⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Eso… eso es…
Verónica nunca había sido muy astuta. El hecho de haber logrado manipular la situación hasta este punto se debía en gran parte a los consejos de su padre y de la Emperatriz. Sin embargo, ahora que se presentaba una situación totalmente inesperada, no tenía idea de cómo reaccionar.
Verónica intentó desesperadamente pensar. ‘Dijeron que era una cicatriz visible a simple vista, ¿verdad?’ Eso significaba que probablemente estaba en el torso, no en las piernas ni en los brazos. Verónica señaló vagamente su cuerpo mientras continuaba hablando.
—La cicatriz estaba… por esta zona.
Aunque trató de dar la mejor respuesta posible, Racta frunció el ceño, mostrando que no estaba satisfecho.
—Por favor, sea más precisa.
—La verdad es que esa noche estaba tan abrumada que no lo recuerdo con claridad. Pero definitivamente vi una cicatriz notable. ¡Es cierto!
En ese momento, los labios de Siana se curvaron ligeramente en una sonrisa. Entrecerrando los ojos, Siana murmuró:
—La dama Verónica es, sin duda, una mentirosa desalmada.
—¿Qué dijiste?
Verónica, con los ojos bien abiertos, miró a Siana con furia, pero se quedó sin palabras al ver lo que sucedía. Rashid, que estaba de pie en silencio, de repente dijo:
—Voy a demostrar que mi doncella dice la verdad.
Y comenzó a desabotonar su camisa, un botón a la vez.
La gente quedó paralizada de asombro, con la boca abierta. Los Duques Angelus, que estaban apretando los dientes detrás de Verónica, y la Emperatriz, que observaba desde detrás de una cortina con una expresión helada, también se quedaron sin palabras. La escena era tan impactante que ni siquiera podían hablar.
El hecho de que el príncipe heredero se quitara la ropa delante de todos era algo que nadie esperaba. Lo sorprendente, sin embargo, era que, a pesar de este gesto tan audaz, Rashid no perdía en absoluto su dignidad. De hecho, parecía estar realizando un acto casi sagrado.
Cuando Rashid terminó de desabotonar su camisa, Siana se acercó. Rashid, con una expresión compleja, le permitió a Siana quitarle la camisa con habilidad. Al hacerlo, su cuerpo quedó al descubierto, mostrando los músculos bien definidos que eran testimonio de los años que había pasado en el campo de batalla. Sin embargo, para sorpresa de todos, no había ninguna cicatriz. En ninguna parte.
Verónica comenzó a balbucear, moviendo la cabeza en señal de incredulidad.
—Yo… solo me confundí debido al shock de antes. La cicatriz está en otro lugar… en la pierna…
Rashid dejó escapar una sonrisa llena de desprecio.
—¿Quieres que me quite los pantalones también? Eso sería problemático.
—¡…!
—Pero si Racta cree que es necesario para verificar la verdad, lo haré.
Por primera vez, Racta mostró signos de desconcierto.
—No es necesario que llegue a tanto —Con firmeza, Racta detuvo a Rashid y continuó hablando—. Por la actitud tan segura de Su Alteza el Príncipe Heredero, parece que desde el principio no había ninguna cicatriz.
Ante esas palabras, Rashid y Siana asintieron al unísono. Fue entonces cuando Verónica se dio cuenta de que había sido engañada. Pálida, escuchó la voz de Racta junto a su oído.
—Desde el principio, este era un asunto que no podía ser probado con certeza de ninguna manera. Sin embargo, acepté mediar en este conflicto porque temía que surgiera una grave disputa entre la familia imperial, la más poderosa del imperio, y la casa ducal Angélus. Después de escuchar todo, he llegado a la conclusión…
La mirada de Racta se posó en Verónica.
—Las palabras de la dama Verónica, aunque expresadas con firmeza, carecen de la evidencia necesaria para respaldarlas. Además, es lamentable que haya dicho mentiras en el templo de Ororo.
—Ra… Racta, eso…
Verónica comenzó a sollozar, pero Racta no le prestó atención y volvió su mirada hacia Rashid. Observando a Rashid, quien estaba de pie con el torso desnudo y los brazos cruzados con confianza, Racta dijo:
—No sé con certeza si ustedes dos tienen una relación especial, pero las palabras de Su Alteza coinciden con los testimonios y las circunstancias. Encuentro más credibilidad en las palabras de Su Alteza.
Por supuesto, las palabras de Racta no tenían ningún valor legal ni fuerza vinculante. Eran simplemente los pensamientos de una persona que había pasado su vida leyendo libros y sirviendo a los demás. Sin embargo, debido a su sabiduría, la cual le había valido el respeto y el título de ‘sabio’, su juicio tenía un gran poder. Al menos, la gente ya no escucharía las palabras de Verónica con la misma atención de antes.
Al darse cuenta de esto, Verónica se dejó caer al suelo y comenzó a llorar desconsoladamente.
—No, no es cierto… El padre del bebé en mi vientre es definitivamente Su Alteza…
Siana se acercó a Verónica, observándola con una expresión compasiva mientras lloraba, y le susurró:
—No se preocupe, mi señora.
—¡¿…?!
—De alguna manera encontraré al padre del bebé que lleva en su vientre.
—¡…!
Verónica abrió los ojos con asombro. Siana continuó hablando con una voz extremadamente suave:
—Ya sea que esté en un lugar lejano o que ya haya fallecido y esté caminando por el más allá, lo encontraré de alguna manera. Y luego, haré que su nombre sea conocido por todo el mundo para que no pueda negarlo.
Incluso Verónica, que a menudo carecía de perspicacia, entendió que las palabras de Siana, que parecían de consuelo, eran en realidad una amenaza clara. Mirando a Siana con una cara pálida, Verónica preguntó con voz temblorosa:
—¿Quién eres? ¿Qué te crees para ser una simple doncella que se entromete y arruina todo?
Siana le susurró al oído:
—Deberías decirlo correctamente. La que se entrometió no fui yo, sino tú.
—¡…!
Verónica abrió los ojos de par en par, pero no pudo decir nada. La mirada de Siana, que la observaba desde arriba, era aterradora. No entendía por qué los ojos normalmente amables y caídos de Siana ahora le daban escalofríos.
Y no fue todo. Las palabras de Rashid, quien se había acercado a Siana, fueron aún más crueles:
—El pecado de deshonrar a la familia real es grave. Deberías rezar para que tu bebé nazca sano, dama.
Verónica miró a ambos y luego se abrazó el vientre con manos temblorosas. Como si se hubiera liberado de la anestesia, una ola de miedo tardío la invadió.
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En la carreta que regresaba al palacio imperial después de salir del templo de Ororo, Rashid y Siana estaban sentados juntos. La expresión de Rashid no era buena. Siana, observando a Rashid, habló cuidadosamente:
—¿Lo sorprendí al intervenir tan repentinamente? Lo siento.
Aunque Rashid había seguido el juego de Siana como si no le importara, en realidad no habían planeado nada juntos. Siana continuó hablando como si se estuviera justificando:
—No pude quedarme de brazos cruzados al ver cómo la situación se inclinaba bruscamente hacia el lado de la dama Verónica.
Siana había lanzado un anzuelo después de preguntar a Sol, quien estaba a su lado, sobre Rashid. Por suerte, la dama Verónica resultó ser una oponente fácil. Verónica mordió el anzuelo de Siana, y el asunto se resolvió en un instante. Sin embargo, la situación podría haber tomado un rumbo diferente.
—Si la dama Verónica hubiera evadido la pregunta diciendo que no lo recordaba, o si hubiera investigado a fondo y dado la respuesta correcta, las cosas se habrían complicado.
—….
—Pero incluso para eso, tenía un plan. Habría llorado más que la dama Verónica y dicho lo siguiente: No importa lo que digan, es mentira que Su Alteza pasara la noche con la dama Verónica. Porque últimamente, Su Alteza está completamente enamorado de mí. Incluso esa noche, cuando la luna llena estaba en el cielo, él estuvo conmigo.
Siana juntó las manos e hizo una imitación de llorar. Ella sabía muy bien cómo era su rostro.
Aunque mi rostro es tan común que a menudo me ignoran o me acosan, en situaciones como esta es bastante útil.
Nadie podría pensar que Siana era una villana que estaba mintiendo. Además, a diferencia de Verónica, que no tenía más que rumores sin fundamento, Siana tenía numerosos lazos con Rashid. Fue gracias a Rashid que se convirtió en doncella del palacio, y por la intervención de Rashid que llegó a servir a la princesa Aris, a quien él apreciaba. Ahora, incluso estaba sirviendo el té en los aposentos del príncipe heredero.
Cualquiera pensaría que había algo entre Rashid y Siana.
Si Racta hubiera investigado eso y lo hubiera revelado, la atención de todos se habría desviado de la dama Verónica hacia mí.
Perdida en sus pensamientos, Siana sintió una mirada extraña y levantó la cabeza.
—….
Rashid la estaba mirando con una expresión aún más sombría que antes. Antes de que Siana pudiera preguntar por qué la miraba así, Rashid habló:
—¿De qué estás hablando, Siana?
—Estaba hablando de cómo Su Alteza podría librarse de esa mentirosa patética y descarada, la dama Verónica…
—¿Te das cuenta de lo que podría haber pasado si hubieras hecho lo que dijiste?
De hecho, la situación actual no era muy diferente. Siana había intervenido frente a todos, preguntando dónde estaba la cicatriz en el cuerpo de Rashid. Preguntar significaba saber la respuesta.
¿Cómo podría esa doncella saber un secreto tan íntimo de Su Alteza?
¿Qué tipo de relación tiene con Su Alteza para atreverse a intervenir en un momento tan crítico y hacer semejantes declaraciones?
Ahora, la gente que había estado en el templo no estaría hablando de la dama Verónica, sino de Siana, la doncella, y especulando sobre su relación con Rashid.
Esa era la razón por la que el ánimo de Rashid había decaído tanto.
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