⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Ah, ¡ese tono de instituto de formación, por favor, que alguien haga algo!
Eve gritaba en su interior cuando ocurrió algo inesperado.
¡Flap, flap!
Ámber volaba sobre sus cabezas, esparciendo polvo dorado.
Ya de por sí estaba alterada, y aquello solo añadía más caos. Eve atrapó a Ámber y la colocó suavemente sobre su hombro para que se quedara quieta.
Después, carraspeó, fingiendo no haber escuchado las palabras de Michael, y cambió el tema.
—Pensaba que el cuerpo espiritual de Galamut era grande, pero el verdadero Galamut es incomparablemente más inmenso.
—Sí, dejó tras de sí una mina de cristales mágicos de tamaño colosal.
—Claro, Galamut fue uno de los dragones más grandes de la historia entre los de rango Lord.
Mientras hablaban, se acercó alguien con una presencia clara: era Kadelin.
—Saludo a Su Alteza la Séptima Princesa.
—Bienvenida, Lady Velcram.
—Están contemplando la mina de cristales mágicos. ¿Qué les parece?
—Impresionante. Sabía que Galamut era grande porque lo decía en los libros, pero supera cualquier idea que pudiera imaginar.
—No en vano ha sustentado al Imperio de Hadelamide durante más de 100 años con sus reservas.
—Y por confiar tanto en esas vastas reservas, hemos derrochado hasta llegar a esta situación actual.
Eve respondió con tono sarcástico.
La tensión que Kadelin había mantenido en su pecho hasta ahora empezó a desmoronarse ante el ambiente relajado.
Sin darse cuenta, dejó escapar un comentario que revelaba sus verdaderos pensamientos.
—Desde el principio, el precio era demasiado bajo. No importa cuán abundante sea el suministro; ¿es que acaso el costo de la mano de obra no cuenta? Por eso algunos súbditos creen que los cristales mágicos son prácticamente gratuitos.
Eve abrió mucho los ojos color ámbar. Era un argumento familiar para ella.
Eso es lo que le dije a la joven Condesa Luchiad.
Recordó cuando explicaba que se sostenían los costos a expensas de los sacrificios de otros.
Conmovida por algún motivo, Eve observó detenidamente a Kadelin. Solo entonces Kadelin pareció darse cuenta de lo que había dicho.
Tal vez no era lo más adecuado hablar así frente a un miembro de la familia real. Nerviosa, desvió la mirada.
Eve sonrió tranquilamente. Y entonces notó que solo estaban presentes ella, Michael y Kadelin.
—Lady Velcram.
—Sí, Su Alteza.
—Quería decirte algo ayer durante la cena.
—¿Qué… desea?
Kadelin tragó saliva, consciente de que tenía motivos de sobra para preocuparse.
Eve habló con calma.
—Puedes confiar en mí. Tú y yo estamos del mismo lado.
Ningún miembro de la realeza le había dicho algo así antes.
La incomprensible declaración hizo que los ojos de Kadelin mostraran una gran confusión.
Aunque parecía que necesitaba una explicación más detallada, Eve solo mantuvo una sonrisa silenciosa.
Entonces recuperó su semblante solemne de princesa, cambiando la atmósfera en un instante.
—Bien, vayamos al pueblo. Guíanos.
—Sí, Su Alteza.
Kadelin, como hipnotizada, lideró el camino hacia el pueblo de Lapis.
Cuando llegaron, era casi el final de la hora de la comida.
Los homúnculos hacían fila para devolver sus cuencos de madera usados para el potaje.
Con miradas cansadas, observaron a los dos forasteros que acompañaban a Kadelin.
Tras ser clasificados por rango y dejar el instituto de formación, los homúnculos juraban lealtad a la sangre real de Hadelamide.
Desde ese momento, eran capaces de reconocer vagamente a los miembros de la familia real.
Miraban con cautela a Eve, una princesa a la que nunca habían visto, temiendo que pudiera causarles algún daño.
Los miembros de la realeza solían estar acompañados por sus caballeros personales como si fueran ornamentos.
Por eso, también les preocupaba Michael, quien claramente era de su misma especie.
Michael, destinado a convertirse en rey, siempre emanaba una extraña y opresiva presencia que solo los homúnculos podían percibir.
—Es Su Alteza la Séptima Princesa. Inclínense ante ella —anunció Kadelin.
Los homúnculos se arrodillaron, con los cuencos de madera en las manos, y bajaron la cabeza hasta el suelo.
Era el mismo gesto de sumisión que Michael había realizado frente al Emperador Desmond II durante su juramento de lealtad. Sus ojos violetas se oscurecieron al recordar.
—Levántense, no se preocupen y continúen con lo que estaban haciendo.
La voz de Eve sonaba apagada. Su mirada, igual que la de Michael, reflejaba una profunda sombra.
Es aún más precario de lo que imaginaba.
Eve miró a su alrededor.
El pueblo, a simple vista, parecía tan miserable que urgía organizar una misión de socorro.
El potaje de centeno, que incluso los pobres de la capital evitaban, era el alimento principal para los homúnculos.
En diminutas casas destartaladas, más parecidas a establos, cuatro o cinco personas compartían un único espacio para descansar.
El estado de salud y nutrición de las personas era visiblemente precario, y sus ojos reflejaban una oscuridad apagada, como si ya hubieran renunciado a la vida en medio de una realidad sin esperanza.
Eve, inconscientemente, inhaló profundamente.
El hedor rancio de los desechos era insoportable, pero lo que realmente amenazaba con paralizarla era el olor a desesperación que impregnaba el aire.
—¿Se encuentra bien, Su Alteza? —preguntó Michael con preocupación.
—Estoy bien.
Michael percibió con rapidez el estado de Eve. Tan solo escuchar el tono preocupado de su voz ayudó a calmar parcialmente la nausea que sentía.
Eve se recompuso rápidamente y borró cualquier emoción de su rostro. Había más administradores en el pueblo además de Kadelin.
No sería sorprendente que alguno de ellos actuara como ojos y oídos de sus enemigos políticos.
En momentos como ese, era crucial comportarse con la compostura digna de la realeza, reflejando la imagen de quienes habían explotado a los homúnculos durante generaciones.
En ese preciso instante, apareció un aliado confiable dispuesto a ayudar a Eve.
—¡Su Alteza!
—Redmond.
Alben corrió rápidamente hasta colocarse frente a Eve.
Llevaba consigo un informe que había redactado durante el día, mientras exploraba el pueblo de Lapis.
—Su Alteza, he ideado un método para aumentar la eficiencia en la mina.
—Sabía que podía confiar en ti. A ver, muéstramelo.
Era un tema que todos en el área no podían evitar escuchar.
Incluso los administradores que estaban recogiendo los cuencos de comida se detuvieron y lanzaron miradas furtivas hacia Eve y Alben.
Mientras tanto, Kadelin, la administradora principal, tenía una expresión que mezclaba preocupación y esperanza.
Dijo que éramos del mismo lado antes. ¿Podré confiar en eso?
Eve observó la portada del informe. El subtítulo rezaba de manera alarmante: ‘Cómo explotar eficazmente a los homúnculos’.
Pronto, Alben comenzó a hablar con entusiasmo.
—Para construir un sistema de gestión estricto y eficiente, es fundamental contar con denunciantes internos. Aquí…
Alben señaló el documento.
—Deberíamos seleccionar a algunos homúnculos y otorgarles brazaletes distintivos. Nadie entiende mejor a un homúnculo que otro homúnculo. Con esto, estos homúnculos designados podrían denunciar cualquier ineficiencia o desperdicio que observen desde dentro.
—Hmm, así que sugieres que tengamos personas cuya tarea principal sea informar. Algo así como un intermediario que gestione a los trabajadores en lugar del terrateniente, ¿verdad?
—Exactamente, ¡como un intermediario!
—Hmmm, un intermediario para la mina…
Eve reflexionó brevemente antes de responder.
—Es una idea excelente. Muy inteligente.
—¡Ja, ja! Sabía que le gustaría, Su Alteza.
Alben, animado por la aprobación, continuó explicando.
—Además, en lugar de distribuir alimentos de manera equitativa, podríamos entregar los ingredientes directamente y permitir que cada uno prepare su comida según lo que reciba.
—¿Quieres decir que diferenciemos las recompensas según el desempeño laboral?
—Correcto. Los homúnculos han sido entrenados para la competencia desde sus días en los institutos.
La distribución igualitaria actual no fomenta esa competencia.
—Ya veo. Hay que fomentar la competencia. La competencia está directamente vinculada con el aumento de la productividad.
—Exactamente. Si les mostramos algo como pan suave en lugar de potaje de centeno, trabajarán más duro para conseguirlo.
—Hmm, entiendo. El pan sería una motivación.
Eve asintió mientras escuchaba, lo que animó aún más a Alben.
—Y hay otra ventaja con este enfoque.
—¿Cuál sería?
—Los ingredientes distribuidos podrían usarse como moneda. Con eso, podrían comerciar y contratar mano de obra.
—Ah, entiendo. ¿Te refieres a que los homúnculos heridos o enfermos podrían intercambiar su ración con otros para que trabajen en su lugar?
—¡Exacto, Su Alteza! Así ellos mismos cubrirían cualquier vacío en la fuerza laboral.
Eve fingió reflexionar profundamente antes de responder.
—Pero, si hacemos eso, los que no puedan trabajar se quedarían sin comer. ¿Eso estaría bien?
—¿Eh? ¿Por qué preocuparse por eso, Su Alteza? Al fin y al cabo, solo necesitamos aumentar la producción a corto plazo. ¿Qué nos importa el largo plazo?
—Ah, cierto. Casi lo olvido. Gracias por recordármelo, Redmond.
—Je, je, je, no hay de qué, Su Alteza.
Alben, lleno de orgullo, añadió:
—Aún hay más. Por favor, lea todo el informe. Este Alben Redmond ha cumplido con su deber de maximizar los recursos según sus órdenes.
—Ah, excelente. Sabía que podía contar contigo.
Eve aplaudió ligeramente en un gesto de reconocimiento.
El sonido apagado de sus aplausos resonó a lo lejos.
Todos los presentes habían contenido la respiración mientras escuchaban atentamente la conversación entre Eve y Alben.
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