⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
—La espada sagrada…
Murmuré en voz baja, casi para mí misma.
La espada sagrada era la clave, el pilar perfecto para mi venganza. Debía de haber algún secreto oculto en esa falsificación, por eso Sheria había gritado de esa manera.
A mi lado, Dominique se encogió de hombros con exageración, estirándose como si se sacudiera la incomodidad.
—Esos patéticos se han ido.
Apenas terminó de hablar, comenzaron a escucharse vítores a nuestro alrededor.
—¡Increíble!
—¡Ver al héroe en persona!
La gente empezó a alabarlo y Dominique, como era de esperarse, estaba eufórico.
Parecía que su barbilla estaba a punto de ascender hasta el cielo.
Con una sonrisa confiada, alzó una comisura de los labios mientras recibía las miradas de admiración del público.
—Ja, ja. Esta de aquí, Mel, también es impresionante.
Un momento… Esto se parecía demasiado a aquel día en que derrotamos a los piratas del Culto Carmesí.
—Escuchen bien. Pude usar mi poder al máximo gracias a mi contratista, Mel…
Dominique continuó hablando con voz orgullosa.
—¡Realmente, es asombroso!
—¿Es posible que la leyenda del héroe se repita?
De pronto, todas las miradas se dirigieron a mí con asombro y respeto.
—Ah… Sí. Tal vez la leyenda del héroe esté por repetirse.
Por supuesto, yo era del tipo que aprovechaba las oportunidades sin dudar. Si el escenario estaba listo y me lo servían en bandeja, ¿por qué desaprovecharlo?
Al ver los rostros llenos de admiración de la gente, envié un mensaje telepático a Dominique.
{Dominique, si ves algún objeto sospechoso entre los invitados, recógelo.}
{¿Porque esos adúlteros podrían haberles dado agua sagrada o reliquias como obsequios?}
{Exacto. Recojámoslos y los investigaremos.}
Dominique comenzó a confiscar las supuestas reliquias y el agua sagrada de los invitados.
Los nobles, aunque renuentes, se rascaban la cabeza y nos entregaban los objetos a Isaac, a Dominique y a mí.
—Esto también es una falsificación, ¿verdad?
—No me sentía nada cómodo con esto…
Todos murmuraban con evidente disgusto, su resentimiento hacia el Duque Hesman y la casa Vaveloa era palpable.
—Sí, por favor, examínenlos bien antes de marcharse.
Incliné ligeramente la cabeza en señal de cortesía.
No solo había humillado a la pareja adúltera, sino que también había limpiado mi imagen ante los invitados mientras resolvía el desastre de la ceremonia.
Por supuesto, no todos aquí eran nobles neutrales. La mayoría de los seguidores del Duque Hesman y la casa Vaveloa también habían sido invitados.
Pero incluso ellos parecían confundidos.
Ahora era el momento de recolectar todos los objetos sospechosos dentro de la mansión.
{Dominique, seguro que hay más cosas extrañas en la mansión.}
{Déjamelo a mí. Si encuentro algo raro, lo recojo y te aviso.}
Dominique, habiendo revelado oficialmente su identidad como héroe legendario, estaba lleno de orgullo. Su entusiasmo era tal que parecía que su ego iba a despegar hasta el cielo.
—Te lo encargo.
Le asentí con firmeza.
En respuesta, Dominique salió disparado fuera de la mansión con paso ágil.
Al verlo tan animado, me pregunté si lo había tenido demasiado tiempo encerrado, limitando su acción.
Tendré que darle más oportunidades para brillar.
Concluyendo ese pensamiento, me volví hacia Isaac.
—Isaac, ¿nos vamos ya?
Después de la ceremonia de otorgamiento de títulos, habría un breve banquete.
Mi pequeño y adorable Carat, junto con Mirisa, Axion, Hailey y los demás niños de la academia, me estarían esperando. Teníamos que apresurarnos para llegar a tiempo.
—Sí, regresemos.
Isaac, que había estado consolando a algunos niños invitados sorprendidos por los acontecimientos, levantó la cabeza y respondió.
Tras despedirse brevemente de los niños, caminó hacia mí y extendió su mano.
Era, como siempre, una mano fuerte y firme.
La tomé como si me estuviera escoltando. Su gran mano cubría la mía, blanca y delicada.
Era hora de regresar al banquete.
Cerré los ojos con fuerza.
Sheria y Lennox seguramente estarían preparando su contraataque. Tal vez incluso encontrarían nuevos aliados.
Por lo tanto, también teníamos que preparar una ofensiva sólida.
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El escándalo de la pareja adúltera y su humillación habían sido transmitidos por todo el Imperio.
Incluso los plebeyos que pasaban por las calles habían escuchado sobre el adulterio del Duque Hesman y la casa Vaveloa, así como sobre el engaño de la falsa espada sagrada.
Algunas editoriales, al ver las grabaciones de las esferas mágicas, comenzaron de inmediato a escribir crónicas heroicas sobre Dominiqueus y biografías sobre la marquesa Meldenique Quinoa, la heroína que salvó el Imperio.
Mientras tanto, en ese preciso momento…
Dentro del Vaticano del Reino Sagrado.
El Papa yacía en la cama, envuelto en un velo opaco, con solo una mano extendida fuera de las sábanas.
—Aquí está la esfera de cristal con la grabación del incidente, Su Santidad.
—Veamos…
Con voz ronca, el Papa observó la escena del compromiso a través de la esfera de cristal que le mostraba el sacerdote.
—Ahora hay más personas que debemos eliminar.
Su voz áspera cargaba un peso ominoso.
—¿Qué haremos, Su Santidad? ¿Debemos posponer el plan de distribuir el agua sagrada en el Imperio?
El Papa agitó la mano en señal de negación. Sus venas azuladas resaltaban bajo la piel pálida.
—No, no lo pospondremos.
Sus dedos resecos y nudosos crujieron como ramas secas.
Un sacerdote arrodillado le aplicaba ungüento en las manos con cuidado.
—Debemos brindarle nuestro apoyo total a Sheria… y también al hombre que será su esposo.
La voz del Papa sonaba sombría y afilada como una cuchilla.
—Si con esos dos no es suficiente…
Algo cayó con un leve sonido al otro lado del velo.
En la mano del sacerdote, un pequeño llavero brilló bajo la tenue luz.
—Entonces, incluso yo mismo podría intervenir.
—¿S-Su Santidad el Papa personalmente…?
—Sí.
El Papa comenzó a reír con una voz lúgubre. Era un sonido sumamente siniestro, como el chirrido de unas uñas rascando un pizarrón.
—Sí… ahora ya no me basta con simplemente matar…
Mientras un sacerdote, aún inclinado en señal de reverencia, aplicaba ungüento en las manos del Papa, sintió un escalofrío recorrerle la piel y la frotó inconscientemente.
Creak, creak.
Desde detrás del velo, se escuchó el sonido del Papa masticando algo entre sus dientes.
—Ha ocurrido algo interesante.
Con un siniestro chasquido, el Papa dejó caer al suelo el orbe de cristal que estaba observando.
Se escuchó un estrépito y los fragmentos rotos se esparcieron por el suelo.
Entonces, murmuró unas palabras en una lengua antigua con su escalofriante voz.
—Madre, otorga tu poder.
Tras esa voz, terriblemente grotesca…
Los fragmentos rotos en el suelo comenzaron a temblar con una oscura energía.
El Papa, entre dientes, recitó un comando una vez más.
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En ese mismo momento, Lennox y Sheria estaban en la mansión del Duque Hesman, cumpliendo arresto domiciliario.
No tenían cara para presentarse ante los invitados a la ceremonia de compromiso o incluso ante sus propios vasallos, así que se habían escondido como ratas.
Sheria estaba sentada ante la mesa con la mirada vacía, mientras Lennox caminaba de un lado a otro junto a la ventana, inquieto.
—Sheria.
—Sí.
El rostro de Lennox estaba intensamente acalorado. Resoplaba con furia y golpeó el suelo con el pie.
—¿Lo has oído? ¡Nuestro plan se ha ido al diablo! ¡No solo no podremos vender el agua sagrada ni las reliquias, sino que ahora estamos confinados!
Su tono dejaba claro que estaba preocupado solo por su propio bienestar, no por el de su prometida.
Sheria, jugando con un orbe de cristal en su mano con un aire nervioso, exhaló un largo suspiro. Su rostro pálido recuperó poco a poco el color.
—Está bien.
—¿…Qué es lo que está bien?
—Esto… apenas está comenzando.
Sheria sonrió levemente con una expresión de alivio.
Lennox suspiró profundamente y se pasó las manos por el rostro.
Hubo un tiempo en que la sonrisa inocente de Sheria le resultaba encantadora.
Pero ahora no.
La agarró firmemente por sus delgados hombros, inclinándose hacia ella con una expresión feroz. Sheria no le servía de nada si no seguía siendo la muñeca obediente que siempre había sido.
—¿Qué es lo que está comenzando, exactamente? Sheria, escúchame bien. Todos nos ven como unos verdaderos adúlteros. No solo la espada sagrada que presentamos fue expuesta como una falsificación, ¡sino que también fue destruida por completo! Y encima, Meldenique posee la espada del héroe. ¡Estamos acabados! ¿Cómo puedes poner esa cara?
Pero Sheria, con la mirada perdida y brillante, se limitó a sonreír radiante.
—Lennox. ¿De verdad crees que todos nos condenarán?
Por supuesto, la jerarquía en el Imperio era estricta.
Pero la nobleza valoraba por encima de todo la reputación y el honor. La transmisión de sus acciones infames había recorrido todo el Imperio, la espada sagrada había sido destruida, y la humillación era tal que ni siquiera Lennox, con su desvergüenza habitual, podía soportarla.
¿Y ella sonreía?
—Por supuesto que nos condenarán. No importa lo mucho que hablemos de agua sagrada y reliquias, nadie comprará objetos de alguien en quien no confían. ¿Lo entiendes?
Sheria negó con la cabeza y levantó el rostro con firmeza.
—No. Mi padre, el Duque Vaveloa, nos apoyará sin dudarlo.
—El Duque Vaveloa nunca hace nada que no le beneficie.
—Esta vez lo hará, así que no te preocupes.
Una leve alegría apareció en el rostro pálido de Sheria.
Lennox, al observarla, se detuvo por un instante.
—Tú… ¿qué quieres decir con eso?
—Tal como lo escuchas. Con el poder de la familia Vaveloa, podemos acallar los rumores. Y además, Lennox…
—¿Qué?
—Lo más importante de todo es que Su Santidad el Papa nos ha dado su palabra. Nos ayudará. Dijo que vendrá al Imperio en cuanto sea el momento adecuado.
—¿…El Papa?
El rostro de Lennox, que antes reflejaba ansiedad, se contrajo.
—Sí, y…
Cuando Lennox vio sus ojos, ahora vacíos y traslúcidos como el cristal, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.
—¿Realmente está bien?
Sheria se abrazó a su amante y murmuró con voz ronca.
—Solo tenemos que vender las reliquias y el agua sagrada. Solo necesitamos venderlas en algún lugar, en cualquier lugar.
Su rostro se torció con una extraña expresión.
—¿Acaso Su Santidad nos garantizará eso?
—Estoy segura de que lo hará.
El Papa había comenzado a interesarse por Meldenique.
Él quería que Meldenique se hundiera en la desesperación y la miseria antes de llevarlo consigo.
Sheria apretó sus manos temblorosas en un puño y dejó escapar un profundo suspiro. Era el momento de cumplir su misión por completo.
Al final de este camino, la que se alzaría victoriosa sería ella.
—Ah, Lennox.
De repente, como si hubiera recordado algo, sus ojos se abrieron de par en par.
Lennox, con un tono de fastidio, preguntó:
—¿Qué pasa ahora?
—Las reliquias… las que repartimos entre los invitados.
—Ah, sí. Les dimos algunas como obsequios promocionales.
Lennox asintió lentamente.
—Cuando pase un día, debemos ir a ver a aquellos que las recibieron.
Sheria rodeó la cintura de Lennox con sus brazos y susurró con dulzura.
—Estoy segura de que ellos nos ayudarán.
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