⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
—Necesito hablar un momento a solas con la joven Condesa. Nos veremos más tarde, señoritas.
—Sí, Su Alteza.
Eve se apartó del grupo junto a Anais.
Los dos se dirigieron a un lugar fuera de la vista, rodeado de árboles frondosos más allá de la barrera. Allí, un viejo árbol y unos matorrales creaban un espacio apartado, ideal para una conversación privada.
Eve ordenó a Michael que vigilara para asegurarse de que nadie se acercara. Una vez solas, comenzó a hablar con Anais.
—Ha pasado un tiempo desde la última vez, joven Condesa. Aunque, gracias a los mensajes que hemos intercambiado a través de Sedella, siento que he estado en contacto contigo constantemente.
—Yo también lo siento así, Su Alteza. Aunque no me atrevía a mencionarlo, estoy encantada de que sea usted quien lo diga.
—De verdad, has pasado por muchas dificultades, joven Condesa.
—Todo ha sido gracias a su apoyo, Su Alteza.
El vínculo que se había formado entre ellos tras superar juntos los desafíos era especial. Durante un momento, ambos compartieron una sonrisa en silencio.
Anais rompió el silencio como si hubiera recordado algo divertido.
—¿Se dio cuenta de que la Tercera Princesa nos miraba con furia mientras hablábamos con las otras señoritas?
—Sí, he sentido su mirada clavada en mi espalda desde hace un rato.
Entre quienes escuchaban a escondidas la conversación estaba también Brigitte.
—Ahora que ha descubierto cómo nuestra familia logró evitar la ruina, estoy segura de que no se quedará quieta. Me preocupa que su ira pueda dirigirse hacia usted, Su Alteza.
—Ya lo esperaba.
Eve había sufrido ya el acoso de Brigitte. Todavía recordaba vivamente el día en que Michael estuvo a punto de ser expulsado del palacio.
Al notar la expresión oscura de Eve, Anais preguntó con preocupación:
—¿Está siendo usted objeto de sus intrigas ahora mismo?
—Es usted muy observadora, joven Condesa.
Eve explicó brevemente:
—Intentaron apoderarse de mis propuestas relacionadas con el proyecto de desarrollo. Al descubrirlo, organizaron una conspiración junto con las otras princesas durante una de las reuniones de té, tratando de perjudicar a Lord Agnito. Por poco lo pierdo, pero afortunadamente noté la situación a tiempo y logré salvarlo.
—¡Qué terrible! No tenía idea de que algo así había ocurrido.
—No debe preocuparse demasiado. Después de su fracaso, dudo que intenten atacarme directamente por el momento.
Había demostrado su superioridad con un hechizo de sueño y también descubierto los puntos débiles del grupo de tareas de Stephania.
Sin embargo, las palabras de Eve no lograron tranquilizar del todo a Anais.
La Tercera Princesa ya ve los movimientos de la Séptima Princesa como un desafío directo hacia ella.
Además, Eve había hecho público, a través de Anais, que había ayudado a la Compañía Luchiad, que Brigitte había intentado apropiarse.
Era natural que estas acciones de Eve fueran interpretadas como una declaración de intenciones para enfrentarse políticamente a Brigitte.
Debe ser consciente del peligro.
Anais observó atentamente el perfil de Eve.
Era la Séptima Princesa de Hadelamide, Evienrose Cloelle Hadelamide.
Con su pequeña figura y su expresión serena, parecía una joven tranquila. Sin embargo, no daba la impresión de ser débil en absoluto.
Anais respiró hondo, decidiendo finalmente hacer la pregunta que tenía en mente.
—Su Alteza.
—Dime, joven Condesa.
—No puedo evitar preguntármelo a estas alturas.
—¿Qué es lo que quieres saber?
—Aunque sus acciones contradicen claramente los deseos de la Tercera Princesa, usted no parece preocuparse por las consecuencias. Esto me lleva a pensar que hay una intención especial detrás de sus decisiones.
—Qué interesante. Dime, joven Condesa, ¿cuál crees que es mi intención?
Anais humedeció sus labios secos y, con voz nerviosa, formuló su pregunta:
—¿Acaso Su Alteza… aspira al Trono del Sol?
Tras un largo silencio, Eve se giró para mirar directamente a Anais.
En su rostro ya no había rastro de su sonrisa habitual y sociable.
Con una seriedad absoluta, Eve respondió:
—¿Y si así fuera?
En ese instante, Anais sintió una oleada de emoción que llenó su pecho.
No había necesidad de pensarlo. De inmediato, Anais se inclinó profundamente, agarrando con ambas manos los pliegues de su vestido.
Ignorando la tierra bajo sus pies, se arrodilló ante Eve y ofreció el dorso de sus manos.
—Yo, Anais Luchiad, juro seguir a Su Alteza, la Séptima Princesa, hasta el día de mi muerte.
Mirando a Anais mientras le besaba las manos, Eve respondió con firmeza:
—Algún día, este momento demostrará cuán sabia ha sido tu elección.
—Es un honor, un inmenso honor.
Tras sellar su juramento como vasalla y señor, Eve ayudó a Anais a levantarse.
Luego, retomando su habitual expresión sonriente, dijo:
—Nuestra conversación privada se ha extendido demasiado. Volvamos, joven Condesa.
—Sí, Su Alteza.
Como si nada hubiera pasado, Eve y Anais regresaron juntos al lugar donde estaban los demás, caminando hombro con hombro.
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