⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Mientras Eve mantenía su reunión confidencial con Anais, Michael esperaba justo frente a la habitación conocida como ‘Perla’.
La postura de Michael mientras permanecía en su puesto era impecable, sin el menor signo de descuido.
Vestido con su uniforme ceremonial, Michael, de pie e inmóvil, parecía una estatua esculpida con meticulosa dedicación artística.
De no haber sucedido nada fuera de lo común, habría continuado cumpliendo fielmente con su deber como caballero personal, manteniendo esa misma imponente apariencia.
Pero algo sucedió.
—¿Sir Agnito?
—…Es un honor volver a verla, Su Alteza la Octava Princesa.
¿Qué hacía allí una mujer que debería brillar en los lugares más puros y luminosos, caminando sola por un pasillo tan oscuro y sombrío?
Además, estaba sola.
Es sospechoso.
Mientras Michael contemplaba con cautela, Roseneit se acercaba a él con pasos ligeros y elegantes.
Los ojos de Michael, ocultos tras su venda de encaje, se entrecerraron instintivamente.
Desde su primer encuentro, Michael había sentido una inexplicable aversión hacia Roseneit.
Claro, la Rosa Blanca del Imperio, que había sido adorada y colmada de amor toda su vida, carecía de la capacidad para percibir el desagrado de los demás.
Con sus ojos puros, Roseneit le preguntó:
—¿Está Eve en esa habitación?
—Está descansando sola.
—¿No entras con ella? ¿No eres su caballero personal?
Aunque el tono era dulce e inocente, la pregunta era una indirecta acusatoria sobre por qué no estaba cumpliendo con su deber como caballero personal.
Esa ‘inocencia’ irritaba aún más a Michael.
Para él, esta princesa resultaba profundamente desagradable.
Sabía que no era apropiado, pero respondió a su pregunta con otra pregunta:
—¿Y usted, Alteza? ¿Por qué no se encuentra con Sir Millard?
—Solo salí a tomar un poco de aire fresco.
—Alteza, usted es una persona noble. No debería caminar sola. Por favor, mantenga siempre a Sir Millard cerca.
—Si te preocupa tanto, Sir Agnito, podrías escoltarme tú mismo.
Fue un problema. Michael estuvo a punto de dejar escapar un suspiro de frustración.
Habiendo jurado lealtad, Michael no podía rechazar una orden o solicitud de un miembro de la familia imperial.
Además, interrumpir la conversación entre Eve y Anais para pedir permiso no era una opción aceptable.
—Será un honor.
Michael se acercó a Roseneit y extendió su mano derecha.
En ese instante, cuando vio el brillo triunfante en los ojos rosados de la princesa, le resultó insoportable.
Tan pronto como sus dedos se tocaron, Michael cerró con fuerza su puño izquierdo, conteniendo la aversión que sentía.
Era una sensación profundamente desagradable.
Aunque ya lo había experimentado cuando le besó la mano, seguía sin poder acostumbrarse.
Era extraño.
Incluso cuando juró lealtad al Emperador Desmond II, no se había sentido tan incómodo.
Llegados a este punto, Michael empezó a preguntarse si esta mujer frente a él era su enemiga natural o alguien con quien tenía un rencor no resuelto de una vida pasada.
—¿Sir Agnito?
—… La acompañaré al jardín, Alteza.
Michael, soportando su desagrado, escoltó a Roseneit fuera del edificio hacia los jardines.
La noche ya había caído hacía rato.
El sendero bordeado por setos de hortensias, que comenzaban a abrir sus blancas flores, era tranquilo y pintoresco.
Sin embargo, Michael no tenía cabeza para disfrutar de la vista.
Cada paso que daba se sentía como una prueba.
Quería dar una vuelta rápida y terminar lo antes posible, pero el camino era más largo de lo que esperaba.
Para empeorar las cosas, Roseneit caminaba de manera deliberadamente lenta, con pasos pequeños y pausados.
—Camina demasiado rápido, Sir Agnito.
—Mis disculpas, Alteza.
—No hablas mucho, ¿verdad?
—Eso también es algo que lamento, Alteza.
Michael caminaba tensando toda su concentración, tratando de no apartar la mano de Roseneit.
De repente, Roseneit se detuvo.
—Sir Agnito.
Afortunadamente, soltó su mano.
Michael sintió un leve alivio.
Pero ese momento de respiro fue reemplazado inmediatamente por un tormento mayor.
—Quiero verte sin la venda. ¿Me lo permitirías?
No era una verdadera solicitud de permiso. Pedir algo a un homúnculo sin su maestro cerca no podía interpretarse como un verdadero pedido.
Ese hecho, al parecer, no pasó desapercibido para Roseneit, ya que, aunque no recibió respuesta alguna de Michael, su mano ya se dirigía hacia la venda que cubría sus ojos.
Michael observó la mano que se acercaba y sintió un rechazo extremo.
No la toques.
Aquella mano blanca le resultaba abominable.
En la mente de Michael, solo había un pensamiento: no quería que esa mano lo tocara bajo ninguna circunstancia.
Sin embargo, su cuerpo, que había jurado lealtad a la sangre de Hadelamide, no tenía permitido resistirse.
En ese momento, Michael no podía mover ni un dedo.
Entonces ocurrió.
—¡Michael!
Una exclamación urgente rompió el hechizo que lo mantenía paralizado.
Por fin, su cuerpo se movió según su voluntad.
Al girar la cabeza, vio a Eve, que parecía haber llegado escoltada por Silvestian.
Eve dejó de lado a Silvestian y, con pasos rápidos, se interpuso entre Roseneit y Michael.
Parecía como si estuviera protegiendo a Michael.
Los ojos color ámbar de Eve miraron a Roseneit con una intensidad afilada.
—No entiendo por qué llevaste al caballero de otra persona contigo, Rosie.
—Lo vi solo, y Sir Agnito se ofreció a escoltarme.
Al escuchar esas palabras dichas con un rostro tan inocente, Michael sintió una mezcla de frustración e ira.
Qué mentira más descarada.
Ahora estaba claro que Roseneit tenía la intención de sembrar discordia entre él y Eve.
Michael observó preocupado la expresión de Eve, buscando algún signo de que sus palabras la hubieran afectado.
Por suerte, ella no mostró la menor señal de haber sido influenciada.
—Si Sir Millard estaba buscándote en el pasillo, deberías haber esperado un poco más.
—Eso parece. Es una pena que nos hayamos cruzado sin vernos.
—Ahora que Sir Millard también está aquí, disfruta el resto de tu paseo con tu caballero personal.
—…Eso haré.
Michael y Silvestian se colocaron junto a sus respectivas protegidas. Sin embargo, en cuanto Roseneit vio a Silvestian, cambió de opinión.
—Ya no quiero pasear. Todos en el salón de baile deben estar esperándome, así que regresaré ahora.
—La escoltaré.
Roseneit lanzó una última mirada de aparente pesar hacia la venda de Michael antes de darse la vuelta.
Silvestian hizo una leve reverencia a Eve y escoltó a Roseneit fuera del jardín.
Cuando quedaron solos en el jardín de hortensias, Eve miró a Michael.
Fue Michael quien rompió el silencio.
—Es un alivio que hayas llegado en el momento oportuno.
—¿En qué momento oportuno?
—La octava princesa estaba a punto de quitarme la venda.
Eve se sorprendió como si hubiera escuchado algo completamente impensable.
Por supuesto, no existía precedente de un miembro de la familia imperial que intentara desatar el nudo de la venda de un caballero personal que no fuera el suyo.
Rosie…
Eve sintió una oleada de inquietud, pero no la mostró y trató de calmar a Michael.
—Perdón por dejarte solo.
—No es algo por lo que deba disculparse, Alteza. Regresemos. La escoltaré a su habitación.
—Está bien.
Habiendo terminado todo lo que tenían que hacer, ambos dejaron atrás el gran salón de baile.
Mientras la música de la orquesta se desvanecía poco a poco, la luna en el cielo seguía brillando suavemente, iluminando el camino de ambos mientras se alejaban.
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