⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Michael se separó de Snowret y se dirigió al lugar que ella le había indicado.
Atravesó el pantano de Nepentes, cruzó el prado de slimes y pasó por la cueva de las arañas.
La ladera estaba ubicado aproximadamente a mitad de la montaña; cuanto más ascendía, más el paisaje se volvía sombrío y desolado, como un cementerio.
En cualquier momento y lugar, no habría sido extraño que una bestia mágica apareciera y atacara.
Mientras apartaba a golpes con la vaina de su espada a las gárgolas que se atrevían a enfrentarlo sin temor, continuó abriéndose paso.
Fue entonces cuando ocurrió.
¡Ssshh! ¡Clang!
Un ataque sorpresa lo obligó a desenvainar su espada, algo que no hacía desde hacía tiempo.
Aunque pensó que podría tratarse de un enemigo fuerte, resultó ser decepcionante: no era una bestia mágica.
—Me has sorprendido, Michaelis.
—Ah, Silvestian. ¿También has venido a buscar la ladera?
—No, estoy explorando el hábitat del Behemoth de Melena Dorada.
—¿En serio? Entonces, este año, ¿el Behemoth es el ser más fuerte que reclama la ladera de Gallamut?
Como ambos seguían la misma ruta, Michael y Silvestian decidieron viajar juntos.
No tardaron mucho en encontrar la ladera de Gallamut.
Dentro de una vasta caverna de oscuridad absoluta, cientos de puntos dorados brillaban intensamente.
Parecían luciérnagas por la cantidad, pero en realidad eran los ojos de los Behemoths.
Eran más de cien, bestias de melena plateada que se acercaban mostrando sus colmillos y baboseando.
Michael y Silvestian desenfundaron sus espadas.
—Son bastantes.
—No soy ambicioso, me conformo con el líder, Silvestian.
—¿Qué? Oye, Michaelis…
—¿Qué pasa? ¿No tienes confianza? En ese caso, también puedo ayudarte con los pequeños.
—Oye…
Michael fue el primero en moverse, impulsándose con fuerza contra el suelo.
En un instante, se lanzó entre los Behemoths, blandiendo su espada envuelta en energía cortante con un amplio movimiento.
¡Thud! ¡Crack!
No se escuchaba el sonido de cortes, sino de explosiones. Cada vez que balanceaba su espada, dos o tres Behemoths caían al suelo.
—La piel es lo más importante; hay que derrotarlos dejando el exterior intacto.
Silvestian, decidido a no quedarse atrás, comenzó a atacar también a los Behemoths. Su técnica era igual de impecable que la de Michael.
En poco tiempo, las dos figuras habían llevado a los Behemoths al borde de la aniquilación.
De los más de cien Behemoths, no quedaban ni diez, y aquellos que aún vivían habían perdido todo rastro de agresividad inicial.
Gimiendo como cachorros asustados, huyeron fuera de la ladera con el rabo entre las patas.
Mientras Silvestian recuperaba el aliento, habló apresuradamente:
—No los persigas. Debemos dejar algunos individuos para el próximo año, ¿no crees?
—Eso pensaba. Pero más bien, ¿dónde está el líder? No parece haber aparecido, incluso cuando su manada estaba siendo aniquilada.
—El líder… Creo que ya lo mataste.
—¿Hmm?
—¿No lo recuerdas? Era mucho más grande que los otros y tenía un ojo en la frente.
—Ah, ¿ese era el líder? Eran tan débiles que ni lo noté.
Michael respondió con indiferencia mientras inspeccionaba a los Behemoths muertos.
Estaba verificando si alguno no tenía marcas mágicas grabadas.
Fue entonces cuando sintió una nueva presencia.
Michael y Silvestian se volvieron simultáneamente hacia la entrada de la ladera.
—¿Qué ocurre? ¿Todo ha terminado ya?
—Llegas tarde, Sir Halstein.
El recién llegado era Elijah Halstein, caballero de confianza de la tercera princesa.
En el palacio imperial, Elijah solía llevar una espada larga, pero era famoso por usar una espada corta y una daga en combate real.
Sin embargo, no tuvo oportunidad de usarlas esta vez. Guardó las armas en sus vainas con un gesto de frustración y comentó:
—Dos de los favoritos al título uniéndose. Parece casi un truco desleal.
Michael ignoró el comentario burlón con elegancia.
Silvestian, en cambio, se encargó de responder.
—Si giras hacia la derecha por el acantilado del túmulo, encontrarás el nido de arañas. Tal vez podrías intentar enfrentarte a la Reina Araña, Sir Halstein.
—Ah, Sir Millard. Tan compasivo, como corresponde a un caballero de la Rosa Blanca.
Elijah entrecerró sus ojos de color limón y continuó:
—Sería de gran ayuda. Como sabes, si no consigo algo que salve mi honor, mi noche será insoportable.
La alusión a los deberes nocturnos hizo que el rostro del caballero noble se endureciera.
Elijah no perdió la oportunidad de profundizar en su provocación:
—Por supuesto, Sir Millard lo entendería, ¿no? La Rosa Blanca del Imperio no debe ser muy diferente.
Ante la ofensa disfrazada de simpatía, los ojos de Silvestian se afilaron con furia.
—Cuida tus palabras, Sir Halstein. Muestra tu lealtad a la familia imperial.
—Vaya, me sorprendes. Pensaba que nos llevábamos bien. Pero si hablamos de lealtad, tal vez deberías empezar por el monstruo que tienes a tu lado.
—Sir Halstein.
—Ah, ya entendí. Eres un tipo obstinado —dijo Silvestian.
Cuando Silvestian estuvo a punto de desenvainar su espada con seriedad, Elijah levantó las manos en señal de rendición y se marchó del lugar.
Michael observó la retirada de Elijah con cierto interés.
—No parece tener mucha lealtad, pero logró entrar al palacio sin ser ejecutado.
—Tengo entendido que estuvo a punto de ser ejecutado una vez. Aunque no fue por falta de lealtad… Fue porque no pasó la ‘prueba de los rezagados’ ese año.
El instituto de entrenamiento no dudaba en emplear métodos crueles para mantener a los homúnculos en un estado de competencia extrema.
Entre esos métodos, la ‘prueba de los rezagados’ era uno de los más representativos, como mencionó Silvestian.
Reunían a los jóvenes homúnculos y los sometían a competencias de resistencia o supervivencia, ejecutando a los que quedaran en último lugar.
Ahora que lo pensaba, la primera vez que Michael se rebeló contra el instituto fue por esa misma prueba de los rezagados.
Si dejaba su mente en blanco, los recuerdos de aquel pasado oscuro amenazaban con invadirlo. Michael decidió concentrarse en la conversación.
—Es difícil imaginar que un caballero personal de la tercera princesa haya sido un rezagado.
—No estoy seguro, pero escuché que alguien se retiró voluntariamente en lugar del joven Halshtein en aquel entonces. Eso le permitió sobrevivir.
Michael parpadeó sorprendido.
La conversación que había iniciado para evitar recordar su pasado, irónicamente, terminó trayendo esos recuerdos de vuelta con total claridad.
Michael sonrió con incredulidad ante la coincidencia.
—Ah, así que ese niño era…
—¿Michaelis? —preguntó Silvestian.
—No es nada.
Habían apilado y organizado el cuerpo del behemoth cazado, y ahora salían de la guarida.
Bajaban por un sendero rodeado de un lúgubre paisaje de rocas que recordaba a un cementerio. De repente, una gota de agua cayó sobre la mejilla de Michael.
—Está lloviendo.
—Parece lluvia de primavera.
A pesar de la ligera y delicada idea que evocaba el término ‘lluvia de primavera’, los dos homúnculos se sentían sombríos.
En el continente, la lluvia nunca era una bendición, sin importar la estación.
Aunque era esencial para las buenas cosechas, la lluvia también activaba a las bestias mágicas, convirtiéndose en un factor de peligro.
—De todos modos, ya eliminamos todo lo peligroso de los alrededores, ¿no? —comentó Silvestian.
—Hmm, supongo que sí —respondió Michael, casi aceptando la idea.
Fue entonces cuando ocurrió.
¡Rrrrumble!
—¿Qué es eso? —preguntó Michael.
Una vibración intensa se sintió bajo sus pies.
Las gárgolas que antes parecían meras estatuas de piedra rompieron su petrificación y se lanzaron al cielo de golpe.
Su comportamiento recordaba a animales huyendo de un desastre inminente.
Y, como era de esperarse, el desastre no tardó en desatarse. La tierra comenzó a abrirse profundamente por todas partes.
¡Crack!
—¡Michaelis! —exclamó Silvestian.
Michael perdió el equilibrio por un momento, pero Silvestian lo agarró del brazo y lo jaló hacia un lugar seguro.
Había estado a punto de caer en un abismo sin fondo. Aunque podría haber utilizado magia de vuelo para regresar, el gesto de Silvestian no dejaba de ser apreciado.
—¿Estás bien, Michaelis? —preguntó Silvestian.
—Estoy bien. Pero mi nombre es demasiado largo para una situación de emergencia. Llámame Michael.
—Ah, de acuerdo. Aunque yo no tengo ningún nombre abreviado.
—Te llamaré Sil.
N/Nue: AWWW AMO.
—…Bueno, si te resulta cómodo.
Silvestian, que ahora tenía un apodo, no pudo evitar sentirse desconcertado.
¡Rrrrumble! ¡Crack!
Las vibraciones y las grietas continuaban, pero algo más estaba ocurriendo: de las profundas grietas comenzaba a emanar una densa energía oscura.
Michael y Silvestian rápidamente reconocieron de qué se trataba.
—¿Un remanente espiritual? —preguntó Silvestian.
—Parece que ha sido atraído por la lluvia.
La lluvia se volvía cada vez más intensa.
Como si estuviera alimentándose, el remanente espiritual comenzó a crecer rápidamente, expandiéndose y volviéndose más denso.
Pronto, parecía una neblina negra que cubría todo el campo de visión.
Michael y Silvestian infundieron energía en sus espadas y comenzaron a cortar el remanente que tenían delante, una y otra vez.
Aunque no era una entidad muy fuerte, dado que había perdido su forma original, su enorme tamaño lo hacía parecer interminable.
—¿Por qué hay tantos? —exclamó Silvestian, frustrado.
—No, todo esto es uno solo —corrigió Michael.
—¿Uno solo? ¿Estás seguro?
La aclaración de Michael hizo que los ojos de Silvestian se ensancharan levemente.
Aunque los remanentes espirituales no solían ser muy fuertes, si una entidad de este tamaño lograba fusionarse en un solo cuerpo, sería algo imposible de ignorar.
Michael pronto reveló su identidad.
—Es obvio, ¿no? Este es el remanente espiritual del dragón oscuro Gallamut.
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