⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Al inicio de la fundación, los Barat estaban literalmente pegados a los Takar. Era como el modelo perfecto de excesivo afecto y lealtad. Pero lo curioso es que, aunque muchos de los Barat aspiraron a convertirse en emperatrices o consortes, nunca fueron aceptados por los Takar.
Bueno, es comprensible que compartir el poder con ellos resultara inquietante.
Los Barat, que para ganarse el favor de los Takar mostraban su máxima belleza pero no podían renunciar a su poder, se convirtieron en una flor devoradora de hombres: crueles y hermosos. Sin embargo, frente a los Takar, escondían esa crueldad y solo mostraban su belleza.
Todavía recordaba a aquel que miraba a Takar con ojos de admiración, más que nadie, y siempre se mostraba amable con todos. Incluso cuando la isla colapsó, cuando Takar cayó y convirtió a Altheos en un humano, y todos observaban a Takar con horror, esa persona la contemplaba con una mirada de éxtasis.
Pero, como todo, el afecto no duró para siempre. Con el paso de las generaciones, en algún momento el afecto se convirtió en odio, y la lealtad en traición.
A partir de entonces, los Barat se volvieron crueles. No solo con los demás, sino con ellos mismos.
Era como podar ramas nacidas del mismo tronco, o como sacudir el árbol para deshacerse de los frutos no deseados y cuidar solo de uno.
Los Barat derribaban incontables frutos y podaban las ramas, esperando obtener el fruto que deseaban. Solo querían una cosa: el poder.
La esencia del dragón.
Al observar su linaje, se veía que, cuando todo se volvía borroso con el tiempo y solo quedaba el odio, a veces había una unión entre los Barat y los Takar.
Era un matrimonio puramente estratégico. Pero incluso entonces, los Takar, que tenían el poder central, nunca se casaron con los Barat.
Parecía que los Barat deseaban obtener la fuerza del dragón a través de la sangre, pero esto era absurdo.
Takar nunca dejaría que el poder del dragón se esparciera a otra familia tan fácilmente. Su paranoia respecto a la seguridad de sus descendientes era notable.
A menos que aparezca un mago, sería imposible.
Mago.
Era una palabra que hacía mucho tiempo no aparecía en su mente.
Cuando la recordó, su pecho se tensó.
A veces pensaba en Erhi, en el mago.
La mirada de Altheos se dirigió a sus manos.
Hubo un tiempo en que pensé que, esperando a un mago, podría volver a ser un dragón.
Ahora lo consideraba una historia demasiado lejana.
Al menos hasta que Lilica desató una oleada de poder mágico.
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Altheos se sentía mareado.
Jamás habría imaginado que terminaría enseñando a un mago.
Era difícil olvidar esos ojos llenos de expectación que lo miraban.
—Tampoco eso es amor.
Esa afirmación tan tajante.
¿Qué sabrá una pequeña como ella para decir algo así? Pero de alguna manera, esas palabras resonaban en su corazón.
¿Será que deseaba creer en esas palabras?
Los humanos hablaban del amor y lo ensalzaban como si fuera el mayor valor de la humanidad.
Pero el amor que él había conocido no era así.
Y esa pequeña que decía amar tanto a su madre le decía:
( Eso no es amor. )
Si amara, ¿entendería algo?
¿Si entendiera, algo cambiaría?
¿Dejaría de tener esas pesadillas?
Altheos aceptó el consejo del mago y lo puso en práctica de inmediato. El resultado no fue nada malo.
Pensaba que había tenido suerte al elegir como pareja a alguien a quien podía amar.
Cuando ella se mostró disgustada, curiosamente, una parte de su corazón se sintió aliviada.
El que no pareciera tener interés en corresponder a su amor le quitaba la carga de tener que fingir y hablar de canciones de amor.
Sentía que no había tenido un momento tan placentero en su vida como el que vivía ahora.
Hoy no era la excepción.
Esta noche asistía a una fiesta nocturna con Lydia.
Era raro que el Emperador asistiera a fiestas, pero últimamente lo hacía con más frecuencia, ya que estaba representando el papel de un esposo cariñoso junto a Lydia.
Desde que le dijo que la amaba, había aumentado su presencia en estos eventos.
Aunque le resultaba tedioso, disfrutaba ver la cara fastidiada de Lydia, quien participaba en esas reuniones solo porque era la Emperatriz.
Ella no mostraba ni la más mínima intención de corresponder a su amor, y ni siquiera parecía disfrutarlo.
De alguna manera, eso le complacía.
Cada vez que veía a su Emperatriz con esa expresión altiva, como la de un gato elegante, se le antojaba molestarla un poco.
Aunque las fiestas son algo aburridas.
Al principio, asistía solo por la diversión que encontraba, pero una vez que Lydia comenzaba a desenvolverse hábilmente en la sociedad, la fiesta pronto se volvía tediosa para él.
Su rostro adoptaba automáticamente una expresión de aburrimiento.
Lydia desplegó su abanico y se inclinó hacia él, susurrando:
—¿Ocurre algo?
—……
Sin decir nada, Altheos la miró.
Todos los presentes observaban con interés el intercambio entre ellos dos.
Al principio, algunos se burlaban diciendo que su afecto por Lydia no duraría mucho, pero ya nadie lo decía.
Ahora solo susurraban sobre los gustos vulgares del Emperador o hablaban mal de los orígenes de la Emperatriz.
Lydia le susurró con una dulce sonrisa:
—Si vas a sentarte ahí con esa cara, mejor vete.
Su tono, aunque parecía estar susurrando palabras amorosas, era afilado.
Altheos la miró un instante y luego se levantó de golpe. Todos los presentes dirigieron su atención a los movimientos inesperados del Emperador.
Altheos tomó a Lydia en brazos y dijo:
—Me retiro. Quiero estar a solas con la Emperatriz.
Un murmullo emocionado recorrió la sala, y las damas enrojecieron o abrieron la boca de sorpresa.
Lydia reprimió el deseo de golpear a Altheos en la cabeza con su abanico, mientras sonreía y decía:
—Oh, vaya.
Una vez fuera del salón, Lydia le dio un golpecito en el hombro con el abanico.
—¿Qué estás haciendo? ¡Estaba hablando de algo importante! —Dijo Lydia en voz baja pero tajante.
—¿Algo importante?
—¿No estabas escuchando?
—No podía ver más que tu rostro.
—Este hombre, de verdad…
La cara de Lydia expresaba incredulidad.
—¿Qué pasa? ¿No sientes mi amor?
—Por ahora, me gustaría que me bajaras.
Al ver que había gente cerca, Lydia cambió rápidamente su expresión.
El cambio fue tan rápido como si se hubiera puesto una máscara, algo que siempre sorprendía a Altheos.
A veces se preguntaba si ella también llevaba alguna máscara frente a él.
¿Pero quién se atrevería a usar una máscara tan descarada frente al Emperador, o peor aún, frente a un dragón?
Además, parecía que no sabía nada acerca de Lilica. No parecía ni siquiera sospechar que la hija de ella era una maga.
Aunque Lilica estaba cerca de Lydia, no parecía haberle contado nada, manteniendo muy bien el secreto.
¿Será que los magos nacen con esa naturaleza?
Él trató de calmar a Lydia suavemente.
—¿Por qué? Mañana se difundirá el rumor por completo. Ya sabes, el rumor de que el Emperador está completamente enamorado de la Emperatriz.
—Si se enamora más, creo que se va a ahogar, ¿por qué no dejas de hundirte?
—No me importaría ahogarme.
Cuando él respondió, Lydia lo miró con una expresión incrédula y luego preguntó:
—¿Te parece divertido?
—Sí.
—Ah, de verdad —Lydia respondió haciendo un gesto de resignación con los labios—. Qué gran honor.
Altheos se echó a reír ante esas palabras.
No sabía por qué, pero su tono sarcástico le resultaba irresistiblemente divertido.
Lydia suspiró profundamente ante su risa y rodeó su cuello con los brazos, mirándolo a la cara.
Incluso ella, siendo humana, no podía evitar que su corazón latiera más rápido al ver de cerca un rostro tan perfectamente esculpido.
Era algo fisiológico.
Un fenómeno natural.
La punta de sus dedos rozó suavemente su frente, recorrió su nariz y acarició su mejilla.
A veces, Altheos no sabía hasta qué punto esta ‘actuación de amantes’ era solo una actuación y cuándo era real.
Incluso este momento podría ser solo una actuación.
—Eres una persona cruel.
Dijo, y Lydia sonrió suavemente.
—El poema… no estuvo mal.
Mientras tenía una reunión de té con las damas, un poeta había llegado con un gran ramo de flores.
Después de recitar un poema de amor que Altheos había escrito, acompañado de una lira, se retiró, y todas las damas suspiraron con voz baja.
Era un poema sobre un amante que, a pesar de ser un tirano cruel, lamentaba no poder evitar rendirse a él.
Al escuchar esas palabras en voz baja, Altheos sonrió.
—Si te gusta, te enviaré más.
Lydia quiso suspirar.
Las bromas de él no le hacían daño, pero siempre sentía que la tomaban por sorpresa.
Pero no suspiró.
Al igual que él, también sonrió.
Una sonrisa perfecta.
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Lydia estaba muy ocupada.
Lanzaba nuevas tendencias en moda, lideraba bailes, y obtenía enormes ganancias a través del gremio de la Arena Dorada.
Algunos días, estaba tan cansada que simplemente se desplomaba en la cama y se dormía.
En esos momentos, no llegaba a ver el rostro de Altheos.
Aunque pensaba que era un Emperador despreocupado, al observarlo de cerca, se daba cuenta de que su carga de trabajo también era enorme.
Como no tenía muchos ayudantes a su alrededor, la cantidad de trabajo que se le acumulaba era abrumadora.
Pero él lo manejaba todo con una expresión tranquila.
A veces, sentía pena por el ministro que trabajaba bajo él.
Pero se trata de Sandar. Eventualmente, traicionará, así que no hay necesidad de ser considerado. Tal vez sea mejor aprovecharlo al máximo.
Lydia sabía que Sandar había apoyado a Barat, pero no conocía todos los detalles.
Sin embargo, no tenía tiempo ni energía para investigar la situación y convencer a Sandar de cambiar de lado.
Además, incluso si Sandar no traicionaba, golpear a las poderosas facciones nobles era una tarea que la realeza debía hacer diligentemente.
Así que, aunque no sepa el motivo, no puedo detenerme en debilitar la Alianza del Sur con el azúcar.
Las cifras en los libros de cuentas del gremio de la Arena Dorada eran cantidades que parecían irreales.
Eran sumas tan grandes que parecían erróneas.
Este es el dinero que podré usar cuando termine mi contrato.
Dinero que algún día podría usar para vivir junto a Lilica.
Aunque el dinero no trae la felicidad definitiva, Lydia era una persona práctica.
Sabía que necesitaba dinero para mantener la dignidad de su vida.
Dinero y poder para proteger a Lilica.
Por eso estaba reuniendo armas mágicas para su propia defensa.
Para una mujer frágil como ella, las armas mágicas eran el mejor recurso.
Aunque no eran fáciles de conseguir, eran absolutamente necesarias.
Compraba armas mágicas a través del gremio sin importar el costo.
Al ver su colección, Altheos le preguntó:
—¿Planeas iniciar una rebelión?
Con una expresión de desconcierto.
¿Un dragón al que ni las balas le afectan?
Lydia soltó una risa sarcástica.
Rifles largos, pistolas cortas, ametralladoras, pistolas de un solo disparo.
Había recolectado todo tipo de armas mágicas y practicaba regularmente con ellas.
Me siento insegura.
Le preocupaba la situación alrededor de Lilica.
También le inquietaba la posibilidad de que Lauv enloqueciera pronto y la cercanía con Fjord Barat.
Aunque Brynn Sol manejaba bien las cosas, seguía sintiéndose insegura.
Ah, si tan solo ese lustrabotas me escuchara.
Lamentaba no poder contar con el jefe del gremio subterráneo.
Sabía que, aunque él se llevaba bien con Lilica, la despreciaba profundamente.
Incluso en su vida pasada, él la odiaba con fervor.
¡Pero esta vez no es así!
Sentía ganas de agarrarlo por el cuello y gritarle.
Pero si no se puede, ni modo.
Lydia apretó los labios. Levantó una de las armas que inspeccionaba y se dirigió al campo de tiro para practicar.
Cuando se sentía deprimida, descargar las armas mágicas la aliviaba.
Ver los agujeros en el blanco en el campo de tiro le daba una sensación de satisfacción.
Mientras inspeccionaba el blanco y sonreía satisfecha, alguien se acercó.
Al voltear, vio que era Tan.
—Señor Tan.
Al sonreír, Tan admiró los tiros en el blanco.
—Todos han dado en el centro.
—Solo hace falta acertar en el centro.
Tan sonrió ligeramente ante la respuesta de Lydia.
—No pensé que fuera tan fácil.
—No habrá venido solo a ver mis habilidades de tiro, ¿verdad?
Lydia lo observó con atención. Este alto capitán de la guardia era muy popular entre las doncellas.
Con su carácter amigable y su risa franca, tan característica de los Lobos.
Y su cuerpo entrenado al extremo como un caballero.
Pero para ella, Tan no recibía una buena calificación, todo debido a Lauv Wolf.
—¿Vas a acercarte a mi hija?
Al ver al lobo siempre pegado a Lilica, se le venían a la mente los errores que ella misma había cometido.
Al mismo tiempo, no podía evitar que la ansiedad se apoderara de ella.
Por eso, aunque había pedido que le presentaran a Diare, seguía sintiéndose un poco resentida.
—Entonces, ¿de qué se trata esto?
—¿Está considerando enfrentarse a Sandar?
Lydia abrió un poco la boca.
Al momento siguiente, una risa estalló de sus labios.
Tan la observó en silencio mientras ella se reía sin control.
—Vaya.
Lydia se secó las lágrimas de las comisuras de los ojos. Después de pasar tanto tiempo en la sociedad noble, ahora escuchar ese tipo de franqueza…
¿Cómo decirlo?
Lydia exhaló un largo suspiro y dijo:
—No me reía de usted. Le pido disculpas.
Reírse repentinamente después de que alguien dice algo siempre es una falta de respeto.
—No hay problema.
Tan se encogió de hombros.
—Señor Tan.
Lydia lo miró fijamente a los ojos.
—¿Es cercano al ministro Lat?
—Somos amigos.
—Entiendo. Entonces, ¿sabe por qué Sandar está en contacto con Barat?
Por un instante, los ojos de Tan vacilaron. Lydia habló en un tono pausado.
—Si lo descubre, hágamelo saber.
—Lo haré.
Tan parecía abatido de repente, lo cual hizo que Lydia sonriera amargamente.
Era curioso ver a un hombre tan grande desanimado.
Esta debe ser la forma de animar a los Lobos, según he oído.
Lydia extendió la mano y le acarició la cabeza.
—!!
Los ojos de Tan se abrieron como platos. Lydia, un poco incómoda, retiró la mano lentamente y dijo:
—Me dijeron que los de la familia Wolf se animan así.
—Sí, eso… es cierto…
—¿Ah, sí? Qué alivio.
Al menos no había cometido un error, pensó mientras sonreía.
Al ver su sonrisa, Tan se preguntaba por dónde empezar a corregir aquella información.
Recibir consuelo al ser acariciado en la cabeza era cierto, pero solo si la persona era alguien que él reconocía.
Estuvo a punto de explicarlo pero cerró la boca.
Sintió que no debía decirlo.
—¿Va a quedarse mirando mientras practico tiro?
Ante esa indirecta, Tan retrocedió un paso.
—No, me retiraré ahora.
—Si descubres la razón, no olvides decírmelo.
Tan asintió ligeramente y se retiró en silencio.
Era sorprendente que un hombre tan grande se moviera sin hacer ruido.
Mientras pensaba en eso, Lydia recordó a otra persona.
Otro hombre igualmente imponente.
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