⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Ondas gruesas en su cabello púrpura, un rostro altivo que asoma entre los rizos. Un vestido elegante que revelaba audazmente su suave línea de hombros y pecho. La mujer de belleza sensual y atractiva era Verónica, la única hija del Duque de Angelus, el poderoso señor del sur.
Sin embargo, la expresión de Rashid, quien estaba frente a ella, era fría como el hielo. Rashid giró la cabeza para mirar a la Emperatriz, que estaba a su lado.
—Vine porque mi madre me dijo que quería tomar el té conmigo, pero no esperaba que hubiera otro invitado.
—Invité a la señorita Verónica porque vino a la capital. Pensé que sería agradable pasar un rato acogedor los tres juntos.
Rashid no tenía el más mínimo deseo de hacerlo. Desde el principio, no le gustaba socializar con otras personas, y menos si se trataba de la señorita Verónica. Verónica era una de las damas nobles que la Emperatriz apreciaba, pero siempre se pegaba a Rashid de manera molesta cada vez que se encontraban.
Aun así, Rashid reprimió sus sentimientos. Sabía que si actuaba caprichosamente, podría poner a la Emperatriz en una situación incómoda. A pesar de la relación tensa que tenía con su madre, Rashid la respetaba lo suficiente como para mantener las formas.
La Emperatriz miró a Verónica mientras veía a Rashid sentarse en una silla, sus ojos se suavizaron.
—Hace tiempo que no tomo el té preparado por la señorita. ¿Podrías servirme una taza?
—¡Por supuesto!
A pesar de su respuesta entusiasta, los modales de Verónica al servir el té dejaban mucho que desear. Era evidente que solo había aprendido las normas de etiqueta de manera superficial. Aun así, la Emperatriz la miró con una mirada cálida, como si la encontrara adorable.
Después de probar un sorbo de té, la Emperatriz sonrió suavemente.
—Está delicioso.
El elogio cortés de la Emperatriz hizo que el rostro de Verónica se iluminara. Verónica giró la cabeza para mirar a Rashid. Sin embargo, Rashid simplemente miraba la taza de té humeante con una expresión inescrutable, sin hacer ningún movimiento.
Incapaz de soportar la tensión, la Emperatriz dijo una palabra.
—Vamos, Rashid, pruébalo.
Obligado por la insistencia de su madre, Rashid levantó la taza. Al verlo, Verónica dejó escapar un pequeño suspiro sin darse cuenta. El rostro de Rashid, con los ojos bajos mientras sostenía la taza, era tan bello que cortaba la respiración.
Pero cuando Rashid tomó un sorbo de té, frunció el ceño.
—No puedo beber más.
Verónica, con una expresión de desconcierto, intervino rápidamente.
—¿Por qué no?
Rashid respondió como si fuera obvio.
—Porque no tiene buen sabor.
—…
Criticar el sabor del té en presencia de quien lo había servido era un acto de extrema rudeza, incluso para un príncipe heredero. El rostro de Verónica se puso rojo de vergüenza. La Emperatriz también estaba desconcertada.
—¡Rashid!
La Emperatriz lo llamó con voz severa, pero fue en vano. Rashid se levantó de la silla y dijo:
—Mis disculpas, madre. He estado bebiendo té tan excelente últimamente que no puedo soportar otros.
—¿Qué quieres decir con eso…?
—Vine porque me dijo que se sentía sola, pero como ya hay compañía para conversar, me retiraré.
Después de una despedida cortante a la Emperatriz, Rashid giró la cabeza para mirar a Verónica. Ante la joven que lo miraba con el rostro contorsionado, Rashid hizo un breve gesto con la cabeza. Y eso fue todo.
—¡Su Alteza!
—¡Rashid!
La Emperatriz y Verónica lo llamaron al unísono, pero fue inútil. Rashid salió de la sala con pasos largos y decididos.
La Emperatriz, que miraba atónita en la dirección en la que Rashid había salido, rápidamente recuperó la compostura. No era momento de sorprenderse por el comportamiento de Rashid, algo que nunca había visto antes. La Emperatriz había invitado intencionalmente a la señorita Verónica en el momento en que Rashid llegaría.
Ahora tenía que disculparse con la joven que había pasado por un momento vergonzoso. Sin embargo, al mirar a Verónica, la Emperatriz quedó sin palabras.
Verónica, que momentos antes había estado a punto de llorar, ahora tenía una mirada de éxtasis.
—Es increíble. Se ha vuelto aún más atractivo desde la última vez que lo vi.
La Emperatriz esbozó una sonrisa irónica.
—Aunque haya pasado tanto tiempo, esta chica no ha cambiado en absoluto.
Verónica, la única hija del Duque de Angelus. Aunque era joven y hermosa, tenía un defecto notable: su mundo mental era un poco diferente al de las personas comunes. Al punto de que uno podría pensar que tenía una inteligencia ligeramente inferior. No entendía la vergüenza y carecía de sentido común.
Por eso, el Duque de Angelus la mantenía en su feudo, lejos de la capital. Sabía que exhibirla en público solo disminuiría sus posibilidades como candidata a esposa. Por esta razón, la Emperatriz había elegido a Verónica.
Si acepto a la problemática hija del Duque como princesa heredera, el Duque estará en deuda conmigo.
Y no solo eso. Verónica no tenía la ambición de poder que otras nobles solían tener, y su mente era tan simple como la de una niña, lo que la hacía fácil de manipular.
Es la pareja perfecta para Rashid.
La Emperatriz sonrió ligeramente mientras observaba a Verónica, quien, con las mejillas sonrojadas, frotaba la taza de té que Rashid había usado.
—Parece que la señorita Verónica sigue interesada en Rashid.
Verónica respondió sin dudarlo.
—Sí, Su Majestad. Me gusta mucho Su Alteza, más de lo que puedo expresar.
Era una reacción completamente diferente a la de las nobles comunes, que consideraban poco elegante expresar sus sentimientos con tanta claridad.
La Emperatriz, divertida, le dijo:
—Entonces, ¿qué te parece si organizo otra reunión?
El rostro de Verónica se iluminó de inmediato.
—¡¿De verdad?!
—Sí. Te aprecio mucho, Verónica.
—¡Gracias! ¡Sabía que solo Su Majestad la Emperatriz estaba de mi lado!
Verónica, conmovida, juntó ambas manos.
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Últimamente, Rashid no estaba de buen humor. Había una mujer que constantemente se cruzaba en su camino.
—Su Alteza, ¡por aquí!
Con una sonrisa radiante, la dama que lo recibía no era otra que la señorita Verónica.
En el momento en que Rashid vio su rostro, sintió cómo la irritación se apoderaba de él.
En los últimos días, había encontrado a Verónica siete veces ya. Y no es que quisiera verla. Siempre que la Emperatriz lo llamaba, ella estaba allí.
A estas alturas, la intención era clara.
Mi madre quiere que yo esté con esa mujer.
Hasta ahora, la Emperatriz siempre había estado presente, pero hoy Verónica estaba sola.
—Su Alteza, por favor, tome asiento. Su Majestad la Emperatriz ha preparado unos deliciosos platos para que disfrute de un buen rato.
Verónica hablaba amablemente mientras tomaba el brazo de Rashid. En ese instante, Rashid se giró y apartó su brazo bruscamente.
—No me toques sin mi permiso.
Su voz era fría como el hielo. Verónica se estremeció y su rostro se endureció, pero no retrocedió.
—P-pero Su Majestad la Emperatriz nos pidió que comiéramos juntos. Si no seguimos sus palabras, podríamos meternos en problemas ambos.
Verónica intentó amenazarlo infantilmente, frunciendo el ceño como una niña, lo que hizo que los ojos de Rashid se enfriaran aún más.
Rashid realmente la detestaba. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y salió de la sala de estar.
—¡¿Su Alteza, ¿a dónde va?!
Verónica intentó detenerlo, pero Rashid se alejó rápidamente, sin darle tiempo.
Rashid se dirigió a paso rápido a la habitación de la Emperatriz. Al ver aparecer inesperadamente a su hijo, la Emperatriz frunció el ceño.
—Rashid, ¿qué haces aquí? ¿Dónde está la señorita Verónica?
—…
—¿No me digas que la dejaste sola? Si es así, eso es un grave desaire. Vuelve con ella de inmediato.
El tono de la Emperatriz era suave, como si reprendiera a un niño pequeño. Sin embargo, Rashid no podía aceptar las palabras de su madre tan fácilmente.
Rashid habló con voz contenida.
—No regresaré.
—…
—Y si me haces encontrarme con la señorita Verónica de esta manera una vez más, no responderé a tus llamados en el futuro.
Era la primera vez que Rashid se rebelaba. Siempre había obedecido todo lo que su madre decía, pero ahora se atrevía a hablar así.
Con una mirada llena de decepción, la Emperatriz preguntó:
—¿Es por Siana?
—…
—¿Es por ella que te estás comportando así conmigo?
Rashid no negó las palabras de su madre.
—Sí.
—…
—Pero no me malinterpretes. No hay nada entre Siana y yo. Solo es que… la llevo en mi corazón.
La Emperatriz estaba asombrada. Que el príncipe heredero estuviera enamorado de una simple doncella era algo inconcebible. Pero eso no era lo más importante en esa conversación.
—Rashid, no estoy en contra de esa chica. Por eso, cuando la llamé la última vez, no dije nada al respecto.
Desde entonces, la Emperatriz no había vuelto a preguntar sobre Siana. Por eso, Rashid pensaba que su madre no se preocuparía por su vida privada, como había sido hasta ahora.
Pero estaba equivocado.
—Si te gusta, puedes apreciarla tanto como quieras. Pero el matrimonio es otra cosa.
—…
—Debes casarte con una mujer que te ayude en tu camino hacia el trono.
Las palabras de la Emperatriz hicieron que el hermoso rostro de Rashid se torciera.
Siempre era lo mismo. Al final, lo que su madre le exigía estaba relacionado con el trono. Si no fuera por eso, la Emperatriz no mostraría ningún interés en él.
No le importaba lo que a Rashid le gustara o lo que detestara.
En algún momento, Rashid aceptó eso.
No debía esperar ese tipo de interés de su madre.
En su lugar, haría todo lo que ella deseara.
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