⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
—Ya veo.
Convocar a un caballero homúnculo tan temprano en la mañana solo para escoltar un trayecto corto y seguro no era algo común.
Ya está usando a un caballero personal antes incluso de la ceremonia oficial de selección. Parece que le gusta mucho. Quizá incluso ella misma filtró la información a los tabloides.
Mientras Eve reflexionaba, Silvestian dio un paso al frente.
—Saludo a Su Alteza, la Séptima Princesa.
—Está bien, levanta la cabeza.
Aquel hombre llamado Silvestian, ahora el caballero más codiciado por Roseneit, estaba destinado a ser cruelmente abandonado por ella en unos pocos años, como si fuese algo desechable.
La presencia de Silvestian no le provocaba buenos sentimientos a Eve.
—Sir Millard, he oído mucho sobre ti. Se dice que eres un caballero versátil en esgrima y magia. Estoy segura de que servirás admirablemente a tu amo y serás uno de los mejores caballeros. De verdad espero que encuentres un buen amo.
Con un deseo sincero, Eve ofreció estas palabras con la esperanza de que su destino, marcado por el sufrimiento, mejorara al menos un poco.
Sin embargo, por alguna razón, Silvestian no respondió. Quizá su sinceridad había sido tan intensa que sonó extraña. Algo incómoda, Eve lo llamó nuevamente.
—Eh… Sir Millard, ¿me escuchas?
—Perdone mi falta de cortesía, Alteza. Sus palabras me conmovieron tanto que olvidé responder.
—¿Eso no es algo que escuches habitualmente?
—Cuando alguien de sangre noble me ve por primera vez, por lo general muestra más interés en mi cabello plateado.
—Ah…
Mientras Eve exclamaba en señal de comprensión, Roseneit se estremeció ligeramente a su lado. Era evidente que Roseneit era una de esas personas de las que hablaba Silvestian.
—Ah, ya veo.
—Así es, Alteza.
Hablar a espaldas de alguien mientras se lo observa de reojo nunca era una buena idea. Durante el incómodo silencio que siguió, Eve miró únicamente el rostro inexpresivo de Silvestian, hasta que finalmente se giró hacia Roseneit.
—Se hace tarde, Rosie. Vamos al palacio principal.
—Sí, hermana.
El tono bajo de la respuesta de Roseneit no era una simple impresión. Llevaban al escolta delante y a las doncellas detrás, mientras Eve y Roseneit caminaban juntas por el camino de mármol, manteniendo cierta distancia de los demás.
En ese momento, estaban regando los jardines que flanqueaban el camino. Los dispositivos en forma de estatuas, activados por magia, comenzaron a rociar agua en todas direcciones. Estos ‘gólems regadores’ eran un logro de la alquimia y la magia, impulsados por piedras mágicas que funcionaban como fuente de energía. Regaban automáticamente los jardines a horas programadas, creando de paso hermosos arcoíris.
Además de los gólems regadores, había numerosos dispositivos similares diseñados para la comodidad del imperio. La alquimia y la magia estaban profundamente integradas en la vida cotidiana, especialmente en el palacio imperial, que era prácticamente un santuario de la alquimia.
El sonido de los tacones resonaba sobre el mármol mientras avanzaban. Cuando estaban a mitad de camino al palacio principal, Roseneit comenzó a quejarse.
—El palacio principal está demasiado lejos. ¿Podemos usar teletransporte? Hermana, tú eres maga, ¿no?
—Está prohibido usar magia de ataque o teletransporte sin permiso en el palacio.
—Pero somos princesas.
—Sí, princesas, pero no el Emperador.
—Hmm, entonces podríamos hacerlo sin que nos descubran, escogiendo un lugar poco transitado como coordenada.
—No se puede. Los gólems de vigilancia están observando cada rincón del palacio.
Eve señaló al cielo. Un pequeño gólem plateado, flotando como un renacuajo, patrullaba el área. Este dispositivo, llamado ‘gólem guardián’, era una versión modificada de los gólems que algunos alquimistas usaban como mascotas, diseñado para proteger todo el palacio.
Aunque era evidente, Roseneit siguió insistiendo, quejándose con un tono meloso y pidiendo a Eve que usara el hechizo de teletransporte.
Deberías aprender magia tú misma. Esa frase llegó a la punta de su lengua, pero Eve se contuvo. Decir algo así probablemente sería noticia al día siguiente, con titulares que la describirían como una princesa arrogante y desconsiderada que menospreciaba a la ‘Rosa Blanca del Imperio’.
Finalmente, tras una larga prueba de paciencia, llegaron al palacio principal, liberando a Eve de las quejas de Roseneit.
El Palacio Real de Gracia Imperial era un edificio imponente y majestuoso, diseñado para exaltar la grandeza del Emperador.
—Ya hemos llegado. Me voy, Silvestian.
—Sí, Alteza.
Desde el vestíbulo central del palacio principal, solo se permitía la entrada a los sirvientes y caballeros personales. Sin embargo, Roseneit no despidió a Silvestian, dejándolo esperando.
Uno de los caballeros homúnculos que vigilaban se acercó para saludar.
—La Tercera Princesa, el Cuarto Príncipe y el Quinto Príncipe ya han llegado.
—Entonces debemos apresurarnos. ¿Dónde será la audiencia hoy?
—En el Salón Esmeralda, en el séptimo piso.
Aunque había escaleras en espiral interminables a ambos lados del vestíbulo, Eve no las utilizó. Siguiendo la guía de la guardia, se colocó sobre un disco en el centro del salón. Pronto, los circuitos mágicos se activaron, y el disco comenzó a elevarse.
El ascensor mágico atravesó múltiples pisos y llevó a las dos princesas y a sus tres doncellas directamente al séptimo nivel.
Unas puertas de un verde deslumbrante se abrieron a ambos lados. Eve inhaló profundamente como si estuviera preparándose para entrar en un campo de batalla.
Es hora.
El Salón Esmeralda, una habitación hermosamente decorada en tonos suaves de verde, recibió a Eve y Roseneit. Tal como les habían dicho, Brigitte, Rubens e Icaris ya estaban presentes.
La audiencia matutina también incluía una hora de té, por lo que todos estaban sentados alrededor de una mesa elegantemente preparada.
Los asientos, por supuesto, se asignaban de acuerdo con el rango en la línea de sucesión al trono.
Eve dirigió su mirada hacia la persona sentada en el lugar más privilegiado, excluyendo el del Emperador.
Una mujer con cabello platino trenzado y recogido, vestida con un vestido interior blanco con detalles en azul, ocupaba esa posición.
La hermosa mujer, elegante pero fría, era Brigitte.
Desde detrás de Eve, Sedella murmuró con asombro y admiración:
—Dios mío, la Tercera Princesa realmente se ha hecho un peinado recogido con trenzas…
Brigitte, una de las principales candidatas a heredera del trono, ya había recibido varias delegaciones administrativas por parte de Desmond II. A pesar de su apretada agenda consolidando su posición política, siempre mantenía un control estricto sobre su apariencia.
Antes solía admirar esto de ella. Pensaba que sería una gran Emperatriz… Pero, ¡hermana! ¿Por qué llevaste al país al desastre?
Por supuesto, no esperaba una respuesta a sus pensamientos.
Eve, recuperándose, se inclinó ligeramente para saludar.
—Es un placer ver a mi hermana mayor y a mis hermanos. ¿Cómo han estado?
—Hermana Betty, hermano Rubens, hermano Icaris, buenos días.
Dado que Desmond II aún no había llegado, Brigitte, como la de mayor rango en la sucesión, tenía el derecho de responder primero al saludo.
—Tomen asiento, ambas.
—Gracias.
Tan pronto como se sentaron, Rubens e Icaris, emocionados, comenzaron a hablar. Por supuesto, dirigieron su atención hacia Roseneit.
—¡Oh, Rosie, cuánto tiempo sin verte!
—¡Te hemos echado de menos, Rosie!
Aunque Roseneit no tenía un poder político directo en el palacio imperial, gozaba del amor del pueblo. Su popularidad, cuidadosamente construida a través de frecuentes apariciones en tabloides y una gestión impecable de su imagen, era en sí misma una forma de poder.
Los dos príncipes aprovecharon cualquier oportunidad para adularla, buscando ganarse su favor.
—La Rosa Blanca del Imperio está radiante hoy. Con ese vestido rosa claro, pareces una delicada rosa floreciendo.
—Así es, Rosie. ¿Acaso no todos los pastos y hojas de este jardín imperial existen solo para resaltar la belleza de esta flor que eres tú?
—¡Oh, pero no solo el jardín! Mira a tu alrededor. Todos los tonos verdes en este Salón Esmeralda están aquí únicamente para ensalzar tu esplendor, Rosie.
Rubens e Icaris alzaron la voz con halagos hacia Roseneit, aunque sus palabras también contenían una sutil burla hacia Eve.
En su afán por adular a Roseneit, no solo habían degradado los ornamentos verdes del Salón Esmeralda, sino que también habían utilizado el cabello de Eve como un recurso metafórico.
Los miembros de la familia imperial solían nacer con cabello rubio platino o miel, pero el cabello de Eve tenía un tono rubio lima con reflejos verdosos.
Esta diferencia había sido motivo de críticas desde siempre, usada para cuestionar la pureza de su linaje o compararla desfavorablemente con otras princesas, incluida Roseneit.
Incluso ahora, los príncipes usaban el color del cabello de Eve como pretexto para elevar a Roseneit mientras la menospreciaban.
Vaya, qué entretenidos están.
Eve no reaccionó. En lugar de eso, se concentró en mantenerse alerta ante las amenazas de Brigitte y Roseneit.
Poco después, las puertas del Salón Esmeralda se abrieron de par en par.
—¡Su Majestad, el Emperador, ha llegado!
Todos los príncipes y princesas se levantaron de inmediato de sus asientos.
Un hombre de mediana edad con cabello platino peinado hacia atrás entró, seguido por una procesión de sirvientes y guardias que se movían como una cola de pavo real.
Desmond II, quien estaba en sus cincuenta y tantos años, tenía una presencia imponente. A primera vista, parecía más un caballero guerrero que un alquimista.
Padre…
El hombre que había perdido la cabeza tan pronto como estalló la rebelión.
Los ojos color ámbar de Eve se llenaron de melancolía al verlo nuevamente. En silencio, clamó en su mente:
¡Ah, padre! Produjiste una cosecha espléndida de hijos, pero, ¿por qué elegiste a la hermana Betty como tu sucesora? El trono, que aún podía salvarse durante tu reinado, ha caído en ruinas completas…
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