⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Al día siguiente, Eve salió junto a Michael para un recorrido oficial por la capital imperial. Como parte de las actividades públicas de la familia real, iban a visitar el orfanato La Casa del Laurel, situado en el distrito 14.
Para los sirvientes, vestir a Eve de manera adecuada para la ocasión era una prioridad. Peony y Lian parecían emocionadas, como si les hubieran asignado un proyecto divertido.
—¿Se refiere a ropa cómoda en lugar de un vestido? ¿Algo que se asemeje lo más posible a la vestimenta de los plebeyos?
—Pero creo que nuestra Alteza no debería verse completamente como una plebeya. No sería apropiado.
—Tienes razón. Quizás sería mejor algo que se asemeje al uniforme de una doncella noble.
Lian, madrugando, consiguió en una tienda de ropa de la capital un vestido azul cielo con mangas abullonadas. Estaba adornado con un delantal blanco con volantes y un lazo blanco en la espalda, lo que le daba un aspecto adorable.
El vestido, diseñado para permitir facilidad de movimiento, tenía un largo que llegaba justo por debajo de las rodillas, dejando ver calcetas blancas. Peinó el cabello rubio lima de Eve en una trenza recogida en un moño decorado con una larga cinta.
Michael, quien la acompañaría como escolta, también adoptó un atuendo que combinaba con el de Eve. En lugar de usar su llamativa armadura de caballero de la guardia real, llevaba ropa de cuero más sencilla, típica de un viajero. Una capa gris ceniza y una larga espada al costado le daban un aire melancólico y misterioso, característico de un vagabundo. Como siempre, Michael se veía impecable con cualquier atuendo.
—Todo está listo. ¿Partimos de inmediato?
—Sí.
Sedella colocó una capa ligera sobre los hombros de Eve. Aunque no era pleno invierno, el aire todavía era frío, y además, había muchas personas que criticarían a la princesa si vestía completamente como una plebeya.
Frente al pabellón estaba lista una carroza. Aunque la época había avanzado con la invención de trenes impulsados por magia, aeronaves mágicas y portales de teletransportación de larga distancia, las carrozas seguían siendo un medio importante para trayectos cortos.
La carroza, que había sido disfrazada para parecerse a una de alquiler común al quitarle el emblema real, se puso en marcha y salió tranquilamente del palacio imperial.
—Vestida así, se siente como si estuviera en una misión encubierta.
—Es verdad.
Eve no pudo ocultar su emoción.
El palacio imperial, con su estricta disciplina y ceremonias formales, era como un encierro para ella. Ver el dinámico ir y venir de las personas en la bulliciosa capital era algo que nunca dejaba de fascinarla.
Le encantaba la vista de las casas con tejados triangulares de colores a lo largo de las calles, pero lo que más disfrutaba era la zona comercial.
Las amplias avenidas, lo suficientemente anchas como para que cuatro carrozas pudieran pasar lado a lado, estaban flanqueadas por tiendas con toldos y letreros de colores brillantes.
En la plaza central, rodeada de edificios gubernamentales, una fuente lanzaba agua hacia el cielo, dispersando pequeñas gotas que brillaban bajo la luz del sol.
Las calles estaban llenas de personas caminando apresuradas, comprando en los puestos, o sentadas bajo toldos disfrutando de comida en mesas al aire libre.
No solo Eve estaba encantada con el paisaje. Cuando miró a Michael, lo encontró observando la vista a través de la ventana, fascinado.
—Ahora que lo pienso, Michael, ¿es la primera vez que ves la ciudad? ¿Qué te parece?
—Hay muchos más edificios y personas que en el palacio. Además, es muy diferente.
—¿Verdad? Yo creo que esta es la verdadera esencia del mundo exterior. Hay tantas personas diferentes viviendo aquí.
—En otras palabras, el palacio imperial no era más que un criadero un poco más grande para homúnculos.
—Bueno, no estás del todo equivocado.
Después de eso, Eve empezó a explicarle todo lo que veía por la ventana: qué tipo de tienda era la extraña que acababan de pasar, a qué familia pertenecía la carroza que vieron, qué había al final de un callejón cercano, la diferencia entre mercados y tiendas, e incluso cuánto costaban las casas al otro lado del puente.
Michael, escuchando con interés, señaló algo importante.
—Mi princesa, ¿no se supone que pasabas todo tu tiempo dedicada a la alquimia en el palacio? ¿Cómo es que sabes tanto sobre la vida fuera de él?
—Me atrapaste.
Eve se rió y confesó:
—La verdad es que salí del palacio muchas veces. Para conseguir ingredientes de alquimia a buen precio, a veces tenía que ir personalmente al mercado negro. Sedella no sabía mucho de alquimia, así que tenía que hacerlo yo misma. Pero como el mercado negro era peligroso, no me dejaban ir, así que salía a escondidas.
—Ya veo. Es un honor conocer un secreto que ni Lady Arpel sabe.
—No me preguntes cómo engañé a Sedella. Podría necesitar usar ese truco contigo algún día.
—¿No sería mejor simplemente hacerme tu cómplice?
—¿Te convertirías en mi cómplice? Entonces estaría encantada.
Mientras charlaban, la carroza llegó al distrito 14.
Pasaron por un camino elevado desde donde se podía ver un barrio marginal en la zona baja. Era un área desolada, de tonos apagados, como si estuviera hecha de ceniza.
Michael, que también observaba lo mismo, habló:
—Pensándolo bien, parece que la princesa evitó una masacre. Los residentes del barrio marginal deberían estar agradecidos contigo.
—Solo hice lo que debía hacer.
—Entonces, al menos yo te lo agradeceré.
—¿Eh?
Eve bajó el brazo con el que sostenía su barbilla y se giró hacia Michael. Él bajó la mirada y realizó una reverencia simple, respetando la etiqueta.
—Gracias por evitar que los homúnculos cometieran el pecado de la masacre.
Eve se sintió envuelta en un sentimiento peculiar.
Quizás se debía a que sabía que él estaba destinado a convertirse en el rey de los homúnculos. Las palabras de agradecimiento de Michael se sintieron como si hablara en representación de todos los de su especie.
Estoy haciendo bien las cosas ahora.
La sensación fue como recibir un elogio. Una suave sonrisa se formó en los labios de Eve.
En ese momento, la carroza se detuvo. Tras escuchar la voz del cochero anunciando la llegada, salieron y vieron el letrero del orfanato que decía ‘La Casa del Laurel’.
El portón de hierro oxidado crujía al abrirse, cumpliendo por sí mismo la función de un timbre.
—¡Oh, han llegado, Alteza la Séptima Princesa! Los estábamos esperando. Soy Ana Yuribel, la directora de este lugar.
El orfanato, construido en una calle sucia y en mal estado, era un sitio que no solía recibir visitantes. Tal vez por eso, la directora recibió a Eve con entusiasmo, sin sospechar nada.
—Encantada de conocerte, directora Yuribel.
—Oh, por favor, pasen. Lamento la precariedad de este lugar.
Eve y Michael siguieron a la directora, cruzando el umbral del edificio. En ese momento, un estruendo de llantos infantiles recibió a ambos, mucho más fuerte que el saludo de la directora.
—¡Uaaaaaah!
—¡Aaaaaahhh!
Eve se quedó atónita ante el ensordecedor coro de los niños llorando.
Vaya… qué potente.
El palacio imperial era, en su mayoría, un lugar tranquilo y silencioso. Por eso, Eve no estaba acostumbrada a un ruido tan estridente que parecía capaz de desgarrar sus tímpanos. Además, su naturaleza de académica, acostumbrada a la concentración, la hacía especialmente sensible a los ruidos fuertes.
—Los niños siguen llorando…
—Es normal… Y además… no tenemos suficiente personal…
Aunque la directora parecía esforzarse en explicar algo sobre el orfanato, las palabras que Eve lograba captar eran muy pocas.
Decidió que sería difícil mantener una conversación en esas condiciones. Intentando adaptarse al ruido, le dijo a la directora:
—Quiero echar un vistazo al orfanato y también hablar con los niños.
—¿De verdad? ¡Sería un honor!
La directora estaba visiblemente emocionada.
La mayoría de los visitantes solían detenerse sólo en la entrada, evaluaban el estado financiero del orfanato con solo mirar el deteriorado letrero y dejaban una donación antes de marcharse. Pero la princesa frente a ella era sorprendentemente proactiva en comparación.
Con los ojos ligeramente húmedos por la emoción, la directora dijo:
—Son unos niños adorables. Estoy segura de que le encantarán, Alteza.
Esa frase fue lo único que Eve logró escuchar claramente, quizás porque la directora estaba muy cerca al decirlo.
En ese momento, un informe llegó a la directora sobre un incidente causado por un niño en el patio. Dado que el orfanato sufría de una crónica falta de personal, la directora tuvo que ausentarse para resolver la situación.
Eve y Michael se quedaron en una sala con más de una docena de niños que revoloteaban y alborotaban.
Eve no quería quedarse sentada esperando a la directora, así que, con una decisión firme, se acercó a los niños más cercanos.
—Hola, un gusto conocerte.
Algunos de los niños, que ya habían mostrado interés en Eve desde que entró con su apariencia de doncella refinada, respondieron a su saludo.
—¿Quién eres?
—¿De dónde vienes?
—¿Vas a jugar con nosotros?
Los niños se acercaron corriendo, rodeándola mientras lanzaban una avalancha de preguntas.
Eve, sintiéndose como si estuviera pasando una prueba de concentración y reflejos, respondió a sus preguntas una por una. Sin darse cuenta, terminó diciendo:
—Sí, ¿jugamos juntos?
Claramente, el bombardeo de preguntas había sido solo un preludio para esta respuesta. Los ojos de los niños brillaron de emoción mientras gritaban desde todas direcciones:
—¡Juguemos a atrapar la cola!
—¡Yo prefiero jugar con muñecas!
—¡Hermana, hermana, canta una canción!
—¡Cuéntanos un cuento!
—¡Tu lazo es bonito! ¡Dámelo!
—¡Tengo hambre! ¡Dame un bocadillo!
Cada niño tenía una petición distinta. Algunos incluso jalaban de las mangas y la falda de Eve para llamar su atención.
En medio de todo, el lazo del cabello de Eve se soltó, dejando su cabello completamente suelto. Sin embargo, los niños no se detenían.
—¡Atrapar la cola!
—¡No! ¡Muñecas!
—¡Canta!
—¡No quiero! ¡Cuentos!
Mientras lidiaba con los niños incontrolables, Eve llegó a una conclusión.
Ah, ahora entiendo por qué Alben me sugirió que usara ropa cómoda…
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