⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
—¡Barón Parnell!
—¡Por todos los cielos, me has asustado, Lady Velcram!
El joven apuesto Andrés Parnell, Barón, que revisaba unos documentos, dio un respingo al escuchar el llamado.
En lugar de calmarse, comenzó a limpiar su monóculo mientras recibía a Kadelin.
—¿Qué sucede, Lady Velcram? ¿Por qué estás tan alterada otra vez?
—¿Otra vez vienen miembros de la realeza a ver la mina de cristales mágicos?
—Hasta donde sé, la misión principal es explorar la garganta Zelkatos. Sin embargo, ya que estarán aquí, seguramente pasarán a echar un vistazo a la mina.
Ante la respuesta de Andrés, Kadelin apretó los dientes con fuerza.
—¿Y cuánto más van a exprimirnos esta vez?
—L-Lady Velcram, por favor mide tus palabras.
—Sabes que es cierto. Lo único que le interesa a la realeza son los cristales mágicos. Ni siquiera piensan en las horribles condiciones del lugar. ¡A los homúnculos que son explotados ni siquiera los consideran!
—Ugh…
Andrés suspiró, incapaz de refutar lo que decía.
De hecho, recientemente, el príncipe heredero Blond había realizado una visita oficial y había hecho comentarios similares.
Habló de cómo la disminución en la producción de cristales mágicos preocupaba profundamente al Emperador y sugirió, de manera simplista, aumentar las horas laborales de los homúnculos para alegrarlo.
Blond parecía incapaz de percibir a los homúnculos agotados por el arduo trabajo, las pésimas condiciones en las que vivían, o el hecho de que la mina a cielo abierto, excavada hasta los 500 metros, estaba prácticamente agotada.
Andrés también sintió una oleada de frustración desde lo más profundo, pero como cabeza de familia y administrador de la mina, debía calmar a Kadelin y recordarle que cuidara sus palabras.
—El propósito principal de esta visita es explorar un nuevo yacimiento de cristales mágicos. Enfócate en eso. Además, no será el príncipe heredero ni el príncipe Blond quienes nos visiten esta vez, sino la séptima princesa. Mi esposa me ha contado bastante sobre ella por medio de las cartas que han intercambiado. Tal vez la séptima princesa sea diferente.
—Claro, será diferente. Para que haya recibido una misión tan importante superando a sus hermanos mayores, debe ser muy astuta. ¿Qué tan despiadada debe ser para superar incluso a la tercera princesa, que ya tiene fama de explotar a los homúnculos sin compasión?
—Por favor… mide tus palabras…
Andrés prácticamente suplicó, pero Kadelin no hizo caso.
No tenía intención de cambiar su percepción de la realeza por unas cuantas reprimendas blandas de su superior.
Con tono mordaz, Kadelin continuó:
—Ya sea que encuentren o no un nuevo yacimiento, la familia real buscará maneras de explotar aún más a los homúnculos en las minas actuales.
—Eso es probable. Desde siempre, aumentar la carga de trabajo se ha visto como la solución rápida y efectiva.
—Si no encuentran un nuevo yacimiento, será aún peor. Necesitarán demostrar algún logro para justificar su regreso a la capital.
—Ah…
En ese momento, un mayordomo anciano pero imponente golpeó la puerta antes de entrar con un mensaje importante.
—El grupo de exploración de Su Alteza la séptima princesa llegará pronto. Es hora de salir a recibirlos.
Andrés se levantó de su silla con un cuerpo tan pesado como su ánimo.
—Vamos a recibir a nuestros ilustres visitantes.
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Bajo la dirección de Lady Linlicia Parnell, esposa del Barón, el castillo se preparó para recibir a Eve y su grupo con toda la hospitalidad posible.
Aunque los portales de teletransporte habían reducido significativamente el tiempo de viaje, aún hubo un tramo largo en carreta y a caballo por caminos rurales debido a la lejanía del feudo Parnell.
Esa noche, el grupo descansaría antes de comenzar sus tareas al día siguiente.
El Barón Parnell y su esposa invitaron a los miembros principales a una cena formal.
Eve, Alben, el Conde Hosen Sánchez y la maga de alto rango Natasha Emrick ocuparon lugares alrededor de la mesa en el salón principal.
Incluso Kadelin, secretaria del Barón y supervisora de la mina, recibió permiso para asistir.
Eve, ocupando el asiento principal, degustó los platillos.
El chef del castillo había preparado un pato cocido a fuego lento, sazonado con higos y vino, que ofrecía un sabor rico y profundo con cada bocado, gracias a la combinación de jugos y la salsa dulce pero picante.
—¿Es de su agrado la comida, Su Alteza?— preguntó Lady Linlicia con cortesía.
—Puedo notar cuánto esmero han puesto en agasajarme aquí en el castillo, mi señora.
Lady Linlicia Parnell y Eve se conocían gracias a una recepción en el cumpleaños de Roseneit, lo que facilitó que iniciaran una conversación amigable.
—Es un honor tener la oportunidad de recibirla aquí en el feudo Parnell, Su Alteza.
—Yo no esperaba reencontrarme con usted aquí, en mi primera misión fuera de la capital.
—Así es, Su Alteza.
—Siento que nuestro vínculo es especial de alguna manera.
—Oh, por supuesto. Hohoho.
Eve observó con satisfacción cómo los ojos de Linlicia brillaban con una pizca de romanticismo, sin revelar que este encuentro había sido planeado desde la recepción.
—Lady Parnell, recibí su carta informándome sobre las reparaciones en las defensas y diques de la región. Planeaba enviarle una respuesta escrita, pero en su lugar he venido en persona.
—Con esta oportunidad, también reforzamos los puentes y las alcantarillas para que resistan durante al menos los próximos cien años. Después de tanta preparación, casi espero con ansias la próxima inundación de cada 50 años.
—Si usted lo asegura con tanta confianza, me siento tranquila. Estoy segura de que sus súbditos pasarán la temporada de lluvias sin dificultades.
—Todo es gracias a su cuidado y protección, Su Alteza.
La conversación entre Eve y Lady Linlicia creó un ambiente relajado durante la cena.
El anfitrión, Andrés, suspiró aliviado mientras finalmente probaba el pato.
En ese momento, Kadelin interrumpió, ignorando cualquier preocupación por la digestión del Barón.
—Es conmovedor saber que Su Alteza la séptima princesa se interesa tanto por el bienestar del pueblo. Como súbdita, no puedo evitar sentirme profundamente agradecida.
El rostro de Andrés se tornó pálido. Incluso Eve percibió que la intervención de Kadelin era algo intempestiva y le dirigió una mirada interrogante.
—¿Quién eres?
—Soy Kadelin Velcram, responsable general del sitio de minería de cristales mágicos —respondió inclinándose en señal de respeto.
¿Responsable general del sitio?
Los ojos color ámbar de Eve brillaron con un interés renovado. Había oído hablar de ella, quien llevaba mucho tiempo desempeñando ese cargo, y la mayoría de los comentarios habían sido favorables. Por ello, Eve esperó con cierta expectativa las siguientes palabras de Kadelin, adoptando una actitud receptiva.
Kadelin, no obstante, tuvo que reprimir el desdén que hervía desde lo más profundo de su ser antes de abrir la boca.
—Excavar una y otra vez en la mina a cielo abierto actual, donde apenas se pueden encontrar pequeños fragmentos, no producirá resultados significativos. Por lo tanto, sugiero que abandonemos esa empresa poco fructífera y concentremos todos nuestros esfuerzos en descubrir una nueva mina de cristales mágicos durante su estadía aquí. Encontrar una nueva mina será el logro que verdaderamente beneficiará al pueblo. Si logra esto, toda la gente la alabará, Su Alteza.
—Hmm…
El mensaje era claro: que Eve no perdiera el tiempo con la mina de Galamut y se dedicara exclusivamente a explorar el desfiladero. Ante la franqueza de Kadelin, Eve entrecerró los ojos y esbozó una sonrisa enigmática.
—Ve-Velcram, ¿podrías por favor…?
El rostro de Andrés reflejaba su deseo desesperado de tapar la boca de Kadelin en ese mismo instante. Incluso Linlicia, la esposa de Andrés y amiga cercana de Kadelin, sonreía con nerviosismo, pero el cuchillo que sostenía en la mano estaba al revés, revelando su incomodidad.
Mientras los señores de Parnell intentaban contener la situación, una reacción inesperada surgió de otro invitado.
—¡Eso es inadmisible! —gritó un hombre que recordaba a un enano mezquino.
Era el Conde Hosén Sánchez.
—¡Primero debemos implementar soluciones a corto plazo! Deberíamos comenzar visitando las minas y exigiendo… digo, evaluando el desempeño de los homúnculos antes de proceder con medidas a mediano y largo plazo. ¡Eso es lo que se debe hacer!
—¿Y quién decide que el orden se basa en el tiempo? —respondió Kadelin, con tono afilado—. El orden debe decidirse por la importancia. Lo correcto es enfocarse en lo que tiene mayores beneficios.
—¡Pero ya se decidió abordar primero las soluciones inmediatas para ganar tiempo y avanzar a las siguientes! ¡Debemos ir a las minas!
—¡Ir a las minas no servirá de nada! ¡Es el desfiladero lo que debe explorarse primero!
—¡Primero las minas!
—¡Primero el desfiladero!
Ambos discutían acaloradamente, utilizando argumentos para justificar sus verdaderas intenciones, mientras los demás en la sala observaban la escena con incomodidad.
—¡Están en presencia de Su Alteza! ¡Por favor, contrólense! —advirtió Linlicia, con voz firme.
En ese momento, Natasha, la maga de alto rango que había permanecido en silencio hasta entonces, intervino con una voz serena.
—Señores, ¿por qué discuten por algo tan trivial? Obviamente, Su Alteza manejará ambas tareas en paralelo.
Aunque su comentario era evidente, Kadelin y Hosén mostraron rostros de derrota. Su frustración era un reflejo de cuánto se jugaban en esta discusión.
Eve, quien había estado degustando tranquilamente un sorbo de sangría, retomó las palabras de Natasha.
—Por supuesto. Mañana comenzaremos explorando el desfiladero, llevaremos a cabo los preparativos necesarios y después visitaremos la mina a cielo abierto de Galamut.
El rostro de Kadelin se llenó de desesperación. Eve, aunque sentía compasión por ella, sabía que no podía expresar consuelo frente a tantos oídos atentos, incluyendo los de Hosen.
Con una postura majestuosa, Eve declaró:
—Como miembro de la familia imperial, apoyo la opinión de mi hermana Betty. Durante esta misión, también se me ha encomendado aumentar la productividad de las minas actuales a corto plazo. Mi padre, el Emperador, confía plenamente en mí y me ha otorgado su aprobación.
Eve adoptó una expresión gélida, calculada para imponer respeto.
—Incrementar la producción minera depende exclusivamente del trabajo de los homúnculos. Por lo tanto, revisaré minuciosamente cualquier deficiencia o malgasto en su gestión para asegurarme de satisfacer a mi padre, el Emperador.
Kadelin bajó la cabeza, abrumada por la declaración.
¡Todo está perdido…!
A continuación, Alben intervino con entusiasmo.
—Oh, ¡no se preocupe, Alteza! Soy experto en exprimir cada rincón. Haré todo lo posible por apoyarla.
—Confío en ti, joven. Asegúrate de extraer hasta la última gota.
Eve y Alben mostraron con descaro su relación de complicidad, mientras Kadelin, sin saber nada del juego de roles, mordía su labio inferior, consumida por la angustia.
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Al día siguiente, Eve lideró a su equipo, excluyendo a Alben, hacia el desfiladero de Zelkatos. Apodado ‘La grieta del mundo’, el desfiladero era conocido por sus profundidades abismales y su atmósfera oscura y misteriosa.
Natasha y un grupo de más de 20 magos descendieron a una profundidad de un kilómetro bajo tierra y comenzaron a instalar gólems de detección de maná en el extremo del desfiladero.
Los gólems, que parecían cubos blancos, se dispersaron como esporas en el aire, rastreando cualquier anomalía en el flujo de maná.
Eve, mientras tanto, permaneció en la superficie, contemplando la vastedad del desfiladero bajo el cielo azul y conversando con Natasha.
—Hasta ahora, no se ha reportado ningún fenómeno típico de una mina de cristales mágicos en los alrededores. Esto sugiere que, si hay algo, debe estar profundamente enterrado en las paredes del desfiladero —comentó Natasha.
—Probablemente. Hay demasiados magos curiosos en el continente como para que nadie haya usado magia de vuelo aquí. Eso indica que cualquier interferencia de maná es imperceptible para los sentidos comunes —respondió Eve.
Natasha sonrió.
—Me atrevo a decir que es un placer trabajar con una princesa que comprende la magia tan bien como usted.
—Aprecio que hables de forma directa.
Eve, como líder de la expedición, mantuvo una actitud de autoridad, pero su tono era lo suficientemente amistoso para reforzar la camaradería.
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