⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
El lugar al que Michael llevó el cuerpo sin vida de Eve fue ‘la Cámara del Emperador’.
En el centro del salón, donde las ondas de luz temblaban con un aura misteriosa, se alzaba una estructura monumental hecha de un cristal rojo brillante. Era como un gran obelisco.
Se trataba de un artefacto llamado la Piedra Filosofal, capaz de realizar cualquier cosa mediante la alquimia, pero que solo respondía a los descendientes de Hadelamide.
Para alguien que deseaba un milagro más que nadie, buscar la Piedra Filosofal era casi instintivo.
Michael colocó a Eve suavemente sobre el suelo, usando su propio muslo como almohada.
Las ondas de luz que se movían como algas alrededor de ellos hacían que, a primera vista, Michael y Eve parecieran amantes disfrutando de un dulce descanso.
Con una voz llena de vacío, Michael murmuró:
—Ni siquiera en la muerte me permites estar a tu lado.
N/Nue: Esto siempre me rompe el corazón, ay Michael…
Michael no comió ni bebió nada, y no se movió de la Cámara del Emperador. Tres días después, preocupado por él, uno de sus más leales sirvientes solicitó audiencia en la cámara.
Gracias a la magia, el flujo del tiempo se había detenido para Eve, y su cuerpo no mostraba ningún signo de descomposición.
Aún sosteniendo el cuerpo de Eve, que parecía tan viva como siempre, Michael recibió al presidente del Consejo Privado.
Antes de que el hombre pudiera hablar, Michael expresó su propia petición:
—Reúne a todos los magos y alquimistas del imperio. Haz que devuelvan la vida a Eve. No importa cuánto tiempo, dinero o materiales necesiten.
—Pe-pero, Su Majestad… resucitar a los muertos es imposible…
—¿Acaso no es la Piedra Filosofal capaz de hacer posible lo imposible? Ah, claro. Para usar la Piedra Filosofal se necesita sangre real, ¿no? Traigan a Roseneit inmediatamente. Decapítenla y recojan hasta la última gota de su sangre.
—¡S-Su Majestad!
Los ojos violetas de Michael brillaban con locura. Su intención de llevar a cabo lo que decía era evidente, y el presidente del Consejo Privado, aterrorizado, trató de detenerlo.
—Por favor, cálmese, Su Majestad. La octava princesa es la última descendiente de la familia imperial Hadelamide. ¿No decidió usted mantenerla con vida hasta obtener el control de la Piedra Filosofal?
—¿Por qué debería hacerlo?
—¿Pe-perdón?
—Eve está muerta. ¿De qué me sirven ahora el imperio o la Piedra Filosofal?
Michael hablaba en serio.
En ese momento, el presidente del Consejo Privado comprendió que la obsesión de su Emperador por Eve superaba toda imaginación. Incluso empezó a pensar que quizás el verdadero motor que había llevado a Michael al trono no había sido otra cosa que esa despreciada princesa, Evienrose.
—Cumple mis órdenes de inmediato.
No pasó mucho tiempo antes de que Roseneit fuera traída a la Cámara del Emperador, encerrada en una jaula como un animal.
Su apariencia estaba muy lejos de la de una noble. Su ropa estaba sucia y desgarrada, y su cabello era un desastre.
—¡Ahhh! ¡Todo es culpa de Evienrose! ¡Esa mujer me lo ha arrebatado todo! ¡Destruyó mi felicidad por completo! ¡Es tan injusto! ¡Uuuhhh!
La traidora que había envenenado a su propia hermana no mostraba ni un ápice de remordimiento. En lugar de eso, se regodeaba en la autocompasión mientras fingía llorar.
Pero cuando Roseneit vio a Michael, las lágrimas que llenaban sus ojos se transformaron rápidamente en un brillo lleno de odio.
—¡Michael! ¡Michaelis Agnito!
—…
—¡Tú, tú…! ¡¿Cómo puedes hacer esto?! ¡¿Cómo te atreves a sostener a esa mujer frente a mis ojos?! ¡Quítala de mi vista ahora mismo y arrodíllate frente a mí para pedir perdón! ¿Sabes cuánto lamentarás lo que estás haciendo? ¿Acaso recuerdas quién te convirtió en Emperador? ¡¿Recuerdas quién lleva a tu hijo en su vientre?!
En realidad, Roseneit no llevaba nada en su vientre.
Desde el día en que fue sacada del calabozo, Roseneit se había autolesionado y comportado como una loca para intentar recuperar la atención de Michael. Durante ese tiempo, el homúnculo en su vientre había desaparecido.
Sin embargo, Roseneit, ignorante de esta realidad, siguió gritando con resentimiento hasta desgarrarse la garganta.
—¡Llevo a tu hijo dentro de mí! ¡No ella, sino yo soy quien lleva a tu hijo!
Michael no le respondió en absoluto. Sus ojos violetas habían perdido todo rastro de humanidad.
Finalmente, Roseneit fue amordazada y dejada en un rincón de la cámara.
Así, la Cámara del Emperador quedó ocupada por el señor de los homúnculos, un cadáver incorrupto y una princesa consumida por los celos.
Mientras tanto, en todo el imperio comenzaron a colocarse avisos para reclutar a los mejores magos y alquimistas.
El desafío era claro: ‘La resurrección de los muertos’, una tarea prohibida que atrajo a un enjambre de candidatos dispuestos a intentarlo.
La mayoría de las personas que respondieron al llamado buscaban robar los conocimientos alquímicos y mágicos monopolizados por la familia imperial o acercarse a la Piedra Filosofal.
Solo una persona mostraba un interés genuino por la investigación: una enigmática alquimista que ocultaba su rostro bajo una máscara con forma de búho real.
Él se presentó como ‘el Sabio del Bosque de los Abetos’.
—He oído que sabes cómo devolverle la vida a Eve.
—Majestad, me temo que debo advertirle que aunque se logre resucitar a un fallecido, lo único que obtendrá será un muñeco que solo respira. La séptima princesa ya ha perdido completamente su alma; su espíritu se ha separado de su cuerpo y se ha dispersado. Recuperar un alma y volver a atarla a un cuerpo escapa por completo al ámbito de la alquimia y la magia. Por lo tanto, lo que desea, una resurrección verdadera, es imposible.
—Es la misma respuesta que he escuchado de otros. ¿También estás aquí para hacerme perder el tiempo?
—No, Majestad. Estoy aquí para proponerle una alternativa.
—¿Qué alternativa?
—Retroceder en el tiempo.
Ante la nueva posibilidad, los ojos violetas de Michael, hasta entonces apagados, brillaron con una chispa de esperanza.
—¿Eso es posible?
—Por supuesto. Sin embargo, el costo es alto. Consumirá la mitad de la Piedra Filosofal.
—No importa el costo.
Michael habló con firmeza. La alquimista inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Entonces, comenzaré los preparativos de inmediato.
El Sabio del Bosque de los Abetos dedicó una semana entera a dibujar un complejo círculo de alquimia en la Cámara del Emperador.
El suelo, las paredes e incluso el techo quedaron completamente cubiertos con símbolos y patrones alquímicos. Finalmente, llegó el día de realizar el ritual de regresión temporal.
—Oh, Majestad. Casi olvido mencionar algo importante —El alquimista, con una mano apoyada sobre la Piedra Filosofal, habló como si de repente hubiera recordado algo crucial—. El ritual que vamos a realizar consume la Piedra Filosofal como sacrificio. Dado que la Piedra está vinculada a la sangre real, el eje de la regresión temporal no será Su Majestad, sino la séptima princesa.
El hecho de que esta enigmática persona* enmascarada no fuera digna de confianza era evidente. Solo ahora, justo antes del ritual, revelaba este detalle crucial: que solo Eve regresaría en el tiempo. Era prácticamente un estafador.
N/Nue: Aclaro que por el momento no hay nada que apunte a su género.
Michael quedó visiblemente impactado al escuchar esta verdad justo antes del ritual, pero rápidamente recuperó la compostura y respondió con calma.
—Entonces, aunque yo no pueda encontrarla, ella podrá encontrarme.
—Sí, así es.
—¿Acaso volverá a no elegirme, y yo otra vez me hundiré en la desesperación y tomaré malas decisiones?
—Eso no lo sé.
Michael tomó una decisión y dio su orden.
—No importa. Realiza el ritual.
—Como ordene, Su Majestad.
Mientras el alquimista recitaba el conjuro para activar el círculo alquímico, Michael sostuvo a Eve entre sus brazos.
Sabiendo que sería el último abrazo, lo hizo con una ternura más profunda que nunca.
Acercando sus labios a los de Eve, como si fuera a besarla, susurró:
—Eve, si vuelves a la vida, espero que esta vez elijas entre matarme o aceptarme.
Con esas palabras finales, un destello rojo llenó su visión.
Era la luz milagrosa de la Piedra Filosofal, el ‘Lapis Philosophorum’.
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