.
—Ha terminado. Retírate.
Desmond II se lavó las manos en una palangana traída por su mayordomo.
Mientras tanto, Michael descendió del estrado sin cruzar la mirada con Eve y regresó a su lugar.
Michael…
Incluso para Eve, que observaba, era doloroso. No podía imaginar cuánto más lo sería para Michael, quien lo vivió en carne propia.
Eve decidió que era momento de terminar la audiencia lo antes posible.
—Gracias por llevar a cabo la ceremonia, Padre. Sería una osadía robarle más de su precioso tiempo, así que me retiraré ahora. Encargaré al mayordomo un té que le ayudará con sus dolores de cabeza.
—Muy bien, hazlo.
Finalmente, obtuvo el permiso.
Solo entonces Eve pudo salir del sofocante salón de audiencias llevando a Michael con ella.
Tomaron un camino diferente al habitual hacia el ala este del palacio. Aunque era un desvío, cruzaron un jardín de hortensias poco transitado, ideal para evitar miradas indiscretas.
En un lugar donde dos grandes árboles de lilas ofrecían un refugio visual, Eve se detuvo.
Se giró hacia Michael. Era la primera vez que lo miraba desde que habían salido del palacio principal.
—¿Estás bien?
Michael seguía inexpresivo, lo que a simple vista podría parecer que no sentía nada.
Sin embargo, Eve no pasó por alto la profundidad de sus ojos violetas, que estaban sumidos en una melancolía profunda.
Su mirada reflejaba su estado de ánimo. Eve sintió ganas de suspirar. ¿Quién era Michael? Era el futuro rey de los homúnculos.
Pensar que experimentar la peor cara del palacio imperial aumentaría las probabilidades de rebelión llenaba de preocupación el corazón de Eve.
Entonces, Michael abrió los labios, que había mantenido apretados.
—Fue completamente diferente de cuando lo hiciste tú.
—¿Eh?
—Cuando tú me marcaste, no sentí nada tan repugnante.
Fue una confesión inesperada. Tan honesta y directa que Eve sintió un leve nudo en el pecho.
El cabello desordenado de Michael, provocado por Desmond II, llamó la atención de Eve.
Eve extendió una mano cuidadosamente hacia él.
—¿Puedo arreglarlo un poco?
—Soy tu caballero directo. No necesitas pedir permiso.
—Entonces, adelante.
Con una delicadeza que parecía estar manejando cristal, Eve acomodó el cabello de Michael. Él aceptó su toque en silencio, como una bestia dócil.
Cuando terminó de arreglarlo, Eve retiró la mano y habló.
—Lo hiciste bien. Aguantaste mucho, Michael.
La expresión rígida de Michael se suavizó ligeramente.
Las palabras de Eve parecieron ofrecerle un pequeño consuelo, disipando la pesadez y la oscuridad de su mirada.
Michael la miró fijamente durante un largo momento antes de responder.
—Agradezco tu amabilidad, Princesa Evienrose.
Por primera vez en un día completo, Michael pronunció el nombre de Eve.
Antes de que ella pudiera responder, Michael comenzó a caminar, adelantándose con el pretexto de actuar como su escolta.
La espalda erguida de Michael, caminando hacia el ala este del palacio, quedó grabada en los ojos de Eve.
Por alguna razón, tuvo la sensación de que podría confiar y apoyarse en esa figura durante el largo y arduo camino que les esperaba.
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