⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Athil se pasó las manos por la cara cansada. Lilica lo miró con expresión compasiva.
—Athil, ¿estás bien?
—¿Parezco estar bien? Me arrastran a pescar todas las noches y no puedo dormir. Estoy agotado.
Brann, que estaba al lado, le sirvió más té negro y comentó:
—No importa cuánta resistencia tenga un Takar, seguir con este estilo de vida es insostenible.
—¿Cómo es que mi tío puede quedarse despierto toda la noche y aún así encargarse de sus deberes durante el día?
—A veces lo veo dormir en su despacho.
—¿Qué? Vaya, maldita sea.
Athil murmuró una maldición entre dientes. Lilica también tenía una expresión preocupada.
—A mí también me gusta estar con mamá y dormir con ella, pero todos los días es un poco… no sé cómo decirlo.
No quiero que se sienta triste.
—¿Qué vamos a hacer? —Athil se veía preocupado—. Voy a morir de agotamiento. Bueno, no me importaría si solo nosotros muriéramos.
—Eso suena aterrador.
—Es que los sirvientes también están al borde. ¿Has visto la cara de Lat?
—Anda como un fantasma.
—Podríamos terminar con una historia de un Canciller que murió de exceso de trabajo en el Palacio del Sol.
—Eso suena aterrador… aunque es cierto que Tan también tenía unas ojeras enormes.
—Si ese robusto lobo está en ese estado, ¿crees que Sandar podrá resistir?
—Pero, ¿qué podemos hacer nosotros?
—¡Tenemos que reconciliarlos!
—¿Pero cómo…?
—Por eso te llamé, y a los demás también.
—¿A los demás? Ah, Tan y Lat.
Lilica se levantó para recibir a los dos hombres. Lat y Tan saludaron y tomaron asiento.
Los cuatro se miraron entre sí en la sala de recepción del Salón del Dragón Negro.
Tan se rió suavemente.
—¿Qué está pasando aquí?
—Voy a renunciar como Canciller.
—Por eso estamos aquí —Athil golpeó ligeramente la mesa con el puño—. Tenemos que reconciliar a esos dos. Y creo que la clave principal eres tú.
Athil señaló a Lilica con un dedo, y ella abrió los ojos sorprendida.
—¿Yo?
—Sí, los dos harían cualquier cosa por ti.
—No es cierto.
—Lo suficiente como para hacer lo que dices.
—Entre nosotros, eres quien tiene más influencia.
Lat habló con seriedad.
—El futuro del imperio depende de ti, Princesa.
—Pero…
Lilica inclinó la cabeza.
—¿No se reconciliarán por sí solos si los dejamos?
—¿Te parece bien dejarlo así?
—¿Quieres verme morir de exceso de trabajo, Princesa?
—No…
Lilica parpadeó.
Tan sonrió levemente y dijo:
—No es solo eso. A veces, un pequeño orgullo puede hacer que una brecha se ensanche con el tiempo. Queremos crear una oportunidad antes de que sea irreversible.
Lilica miró a Tan.
Tan la miró a los ojos y le sonrió suavemente otra vez.
Ah.
Lilica bajó la mirada, comprendiendo algo.
Sentía como si Tan hubiera descubierto algo que nunca quiso que nadie supiera. Se sentía un poco culpable, como si hubiera descubierto un secreto ajeno sin querer.
—Entonces, ¿tienen un plan?
Lat asintió.
—Operación ‘Anillo de la Muerte’.
—¿Anillo de la Muerte?
Lilica tenía una expresión perpleja, y Lat se rió.
—Un anillo del que no se puede salir hasta que uno de los dos muera.
—¡¿?!
Lilica frunció el ceño, y Athil habló.
—Ahora, los dos no están hablando por orgullo o lo que sea. Pero, ¿no crees que ambos quieren reconciliarse?
Lilica asintió.
—Sí.
—Mi tío también. Solo necesitamos crear una oportunidad. Por eso los llevaremos al Jardín Secreto.
—Entiendo.
—Y los meteremos en la cabaña.
—¿Y luego?
—Cerramos la puerta desde afuera.
—¿Eso funcionará?
La puerta se rompería si Su Majestad la pateara.
Lat asintió.
—No se trata de si pueden escapar o no. Solo es un símbolo. Así que por favor, lleve a la Emperatriz a la cabaña. Pero antes de eso, debemos preparar el lugar para que haya un ambiente propicio para la reconciliación.
Athil extendió su mano y habló en voz baja.
—Por la paz del imperio.
Los cuatro se miraron y colocaron sus manos sobre la de Athil.
—Por la paz del imperio.
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—Oh, este jardín es realmente encantador. Es increíble que lo haya hecho Lily.
Lydia entró en el Jardín Secreto, maravillada. Era completamente diferente de los jardines habituales del palacio.
Había zarzas de frambuesas en un rincón, y las vides de uva formaban arcos en lugar de glicinas.
Las hierbas crecían de forma irregular y algunas flores de otoño empezaban a florecer.
—Y estas son las flores de las que hablabas.
—Sí, los capullos han crecido mucho, pero aún no han florecido. Creo que Uvah me estafó.
—¡Vaya!
Lydia se echó a reír. Lilica se aclaró la garganta y dijo:
—¿Quiere entrar a la cabaña? El interior también es encantador.
—¿Por qué no?
Lydia entró en la cabaña y exclamó:
—¡Oh, Dios mío!
El interior estaba bellamente decorado con flores. Parecía cálido, como si una chimenea estuviera ardiendo con fuerza.
La cabaña, aunque modesta, tenía todo lo necesario. Lydia sonrió traviesamente.
—¿Por qué hay vino y copas? ¿Acaso nuestra hija también bebe?
—Ah, no. No es eso.
Lilica, nerviosa, negó con la cabeza. Lydia se rió.
—Lo preparaste para mí, ¿verdad? Lo sé.
—Madre…
Lilica dijo tímidamente.
—¿Sí?
—¿Podrías entrar en la habitación y contar hasta treinta antes de salir?
Lydia, sonriendo ante la petición de su hija, respondió:
—¿Qué has preparado esta vez? De acuerdo.
Entró en la habitación y comenzó a contar:
—Uno, dos… Treinta.
Terminó de contar, abrió la puerta y salió.
Altheos estaba de pie, apoyado de lado. Lydia contuvo el aliento y se acercó rápidamente a la puerta.
Clic, clic.
—Está cerrada —Miró hacia Altheos. Él dijo—. No fui yo. Yo también estoy atrapado.
—¿Qué?
—¡Lo siento, madre! —se oyó la voz de Lilica desde afuera.
—Tíos, les hemos preparado este lugar con la esperanza de que se reconcilien. Pueden regañarnos después —La voz de Athil se escuchó—: No se preocupen por el trabajo, Lat dice que se encargará.
Sorprendida, Lydia se quedó mirando la puerta mientras oía a los niños alejarse rápidamente.
Mordiéndose el labio, se giró. Altheos pensó que se veía como un gato acorralado y se frotó los ojos cansados. Abrió la botella de vino con destreza y llenó dos copas.
—¿No te sientas? —dijo él.
—No me des órdenes.
—Entonces, haz lo que te plazca.
Altheos se dejó caer en una silla.
—…
Al verlo sentado cómodamente, ella decidió que no tenía sentido seguir de pie.
Se acercó y se sentó frente a él.
Altheos la miraba fijamente, y Lydia preguntó:
—¿Qué pasa?
—Es que parece que no te he visto en mucho tiempo.
—¡!
Lydia bajó la mirada hacia la copa de vino.
Tiró de la copa hacia ella. Ambos bebieron en silencio. Altheos llenó las copas por segunda vez.
Lydia miraba el vino rojo que se balanceaba en su delgada copa de cristal. Inclinándola de un lado a otro, dijo:
—¿Realmente tienes que hacer todo esto para sentirte mejor? —Lo miró directamente. Altheos sostuvo su mirada—. ¿De verdad tienes que herir tanto mi orgullo y aceptar mi disculpa sólo cuando estoy temblando y rogando?
—Yo… —Altheos intentó hablar, pero cerró la boca. Luego volvió a intentarlo—. Te he echado de menos. Lydia se detuvo. Altheos la miraba y dijo lentamente—. Soy yo quien debe disculparse, dejando de lado mi orgullo. Lo siento, te he extrañado.
Lydia lo miró sin comprender.
Sus ojos temblaron.
No esperaba una disculpa. Poco a poco, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Yo también lo siento. No era mi intención menospreciar tus palabras…
—Lo sé.
Altheos se levantó. Se inclinó sobre la estrecha mesa y besó su mejilla.
—No llores. No sé qué hacer cuando lloras.
Durante sus reflexiones junto al río por la noche, finalmente lo entendió. Se había olvidado de que, aunque ella lo miraba fijamente sin miedo, no eran iguales en poder.
Lo que él daba por sentado no era lo mismo para ella. Ella no lo desconfiaba ni lo despreciaba; simplemente había una gran distancia entre ellos.
—Ludy, ¿sí?
Él lamió las lágrimas de sus ojos. Sabían saladas. Lydia parpadeó y lo miró directamente. Sus ojos eran penetrantes, sin titubear.
—Yo… —Tomó aire y dijo—. No me gustan tanto las fiestas.
Por un momento, no entendió a qué se refería, pero luego recordó su conversación anterior.
—Tampoco me gusta tanto la vida social. Disfruto ser la anfitriona, pero al fin y al cabo, es un trabajo.
Lo miró, esperando que entendiera. Altheos, como hipnotizado, asintió.
—Y la apariencia no importa, ¿verdad? Sería genial si una anciana de setenta años pudiera tener a un chico de veinte a su lado.
—No tengo veinte años…
—Para entonces, te verás así.
Altheos sonrió con amargura.
Pero en los ojos de ella no había rastro de humor. Sabía que ella hablaba en serio, después de pensarlo mucho.
—Pero —Lydia levantó ligeramente el mentón—. Este matrimonio es un contrato y debe finalizar correctamente.
—¿Finalizar?
—No planeo pasar por alto las cosas. Cuando el contrato termine, nos divorciaremos.
Los ojos de Altheos se oscurecieron.
Su expresión se volvió salvaje, como la de un animal. Lydia, sintiéndose como una presa, habló lentamente.
—¿Quién propuso primero este matrimonio?
—…
Por un momento, él quedó desconcertado.
Lydia pensó que incluso con esa expresión perdida se veía adorable y dijo:
—Así que cuando el contrato termine, se acabó.
Esta era la conclusión de Lydia.
—Entiendo —respondió Altheos sin resistencia—. Yo…
Besó sus ojos.
—Podría jurar eternidad.
Sus labios se rozaron ligeramente.
—Podría morir contigo.
Un beso exigente.
—Siempre y cuando no te resulte demasiado pesado.
Esa era la clase de emoción arrolladora.
La palabra ‘amor’, que ella temía y despreciaba.
Antes de que pudiera responder, la besó nuevamente. Mordiendo suavemente sus labios, prometiendo mostrarle más si ella los abría un poco.
Sus miradas se cruzaron por un instante.
La mesa tembló.
La copa de vino cayó y se hizo añicos, pero ninguno de los dos le prestó atención. El vino tinto empapó el mantel y goteó. Lydia, jadeando, dijo:
—La felicidad es mejor cuando es pesada.
Altheos la atrajo hacia él por la cintura.
Lydia, sujetándose a sus brazos, susurró:
—Si los niños vienen…
—No vendrán —Lo dijo con firmeza mientras la llevaba a una habitación cercana, sin dejar de besarla para que no pudiera recuperar el sentido.
Giró el pomo de la puerta, admirando su instinto por encontrar la habitación correcta.
La cama será resistente.
Tanteando los botones en su espalda, decidió simplemente tirar de la tela. Lydia protestó:
—Era un vestido que me gustaba.
—Te conseguiré otro, ¿de acuerdo?
No era una disculpa, sino una súplica. Lydia tiró de su camisa, apenas logrando arrancar un botón, pero dijo triunfante:
—Yo también te conseguiré otro traje.
Altheos, aferrándose a su cordura, la empujó y la tumbó.
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Lydia abrió los ojos.
Parpadeó varias veces en el lugar desconocido hasta que escuchó una voz.
—¿Té?
Desconcertada, miró hacia la voz y vio a Altheos sentado al borde de la cama, sosteniendo una taza de té.
—…
—¿Ludy?
—No, es que… Ah, vaya.
Suspiró y se incorporó, cubriéndose con la sábana y recostándose contra la almohada. Extendió la mano y Altheos le pasó la taza.
Tomó un sorbo y tuvo que contener una risa. Definitivamente no era el sabor del té preparado por una doncella.
—Es un té que despierta, eso seguro.
—Es la primera vez que lo preparo yo mismo. ¿No te gusta?
—No, podría ser adecuado para la mañana.
Tomó otro sorbo y suspiró.
Altheos preguntó:
—¿Qué pasa? —mientras se acercaba y se sentaba junto a ella.
—Esta es la casa de nuestra hija. Esta es su habitación.
Se sentía increíblemente avergonzada.
—Podemos comprarle cosas nuevas.
Pensó que esa desvergüenza era digna de un dragón.
Este té también.
Mientras miraba la infusión de un rojo profundo, sintió una mano deslizarse por su cintura.
—¡…!
Lo miró furiosa, pero él solo sonrió.
—Mi té está muy caliente ahora.
—Imposible. Lo preparé para que no estuviera tan caliente.
—De cualquier manera, ahora no.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero quedarme aquí todo el día.
—¿Tenemos que salir?
Altheos parecía tener problemas. Lydia, curiosa, preguntó:
—¿Hay algún problema?
—Lat me dijo que no me preocupara por el trabajo por unos días, pero si salimos ahora, tendré que trabajar, ¿no?
Lydia lo miró incrédula.
—Ah, ya casi se quema.
Salió y se oyó un ruido de cacharros.
¿En serio?
Poco después, volvió con una bandeja de tostadas y las dejó frente a ella.
—El Emperador haciendo tostadas, me siento honrada.
Estaban demasiado tostadas.
¿No se supone que los dragones controlan el fuego?, pensó mientras untaba mantequilla y mermelada en la tostada.
Tomó un bocado y el hambre la golpeó. No estaba tan mal la tostada crujiente.
Al terminar su plato, sintió la mirada de Altheos.
—Por cierto, ¿tú no comes?
—Puedo pasar días sin comer.
—No, pero…
—Prefiero verte comer. Me gusta ver cómo tus labios, tu lengua, tu garganta tragan-.
—¡Qué comentario tan pervertido!
Lydia lo empujó con la mano en la cara, gritando. Altheos sonrió mientras recogía el plato y se sentaba junto a ella.
—De todas formas, Lat se encarga del trabajo, así que no pienso salir.
—….
—No voy a dejar que la Emperatriz ande sola por ahí.
Él la abrazó con fuerza, manteniéndola bajo las sábanas.
—¡Altheos!
—Duerme más, debes estar cansada.
—¿Y de quién es la culpa de que esté cansada?
—Sí, así que duerme un poco más. Mientras tanto, pensaré en una buena propuesta de matrimonio.
—…
De verdad, este hombre.
Este dragón.
No tuvo más remedio que rendirse y Lydia relajó su cuerpo.
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