⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Al inicio, con 18 hijos, era difícil que Desmond II fuera considerado un buen padre.
La emoción de reencontrarse con su progenitor fue efímera. Lo que rápidamente invadió los sentimientos de Eve fue el resentimiento hacia Desmond II por haber fallado en sus elecciones desde un puesto tan alto como el de Emperador.
Eve bajó la mirada, tratando de recuperar la compostura.
—Oh, ya veo. Están todos reunidos. Siéntense.
Desmond II, con gesto cansado, se frotó la frente mientras pasaba dos dedos por su cabello, como si lo peinara. Era un movimiento tan natural que nadie, excepto Eve, notó lo que estaba haciendo.
El Emperador levantó la mano derecha, haciendo un gesto hacia el interior.
—Sirvientes, traigan el té.
—Padre.
Era el momento que Eve había estado esperando. Se adelantó rápidamente.
—He preparado un té especial para esta ocasión. ¿Me permitirías servirlo aquí?
—¿Tú preparaste un té, Eve?
—Sí. Es uno de mis viejos pasatiempos mezclar hojas de té. Estoy segura de su sabor y aroma, así que me encantaría que lo probaras.
—Bueno, no veo por qué no.
—Gracias, padre.
Al recibir su aprobación, Eve hizo una señal a Sedella, quien trajo la bandeja y comenzó a servir.
Desmond II fue el primero en llevar la taza a sus labios. Tras tomar un sorbo, su rostro mostró satisfacción.
—Mmm… es bastante bueno.
—Es un té rooibos combinado con melisa. La melisa es excelente para aliviar los dolores de cabeza.
—¿En serio? ¿Para los dolores de cabeza?
—Sí. Cuando fui a visitarlo la última vez, noté que se tocabas la frente con frecuencia. Pensé que tal vez estaba sufriendo de dolores de cabeza debido al agotamiento de sus labores, así que preparé este té con esa intención. ¿Acaso he hecho algo innecesario?
—¡Jajaja! ¡Así que mi decimotercera hija se preocupa tanto por mí! Justo últimamente he estado viviendo con dolores de cabeza.
—Lo he recolectado y secado yo misma desde la semana pasada, y lo he mezclado con mucho cuidado. Me alegra que le guste, padre.
Era una mentira. Lo había preparado rápidamente con los ingredientes que tenía a mano. Pero la única testigo, Sedella, simplemente volvió a llenar la taza del Emperador en silencio.
—Dime, ¿es complicado de preparar? Me gustaría llevarme suficientes hojas para consumirlo por un tiempo.
—Si lo desea, no importa lo complicado que sea. Usted cuida del imperio, y si yo puedo cuidar de su salud y contribuir al bienestar del reino, será un honor para mí.
—¡Jajaja! Entonces, te lo encargo.
—Claro, padre… quiero decir, Su Majestad.
Eve cambió deliberadamente su forma de dirigirse a él, haciendo parecer que había sido un desliz.
Este tipo de táctica, para parecer una hija encantadora, lo había aprendido de Roseneit en su vida anterior. Funcionó de maravilla, ya que Desmond II sonrió ampliamente, marcando arrugas profundas en el contorno de sus ojos.
—Ah… realmente es bueno. Siento como si mi dolor de cabeza se hubiera aliviado. Es un té excelente, Eve.
—Gracias, padre.
Que el Emperador estuviera llenando de elogios a la despreciada hija fue un golpe que agitó el ambiente de la Sala Esmeralda.
Para Brigitte, Rubens e Icaris, que siempre habían menospreciado a Eve, la escena era impactante. Incluso Roseneit, que solía tratarla con una condescendencia disfrazada de amabilidad, se vio sorprendida.
¿Qué le pasa a Eve? ¿Por qué está haciendo algo que nunca hace?
Eve, que siempre había sido tan rígida, de repente estaba ganándose el favor de nuestro padre.
Es como si estuviera imitándome. Ese tipo de cosas son mi especialidad.
Incluso los sirvientes del palacio mostraban confusión.
¿Es realmente la séptima princesa? ¿Por qué está haciendo algo más propio de la octava?
¿Qué le habrá pasado anoche a la séptima princesa…?
Es como si tuviera una década más de experiencia en la vida de palacio…
Ignorando la conmoción que había provocado, Eve bebió su té con tranquilidad.
Desmond II, siendo una figura de poder absoluto, elogió el té de Eve, y los demás no tuvieron más remedio que seguir la corriente.
Rubens, aunque intentó alabarla, no pudo evitar incluir una indirecta.
—Mmm. Realmente es un té excelente, padre. Pensé que Eve era solo una ratona de biblioteca encerrada con su alquimia, pero parece que tiene habilidades útiles.
Eve, anticipando el comentario, respondió con una sonrisa tranquila.
—Hermano Rubens, la mezcla de té es algo similar a la alquimia. Se necesita reunir buenos ingredientes, procesarlos con cuidado y combinarlos con una receta precisa. Podría decirse que mi talento para la alquimia también influye en mi pasatiempo.
—¿Tiene algo que ver con la alquimia?
—Sí. Así que, en cierto sentido, podría decirse que puedo preparar un buen té gracias al talento que heredé de ti, padre.
En realidad, Eve creía que había heredado más de su madre, pero sabía que atribuir sus cualidades positivas al Emperador era estratégico.
A ningún padre le disgusta escuchar que sus hijos han heredado sus mejores cualidades. Desmond II, satisfecho, rió de nuevo.
—¡Jajaja! Es cierto, Eve. Tu talento para la alquimia es excepcional. Obtener un título de alquimista avanzado a tu edad es algo digno de admiración. ¡Me recuerdas a mí en mi juventud!
En realidad, no era un título avanzado, sino el más alto, pero ese detalle no era relevante en ese momento.
Eve echó un vistazo a Brigitte. La vio fruncir ligeramente el ceño mientras degustaba su té.
Rápidamente, Eve se mostró modesta.
—La sobrevaloración es demasiada. Yo solo soy la decimotercera princesa, ¿cómo podría compararme con la eminencia del Imperio? Además, frente a mi hermana mayor, la tercera princesa, quien es sobresaliente en todos los aspectos, recibir este tipo de elogios es demasiado para mí. Estoy tan avergonzada que siento que no podré mirarla a la cara. Por favor, padre, retire esas palabras —dijo Eve, con un aire modesto.
—¡Jajaja! Parece que tienes miedo de Betty y hasta intentas ser discreta —respondió Desmond II con tono burlón.
Aunque lo dijo en broma, Desmond II no estaba equivocado. Eve pensó para sí misma: ¡Exactamente, eso es lo que quería!
Haber elogiado indirectamente a Brigitte fue una jugada acertada. Si ella permanecía en silencio después de ser mencionada, podría parecer una hermana mayor celosa de su hermana menor alabada.
—Eve, tener una hermana tan talentosa como tú me hace sentir orgullosa —dijo Brigitte con una sonrisa que escondía cierta incomodidad.
No obstante, no se detuvo ahí. A Brigitte no le gustaba la idea de que Eve se ganara toda la simpatía de Desmond II, por lo que decidió interrumpir el flujo de la conversación. Con una voz amable, se dirigió al Emperador:
—Padre, escuchar que sufre de dolores de cabeza es algo que me preocupa profundamente. Aunque el té que Eve ha traído es bueno, tratándose de su salud, no podemos depender solo de remedios caseros. Quizá sería mejor llamar al médico imperial para un diagnóstico completo, ¿no le parece?
—Betty, ¿crees que no he llamado al médico? Desde hace dos semanas he recibido tratamientos y medicamentos, pero no ha habido mejoría.
—Entonces, ¿por qué no probar con una terapia mágica? Tengo una piedra mágica con efectos terapéuticos que podría ayudarle. Es un cristal en el que un médico experto infundió magia curativa. Si lo coloca junto a su cabecera mientras duerme, estoy segura de que su dolor de cabeza desaparecerá por completo —sugirió Brigitte con confianza.
—Aah, ¡esa maldita piedra mágica! —exclamó Desmond II con una mezcla de frustración y enojo.
El tema de las piedras mágicas le recordaba un problema político irritante: la disminución de la extracción en las minas de dicho recurso. Su humor, que hasta ese momento había sido agradable, se tensó de inmediato.
Brigitte se dio cuenta demasiado tarde de su error.
—Solo mencionar las piedras mágicas me vuelve a provocar dolor de cabeza. No quiero oír ni una palabra más sobre ellas por ahora, Betty.
—…Sí, padre —respondió Brigitte, derrotada.
Gracias a eso, el debate sobre las piedras mágicas, que en su vida pasada había causado que Desmond II desestimara a Eve, quedó interrumpido.
—Padre —intervino esta vez Roseneit, tomando su turno.
Su tono era tímido, como si se sintiera intimidada por la severidad de la reprimenda previa. Este gesto, acompañado por la apariencia delicada y adorable de la llamada ‘Rosa Blanca del Imperio’, logró suavizar ligeramente la expresión de Desmond II.
—Rosie, ¿qué sucede? Si tienes algo que decir, adelante.
—Padre, me disculpo si mis habilidades no son tan destacadas como las de mis hermanas mayores. No tengo algo como un remedio o un té que pueda ofrecerle para aliviar su dolor…
—Rosie, eso no importa. No tienes que preocuparte por eso —respondió Desmond II con ternura.
—Aun así, quiero demostrarle que mi corazón, al menos, no tiene igual en cuanto a mi devoción por usted —continuó Roseneit, con una mirada llena de emoción.
—¡Esta niña…! —Desmond II no pudo evitar sonreír ante la expresión afectuosa de Roseneit.
Sin embargo, ella no se detuvo ahí.
—Por eso, quiero darle un regalo lleno de mi amor —anunció, cambiando de tono.
—¿Un regalo?
Su voz, antes tímida, se llenó de confianza mientras decía:
—Más tarde iré al jardín y recogeré un ramo de lavandas para usted. Sé cuánto le gusta esa flor. Estoy segura de que un ramo lleno de mi amor hará desaparecer su dolor de cabeza por completo. Después de todo, usted mismo dijo una vez que no hay elixir más poderoso que mi amor.
Eve, observando esta declaración, no pudo evitar sentirse asombrada por la confianza despreocupada de Roseneit, quien no dudaba en desestimar la medicina o la alquimia con tal seguridad.
Aunque en muchas ocasiones el encanto de Roseneit funcionaba, en este caso era poco probable que surtiera efecto frente a alguien que llevaba semanas sufriendo un dolor de cabeza insoportable.
Para empeorar las cosas, el término ‘elixir’ hacía referencia a un objeto legendario de la alquimia, venerado en el gremio. Usar esa palabra a la ligera frente al Emperador, el mayor experto en alquimia, especialmente en presencia de otros miembros de la familia imperial, era un desliz importante.
Desmond II, quien había hecho ese comentario como una broma en un momento de buen humor, ahora se encontraba en una posición incómoda. La revelación de Roseneit le hizo sentir que su autoridad como Emperador y alquimista estaba siendo socavada.
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