⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
—¡Vaya, ya veo!
Lo que Sedella eligió fue un vestido de suave seda color crema, con pequeños motivos de hojas bordados cuidadosamente en los extremos de las mangas y la falda.
El vestido, decorado con detalles verdes, complementaba perfectamente el cabello rubio de Eve, que brillaba con un ligero tono lima.
—La clave está en cómo arreglar su cabello. Estoy pensando… Hoy tiene que enfrentarse a la Tercera Princesa, quien exuda elegancia, y a la Octava Princesa, que irradia encanto. Si optamos por un estilo que se incline hacia uno de esos extremos, inevitablemente será comparada con ellas. Por eso creo que es importante lograr un equilibrio entre elegancia y dulzura.
—Cierto. Todavía no estoy preparada para enfrentarme directamente a ninguna de ellas.
Aunque sus enfoques eran diferentes, tanto Eve como Sedella compartían la misma determinación frente a la audiencia matutina.
A diferencia de su estilo habitual, que prefería la simplicidad, Eve colaboró activamente con Sedella en su arreglo personal.
En el palacio imperial, epicentro de la política y la sociedad, la apariencia era una obligación. La percepción que otros tenían de una persona dependía en gran medida de cuán bien cumpliera con esta obligación.
Si es necesario, debo esforzarme al máximo.
Eve decidió adaptarse a las reglas del palacio imperial y, recordando su experiencia pasada, trató de recuperar información útil para su arreglo.
—Mmm, Sedella, tengo la sensación de que la hermana Brigitte llevará un recogido con una trenza gruesa, y Rosie probablemente optará por unas coletas voluminosas atadas hacia abajo.
—¿Confiaremos en su intuición, Alteza? Si buscamos un peinado que no coincida con el de ellas, pero que combine tanto elegancia como dulzura… ¡Ya lo tengo! Podríamos recoger parte del cabello con una trenza lateral para un estilo medio recogido, dejando el resto suelto con ondas que resalten la dulzura.
—Sí, me gusta.
Sobre la piel clara y bien preparada de Eve, Sedella aplicó tonos suaves de rosa alrededor de los ojos, en las mejillas y en los labios.
Cuando el maquillaje estuvo listo, el espejo reflejaba a una hermosa princesa con una vibrante aura de frescura y salud, parpadeando con ojos color ámbar.
Finalmente, llegó el momento de elegir los accesorios.
Normalmente, Eve habría optado por un simple collar y pendientes de granate verde, pero hoy era diferente.
—Hoy es un día especial. Necesito algo más. Sedella, trae la caja de joyas de mi madre. Usaremos eso para complementar el atuendo.
—Sí, Alteza. Hoy será un día en el que realmente se lucirá.
La pequeña caja de joyas, del tamaño de una caja de galletas, contenía una colección de delicados adornos y accesorios, guardados con esmero.
Eve seleccionó cuidadosamente piedras que tenían un tono rosado, casi como el de las granadas maduras.
—Ponme tantas horquillas como sea posible.
Como si su intención fuera cargar su cuerpo con el mayor peso posible, Eve se adornó con numerosos accesorios en varias partes de su atuendo.
Luego, había otra tarea por cumplir.
—Parece que Su Majestad ha estado sufriendo fuertes dolores de cabeza últimamente. Debería preparar un té que le ayude a aliviarlo.
—¡A Su Majestad le encantará! Sus tés siempre son deliciosos, Alteza.
Preparar mezclas de té era el pasatiempo de Eve.
Se acercó a su delicado escritorio de madera, que parecía una combinación entre un tocador y una estantería. Allí, guardaba hojas de té, pétalos de flores y trozos de frutas que ella misma había secado y cortado con esmero, conservados en cajas metálicas encantadas con magia de preservación.
En un cajón bajo su escritorio, Eve tenía protegidos con magia de seguridad sus valiosas recetas de mezclas de té, tan importantes para ella como sus estudios de alquimia.
—El tiempo apremia. Debo prepararlo rápidamente.
Eligió la primera receta que encontró para aliviar dolores de cabeza, midió los ingredientes y los mezcló según las instrucciones.
El aroma sutil del bálsamo de limón llenó el aire. Puso el té en una hermosa botella de cristal y lo envolvió en una elegante bolsa de terciopelo.
—Listo, vámonos.
El ala este del palacio, donde se encontraba la habitación de Eve, era el lugar de residencia de las princesas.
Con diez hijas en total, el Emperador Desmond II había dispuesto ese espacio específicamente para ellas. Por ello, no era raro que Eve se cruzara con otras princesas al salir.
—¡Saludos a mi hermana mayor Aisel! Soy Evianrose. ¿Tuvo un buen descanso?
—Hola, Eve. ¿Qué sorpresa verte arreglada hoy? Sin esas trenzas pasadas de moda, casi no te reconozco.
Cuando más de diez personas convivían juntas, inevitablemente surgían reglas y jerarquías.
Según las normas del palacio, los miembros de la familia real con menor rango de sucesión debían acercarse primero a saludar a los de mayor rango. Solo después de recibir una respuesta podían retirarse.
Como Eve ocupaba el decimotercer lugar en la línea de sucesión, siempre tenía que inclinarse y saludar a cualquier hermana o hermano mayor que se encontrara.
—Buenos días, hermana Stephania. Espero que tenga un buen día…
—Oh, hola. Estoy ocupada, adiós.
Para este momento, Eve ya se había convertido en una figura casi marginada dentro del palacio.
Era común que sus hermanas mayores ni siquiera se molestaran en responderle adecuadamente y simplemente pasaran de largo.
Eve, sin inmutarse, esperó a que la princesa de cabello rubio con ondas se alejara por completo antes de levantar la cabeza.
Sedella, en cambio, susurró con indignación:
—¡Qué injusto! Bueno, al menos te respondió algo. Si fingen no verte, no tenemos más remedio que quedarnos esperando sin movernos.
En su vida pasada, Eve había sufrido este tipo de trato constantemente por parte de sus hermanas y hermanos mayores.
Hubo incluso una vez en la que la princesa heredera Brigitte, decidida a molestarla, dejó a Eve esperando en un pasillo helado durante medio día…
Había habido ocasiones en las que incluso la habían dejado castigada durante horas sin supervisión.
Aunque la magia podía mantener el calor, ser castigada frente a las otras princesas que observaban era profundamente humillante.
A su lado, Sedella no dejaba de expresar su indignación.
—Bueno, lo de la Sexta Princesa ya lo esperábamos. Pero que incluso las doncellas que la acompañan ignoren por completo a nuestra princesa… eso es simplemente inaceptable.
—¿Cómo te diste cuenta? Si estabas inclinada conmigo todo el tiempo.
—Incluso inclinada puedo verlo perfectamente. Si se trata de usted, Alteza, parece que tengo ojos en la nuca.
—¡Qué impresionante! Eso es comparable a un hechizo de vigilancia.
Mientras conversaban para calmar su frustración, Eve y Sedella llegaron al portal de salida.
Afuera del ala este del palacio, una fresca pero soleada mañana de primavera las recibió.
Después de un mes de vida en confinamiento y tras regresar al pasado, la sensación del sol sobre su piel se sentía como algo que no experimentaba desde hacía muchísimo tiempo.
Con un suspiro de emociones encontradas, Eve dio el primer paso hacia su nueva vida.
Caminaba con firmeza sobre el amplio camino de mármol, con el sonido de sus tacones resonando con cada paso. No había avanzado mucho cuando alguien la detuvo.
—¡Oh, hermana!
—…
—¡Hermana Eve! ¡Hermana!
—…
Eve estuvo a punto de perder la compostura y dejar que su expresión se endureciera.
Rosie.
Aquella voz melodiosa que la llamaba con entusiasmo pertenecía a Roseneit.
El momento de enfrentarse a su asesina había llegado antes de lo que esperaba.
Calma. Respira hondo.
Eve inhaló profundamente tres veces antes de relajarse y girarse para mirar a quien la llamaba.
—¡Hermana! Ah, ¡te diste la vuelta!
Roseneit, con un vestido de un suave tono rosado, estaba tan radiante como siempre, mostrando su belleza al mundo entero.
Sedella, impresionada, le susurró al oído a Eve:
—La Octava Princesa, en efecto, lleva las dos coletas que predijimos. ¡Su intuición fue perfecta, Alteza!
—…
Eve observó fijamente cómo Roseneit se acercaba cada vez más.
—¡Hermana Eve!
Desde la cabeza hasta los pies, Roseneit parecía la encarnación misma de la dulzura.
Pero cuanto más se acercaba la encantadora joven de cabello rubio miel, más oscuros se volvían los ojos color ámbar de Eve.
( ¿Muerta? Ah, finalmente ha muerto, ¿verdad? Ahora todo será mío: Michael, el trono de Emperatriz… ¡todo! )
La espeluznante voz que resonaba en su mente hizo que los hombros de Eve temblaran ligeramente.
Rosie, eras amada por todos y ya tenías todo lo que querías. Incluso llevabas al hijo de Michael, lo que prácticamente te aseguraba el trono de Emperatriz. ¿Por qué?
Cegada por su ambición y deseo de exclusividad, Roseneit había envenenado a Eve para consolidar su posición como la única heredera legítima de la sangre imperial.
Pretendías no interesarte por la política, pero resultaste ser increíblemente astuta y aterradora. Si no hubiera regresado al pasado, probablemente habría muerto con tanta rabia y dolor que se habría convertido en un espíritu vengativo. Qué suerte haber tenido una segunda oportunidad.
Para cuando volvió al presente, Roseneit ya estaba frente a ella, sonriendo radiantemente.
—Hermana, ¿cómo está?
—…
—¿Hermana? ¿Por qué me mira así?
Eve recuperó la compostura y respondió con naturalidad:
—Es que estás particularmente hermosa hoy.
—¡Oh, gracias! Hermana, usted también parece haber dedicado mucho esfuerzo a su apariencia esta mañana.
Un cumplido ambiguo.
Ahora que lo pensaba, Roseneit nunca le decía a nadie que era guapo o hermosa, ni siquiera de forma casual.
—Por cierto, ¿por qué caminaba tan rápido? ¡La llamé tantas veces y fingió no escucharme!
Según el protocolo del palacio, era considerado una falta de respeto que un miembro de la realeza de menor rango llamara desde más de cinco pasos de distancia.
En el pasado, Eve habría corregido a su hermana con delicadeza, pensando en su bienestar. Pero ahora, ya no sentía ninguna obligación fraternal.
Cambiando de tema, Eve comentó:
—Rosie, ¿vas de camino a presentarte ante Su Majestad esta mañana?
—Sí, hermana. Hoy es día de audiencia. ¡Vamos juntas!
—De acuerdo. Pero veo que tienes compañía.
Eve señaló con la mirada hacia la figura detrás de Roseneit.
Era un joven de rostro apuesto y cabello plateado, que llevaba el uniforme de la guardia imperial con un semblante respetuoso pero inexpresivo.
Si es un caballero homúnculo de cabello plateado…
Eve tenía una buena idea de quién era, pero esperó a que Roseneit lo presentara.
—Es Silvestian Millard. Es un caballero homúnculo de la guardia imperial. Le pedí que me escoltara hasta el palacio principal.
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